sábado, 26 de diciembre de 2015

La Sagrada Familia, 27 diciembre 2015



Primera Lectura: del primer libro de Samuel 1: 20-22, 24-28
Salmo Responsorial, del salmo 83: Dichoso el que teme al Señor
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: 1-2, 21-24
Aclamación: Que en sus corazones reine la paz de Cristo; que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza.
Evangelio: Lucas 2: 41-52.

Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos en Nazaret por Jesús, María y José.

No se trata de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia.

Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de por vida al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan en el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la filiación divina, fruto “del amor que nos ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de nosotros!

Jesús no es “un muchacho rebelde”, sencillamente enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad que ellos comprenderán mucho más tarde.

Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”.

No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven, a todo adulto, seguir creciendo “hasta que seamos semejantes a él”.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Natividad del Señor, Misa de media noche, 25 diciembre 2015.-



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Aclamación: Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor.
Evangelio: Lucas 2: 1-14.

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

La humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas?

El misterio del hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz  del misterio de Dios.

“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

¡La realidad supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle  la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.

Hoy todo es canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma.

Intentemos, como invita  San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y extáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo  rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza? (2ª. Cor. 8: 9-10).

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

viernes, 18 de diciembre de 2015

4º Adviento, 20 Diciembre 2015

Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 5-10
Aclamación: Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho.
Evangelio: Lucas 1: 39-45

María es el mejor ejemplo para prepararnos a la venida del Señor; Ella resume lo que tanto hace falta en el mundo de hoy: el sentido, el proceso y la realización de las relaciones interpersonales, principalmente con el Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo y entre nosotros.

María enseñó a Jesús a orar, a buscar y aceptar, como Ella, la voluntad del Padre, a abrirse al misterio de la acción del Espíritu, a descubrir a Dios en el servicio a los demás, a ser puente que expandiera la presencia vivificadora del Espíritu.

Con precisión le aplicamos las palabras de Isaías que hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga  germinar al Salvador”. ¡María, desde tu perturbado silencio ante el anuncio del ángel, desde lo incomprensible para la razón humana, desde la conciencia de tu pequeñez engrandecida, enséñanos a dar el paso que tanto trabajo nos cuesta: “¡Hágase en mí según tu palabra!” ¿De quién sino de ti, pudo aprender Jesús lo que transformó en Vida durante su vida?: “Aquí estoy, Dios mío, vengo para hacer tu voluntad”. Relación filial con el Padre, como lo fue la tuya, desde el principio hasta el fin; en medio de obscuridades, incomprensiones, enjuiciamientos y sinsabores; desde el gozo de dar a luz al que es la Luz y no quedar enceguecida, de sostenerlo, apagado, en tu regazo, hasta volverlo a ver, sin duda, la primera, como una nueva luz, Resucitado, y verte, poco tiempo después, glorificada.   En Jesús, en unidad perfecta con el Padre, -misterio que nos rompe-, la decisión de venir y ser como nosotros, de seguir nuestros pasos, paso a paso, y, sin detenerse ante la muerte, revelarnos con su muerte la Vida verdadera: ¡Esto es cumplir, sin desviaciones, la Voluntad del Padre!

En Él y en ti, María, descubrimos que el Espíritu actúa de manera incansable, que está presente y que se irradia y contagia, porque así es su manera, desde los corazones que se abrieron una vez a su impulso y jamás se cerraron.

¡Cómo aprendió Jesús, aun antes de nacer, que el amor es servicio y encuentro consumado! Te acompañó en el viaje y engrandeció a Juan, desde tu seno; revistió a Isabel con el Espíritu y a través de esos labios, te proclamó dichosa. ¡Adviento venturoso que adelanta los frutos!

Te pedimos, María, sin ser irreverentes, que aprendamos de ti, que lo viviste intensamente, aquello que el zorro enseñaba al Principito: “Tú eres por los lazos que has creado”. ¡Que hondos lazos irrompibles ante el deseo del Padre; profunda convivencia con el Verbo Encarnado, que naciendo de ti, te hace Madre de todos; contemplación que por nada se interrumpe con el Dador de Vida. Lazos peregrinos que se van alargando con la historia, desde aquella, tu primera visita a Isabel, en busca de los otros; lazos que se prodigan, incesantes, en tus apariciones, en tus voces que insisten en el amor que abraza, en la oración confiada, en el gozo de sabernos, de verdad, hijos tuyos. ¡Enlázanos, Señora, de tal forma que no queramos seguir otros caminos, y como tú, nos aprestemos a recibir a Cristo y a compartir, como Él, con los hermanos, todo lo recibido!

viernes, 11 de diciembre de 2015

3º Adviento, 13 Diciembre 2015.-.



Primera Lectura: del libro del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, de Isaías 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 4-7
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Lucas 3: 10-18.

“¡Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca!”  Alegría plena, espera esperanzada que superó lo esperado, porque, “El Señor está no solamente cerca”, sino ya en medio de la humanidad, dentro de nosotros, hecho nuestra carne.

Alegría, que cambia el morado y se viste de rosa. No cesan la reflexión ni el recorrer los caminos del arrepentimiento; es fiesta adelantada porque el corazón y el ánimo proclaman el reencuentro, la confianza y el sentido del gozo que se prolonga más allá de una fecha, que supera nuestros estrechos límites espaciotemporales, lanza fuera el temor y el desfallecimiento, reconoce mucho más que el perdón y mira la realidad iluminada por una luz que no podríamos imaginar desde nuestro ser pequeño: ¡soy, somos cada uno, para Dios: “gozo y complacencia”! ¿Aceptamos, aun rodeados de imperfecciones y de olvido, “ser causa de la alegría de Dios”? ¡El asombro de tal Luz nos deslumbra y enaltece! Amados desde siempre, elegidos, creados, redimidos y adoptados, ¿ensombreceremos esa alegría divina?

En el fragmento que escuchamos de la Carta a los Filipenses, encontramos el eco de la antífona de entrada y vuelve a insistir en que estemos alegres porque el Señor todo lo llena. Es una alegría que llega como flor mañanera y con sólo mirarla, se iluminan los ojos, el corazón y el deseo de ser benevolentes, de reflejar el Amor recibido y ser agradecidos por la Paz que viene a nuestro encuentro de manera gratuita y “sobrepasa toda inteligencia”.

Con esta actitud consciente, a ejemplo de María, aceptamos el don con decisión irrevocable de no perderlo nunca y de esmerarnos en darlo a conocer por nuestras obras.

Participemos de la “expectación” del pueblo hebreo y presentemos “en toda ocasión nuestras peticiones a Dios, en la oración y la súplica”, para que en todos los hombres renazca la esperanza de un mundo más humano, más hermano “que ponga su corazón y pensamientos en Cristo Jesús”. Empresa nada fácil, pero recordemos que “para Dios nada es imposible”.

Si entusiasma la voz de Juan Bautista, ¿qué no hará la Palabra? La voz responde con claridad a la pregunta “¿qué debemos hacer?”: exhorta a compartir lo que se tiene, a vivir en justicia, a no abusar de nadie. La Palabra lo resumirá todo en la Ley Evangélica: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. (Jn. 13: 34)  No basta el agua, precisamos del fuego del Espíritu para cumplir su mandato, y el mismo Jesús nos lo ha traído y junto con el Padre, nos lo ha enviado, ¡ésta es la Buena Nueva!

Cuando llegue el momento de la siega, si hemos permanecido fieles al Espíritu, nos encontraremos con Cristo en el Granero, alejados de la paja que consume el fuego.