jueves, 25 de julio de 2019

17° Ord. 28 julio 2019.-


Primera Lectura: del libro del Génesis 18: 20-32
Salmo Responsorial, del salmo 137: Te damos gracias de todo corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 2: 12-14
Aclamación:  Hemos recibido un espíritu de hijos, que nos hace exclamar: ¡Padre! 
Evangelio: Lucas 11: 1-13.

El único que puede darnos la fuerza y la constancia para “habitar juntos en su casa”, es el Señor. Él nos hará capaces de superar todo aquello que rompe, rasga y divide, porque nos dará la Sabiduría que viene desde arriba y nos permitirá ver la estatura exacta de cada criatura; con su luz impedirá que nos quedemos deslumbrados por los bienes de esta tierra, que, si bien todos son buenos, no todos nos ayudan a crecer mirando a la trascendencia. ¡Qué a modo llega a la memoria la “regla de oro”: “usar de las cosas tanto cuanto nos guíen para el fin que fuimos creados, y, apartarnos de aquellas que nos lo impidan”!

La oración confiada, consciente, filial, platica con Dios, es universal, mira al bien de los demás y está dispuesta a considerarlo todo con una visión teológico- profética: “viene de Dios y vuelve a Dios”; parece que regatea, pero con ello expresa el abandono total a la voluntad divina. No siempre obtiene lo que pide, pero sabe que recibe lo que le conviene. No fracasa, Dios tampoco fracasa, fracasamos los seres humanos cuando no aceptamos ser salvados de nosotros mismos.

“Te damos gracias de todo corazón”: porque comprobamos tu “lealtad y tu amor, que nos infunde ánimos, nos pone a salvo y concluye su obra en nosotros”, la recibida en el Bautismo; ¿lo decimos convencidos?, ¿nos hace superar las dificultades que encontramos?, ¿sale de un corazón filial?, ¿experimentamos que somos de Dios, elegidos para la vida y para “la vida nueva con Cristo que anuló el documento que nos condenaba”? La gratuidad es manifiesta, que la gratitud responda sin límites.

¿Queremos aprender a orar, seguir aprendiendo?, con sencillez escuchemos a Cristo; con Él repitamos, conscientemente, la plegaria que eleva, que plenifica y que nos compromete a actuar como “hijos que se dirigen a su Abba, Padre”, para suplicarle que “vivamos en justicia y santidad” para santificar su nombre; para que la llegada del Reino colme la tierra; para que su Voluntad oriente nuestros pasos, que su Bondad sostenga nuestros días, que condone nuestras deudas y que nosotros hagamos lo mismo con todos los hermanos; nos libre del maligno que todo lo obscurece.

El Señor se complace en los que son constantes, los que piden porque se saben necesitados, buscan lo que perdura y tocan en la puerta correcta; al “darnos su Espíritu”, con Él nos dará cuanto necesitamos: “dame lo que pides, y pide lo que quieras”.

viernes, 19 de julio de 2019

16° Ord. 21 julio 2019.-


Primera Lectura: del libro del Génesis 18: 1-10
Salmo Responsorial, del salmo 14: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 1: 24-28
Aclamación: Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto.
Evangelio: Lucas 10: 38-42.

En unión con la Iglesia Universal, te pedimos que multipliques los dones de tu gracia, esas virtudes que dicen directamente contigo: la fe, la esperanza, la caridad que es amor; sin ese aumento, no seremos nunca capaces de mantenernos en tu servicio ni en el servicio a los demás.

¿De dónde sino de Ti puede venir la capacidad de escucha, de hospitalidad, de contemplación y de una acción que no nos sirva de vano escudo para atender tu llamado? Meditábamos el domingo pasado qué difícil es recibir con amabilidad a un desconocido y ahora nos haces comprender lo que muchos años después, inspiraste al escritor de la carta a los Hebreos, en 13:2: “No se olviden de la hospitalidad; gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”, y, en ellos, a Ti, como le sucedió a Abrahán. Recibirte es acoger la promesa, es, vivir ya la salvación.

Muchos han visto, en el relato del Génesis, una anticipación de la Trinidad, “misterio mantenido oculto desde siglos y generaciones y que ahora has revelado a tu pueblo santo”, que, unido a las tribulaciones de Cristo, Dios hombre, nos invita a acoger a todo hombre, sin distinción de raza, pueblo o nación, para llevar a cabo la obra de la redención.

¿Qué podemos los hombres ofrecerte que sea grato a tus ojos?: “Honradez, justicia, sinceridad y apertura”, y cómo lograrlo sino contemplándote y escuchando tu palabra, desde la Palabra, para iluminar la acción. Son demasiadas exterioridades las que nos preocupan, cuando “una es necesaria”, que sepamos escogerla y, como el prudente del Evangelio, cimentados en Roca, llevarla a cabo.

María y Martha nos muestran el camino de conjunción, el que, sin duda, ya habremos escuchado: “Ser contemplativos en la acción”; que Jesús Eucaristía nos ayude a esa conversión tan necesaria.

domingo, 7 de julio de 2019

14° ordinario, 7 de julio 2019.-


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 66: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 65: Las obras del Señor son admirables.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 6: 14-18
Aclamación: Que en sus corazones reine la paz de Cristo; que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza.
Evangelio: Lucas 10: 1-12, 17-20.

“Meditamos, Señor, los dones de tu amor”, en todo tiempo; recordar es traer al presente, revivir, y cuando se trata de los dones recibidos, es avivar el compromiso de reciprocidad, es continuar el aplauso interminable que reconoce cuanto el Señor hizo, hace y continúa haciendo con nosotros y en nosotros. “Tú que creaste maravillosamente al ser humano y más maravillosamente aún, lo reformaste”, concédenos mantener y aumentar la alegría que da la experiencia de la liberación y que, desde Ti nos asegura la “felicidad de que nuestros nombres estén escritos en el cielo”.

A esta alegría nos incita Isaías, al gozo y al consuelo, porque el Señor mismo nos alimenta con “la abundancia de su gloria”. El tiempo que vivimos, el ambiente que respiramos no es de paz; la inseguridad y la angustia nos rodean, no encontramos hacia dónde mirar desde nuestro entorno, estamos como los israelitas en situación de exilio, de incertidumbre; escuchemos la Palabra que anima, que conforta, que alienta, Palabra que promete y que cumple, que “acaricia y arrulla con amor de madre”; es Dios mismo “Padre y Madre” quien nos cuida y “nos hará florecer como un prado”. Escuchemos a Jesús mismo: “La paz les dejo, la mía, no la que da el mundo”. (Jn. 14: 27) El mundo no puede dar esa paz, porque “la Luz vino al mundo y, aunque el mundo se hizo mediante ella, el mundo no la conoció”; pero “a los que la recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios”. (Jn. 1: 9, 12). Elevemos la esperanza, la que procede del Espíritu que nos ayudará a invocar a Dios como Padre-Madre y a alejar de nosotros todo temor, todas las tinieblas, todo error. A cantar alborozados con el Salmo, como fruto palpable de que “las obras del Señor son admirables; no rechaza nuestra súplica ni nos retira su favor”.

San Pablo en la secuencia de la Carta a los Gálatas, ahonda más y más en el significado del amor, del que reluce en la práctica, del que no se queda anclado en prácticas y ritos sin compromiso sino que va a la donación total, la que siempre nos estremece porque sacude nuestro conformismo, nuestra inmovilidad: la Cruz. Pidamos al Señor poder afirmar, un día, como Pablo: “No permita Dios que me gloríe en algo que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”, con voz temerosa pero valiente porque no proviene de nosotros mismos, sino de la Gracia que el mismo Jesús nos concede.

Una vez más aparece el “envío”, en el pasaje que nos narra San Lucas, es más universal, ya no son 12, sino 72 que se acompañan, que van “como ovejas en medio de lobos”, que juntamente les encomienda el Señor que “rueguen al Dueño de la mies que envíe operarios”, y las condiciones para la realización, simplemente como ha sido la vida de Jesús: en oración, en pobreza y portadores de paz, para que aprendan a dar lo que han recibido. Que no esperen éxito, porque la libertad humana es la que decide aceptar o no el Reino, pero, en caso de rechazo, que confirmen, a pesar de la oposición: “de todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca”.

El gran consuelo, la esperanza florecida que da seguridad, la reafirma Jesús: “Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.  Allá está el final de la meta, allá “nos ha preparado un sitio”; la fidelidad al anuncio, la fidelidad a Jesucristo es y será el lazo que nos mantenga unidos.