viernes, 28 de diciembre de 2018

La Sagrada Familia, 30 diciembre 2018.-


1° Samuel 1: 20-22, 24-28
Salmo 83
Primera carta de Juan 3: 1-2, 21-24
Lucas 2: 41-52

   Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos en Nazaret por Jesús, María y José.

   No se trata de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia.

   Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de por vida al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan en el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la filiación divina, fruto “del amor que nos ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de nosotros!

   Jesús no es “un muchacho rebelde”, sencillamente enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad que ellos comprenderán mucho más tarde.

   Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”.
  
   No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven, a todo adulto, seguir creciendo “hasta que seamos semejantes a él”.



lunes, 24 de diciembre de 2018

Natividad del Señor, Misa de media noche, 25 diciembre 2018.-.


Is. 9: 1-3; Salmo 95; 1ª. Tito 2: 11-14; Lc. 2: 1-14.

  ¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

  La humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas?

  El misterio del hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz  del misterio de Dios.

  “El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

  ¡La realidad supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle  la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.

  Hoy todo es canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma.

  Intentemos, como invita  San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y extáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo  rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza? (2ª. Cor. 8: 9-10)    

  No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.


domingo, 23 de diciembre de 2018

4º Adviento, 23 Diciembre 2018.-


Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Resposorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 10: 5-10
Aclamación: Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho.
Evangelio: Lucas 1: 39-45.

Todas las creaturas están a la expectativa, lo capta y anuncia Isaías, lo hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga  germinar al Salvador”. Hoy el profeta Miqueas retoma el grito de esperanza: la luz que desvanece las tinieblas de un horizonte obscuro lleno de corrupción e injusticia, y “se remonta a los tiempos antiguos”, tan antiguos como la Eternidad de Dios y nos descubre su designio de paz y de unidad, el que estuvo desde el inicio de la creación, y se manifestará en todo su esplendor “cuando dé a luz la que ha de dar a luz”.

Siete siglos después se cumple la promesa: Jesús, el Buen Pastor, guiará a su pueblo, a toda la humanidad, “con la fuerza y majestad de Dios”; fuerza y majestad totalmente distintas a las que imaginamos los hombres: “De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”. Desde el silencio aparece el retoño, ya expresará Jesús: “El Reino de Dios no aparece con ostentación, ni podrán decir: míralo aquí o allí; porque, miren, ¡dentro de ustedes está!” (Lc. 17: 20-21)   De la misma forma llega Él, se hace uno con nosotros en una aldea perdida, humilde, olvidada. “No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Los antiguos sacrificios se han suprimido y Cristo nos enseña a vivir según la voluntad del Padre, y con la ofrenda de su propio cuerpo, en una Alianza nueva y eterna, “quedamos santificados”.

Contemplemos la escena que presenta San Lucas, toda ella se centra en dos mujeres que van a ser madres, los varones adultos están ausentes, los pequeños, ocultos a los ojos, se hacen presentes en la participación del gozo en el Espíritu Santo. Ejemplo del encuentro que estamos preparando.

María lleva en sí al que es la alegría del Padre, de los ángeles, de cuantos quieran ser como Ella que ha sabido escuchar y confiar: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, actitud preaprendida de Jesús, Hijo de Dios e Hijo suyo; proclamación de una fe que, de inmediato, se manifiesta en los actos: “María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y saludó a Isabel”. Servicio, atención, delicadeza, claros signos de la presencia de Jesús a quien ya lleva en su seno y que provoca el salto de gozo de Juan Bautista, que llena del Espíritu a Isabel y le inspira la primera Bienaventuranza: “Dichosa tú que has creído, bendita entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre”. Bienaventuranza que seguimos proclamando en el Ave María.

Que la pregunta de Isabel, hecha asombro, se repita desde nuestro interior: “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a verme?”  María, la primera evangelizadora, la portadora de la Buena Nueva, el Arco de la Alianza, nos trae a Jesús y nos lleva hacia Él, recibirla es recibirlo. Aceptemos la fuerza del Espíritu, que ambos nos comunican; destrabe nuestros labios y anunciemos, con fe entusiasmada, la promesa y el cumplimiento de la salvación.

domingo, 16 de diciembre de 2018

3º Adviento, 16 Diciembre 2018.-


Primera Lectura: del libro del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, del salmo 12: El Señor es mi Dios y salvador
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 4-7
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Lucas: 3, 10-18.

“Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca.”  Alegría plena, espera esperanzada que superó lo esperado, porque, “El Señor está no solamente cerca”, sino ya en medio de la humanidad, dentro de nosotros, hecho nuestra carne.

Alegría, que cambia el morado y se viste de rosa. No cesan la reflexión ni el recorrer los caminos del arrepentimiento; es fiesta adelantada porque el corazón y el ánimo proclaman el reencuentro, la confianza y el sentido del gozo que se prolonga más allá de una fecha, que supera nuestros estrechos límites espaciotemporales, lanza fuera el temor y el desfallecimiento, reconoce mucho más que el perdón y mira la realidad iluminada por una luz que no podríamos imaginar desde nuestro ser pequeño: ¡soy, somos cada uno, para Dios: “gozo y complacencia”! ¿Aceptamos, aun rodeados de imperfecciones y de olvido, “ser causa de la alegría de Dios”? ¡El asombro de tal Luz nos deslumbra y enaltece! Amados desde siempre, elegidos, creados, redimidos y adoptados, ¿ensombreceremos esa alegría divina?

En el fragmento que escuchamos de la Carta a los Filipenses, encontramos el eco de la antífona de entrada y vuelve a insistir en que estemos alegres porque el Señor todo lo llena. Es una alegría que llega como flor mañanera y con sólo mirarla, se iluminan los ojos, el corazón y el deseo de ser benevolentes, de reflejar el Amor recibido y ser agradecidos por la Paz que nos llega de manera gratuita y “sobrepasa toda inteligencia”.

Con esta actitud consciente, a ejemplo de María, aceptamos el don con decisión irrevocable de no perderlo nunca y de esmerarnos en darlo a conocer por nuestras obras.

Participemos de la “expectación” del pueblo hebreo y presentemos “en toda ocasión nuestras peticiones a Dios, en la oración y la súplica”, para que en todos los hombres renazca la esperanza de un mundo más humano, más hermano “que ponga su corazón y pensamientos en Cristo Jesús”. Empresa nada fácil, pero recordemos que “para Dios nada es imposible”.

Si entusiasma la voz de Juan Bautista, ¿qué no hará la Palabra? La voz responde con claridad a la pregunta “¿qué debemos hacer?”: exhorta a compartir lo que se tiene, a vivir en justicia, a no abusar de nadie. La Palabra lo resumirá todo en la Ley Evangélica: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. (Jn. 13: 34)  No basta el agua, precisamos del fuego del Espíritu para cumplir su mandato, y el mismo Jesús nos lo ha traído y junto con el Padre, nos lo ha enviado, ¡ésta es la Buena Nueva!

Cuando llegue el momento de la siega, si hemos permanecido fieles al Espíritu, nos encontraremos con Cristo en el Granero, alejados de la paja que consume el fuego.

viernes, 7 de diciembre de 2018

2º Adviento. 9 Dic. 2018.-.


Primera Lectura: del libro del profeta Baruc 5: 1-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 4-6, 8-11
Aclamación: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Lucas 3: 1-6.

Cuando el corazón oye la Voz de Dios no puede menos de alegrarse; ¡cómo necesitamos del silencio para poder escuchar esa Palabra, en medio del aturdimiento de las cosas temporales que nos rodean! Danos Sabiduría, Señor, para saber distinguir, para saber elegir, para llenarnos de tu propia vida.

Nuestra realidad no es muy diferente a la que vivía Israel cuando el profeta Baruc los incita a la alegría ¿Alegría en el destierro, en la pobreza, en la penuria, en la lejanía de la Ciudad Santa, en Babilonia? ¡Sí!: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Todas las creaturas están para servirte, el camino será llano, la frescura de los árboles te dará sombra; el Señor es tu Pastor “te escoltará con su misericordia”.

Volviendo los ojos a nosotros: ¿alegría en las angustias económicas, en medio de los conflictos sociales, junto a hermanos que padecen hambre, frío, segregación? ¿Alegría en un mundo roto, donde los pasos tropiezan en subida, donde los árboles no pueden dar sombra porque están talados? ¿Vestirnos de gloria ante lo incierto del mañana, la escalada de precios, la sordera de los poderosos, la impotencia creciente ante el ansia de poder que destruye a los hombres? ¿Alegría cuando, junto con Dios, nos sentimos desterrados, lejos de la paz y la justicia? ¡Sí!, porque la Palabra se sigue pronunciando con la misma fuerza creadora y liberadora del inicio: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios, nada fue hecho sino mediante la Palabra y cuanto existe subsiste en ella”.

Palabra que en Jesucristo se hace carne, como uno de nosotros, que viene a enseñarnos con su vida y su entrega, el camino que desemboca directo al corazón de cada uno, que conmueve y remoza, que convierte y transforma, que nos hace reconocer, más allá de lo que nos aprieta y acongoja, que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”, es quien alimenta la sólida alegría, la que supera todo, la que sabe que ha elegido el camino correcto aun cuando las circunstancias parecieran decirnos lo contrario.

Fidelidad y convicción, las que comunica Pablo a los filipenses; oración que hermana y mantiene ese lazo de unión: “Siempre pido por ustedes”, descubre la razón, además del afecto: “Lo hago con alegría porque han colaborado conmigo en la  causa del Evangelio”. La Buena Nueva es el dinamismo porque en el centro está Cristo Jesús; la seguridad es plena porque “Aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre”. Ni son ellos solos, ni somos nosotros solos, es la Gracia, es “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, lo que nos hará producir “frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios”.

Lucas nos sitúa en el tiempo y en la historia, en el momento del reinicio de la Voz que viene a anunciar que la Palabra ha llegado; resuena en el desierto, en la meditación, en el silencio interior y exterior. Rellenar los valles, abajar las colinas: ni humildad inactiva ni soberbia altanera; horizonte sin límites que “permita a todo hombre ver la salvación de Dios”.