Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 33: 14-16
Salmo Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus
caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 3:12, 4: 2
Aclamación: Muéstranos,
Señor, Tu misericordia y danos Tu salvación.
Evangelio: Lucas 21: 25-28, 34-36.
El Señor vino, se
fue, se quedó y volverá; es el Dios presente a nuestro alcance en Jesucristo;
constatarlo es fácil si nos zambullimos en el sentido cristiano del tiempo y de
la historia. Iniciamos, con el Adviento, el Ciclo C del tiempo litúrgico en el
que nos guiará el Evangelio de San Lucas. Hoy, con gran atingencia, nos enseña
a mirar ese tiempo y esa historia; ya ha sucedido el asedio y la destrucción de
Jerusalén, la comunidad cristiana siente que la esperanza se esfuma, el
pesimismo crece, el futuro, si siempre ha sido incierto, parecería más; ¿qué
queda por venir?
Regresemos a la
antífona de entrada y dejémonos inundar por esa luz: “A Ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en Ti confío, no quede yo
defraudado”. Confianza que inicia en nuestro interior, que va aprendiendo a
discernir, que no se amedrenta por cataclismos futuros, sino que analiza hacia
dónde está orientada nuestra vida. Por ello se eleva nuestra petición: “Despierta en nosotros el deseo de
prepararnos a la venida de Cristo”, ignoramos el cuándo y el cómo; pero
sabemos que lo encontraremos al fin del camino de la vida.
Junto con la
petición, el compromiso, la acción que se abre hacia los demás a través de “las obras de misericordia” éstas
surgirán como respuesta acorde con “nuestro
despertar”. Cada día, “el día” está más cerca, como expresa mi hermano
Mauricio en alguno de sus poemas: “Cada paso me acerca al momento del abrazo”,
no es imaginación de un futurible, sino la realidad que vamos construyendo con
fundamento en la Palabra
que leímos en Jeremías: “Se acercan los
días en que cumpliré mi promesa”. ¿Anhelamos abrazarnos a Él como “vástagos santos que nos hará crecer en
justicia y en derecho” para abrir caminos hasta que reine la paz?
Aceptemos la
advertencia de Pablo a los Tesalonicenses y revistámonos de la mirada del
cristianismo siempre nuevo, “conserven
sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el
día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”.
La actitud
convencida de esperanza, recordando que el que nada espera, nada obtiene, nos
hará profundizar en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”.
A continuación,
el mismo Jesús nos indica el complemento para que la preparación sea efectiva: “velen, pues, y hagan oración continuamente,
para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder, - escapar de la falsa
seguridad que pudiera envolvernos si nos encerramos en nosotros mismos – y comparezcan seguros ante el Hijo del
hombre”.
Pidamos a Cristo,
quien en la Eucaristía, condensa el perenne significado del Amor, nos ayude a
mantener la visión completa de la Misión que realizó en total obediencia al
Padre: desde su Encarnación, Nacimiento, anuncio de la Buena Nueva en su Vida
Pública, su Pasión, Muerte y Resurrección, y nos “haga rebosar de amor mutuo y hacia todos los demás”, que
pudiéramos completar como él: “como el
que yo les tengo a ustedes”, y festejar, con esperanza creciente, el culmen
del Adviento en Navidad y a planear, con una visión renovada, la gracia de un
Año Nuevo en el que toda decisión esté presidida por su presencia.