Primera
Lectura: del libro del profera Isaías 2: 1-5
Salmo
Responsorial, del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Segunda
Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 13: 11-14
Aclamación: Muéstranos,
Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Mateo 24: 37-44.
Adviento: ¡que llega! En actitud de cumplidos
centinelas que aguardan, pero no al enemigo, sino al Amigo; conciencia del ser
creaturas dentro de la historia y de que Cristo Jesús también quiso compartir
nuestro ser de seres históricos. Llegó en la humildad de nuestra condición para
elevar esta misma condición a ser hijos de Dios, y llegará, revestido de la Gloria de Dios mismo,
¡cualquier día! Nos advierte que estemos vigilando. Esa venida no es, ni puede
ser motivo de angustia para quienes, por su gracia, nos gloriamos de creer en
Él; llegada que trae esperanza, paz y triunfo, a condición de que nos encuentre “despiertos, vestidos de luz, lejos de las
obras de las tinieblas, como quien vive en pleno día”, claramente: “revestidos de Cristo que impedirá que demos
ocasión a los malos deseos”.
Isaías, viviendo en tiempos aciagos del exilio,
probablemente no pronuncia esta visión profética, más bien fueron sus
sucesores, el segundo o tercer Isaías, pero, sin duda él participa del sueño de
paz universal, de unión de todos los pueblos, de la conjunción final de todos
los hombres en una sola familia que sube, jubilosa, “al monte del Señor, a la
casa del Dios de Jacob, a Sión, de donde parten las indicaciones para caminar
por sus sendas”. La concreción del
fruto es el anhelo de todo hombre que busca la verdad: “El encuentro jubiloso con el árbitro de todas las naciones”, porque
ha puesto los medios: “no espadas sino
arados, no lanzas sino podaderas, no guerra sino fraternidad consciente”.
Este será el único modo de caminar “a la
luz del Señor”. Así tendrá sentido el cántico: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”.
Los domingos anteriores han preparado nuestras mentes y
nuestros corazones, han iluminado la realidad de nuestra realidad: “somos
peregrinos, vamos de pasada”, “no tenemos
aquí ciudad permanente”, (Heb. 13: 14), de modo que entendemos que cada
instante nos acerca, preparémoslo o no, a ese “encuentro”, ojalá ardientemente
deseado, él será la culminación de todos los esfuerzos, para que la Gracia que nos obtuvo y
sigue ofreciendo el Señor Jesús, no quede estéril, sino que dé frutos
abundantes que perduren por toda la eternidad.
Jesús Maestro, propone como una dinámica del espejo;
sabe que sus oyentes conocen la Escritura y, con toda probabilidad, han
reflexionado sobre los sucesos vividos en el seno de la familia, alguna muerte
de un pariente, quizá un robo, y de ahí nos hace brincar hasta la
trascendencia, para que dejemos que los signos de los tiempos toquen el
interior y nos proyecten, lo más conscientemente, hasta el fin del camino.
¿Por qué la insistencia de su parte?, porque no nos
atrae pensar en que un día, “el menos
pensado”, nos presentaremos ante “el
Árbitro de las naciones, el Juez de pueblos numerosos”. Con cierta
frecuencia, al menos yo, imagino que ese día está lejos, y más lo pensarán los
más jóvenes; atendiendo al ejemplo que trae a la memoria el Señor: “Así como sucedió en tiempos de Noé…”,
todo seguía igual, “comían, bebían, se
casaban, - dejaban que la vida transcurriera sin preocupaciones, sin mirar
hacia dentro – hasta el día en entró en
el arca…”; de dos durmiendo o en la molienda, “uno tomado, otro dejado”…, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿seré el
elegido?..., Y completando: ¿vigilo mi casa como lo que soy: “morada de Dios”, o permito el saqueo?
Él nos conoce y por ello nos advierte: “Estén preparados”, y nosotros le
pedimos: “¡Despiértanos del sueño, Señor!
Que advirtamos, más a fondo el significado del signo que eres Tú: “La Salvación está más cerca”, queremos
crecer en el creer y actuar en consonancia.