Primera
Lectura: del libro
del Éxodo 3,1-8a.13-15
Salmo
Responsorial, del
salmo 102: El Señor es compasivo y
misericordioso.
Segunda Lectura: de la primera carta del
apóstol Pablo a los corintios 10:
1-6, 10-12
Evangelio: Lucas 13: 1-9.
Dijimos al Señor el domingo pasado “Busco
tu rostro”, una vez encontrado, no pueden apartarse de él nuestros ojos;
hemos hallado amparo en el peligro, ya no estamos solos ni afligidos.
¿Experiencia de transfiguración ya
iniciada? No hay que repetirlo mucho, lo sabemos porque está al alcance de
la vida: es importante comenzar, más lo es perseverar. Con
qué atingencia nos advierte Pablo en la segunda lectura: “El que crea
que está firme, tenga cuidado de no caer”.
Volvamos al Éxodo: Moisés se
adjudicó la empresa de liberar a los israelitas de Egipto, se sentía con
privilegios, ajeno a cualquier peligro pues había sido educado en la corte del
Faraón. Conocemos el resultado: llevado por un impulso, explicable pero no
aceptable, mata al egipcio que maltrataba a un hebreo, sabe que se supo y huye
a Madián. Sus ansias de liberador se han apagado, ahora pastorea los rebaños de
su suegro. Cuando aparece desvanecido el sueño, el Señor nos ofrece la
realidad, y llama: voces, signos y tarea. La misión viene de Dios, su propio
nombre la precede: “Yo-Soy”, “es quien te envía”. Ahora sí
está Moisés listo para dar fruto, la tierra de su interior ha sido removida,
generosamente abonada con la visión de Dios, lleva un fuego que no se apaga;
comenzó la transfiguración que llevará consigo trabajos y sinsabores,
incomprensiones de propios y extraños, pero con “el brazo extendido de Dios”,
cumplirá su tarea. Comprendió el significado de ser instrumento vivo en manos
de Dios, venció el miedo y llevó la esperanza de libertad, contra todos los
signos adversos. Sintió fuertemente la presencia de Dios y la seguridad de su Palabra:
No vas solo: “Yo-Soy”, está contigo.
¿Necesitamos todavía convencernos de
que el “Señor es compasivo y misericordioso”? Es el mismo Señor quien
acompaña nuestro hoy de cada día, saquemos experiencia de todo lo pasado y
constatemos que la balanza se inclina siempre de su lado.
El Evangelio llueve posibilidades,
corrige desviaciones que pudieron haber surgido en nosotros sobre la realidad
de Dios. Nos hace comprender que “las cosas suceden”, pero en él afina Jesús y
pone en ruta segura lo que nuestra lógica hubiera deducido equivocadamente: “¿Piensan
que lo sucedido a los galileos o a los 18 que perecieron en Siloé, fue por ser
más pecadores que el resto que habitaba en Jerusalén? Ciertamente que no; y si
ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.”
Resuena lo que escuchamos el
miércoles de ceniza: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”. Nos
encontramos entre la Misericordia y la Paciencia divinas y la determinación de
nuestra libertad. No es suficiente el exuberante follaje de nuestra higuera, el
Dueño espera frutos, pero “el viñador”, el Gran Intercesor, no es otro que el
mismo Jesús, interviene ante la sentencia: “¡Córtala!, ¿para qué ocupa la
tierra inútilmente?”, se ofrece a remover la tierra, a abonarla, a cuidarla
y a esperar que reaccione, él sabe la fuerza que la invade.
Ya estamos plantados en medio de la
viña, ¡imposible negarlo!, tenemos entre manos el regalo de la vida y de la
Gracia; no sabemos cuándo vendrá el Dueño a buscar los frutos, y eso es
bueno, pues evita tanto la vana presunción, como el tratar de alargar el tiempo
inalargable.
¡Danos, Señor la conversión sincera
y continuada, que tu Amor hecho acción, conforte y reconforte nuestra debilidad
y queme nuestras culpas!