domingo, 29 de noviembre de 2020

1° Adviento, 29 noviembre 2020.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 63: 16-17, 19; 64: 2-7
Salmo Responsorial,
del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos
Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 1: 3-9
Evangelio:
Marcos 13: 33-37.

La búsqueda de Dios ya ha sido encuentro, y es Él, como, mil veces lo hemos comprobado, quien da el paso hacia nosotros; siglos de espera, de súplica, de esperanza no quedan defraudados. Gozosos y admirados, constatamos que Dios, Padre amoroso, nunca olvida su alianza.

Isaías contempla a la Ciudad y al Templo derruidos, mira al Pueblo, y a sí mismo, a todos los elegidos y en ellos a todos los hombres de la tierra, que llevan y llevamos un “corazón endurecido”; eran y somos “como trapo asqueroso, como flores marchitas”, pecadores impuros y lejanos de la justicia y la verdad, paja inerte que arrebata el viento; “nadie invoca el nombre del Señor ni se refugia en Él”; todo es tiniebla y desolación; pero se eleva el grito de la fe que encuentra pronta respuesta: “rasgas los cielos y bajas, eres, Señor, nuestro Padre, vuelve a moldearnos con tus manos de incansable alfarero”.

Reconocer de dónde viene la verdadera sabiduría, es don de Dios. Abrir los ojos es dejar que la luz nos ilumine para “mirar su favor y ser salvos”. Por eso cantamos en el Salmo su manifestación y su poder, su visita y protección, la elección que ha hecho de nosotros y cómo nos guarda y nos renueva; sólo por Él conservamos la vida, y con la gracia y la paz que nos ha concedido por medio de Jesucristo, “crecemos en el conocimiento de la Palabra y en la fidelidad del testimonio”, hasta el día de su advenimiento para que “nos encuentre irreprochables”.

Pablo nos ha recordado que no carecemos de ningún don; el Señor Jesús utiliza una parábola en la que se presenta a Sí mismo como el hombre que reparte dones y tareas, advierte a todos que “velen y estén preparados porque no saben cuándo llegará el momento”, y luego sale de viaje. Cristo vino “habitó entre nosotros”, algunos no lo recibieron y siguen sin recibirlo, otros afirmamos que lo hemos recibido y que por ello, “nos hace capaces de ser hijos de Dios”

En su primera venida abrió caminos, ensanchó corazones, hizo resplandecer la Verdad que brotaba de Él con fuerza suficiente para ofrecer la purificación a todo hombre; si hemos profundizado en la realidad de ser hijos de Dios, trataremos de ser coherentes a esa filiación, a la fidelidad en el testimonio y a la actitud de vigías y porteros alerta, que estamos “esperando la segunda venida del Señor”, esa actitud impedirá que nos encuentre durmiendo, nos ayudará a “poner nuestro corazón no en las cosas pasajeras, sino en los bienes eternos”, y a hacerle caso al Señor que por tres veces nos advierte: “Velen”.

Adviento es tiempo de preparación y esperanza, es tiempo para hacer, con especial finura, el examen de nuestra conciencia y de mejorar nuestra pureza interior para recibir a Dios en Jesucristo; tiempo para pensar, con detenimiento, ¿Quién viene, de dónde viene y a qué viene?

Que Jesús mismo, en la Eucaristía que celebramos, nos llene de estas actitudes, para que su llegada produzca frutos de amor y salvación.

 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Cristo Rey, 22 noviembre 2020.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17
Salmo Responsorial,
del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-26, 28
Evangelio:
Mateo 25: 31-46.


El Año litúrgico termina con la festividad de Cristo Rey. El próximo domingo inicia el Adviento, continuará la invitación para acompañar a Jesús en su “acampar entre nosotros”, a permanecer atentos a la escucha de su voz que nos guía como Pastor, Rey y Soberano; imágenes que utiliza el Profeta para que percibamos la cercanía de Dios, quien, lo sabemos, “aun antes de saber que lo sabíamos”, siempre toma la iniciativa en la búsqueda y el encuentro, en el cuidado y robustecimiento, en la participación de su vida; se pone  a nuestro alcance; ofrece la paz, el bienestar, la felicidad, la seguridad, la novedad siempre nueva, el camino hacia verdes praderas y las fuentes tranquilas. No podemos ignorar ni dejar de prever el momento final del rendir cuentas: el juicio.
 


Los antiguos consideraban a los soberanos “pastores de los pueblos”, cuánto más es aplicable el título a Jesucristo, “el Cordero inmolado, digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor., a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”. Es la realización perfecta del Pastor, jamás buscó su propio bien, nunca obró por egoísmo, se enfrentó a todos los poderes buscando siempre el bien de los hombres y mujeres marginados, pobres, inútiles y despreciados, “nos rescató, no a precio de oro ni plata, sino por su sangre derramada”“dichosos los que han lavado sus vestiduras con la sangre del Cordero, estarán ante el trono de Dios, sirviéndole día y noche".


Es Jesús, la Piedra sobre la que todo está fundado, el que libera de toda esclavitud, “primicia de los resucitados”, único Puente para volver a la vida, Mediador entre el Padre y la humanidad, ejemplar del hombre nuevo, vencedor del mal y de la muerte, consumador de toda perfección para que “Dios sea todo en todas las cosas”.


Preguntémonos si es Cristo, quien reina en nuestro corazón, si de verdad sentimos en el interior la inhabitación del Espíritu Santo, si en nuestro caminar tenemos a Dios y a Cristo como un mero factor significativo que aparece en algunos momentos de la vida: bautizos, primeras comuniones, bodas, sepelios, un rato en la alegría o la tristeza, en la angustia y la impotencia; lo traemos brevemente a la memoria, nos conmovemos y después olvidamos. O bien es un factor determinante que orienta nuestras decisiones para buscar, encontrar y vivir según su voluntad, el que mantiene nuestra mirada hacia el Reino; o todavía mejor aún si ya ha llegado a ser en nosotros factor único, de modo que no elijamos sino lo que sea para su Mayor Gloria, entonces sí que habremos escuchado y seguido la Voz del Pastor, Rey y Guía.


El Evangelio de hoy lo leímos el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Ellos ya fueron examinados, confiamos en la misericordia de Dios que hayan sido aprobados, pues supieron, de antemano, como ahora nosotros, las preguntas de la evaluación final: ¿Amaste a cuantos encontraste en tu vida?, ¿serviste de enlace entre ellos y Yo?, ¿aceptaste a todos sin distinción y especialmente a los más necesitados?, entonces: “Ven bendito de mi Padre, toma posesión del Reino preparado para ti desde la creación del mundo”. ¡Señor contamos con tu gracia para que nuestras respuestas ya sean correctas desde ahora!

sábado, 14 de noviembre de 2020

33° Ord. 15 de noviembre de 2020


Primera Lectura:
del libro de los Proverbios 31: 10-13, 19-20, 30-31
Salmo Responsorial, del salmo
127:
Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 5: 1-6
Evangelio: Mateo 25: 14-30.

La Antífona de Entrada evita, desde el inicio, que surja en nuestra mente una falsa concepción de Dios, sobre todo al escuchar y meditar el Evangelio. De Dios no pueden brotar sino “designios de paz, no de aflicción; me invocarán y los escucharé, los libraré de toda esclavitud donde quiera que se encuentren.” ¡Cuántas veces hemos considerado que de la Fuente de Bondad no puede manar sino Bondad!

Nuestra respuesta no puede ser otra que la aceptación de sus mandatos, ellos son las mojoneras del camino para que no nos desviemos, para que encontremos la felicidad, la que perdura, la que, solamente, se consigue en el servicio fiel a su voluntad y a la entrega a los hermanos.

El sendero es fácil si estamos llenos de Dios; cuando encontramos piedras, espinas y abrojos, si prestamos atención, percibiremos que nosotros mismos los hemos colocado, de nuestras manos ha salido la mala semilla; todavía es tiempo de escardar, de limpiar, de emparejar. ¿Capacidad para ello? Ya el Señor nos la dio de sobra, lo que no sabemos es si nos alcanzarán las horas para entregar los frutos, por eso cualquier demora, puede ser decisiva.

El canto de alabanza a la mujer hacendosa, que entona el Libro de los Proverbios, es un preludio a la parábola que utiliza Jesús; “dichosa la que, con manos hábiles, teje lana y lino, que maneja la rueca, que abre las manos al pobre y desvalido”; talentos recibidos para alegrar la vida de los otros.

El Salmo, como variaciones sobre el mismo tema: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”. La bendición de arriba será su compañía y la verá, fecunda, con su mujer al lado. Basta que abramos los ojos para encontrar a Dios en todas partes, y con Él encontrar el gozo anhelado.

San Pablo ha dedicado largas horas al trato con Jesús; de Él ha aprendido lo que ya meditamos: lo incierto de lo cierto y del amor confiado porque es conocido; deshace las angustias de aquellos que quisieran saber la precisión del tiempo de la llegada del Señor de los cielos. ¿Para qué preocuparse del tiempo cuando éste ya no exista? ¡Es ahora el momento de alejar las tinieblas, de espabilar el sueño, de vivir sobriamente y llenarnos de luz!

No es Dios el que se ha ido; Él no sale de viaje. Entrega los talentos y está a la expectativa. Mira cómo nos miramos con manos enriquecidas con sus dones y, más, con su confianza. Oímos, quedamente, lo que su amor pronuncia: “No son ustedes los que me han elegido, soy Yo quien los elegí para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. (Jn. 15: 16).

Lo recibido es para que el Reino crezca. El don ya fue gratuito, mas para que haya cosecha se necesitan creatividad y esfuerzo. Temor y ociosidad jamás tendrán cabida, y si acaso aparecen, de antemano estarán condenados.

Una doble mirada, a lo que he hecho y hago, pero con los ojos puestos en Aquel que vive de la entrega; siguiendo sus pisadas evitaré “el ser echado fuera”.

¡Confiaste en mí, Señor, ¡y de ti espero corresponder sin falta!

sábado, 7 de noviembre de 2020


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 6:12-16
Salmo Responsorial,
del salmo 62:
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Evangelio:
Mateo 25: 1-13.

¿Cuándo no han llegado hasta el Señor nuestras plegarias? La respuesta es sencilla: cuando hemos cerrado labios y corazón. Sin duda nos acordamos de Dios cuando la necesidad nos aprieta, cuando la tentación ronda incansable, cuando el dolor nos muerde…, es bueno, pero no suficiente, demuestra que hay fe en nuestro corazón, que sabemos a quién acudir en el momento en que el camino se vuelve pesado, cuando no encontramos respuestas en ninguna creatura y menos en nosotros mismos; más parecería un trato convenenciero que una relación amorosa que en serio dejara “en sus manos paternales todas nuestras preocupaciones”.


La oración es plática confiada con el Amigo, con quien conoce nuestras necesidades y aguarda, deseoso, que las expongamos confiadamente. No es un monólogo inútil; es la aplicación de la verdadera Sabiduría: el saborear el amor de Dios, el buscarlo con todas nuestras fuerzas, salir a su encuentro y hallarlo siempre a la puerta de nuestras vidas. Esa Sabiduría Encarnada no sólo nos espera, sino que viene hasta nosotros: el fruto de ese encuentro conjunta nuestra voluntad con la suya y el resultado es lanzarnos a la trascendencia, a la plenitud y a la paz, en la total posesión de nuestro ser en el suyo. Esto es captar la “benevolencia del Señor”, Él quiere todo el bien para nosotros; todavía más, coopera, ilumina y guía nuestras decisiones para lograr y realizar el proyecto de nuestros proyectos: ¡Llegar a Él! “La sed será saciada”, “la añoranza, será realidad”, “la bendición colmada no terminará”, “el júbilo será nuestra túnica, desde los labios nos cubrirá por completo”.
 

Ciertamente no ignoramos “la suerte de los que se duermen en el Señor”. “Jesús, primicia de los resucitados, nos arrebatará con Él para estar siempre a su lado.” ¿Necesitaríamos alguna consolación mayor? Las palabras están confirmadas por la vida de Aquel que vino para que tuviéramos Vida.

En el Evangelio Jesús nos previene, no es ninguna amenaza, nos hace pisar, con firmeza, nuestra realidad de creaturas: “Estén preparados porque no saben ni el día ni la hora”. Aceptamos la certeza de la muerte. Realidad que conmueve, que agita el interior, que, quizá sin pensar, quisiéramos borrar del futuro, pero, a pesar de todos los esfuerzos, sabemos que está en camino, que nos cruzaremos con ella, pero no nos vencerá…, pues confiamos en tener “aceite para la lámpara” y que ésta estará encendida cuando llegue el Esposo, solo así “entraremos al banquete de bodas”. La seguridad nace de nuestra adhesión a Cristo, quien, como nos dice San Pablo: “como último enemigo, aniquilará –ya aniquiló con su muerte- a la muerte.” (1ª Cor. 15: 26)

La oración, la fidelidad, la cercanía son la previsión para mantenernos encendidos: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.”

“El que consulta a Dios, recibirá su enseñanza; el que madruga por él, obtendrá respuesta.” San Pedro, con la experiencia viva, nos afianza: “Esta voz, llegada del cielo…, hacen bien en prestarle atención como a lámpara que brilla en la obscuridad, hasta que despunte el día y el lucero nazca en sus corazones”.

Ojalá deseáramos lo que mi hermano Mauricio, casi en vísperas de su partida, pedía: “Quiero estar consciente al preinstante de verte para poner en Ti el consentimiento y repetirte el ¡sí! definitivo”.