viernes, 29 de noviembre de 2013

1° de Adviento (ciclo A),1° diciembre 2013.



Primera Lectura: del libro del profera Isaías 2: 1-5
Salmo Responsorial, del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 13: 11-14
Aclamación: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Mateo  24: 37-44.

Adviento: ¡que llega! En actitud de cumplidos centinelas que aguardan, pero no al enemigo, sino al Amigo; conciencia del ser creaturas dentro de la historia y de que Cristo Jesús también quiso compartir nuestro ser de seres históricos. Llegó en la humildad de nuestra condición para elevar esta misma condición a ser hijos de Dios, y llegará, revestido de la Gloria de Dios mismo, ¡cualquier día! Nos advierte que estemos vigilando. Esa venida no es, ni puede ser motivo de angustia para quienes, por su gracia, nos gloriamos de creer en Él; llegada que trae esperanza, paz y triunfo, a  condición de que nos encuentre “despiertos, vestidos de luz, lejos de las obras de las tinieblas, como quien vive en pleno día”, claramente: “revestidos de Cristo que impedirá que demos ocasión a los malos deseos”.

Isaías, viviendo en tiempos aciagos del exilio, probablemente no pronuncia esta visión profética, más bien fueron sus sucesores, el segundo o tercer Isaías, pero, sin duda él participa del sueño de paz universal, de unión de todos los pueblos, de la conjunción final de todos los hombres en una sola familia que sube, jubilosa, “al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, a Sión, de donde parten las indicaciones para caminar por sus sendas”.  La concreción del fruto es el anhelo de todo hombre que busca la verdad: “El encuentro jubiloso con el árbitro de todas las naciones”, porque ha puesto los medios: “no espadas sino arados, no lanzas sino podaderas, no guerra sino fraternidad consciente”. Este será el único modo de caminar “a la luz del Señor”. Así tendrá sentido el cántico: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”.

Los domingos anteriores han preparado nuestras mentes y nuestros corazones, han iluminado la realidad de nuestra realidad: “somos peregrinos, vamos de pasada”, “no tenemos aquí ciudad permanente”, (Heb. 13: 14), de modo que entendemos que cada instante nos acerca, preparémoslo o no, a ese “encuentro”, ojalá ardientemente deseado, él será la culminación de todos los esfuerzos, para que la Gracia que nos obtuvo y sigue ofreciendo el Señor Jesús, no quede estéril, sino que dé frutos abundantes que perduren por toda la eternidad.

Jesús Maestro, propone como una dinámica del espejo; sabe que sus oyentes conocen la Escritura y, con toda probabilidad, han reflexionado sobre los sucesos vividos en el seno de la familia, alguna muerte de un pariente, quizá un robo, y de ahí nos hace brincar hasta la trascendencia, para que dejemos que los signos de los tiempos toquen el interior y nos proyecten, lo más conscientemente, hasta el fin del camino.

¿Por qué la insistencia de su parte?, porque no nos atrae pensar en que un día, “el menos pensado”, nos presentaremos ante “el Árbitro de las naciones, el Juez de pueblos numerosos”. Con cierta frecuencia, al menos yo, imagino que ese día está lejos, y más lo pensarán los más jóvenes; atendiendo al ejemplo que trae a la memoria el Señor: “Así como sucedió en tiempos de Noé…”, todo seguía igual, “comían, bebían, se casaban, - dejaban que la vida transcurriera sin preocupaciones, sin mirar hacia dentro – hasta el día en entró en el arca…”; de dos durmiendo o en la molienda, “uno tomado, otro dejado”…, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿seré el elegido?..., Y completando: ¿vigilo mi casa como lo que soy: “morada de Dios”, o permito el saqueo? 

Él nos conoce y por ello nos advierte: “Estén preparados”, y nosotros le pedimos: “¡Despiértanos del sueño, Señor! Que advirtamos, más a fondo el significado del signo que eres Tú: “La Salvación está más cerca”, queremos crecer en el creer y actuar en consonancia.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Festividad de Cristo Rey. 24 noviembre, 2013.

Primera Lectura: de segundo libro del profeta Samuel 5: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los colosenses 1: 12-20
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! 
Evangelio: Lucas 23: 35-43.

Es el domingo de la paradoja que confunde a nuestros deseos e intereses, a nuestras perspectivas, pero que, iluminada, desde la visión de Cristo, nos ayuda a comprender que la magnitud del Amor del Padre, se ha hecho palpable en la entrega total del Hijo por nosotros.
En la Antífona de Entrada encontramos siete reconocimientos que, sólo pueden atribuirse al Cordero Inmolado; el siete como símbolo de plenitud, que lo es todo,  y nos abre el Reino junto al Padre. No lo captaron ni las autoridades, ni el pueblo, ni siquiera sus discípulos, nosotros aún nos vemos envueltos en la penumbra del misterio, y por eso pedimos: “que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a su majestad y la alabe eternamente.”  ¡Limpia los corazones para que veamos!

David, es profecía y figura del Mesías, elegido por Dios, rey y pastor, conquistador de Jerusalén, unificador del reino del norte y del sur, realeza terrena con todos los límites y debilidades del ser humano. La de Cristo es de orden divino y trascendente, y se realiza en la medida en la que, quienes lo queremos reconocer, nos alejemos del desorden, del mal y del pecado.  Cristo, Ungido, nos participa de esa unción para que seamos “Pueblo elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad.”   La luz aparece y por eso cantamos: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”.

Que crezca esa luz y nos permita penetrar la profundidad del himno que entona San Pablo: “Aquel que es el primogénito de toda creatura, Fundamento de todo, donde se asienta cuanto tiene consistencia, Cabeza de la Iglesia, Primogénito de entre los muertos, Reconciliador de todos por medio de su Sangre.”  La paradoja endereza nuestras mentes, nos abre el horizonte, aunque nos sacuda con violencia, complementa lo escuchado en los domingos anteriores: “Morir para vivir.
¡Cómo habrá luchado Jesús para superar la última tentación, repetida tres veces: “¡A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios!“. Los soldados se burlan mientras le ofrecen el brebaje: “¡Sálvate a Ti mismo!”.  “Sálvate a ti y a nosotros”, grita uno de los ladrones.

¡Qué fácil hubiera sido, para Él, bajarse de la Cruz! ¡Al darles gusto, hubieran creído en Él!, pero ese no era el camino, no era esa la Voluntad del Padre, y Jesús ya la había aceptado: “No se haga mi voluntad sino la tuya.”   ¡Qué difícil, aceptar este Reino tan diferente a los que conocemos! Sin lujo, sin poder, sin ejército, sino a través de una muerte cruel, deshonrosa, como fracaso de un desdichado… Este es nuestro “Camino, Verdad y Vida,  oímos, meditamos y sabemos pero allá, donde las ideas no duelen.  

Una vez más te pedimos: “auméntanos la fe”, para escuchar de Ti, en el último encuentro, como eco de esperanza, desde nuestro arrepentimiento que te quiere querer: “Yo te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. 

sábado, 16 de noviembre de 2013

33º ordinario, 17 noviembre 2013



Primera Lectura: del libro del profeta Malaquías 3: 19-20
Salmo Responsorial, del salmo 97: Toda la tierra ha visto al Salvador.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 3: 7-12
Aclamación: Estén atentos y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación, dice el Señor.
Evangelio: Lucas 21: 5-19.

Celebramos el último domingo del tiempo ordinario, el próximo será la Fiesta de Cristo Rey con la que finalizará el año litúrgico.

Hace ocho días todo estaba teñido de “Vida Nueva”, del camino y llegada a la Patria; nada importó a los jóvenes perder los miembros y la vida porque la seguridad de la Resurrección ya la sentían internamente; esta certeza los fortaleció. 

El Señor Jesús, único Puente para llegar al Padre, nos lo mostró como ES: “Dios de vivos”, y San Pablo nos exhortó a que permitamos que el Señor dirija nuestros corazones “para amar y esperar, pacientemente, la venida de Cristo”.

Hoy, Jeremías, en la antífona de entrada, nos prepara para que con ánimo aquietado, miremos hacia la escatología y descubramos, mejor redescubramos que el Señor “tiene designios de paz, no de aflicción”, y sigamos invocándolo porque “nos escuchará y nos librará de toda esclavitud”. Ésta es la forma de preparar lo que, sin ella, sería de temer: “El día del Señor, como ardiente horno”; pero con ella: “brillará el sol de justicia que trae la salvación en sus rayos”.

De manera espontánea vuelve la pregunta que nos hicimos: ¿cómo y qué espero, no para el “fin del mundo”, sino para mi encuentro personal con Dios, para “el fin de mi mundo”, el ahora encerrado en la trama del espacio y el tiempo? Pidamos que nos atraviese, de parte a parte, la reflexión de San Juan: “En el amor no existe el temor; al contrario, el amor acabado echa fuera el temor, porque el temor anticipa el castigo, en consecuencias, quien siente temor aún no está realizado en el amor”. (1ª.Jn.4:18), y nos daremos la respuesta adecuada…, si no la tenemos, aún hay tiempo para prepararla. 

Las palabras de Jesús en el Evangelio, nos alertan para que continuemos analizando los “signos de los tiempos”; no es que ya estemos al final, pero parecería que la humanidad entera quisiera adelantarlo, si continúa destruyendo el planeta. ¡Cuánto egoísmo y ausencia de conciencia! ¡Cuánta soberbia y ansia de riqueza! ¿Pensamos, en serio, que lo único que nos acompañará en el último vuelo, serán las horas dedicadas a los demás? ¿Aceptamos que la valentía del testimonio a favor de Jesús y de los valores del Evangelio, nos deben causar molestias? La persecución por estar del lado de la justicia y de la verdad, será señal de que estamos bajo la Bandera de Cristo, “sin embargo, no teman, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.

¡Señor que resuene constantemente en nosotros la Voz del Espíritu!: “Escribe: Dichosos los que en adelante mueran como cristianos. Cierto, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos, pues sus obras los acompañarán”. (Apoc. 14: 13)

viernes, 8 de noviembre de 2013

32º ordinario, 10 noviembre 2013.

Primera Lectura: del segundo libro de los Macabeos: 7:1-2, 9-14
Salmo Respomsorial, del salmo 16: Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 2:16, 3:5
Aclamación: Jesucristo es el Primogénito de los muertos; a El sea dada la gloria y el poder por siempre.
Evangelio: Lucas 20:27-38.

La liturgia de hoy nos enfrenta a lo que todos sabemos que nos aguarda y que cada día está más cerca, la certeza de que vamos a morir. ¿Cuál es nuestra actitud ante esta realidad?

Me anima la reflexión que encontré y desearía hacerla mía, consciente, plena, iluminadora: “Para mí, en lo personal, esta certeza no me atemoriza, para nada. Al contrario, me hace pensar con inmenso regocijo y esperanza en el “más allá”, en lo que hay después de la muerte; me ayuda a aprovechar mejor esta vida, no para “pasarla bien”, sino para tratar de llenar mi alforja de buenos frutos para la vida eterna”.

La fe, con mucho de titubeante y obscura, y más cercana a la curiosidad, que impulsó  a Zaqueo a buscar a Jesús y dejarse encontrar por Él; se nos presenta hoy, en la primera lectura, fuerte y ejemplar en la narración del martirio de cuatro de los hermanos apresados junto con su madre, en tiempos del rey Antíoco. Proclamación de una esperanza que debe reorientar a un mundo secularizado, absurdo por superficial, enredado en el egoísmo y en un inconcebible gozo de la opresión y aun de la muerte para mostrar el poder.

Las palabras de los jóvenes provienen de corazones recios, de una convicción profundamente arraigada que engendra la desconcertante valentía y deja estupefactos al rey y a los verdugos. “Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”. Se anuncia la aurora del “más allá” que va creciendo: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna”; la luz aumenta: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de Él espero recobrarlos”.Y llegamos a la plenitud del medio día: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. 

Vivieron, en la fe, lo que es morir: “Morir es sólo morir; es una hoguera fugitiva; es sólo cruzar una puerta y encontrar lo que tanto se buscaba. Es acabar de llorar, dejar el dolor y abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse cara a cara con el Amor de toda la vida”. De manera semejante se expresan Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Filip. 1:21) y Sta. Teresa: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Sin escape alguno, volvemos a preguntarnos: ¿qué actitud tengo ahora y quiero mantener ante la muerte, la Resurrección y “la Vida Otra”?

Quedémonos ante el misterio sin destruirlo, sintamos la búsqueda de la verdad; si ya Horacio decía “non omnis morirar” (“No moriré  del todo”), ¡cuánto más fuerte es la aseveración de Jesús: “Dios no es Dios de muertos sino de vivos”! Al afirmar Jesús que “seremos como los ángeles e hijos de Dios”, no dice que seremos ángeles, sino “como”; resucitaremos como nosotros somos ahora, pero en una realidad corpórea penetrada y transformada por  la espiritual, por el Espíritu de Dios mismo. ¿Queremos imaginarnos cómo seremos?, veamos a Cristo Resucitado, con carne y huesos y las llagas relucientes; verdadero cuerpo, pero en otra dimensión biológica.

“Creo en la resurrección de los muertos y la vida eterna”; nuestro más precioso tesoro es lo que nos espera después de la vida, pero que tenemos que preparar en y con el actual tesoro de la vida, en ella construimos diariamente la eternidad. Ahí viviremos sin  cronología, siempre con el Señor, sumergidos en el océano mismo de la Vida; confirmaremos el triunfo sobre la muerte y sobre el mal. Mensaje promulgado por el Padre, “quien nos ha dado por Jesús, gratuitamente, un consuelo eterno y una feliz esperanza”. “Amen a Dios y esperen pacientemente su venida”. El gozo nos aguarda, ¡pregustémoslo!

viernes, 1 de noviembre de 2013

31° ordinario, 3 noviembre 2013.


Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 11:22- 12:2
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor, eternamente.  
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 1:11-2:2
Aclamación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unico, para que todo el que crea en El, tenga Vida Eterna
Evangelio: Lucas 19:1-10.

Decimos en la antífona de entrada a la liturgia de hoy: “Señor, no me abandones, no te me alejes”; regresamos a la reflexión, ¿quién es el que abandona y se aleja?, ¿acaso puede ser el Señor, el Salvador? La respuesta está en la oración: “Ayúdanos a vencer en esta vida cuanto pueda alejarnos de Ti”. Ya los sabíamos, no es ninguna sorpresa; los que hacemos pesado y desviado el camino somos nosotros mismos; lo esperanzador, lo que da dimensión a nuestro interior, como conciencia que crece, es reconocer que en las disyuntivas hemos tomado el camino equivocado y al mirarnos entre breñales, junto con el grito de súplica, desandar lo andado y consultar la brújula que siempre indica el Norte.

El Libro de la Sabiduría confirma no sólo la existencia sino el actuar de ese Norte en nosotros; Norte que es seguridad, que es amor, que es comprensión y paciencia. De forma, casi diría ingenua, pero llena de afecto, la descubrimos en la comparación que experimentamos desde aquellos que nos quieren: “Aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de que se arrepientan”. Sabemos que lo sabes, Señor, pero tu delicadeza es tan fina que sorprende y anima: “Amas cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho, pues si hubieras aborrecido alguna cosa, no la habrías creado”; la conclusión no puede ser más clara: ¡Existo, entonces, me amas!, gracias por darnos la oportunidad de recapacitar, de aceptar las correcciones y de volver a Ti.

Confirmamos nuestra actitud hacia Ti, en el Salmo, al expresar que “Te bendeciremos eternamente”, que diremos bien de Ti en obras y palabras. Hemos aprendido, recordando al samaritano leproso y curado, que te alegran los corazones agradecidos y queremos imitarlo “alabando tu nombre”, simplemente porque Eres Tú.

Para glorificarte, necesitamos ahondar en la dignidad de “la vocación a la que nos has llamado”. La fidelidad a esta vocación será imposible sin “el poder que viene de Dios en Jesucristo”; en Él se harán reales los propósitos emprendidos por la fe.

Fe que mira al futuro, pero sin angustias ni falsas suposiciones. Fe que aguarda la venida de nuestro Señor Jesucristo, y a la vez, va a su encuentro, que supera obstáculos, suspicacias, contradicciones y aun posibles burlas. Fe a ratos tambaleante y obscura, quizá  ignorante o movida por la curiosidad, pero perseverante, decidida, eficaz.

Encontramos la vivencia de esa “fe” en la persona de Zaqueo: Lucas lo describe claramente: recaudador de impuestos, enfrascado en lo inmediato, en el dinero, rico, preocupado por quedar bien con los conquistadores romanos, considerado enemigo del pueblo, quien, al sentir el vacío de las cosas, busca algo más. Ha oído hablar de Jesús y nace el interés por conocerlo. La curiosidad lo impulsa. Ignora qué pueda resultar de ella. Pequeño de estatura, pone los medios para lograr el fin: “se sube a un árbol para verlo cuando pasara por ahí”. Podemos imaginarlo, bien vestido, ya entrado en edad, los esfuerzos que hace para ascender. Lo acicatea el deseo de ver a Jesús.

El fruto del encuentro con Jesús sacude su interior desde el exterior: “Zaqueo, baja que hoy me hospedaré en tu casa”. Se pregunta: ¿quién me invita, a qué me invita y a qué se invita? Se le agolpan los vagos y confusos conocimientos que tenía sobre Jesús, pero el que se haya fijado especialmente en él, pecador, despreciado por el pueblo, hace que sienta intensamente ese llamado a la justicia, a la equidad. Zaqueo conoce su propia realidad, sabe de la valoración de sus acciones personales, y se lanza al “encuentro” con Jesús que es encuentro con la Verdad.   Físicamente, da el brinco. Y se prepara para recibir a Jesús en su casa. ¡Lo que significa que Jesús venga a él! Zaqueo ha sopesado su interior, encontró con claridad lo que le impedía vivir en paz, y su reacción, a los ojos de muchos, será desconcertante: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si a alguien defraudé, le restituiré el cuádruplo”. Sabía cómo elegir bien, por sobre el propio poseer y el bienestar, lo maravilloso es que ahora lo hace. En el mismo Evangelio encontramos el fruto de haber actuado así: la paz, la salvación. Analizando los pasos de Zaqueo, vemos que no omitió ninguno, llegó a donde conduce una búsqueda auténtica; Jesús corrobora su propia misión: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. ¡La paciencia de Dios, siempre florece cuando encuentra corazones dispuestos aun cuando ni ellos mismos lo sepan!

¡Señor, que sepamos que Te sabemos! ¡Contamos contigo para dar el salto!