jueves, 22 de marzo de 2018

Domingo de Ramos, 25 marzo 2018.-



Evangelio De la Procesión: Jn. 12: 12-16

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías Is. 50: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Segunda Lectura; de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 2: 6-11
Aclamación: Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre.
Pasión según San Marcos 15: 1-39

Hay júbilo en el recibimiento de Jesús, palmas, aleluyas porque ha llegado el Salvador de Israel. No dudamos de la autenticidad del júbilo de los judíos: creían cumplida su esperanza, lo imaginaban: un Mesías Rey, Guerrero poderoso, Restaurador del esplendor perdido, por fin se acabaría y caería por tierra el poderío de los romanos. ¡Pero qué frágil es la memoria y con qué facilidad deja en el olvido lo que no le conviene!: “Israel, tus caminos no son mis caminos, ni tus pensamientos son mis pensamientos; como distan el cielo de la tierra, así tus pensamientos de los míos.”  O no habían leído atentamente o no habían querido comprender los “Cánticos del Siervo Sufriente”. El Señor Jesús acepta la alegría del Pueblo, que empezará a dudar al ver a su Rey montado en un burrito.  La desilusión crecerá en pocos días. Espero que nuestra consciente preparación a la Pascua, término y principio de la Salvación que perdura, nos centre y nos ayude a aceptar en su totalidad a Cristo Jesús. Más que las palmas, agitemos los corazones purificados y agradecidos y acompañemos, con cariño a Aquel que no dosificó su entrega.

Lo pedido en la Oración nos ubica en esa totalidad: que a ejemplo de Cristo, humildad, Pasión y Muerte, nos lleven a participar de la Resurrección. ¡No hay otro camino, es difícil, pero no, si de verdad estamos con Él!

Ya escuchábamos ese Cántico del Siervo Sufriente que no deja de ser aterrador; la forma en que trataron -tratamos– al Señor. ¿Por qué no opuso resistencia? Porque había orado siempre: “Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad.” Porque vivía profundamente la realidad de la cercanía del Padre: “El Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, no quedaré avergonzado.”

El Salmo 21 no es desesperación, Jesús quiso sentir el peso y las consecuencias del pecado: lo que significa el alejamiento de Dios. El amor, la confianza en el triunfo, diferente a nuestra mentalidad, lo escuchamos en el final: “A mis hermanos contaré tu gloria y en la asamblea alabaré tu nombre. Que alaben al Señor los que lo aman. Que el pueblo de Israel siempre lo adore.”  El precio de esta conquista es totalmente inefable, anonadante.

Pablo nos hace palpar la verdadera Humanidad de Cristo. “Tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los hombres; por eso recibió un Nombre sobre todo nombre.”  Una vez más, el triunfo es de otra dimensión, el botín es “la gloria de Dios”. ¿Intentamos abrirnos a esta nueva concepción? Es don, es gracia. ¡Pidámoslo!

Escuchamos el relato de la Pasión. Dejemos que nos conmueva, Cristo, verdadero hombre, sufrió, ¡y de qué manera!, para presentarnos limpios ante el Padre. Es bueno recordar que la realidad es ¡ESTA! Vayamos pensando lo qué nos dice el Apóstol: “Me amó y se entregó por mí…  Clavó en la Cruz el documento que nos condenaba…”  Pidamos que nuestra sensibilidad lo acompañe de cerca y que de Él saquemos fuerzas para enfrentar cuanto de molesto, nos salga al encuentro en la vida. Pidámosle que nos permita sentir lo que estaba sintiendo: dolor, soledad, abandono, fracaso humano… y juntamente el gozo de cumplir su misión, la que anunció en la Última Cena: “Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres, para el perdón de los pecados.”   Desde Él somos, como nos recuerda San Pablo, “criaturas nuevas”, no volvamos a lo antiguo.

sábado, 17 de marzo de 2018

5° Cuaresma 18 de marzo 2018.-.



Primera Lectura: Jeremías 31: 31-34
Salmo Responsorial, del salmo 50: Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 5: 7-9
Aclamación: El que quiera servirme, que me siga, para que donde Yo esté, también esté mi servidor.
Evangelio: Juan 12: 20-33.

¿Quién es Dios? ¿Cómo es Dios? ¿Cómo podríamos conocer de verdad a Dios? Las culturas y pueblos de todos los tiempos han buscado las respuestas a estas preguntas. Las religiones son un esfuerzo gigantesco en el intento de conocer a Dios, sin que ninguna de ellas haya llegado a una respuesta evidente. El misterio profundo nos lo viene a revelar Jesucristo y el único camino para llegar a Dios es el de la FE.

Descartada la evidencia inmediata, caemos en la cuenta que la respuesta no se encuentra en los libros ni en la palabra de los sabios, porque el conocimiento de Dios no cabe en los medios limitados, cargados además de condicionamientos y prejuicios. Por ello, el profeta Jeremías nos indica otro camino, cuando dice: No tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: ‘Reconoce al Señor”. Porque todos me reconocerán, desde el pequeño al grande”.  Es la promesa de que Dios mismo se da a conocer, y lo seguirá haciendo.

Reflexionando en el camino de los santos, en el camino del mismo Jesucristo, constatamos que al verdadero conocimiento de Dios, más que por el esfuerzo de la razón, se llega por la experiencia vital de todo nuestro ser, como ocurre con el amor o la felicidad. Nadie, en efecto, experimenta el amor cuando él quiere sino cuando éste se hace presente. Del mismo modo, nadie tiene la experiencia de Dios hasta que él se manifiesta, se deja encontrar de alguna manera o se hace casi tangible. Por el profeta Jeremías Dios mismo nos dice: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”.

Para conocer a Jesús, Hijo de Dios, tomemos la enseñanza del evangelio, buscar lo que se desea: Algunos griegos...acercándose a Felipe, le rogaban: “¿Señor, quisiéramos ver a Jesús?”  Felipe y Andrés fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Todos lo conocerán, -lo conoceremos-, verdaderamente, hasta que creamos, como  experiencia personal, en su resurrección.

Creer que Jesús ha resucitado y vive para siempre entre nosotros es el punto de partida. Los mismos apóstoles vivieron en continua desorientación sobre quién era Jesús y cuál el contenido exacto de su misión, hasta que tuvieron la experiencia viva y personal del resucitado.

Si alguno de nosotros no creyera firmemente en la resurrección de Cristo y en su vida nueva, nada sabría sobre Jesús. Necesitamos la asidua lectura meditada de los evangelios, de otra forma, nos quedaríamos en interesantes anécdotas, ni siquiera todas históricas, pero, al aceptarlas por la fe y, otra vez, por la experiencia en el trato con Él, llegaremos a confesar de corazón el triunfo final del resucitado.

Dios se revela a los hombres por medio de hechos históricos, mejor todavía que por palabras. Así, la muerte y resurrección de Jesús nos muestran que es acogida por Dios, para la salvación y la resurrección de la humanidad. Con Él morimos y con Él resucitamos: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará”.

No es necesario demostrar científicamente nuestra fe ni entender exhaustivamente su contenido: nos basta creer en Jesús, confiarnos a Él y seguirle con decisión y afecto; seguros de que Él mismo irá transformando nuestra vida en el pensamiento, el amor y las obras. Esta transformación obrada por Dios en nosotros, sirviéndose de la misión de Jesús, es la gestación de la vida nueva que tendremos en Dios, después de pasar por la muerte y de ser transformados por la resurrección.

sábado, 10 de marzo de 2018

4° domingo de cuaresma, 10 de marzo.



Primera Lectura: del segundo libro de las Crónicas 36: 14-16, 19-23
Salmo Responsorial, del salmo 136: Tu recuerdo, Señor, es mi alegría.
Segunda Lectura; de la carta del apóstol Pablo a los efesios 2: 4-10
Aclamación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.
Evangelio Juan 3: 14-21.

  A mitad de tiempo de oración y penitencia, la liturgia inserta el Domingo de la Alegría: “Alégrate, Jerusalén, y todos ustedes los que la aman, reúnanse…, quedarán saciados con la abundancia de sus consuelos”. Alegría fundamental, profunda, alentadora: la razón: “Dios nos ama” y nos ama no porque lo merezcamos, no porque lo amemos como deberíamos, sino porque “Dios es Amor”. Nos creó para mirarse en nosotros, para que lo miráramos en los otros, para que lo miráramos en nuestro corazón.

 Una vez más, su Palabra, por los profetas, por los acontecimientos, por su propio Hijo, nos echa en cara la deshechura que hemos perpetrado en el mundo que nos dio, en la ruptura de esas relaciones fraternas y por haber dejado en el olvido la verdadera piedad, esa virtud que nos une íntimamente a Él.

 Un padre y menos aún Nuestro Padre, no puede desear nada malo para sus hijos, pero sí le interesa que recapacitemos y que volvamos a Él por uno u otro camino: el del desgarramiento por las desgracias o el del reconocimiento de su Amor, de su Paciencia, de su Bondad, de su llamado constante “porque tiene compasión de su pueblo y quiere preservar su santuario”. Lo inesperado, ocurre: “El Señor inspiró a Ciro, rey de los persas” y ¡ojalá nos diera escuchar de todos los jefes de los pueblos, palabras semejantes!: “Todo aquel que pertenezca al Pueblo del Señor, que parta a reedificar su Santuario”. No violencia, sino hermandad; no separatismo sino solidaridad. ¡Volver a construir el mundo, volver a construir nuestros corazones!

 Es verdad: “estábamos muertos por nuestros pecados, pero Él nos dio la vida por Cristo y en Cristo”. La alegría de hoy y de siempre, tiene un fundamento sólido: “la misericordia y la compasión de Dios; no nuestros méritos sino su gratuidad”. En nuestras vidas, sin duda, hemos meditado en el contenido de la Fe: es un don recibido que busca “un encuentro personal con el Dador del don”. ¿Qué mejor momento para activarla? Si acaso la sentimos desfallecida, rogar humildemente: “¡Creo, Señor, dame Tú la fe que me falta!”

El don se hace palpable, Cristo nos lo revela, abre la intimidad del Padre y nos enseña en Sí mismo, ese amor inabarcable: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.  Dios no se contenta con darnos mil muestras de amor y de ternura, Él toca los extremos, nos da lo más preciado: ¡A Su Hijo! La alegría y la confianza están de nuestro lado, porque Cristo  “no ha venido a condenar sino a salvar”.

 Miremos hacia arriba y encontraremos no al signo que curaba sino al Hijo de Dios, al Justo traspasado que espera que a su Luz actuemos todos, y en Él nos convirtamos en serie interminable de escalones por los que el mundo y los hombres, volvamos a nuestro principio;  allá, en donde la Alegría será completa.