viernes, 31 de julio de 2015

18º Ordinario, 2 agosto 2015

Primera Lectura: del libro del Éxodo 16: 2-4, 12-15
Salmo Responsorial, del salmo 77; El Señor les dio pan del cielo.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 4: 17, 20-24
Aclamación: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio: Juan  6: 24-35.

Para que se convierta en realidad lo que hemos pedido en la oración: “renovados como obra de Dios, renueve y conserve en nosotros sus dones”, ahí está el camino de la Gracia. Entramos, una vez más en ese misterio de la acción de Dios en nosotros, en la experiencia insubstituible de que dos causas: Dios y nuestra decisión, nuestra respuesta, confluyen a un mismo efecto: ser y comportarnos como hijos de Dios a ejemplo del Hijo Primogénito, Cristo Jesús; “revestidos de justicia y santidad de verdad”. Sabemos de nuestra impotencia y nos acogemos al amor del Padre que no violenta, sino que invita a confiar, a creer.

Desde esta plataforma de la fe, al leer el Éxodo, escuchamos, meditamos y aceptamos que el Señor, es El Señor nuestro Dios; Él a pesar del rechazo y de las murmuraciones, “es compasivo y misericordioso”, y aun cumple los caprichos de su pueblo: “les da pan por alimento”. 

Esta actuación nos ayuda a enlazar el proceso creciente y pedagógico de la Revelación que culmina en el capítulo 6º de San Juan, que muchos autores han nombrado como “El Sermón del Pan de Vida”.
La gente busca a Jesús, hay algo en Él que los atrae, no solamente porque ha saciado su hambre, aunque el mismo Jesús se lo eche en cara. Vislumbran en Él algo más, pero no saben aún lo que buscan; el mismo Señor tratará de orientarlos aunque de momento no comprendan. Siento que es un momento propicio para detenernos y preguntarnos: ¿qué buscamos en Jesús, a Quién y para qué lo buscamos, qué esperamos de Él, qué espera de nosotros?    

Jesús nos involucra en la conversación. Aclara desde el principio: el pan material es importante. Él nos ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día» para todos. Pero necesitamos mucho más. Jesús nos ofrece un alimento que puede saciar para siempre nuestra hambre de vida. La gente, y ojalá nosotros con ella, pregunta: « y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? »; ¿prácticas, ritos, oraciones, mandamientos?

La respuesta de Jesús toca el corazón del cristianismo: «la obra que Dios quiere es ésta: que crean en el que Él ha enviado». Dios sólo quiere que creamos en Jesucristo, el gran regalo que ha dado al mundo. Ésta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás es secundario. Necesitamos descubrir de nuevo que toda la fuerza y la originalidad de la Iglesia están en creer en Jesucristo y seguirlo. No podemos quedarnos en la actitud de adeptos de una religión de "creencias" y de "prácticas". La fe no es cumplimiento de códigos superiores a los del antiguo testamento. No. La identidad cristiana está en vivir un estilo de vida que nace de la relación viva con Jesús. Cristiano es el que quiere pensar, sentir, amar, trabajar, sufrir y vivir como Jesús. ¡Cuánto necesitamos al Espíritu!

Para subsistir en medio de una sociedad ausente de Dios, nos urge, más que nunca, el conocimiento, del que brotará el amor, de y a Cristo el Señor: Pan que no perece y Agua que salta hasta la vida eterna.

viernes, 24 de julio de 2015

17º. Ordinario, 26 julio 2015.

Primera Lectura: del segundo libro de los Reyes 4: 42-44
Salmo Respoorial, del salmo 144
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 4: 1-6
Evangelio: Juan 6: 1-15.

Admirar, adorar y amar al Único Dios, consolida la fraternidad e impulsa a ir más allá de la mirada, a compartir lo poco o mucho que tengamos, a ser sabios en el uso de los bienes de la tierra, de manera que no sean tropiezo para alcanzar los bienes que perduran.Los profetas vivieron siempre “a la sombra de Dios”, a la altura del llamamiento que habíanrecibido; la claridad de percepción, que venía desde dentro, les hacía ver de otra manera la inmediatez de la realidad, esa, la que la pequeña y limitada lógica consideraría ya impuesta einsuperable; sentían constante la presencia del Señor, presencia actuante que abre horizontes insospechados, acalla dudas y quiebra impotencias.

Eliseo recibe el regalo de un hombre sin nombre, pero que cree en Dios y lo manifiesta en la acción, “traía, para el siervo de Dios, como primicias, veinte panes de cebada y grano tierno en espiga”. El profeta abre el corazón y las manos a los demás: “Dáselos a la gente para que coman”. La lógica sin fe, reclama: “¿para cien hombres?”. La confianza responde en la certeza: “Esto dice el Señor: comerán todos y sobrará”; y así fue. Una vez más comprobamos que “el Señor es fiel a sus promesas, abre sus manos generosas y sacia de favores a todo viviente”. ¡Cuánto necesitamos crecer en la apertura, en la fe y en la confianza, que en sí mismas llevan el signo de multiplicación!

Del Evangelio de Marcos que escuchamos el domingo pasado, en el que Jesús “se conmovió al verlos como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles muchas cosas”, la liturgia pasa al de Juan como continuación más detallada de lo que seguiría en Marcos: la multiplicación de los panes. Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano. Felipe revive la impotencia del criado de Eliseo: son pobres, no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero. Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sea «cinco panes de cebada y un par de peces».

La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿Quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿Hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿Se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real entre todos?

Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran pecado aunque casi nunca loconfesemos. Al compartir el pan de la eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús

sábado, 18 de julio de 2015

16º. Ord. 19 Julio 2015

Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 23: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 2: 13-18
Aclamación: Mis ovejas escu­chan mi voz, dice el Señor; Yo las conozco y ellas me siguen.
Evangelio: Marcos 6: 30-34

La experiencia de siglos y la menos larga pero muy personal, nos hace dirigirnos al Señor para expresarle: “Señor, Tú eres mi auxilio”, que deberíamos completar lo más honestamente posible: “el único apoyo de mi vida”. Cuántas veces nos hemos decepcionado y, a nuestra vez, decepcionado a los que confiaban en nosotros; pero al sentir que pisamos tierra firme, la desconfianza desaparece, al captar la razón que nos sostiene, al constatar que la fidelidad del Señor dura por siempre “porque Él es bueno”. De Él y sólo de Él obtendremos ese triple lazo que nos une directamente con Dios: la fe, la esperanza y el amor, para intentar parecernos a Él en la fidelidad.

La dura crítica de Jeremías envuelve a cuantos detentan poder, sea civil, sea religioso, porque no se han preocupado por el pueblo, porque, siguiendo su egoísmo, se han enriquecido y han olvidado a los más necesitados. Al recordar que “la Palabra de Dios no está encadenada”, ¿cómo resuena en nuestro mundo actual?, ¿a qué nos impulsa, dentro y fuera del ser Pueblo de Dios? Es verdad que nos sostiene la esperanza prometida: “YO mismo reuniré al resto de mis ovejas…, ya no temerán ni se espantarán y ninguna se perderá”. El futuro que anunciaba Jeremías es pasado que se mantiene como presente para nosotros en Jesucristo, el Rey al que llamarán: “El Señor es nuestra justicia”.

Rey y Pastor que cuida, alimenta y enseña, a los que escogió “para que estuvieran con Él”, y, como parte fundamental de esa enseñanza les ejemplifica lo que es desvivirse por todos y renunciar al descanso y aun a la comida, para atender a la multitud “que andaba como ovejas sin pastor”; ya les dará pan, pero antes se dedica a enseñarles muchas cosas”. La verdadera compasión –sentir con el otro- se deja ver, de inmediato, en la acción. Lo aprendieron los apóstoles, ¿lo aprenderemos nosotros y todos aquellos que, de una o de otra forma, deberían tener más cuidado y cercanía con los pobres, segregados y repudiados porque son un estorbo y una carga? A Jesús nunca le estorba la gente. ¿A qué compromiso nos incita? “A romper la barrera que nos separa: el odio”, a realizar en nosotros, con la fuerza del Espíritu, lo que encierra su nombre de Rey y Pastor: “El Señor es nuestra justicia”. Un día tendremos que revisar ante Jesús, nuestro único Señor, cómo miramos y tratamos a esas muchedumbres que se nos están marchando poco a poco de la Iglesia, tal vez porque no escuchan entre nosotros su Evangelio y porque ya no les dicen nada nuestras comunidades.

miércoles, 8 de julio de 2015

15º. Ordinario 12 julio 2105.



Primera Lectura: del libro del profeta Amós 7: 12-15
Salmo responsorial, del salmo  84: Ten piedad de nosotros, ten piedad.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol pablo a los efesios 1: 3-14
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; El me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva.
Evangelio: Marcos 6: 7-13

“Yo quiero acercarme a ti, Señor, y saciarme de gozo en tu presencia”; detengámonos un instante, si fueran más, mejor, para descubrir si esa súplica llega desde lo más hondo de nuestro ser; de ser verdad, nada nos hará extraviar el camino porque el mismo Jesús nos muestra, nos llena de su gracia para que no llevemos, como adorno, el nombre de cristianos.

Para colaborar en su proyecto del reino de Dios y prolongar su misión es necesario cuidar un estilo de vida, aceptar que habrá incomprensiones, atropellos, persecuciones, invitaciones, no muy amigables para que nos apartemos de aquellos que, consciente o inconscientemente, no quieren vivir la realidad de Dios y menos aún la manifestación de la Buena Nueva en y por Jesucristo. Si queremos atenernos a nuestras condiciones, podremos hacer muchas cosas, pero no introduciremos en el mundo su espíritu. No fue solamente a Amós a quien Dios dirige esas palabras, siguen resonando en cada cristiano que quiera serlo en serio: “Ve y profetiza”. Nos queda claro que no es elección nuestra, es el Señor quien “nos saca de junto al rebaño”, es la experiencia que muchas veces hemos meditado: “Yo los elegí para que vayan y den fruto y su fruto perdure”.

En el momento en que aceptemos con plenitud este llamamiento, reconoceremos lo que ya nos recordaba San Pablo el domingo pasado: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte porque reluce en mí la fuerza de Dios”. El fragmento de la carta a los Efesios confirma esa elección, convertida ya en bendición, en filiación, en solicitud de respuesta a tanto bien recibido. Y sigue el raudal que viene desde el cielo: “marcados con el Espíritu Santo prometido, garantía de nuestra herencia”; esa herencia es Dios, ya que no puede dar menos que a Sí mismo.

¿En el relato de Marcos, ¿quiénes son los discípulos para actuar en nombre de Jesús?, ¿cuál es su autoridad? Jesús al enviarlos, «les da autoridad sobre los espíritus inmundos ». No les da poder sobre las personas que irán encontrando en su camino. Tampoco él ha utilizado su poder para gobernar sino para curar.
Como siempre, Jesús está pensando en un mundo más sano, liberado de las fuerzas malignas que esclavizan y deshumanizan al ser humano. Sus discípulos introducirán entre las gentes su fuerza sanadora. Se abrirán paso en la sociedad, no utilizando el poder sobres las personas, sino humanizando la vida, aliviando el sufrimiento de las gentes, haciendo crecer la libertad y la fraternidad. Llevarán sólo «bastón» y «sandalias», como caminantes, no atados a nada ni a nadie, con esa agilidad que tenía Jesús para hacerse presente allí donde alguien lo necesitaba. El báculo de Jesús no es para mandar, sino para caminar. «Ni pan, ni alforja, ni dinero”, tampoco llevarán «túnica de repuesto” Llevan consigo algo más importante: el Espíritu de Jesús, su Palabra. Su vida será signo de la cercanía de Dios a todos, sobre todo, a los más necesitados. ¿Nos atreveremos algún día a hacer en el seno de la Iglesia un examen colectivo para dejarnos iluminar por Jesús y ver cómo nos hemos ido alejando de su espíritu?

jueves, 2 de julio de 2015

14º ordinario, 5 julio 2015.



Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 2: 2-5
Salmo Responsorial, del salmo 122: Ten piedad de nosotros, ten piedad.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 7-10
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; El me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva
Evangelio: Marcos 6: 1-6.

“Recordar los dones del amor del Señor”, tenerlos presentes, es vivir en atmósfera de fe. Él ya nos liberó y nos ha ofrecido “su alegría” que culminará en la “felicidad eterna”. La liturgia de hoy nos invita a preguntarnos qué tanto creemos en Jesús, qué tan atentos estamos a su Palabra, o nos comportamos “como raza rebelde”. Si encontramos trazos de lo último, pidamos con ahínco, repitiendo el Salmo, como el peregrino ruso: “Ten piedad de nosotros, ten piedad”.

Pablo nos deja ver su interior, la fragilidad, la tentación, la experiencia de creatura lábil, una naturaleza como la nuestra. ¿Seguimos su ejemplo de oración?, sin duda necesitaremos más de tres veces para escuchar, allá dentro, la voz que conforta: “Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”, así llegaremos convencidos a proclamar, sin soberbia, porque nos sentimos avalados por el Espíritu: “Cuando soy débil, soy más fuerte, porque se manifiesta en mí el poder de Cristo”.

El relato de Marcos no deja de ser sorprendente, Jesús es rechazado por aquellos que creían conocerlo mejor. Llega a su ciudad, a Nazaret, nadie le sale al encuentro. Su presencia sólo despierta asombro; ignoran de dónde le ha venido tal sabiduría. Se preguntan de dónde le viene la capacidad de hacer milagros, pero nadie se acerca a pedir la salud, la paz, la conversión. Se han quedado en un conocimiento externo de Jesús: es un trabajador nacido en una familia de la aldea, lo demás les resulta “desconcertante”. Se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona, no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: « No desprecian a un profeta mas que en su tierra, entre sus parientes y  en su casa ».

Entremos en el corazón de Jesús y sintamos la tristeza que lo invade, está “extrañado de la incredulidad de aquella gente”. ¿Encontrará en nosotros consuelo, acogida, fe, cariño y compromiso, disponibilidad para que realice verdaderos milagros de conversión, de crecimiento de fraternidad, de comprensión y solidaridad? Volvamos con Pablo a pedir mil veces y más que nos dé la gracia de recibir su Gracia.
   
¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos creemos « suyos »? En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía?

Ésta es la preocupación de Pablo de Tarso: « No apaguen el Espíritu, no desprecien el don de Profecía. Revísenlo todo y quédense sólo con lo bueno » (ª Tess. 5: 19-21). ¿No necesitamos mucho de esto los cristianos de nuestros días?