Primera Lectura: del libro del Génesis 18: 20-32
Salmo Responsorial, del salmo 137: Te damos
gracias de todo corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 2:
12-14
Aclamación: Hemos recibido un
espíritu de hijos, que nos hace exclamar: ¡Padre!
Evangelio: Lucas 11: 1-13.
El único que puede darnos la fuerza y
la constancia para “habitar juntos en su casa”, es el Señor. Él nos hará
capaces de superar todo aquello que rompe, rasga y divide, porque nos dará la
Sabiduría que viene desde arriba y nos permitirá ver la estatura exacta de cada
criatura; con su luz impedirá que nos quedemos deslumbrados por los bienes de
esta tierra, que, si bien todos son buenos, no todos nos ayudan a crecer
mirando a la trascendencia. ¡Qué a modo llega a la memoria la “regla de oro”:
“usar de las cosas tanto cuanto nos guíen para el fin que fuimos creados, y,
apartarnos de aquellas que nos lo impidan”!
La oración confiada, consciente,
filial, platica con Dios, es universal, mira al bien de los demás y está
dispuesta a considerarlo todo con una visión teológico- profética: “viene de
Dios y vuelve a Dios”; parece que regatea, pero con ello expresa el abandono
total a la voluntad divina. No siempre obtiene lo que pide, pero sabe que
recibe lo que le conviene. No fracasa, Dios tampoco fracasa, fracasamos los
seres humanos cuando no aceptamos ser salvados de nosotros mismos.
“Te damos gracias de todo corazón”: porque comprobamos tu “lealtad y tu amor, que
nos infunde ánimos, nos pone a salvo y concluye su obra en nosotros”, la
recibida en el Bautismo; ¿lo decimos convencidos?, ¿nos hace superar las
dificultades que encontramos?, ¿sale de un corazón filial?, ¿experimentamos que
somos de Dios, elegidos para la vida y para “la vida nueva con Cristo que
anuló el documento que nos condenaba”? La gratuidad es manifiesta, que la
gratitud responda sin límites.
¿Queremos aprender a orar, seguir
aprendiendo?, con sencillez escuchemos a Cristo; con Él repitamos, conscientemente,
la plegaria que eleva, que plenifica y que nos compromete a actuar como “hijos
que se dirigen a su Abba, Padre”, para suplicarle que “vivamos en
justicia y santidad” para santificar su nombre; para que la llegada del
Reino colme la tierra; para que su Voluntad oriente nuestros pasos, que su
Bondad sostenga nuestros días, que condone nuestras deudas y que nosotros hagamos
lo mismo con todos los hermanos; nos libre del maligno que todo lo obscurece.
El Señor se complace en los que son
constantes, los que piden porque se saben necesitados, buscan lo que perdura y
tocan en la puerta correcta; al “darnos su Espíritu”, con Él nos dará
cuanto necesitamos: “dame lo que pides, y pide lo que quieras”.