domingo, 28 de abril de 2019

2° Domingo de Pascua, 28 de abril de 2019


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 5: 12-16
Salmo Responsorial, del salmo 117: La misericordia del Señor es eterna. ¡Aleluya!
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apóstol Juan 1: 9-11, 12-13, 17-19
Aclamación: Tomás, tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor.
Evangelio: Juan 20: 19-31

Desear, con la sencillez de los niños, el alimento que nutre al ser entero, el que propicia el crecimiento hasta la madurez de la salvación; ¿a Quién sino a Jesús mismo?, ¿a Quién sino al Señor de la misericordia.

Terminamos la Cuaresma, celebramos la institución de la Eucaristía, acompañamos a Jesús en el camino al Calvario, quizá, un poco tímidos miramos la Cruz, la muerte, el sepulcro, algo alejados, todavía envueltos por el miedo, la duda, la impotencia, el coraje…, pero no hicimos nada, y ahora nos preguntamos si es posible hacer algo aunque distantes en el tiempo, pero no en la intimidad, ni en el deseo de una fe ferviente, que quiere ser y mostrarse comprometida, como tenue reflejo de la primitiva comunidad cristiana; ellos se reunían en el Pórtico de Salomón, a nosotros nos reúne Jesús alrededor de la Eucaristía, de la Palabra recién pronunciada que resuena siempre nueva, liberadora, que nos impulsa a animar a cuantos nos encontremos en la vida a escucharla, a aceptarla, no tanto por los milagros que pudiéramos realizar sino por el milagro de una vida llena de paz, de congruencia, de servicio.

El Salmo nos recuerda que “la misericordia de Dios es eterna”, nos protege, nos acompaña, es la seguridad sobre la que edificamos nuestro presente y nuestro futuro; de ninguna manera queremos desecharla, es, en último término, Jesús, la Piedra angular quien nos asegura la filiación, el perdón, la victoria final, la que cuenta; junto a Aquel “que es el Primero y el Último. El que vive; el que estuvo muerto pero ahora vive por los siglos de los siglos; el que tiene las llaves del más allá”, lo ha abierto ya y nos invita a seguir sus pasos, los que Él dio en la batalla para conseguir la victoria.

Hay en la lectura del Apocalipsis y en el Evangelio una anotación que no podemos dejar pasar: Juan cae en éxtasis un domingo, día del Señor; Jesús se presenta ante sus discípulos el mismo día de la Resurrección, domingo, día del Señor y lo hace ocho días después, el domingo: día del Señor, para que tomemos conciencia de que le pertenecemos al Señor, de una manera libre, pero lúcida, comprometida y nos preguntemos qué tanto nos hacemos presentes ante Él, al menos cada semana, “en su día” o bien los cimientos de nuestra casa han quedado abandonados, están llenos de herrumbre, de moho, de olvido…, que vuelva a resonar el salmo y recordemos que su misericordia es eterna y volvamos a ella.
En el Evangelio encontramos a un prototipo de nuestro tiempo: “si no veo, no creo”, el ansia desmedida de las pruebas palpables, que dicho sea de paso, ante una prueba ya no creo, simplemente sé; la fe está en otro nivel, el de la confianza, el de la apertura, el de la humildad, el de un previo conocimiento que me asegura que los testigos son fieles, dignos de creerse, y más aún el Gran Testigo del Padre, Jesucristo.  Tomás se ha encerrado en su propio criterio, no ha roto la concha que le impide experimentar la salida de sí mismo y lanzarse a la aventura del encuentro con Jesús a través del testimonio de los compañeros; al menos ante Jesús sí da el paso, no ve sino la naturaleza humana de Jesús, pero su corazón descubre al totalmente Otro y lo confiesa: “Señor mío y Dios mío”.

Estamos en una situación semejante a la de Tomás, pidamos sencillez, aumento de esa fe que supera nuestra limitada lógica humana y que confesemos con los labios, el corazón y las obras que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.

domingo, 21 de abril de 2019

Domingo de Resurrección. 21 de Abril de 2019.-


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34, 37-43
Salmo Responsorial, del salmo 117: Este es el día del triunfo del Señor
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los corintios Col. 3: 1-4
Aclamación: Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua.
Evangelio: Juan 20: 1-9

La Resurrección de Cristo no es un hecho “histórico”; sin dejar de ser real es algo “metahistórico”, que va más allá de la realidad física; nadie hubiera podido fotografiar el momento. De hecho los Evangelios no narran la Resurrección, ¡nadie la vio!, pero con gran viveza y convicción viveza nos comparten su experiencia de que “Jesús está vivo”.

No fue una vuelta a la vida, no fue la reanimación de un cadáver, es la pasmosa realidad de un paso adelante, un paso hacia “otra forma de vida”, la de Dios.

Nuestra fe en la Resurrección no es un “mito”, como puede acontecer en otras religiones. Es la fe en Alguien, es la Fe en una Persona, en Jesús que se entregó a la muerte por nosotros y Resucitó.

La “Buena Nueva de la Resurrección”, fue algo conflictivo. La lectura de Hechos suscita cierta extrañeza, ¿Por qué la noticia de la Resurrección tuvo como respuesta la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran más frecuentes en aquellos tiempos. A nadie hubiera tenido que ofender la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios; pero la de Jesús fue tomada con gran agresividad por las autoridades judías.

Nos hace pensar ¿por qué nadie se irrita hoy ante la noticia de la Resurrección? Quizá el anuncio provoque indiferencia. ¿Será que no comunicamos la misma Resurrección?

Leyendo atentamente los Hechos, nos damos cuenta que el anuncio que hacían los Apóstoles ya era polémico: era la Resurrección “de ese Jesús que ustedes crucificaron”, no hablaban de un abstracto; ni se referían a un cualquiera que hubiera traspasado las puertas de la muerte.

El Crucificado es el Resucitado, Aquel a quien las autoridades habían rechazado y condenado. Cuando Jesús fue ajusticiado, se encontró solo; sus discípulos huyeron, el Padre guardó silencio como si también lo hubiera abandonado. Los discípulos se dispersaron como queriendo olvidar. Pero ocurrió algo nuevo, una experiencia que se impuso: sintieron que estaba vivo. Certeza extraña de que Dios sacaba la cara por Jesús, lo reivindicaba: la muerte no ha podido con Él. "¿Dónde está muerte, tu victoria?"

Dios lo ha resucitado confirmando la veracidad de su vida y su doctrina, de su Palabra y de su causa. Jesús tenía razón, Dios lo respalda.

Esto irritó a los judíos; Jesús ya se había encarado varias veces con ellos, ahora les molesta más el que esté vivo.  No pueden tolerar que siga presente su Causa, su proyecto, su utopía, su Buena Noticia, que tan peligrosa habían considerado. Intolerable que Dios estuviera de parte del condenado y excomulgado. Ciertamente los judíos, los sacerdotes creían en Dios, pero no en el que los discípulos habían recibido como revelación de Jesús y lo reconocían en esa experiencia de sentir a Jesús resucitado.

Los discípulos descubrieron que Jesús es el “rostro” de Dios, que era y ES el Hijo, el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida y ya no podían sino confesarlo, proseguir su Causa obedeciendo más al Señor que a los hombres.

Creer en la Resurrección no era simplemente la afirmación de un hecho “físico”, ni de una verdad teórica y abstracta, sino la validez suprema de la Causa del Reino que expresa el valor fundamental de toda vida.

Si nuestra Fe reproduce la Fe de Jesús: su vida, su opción ante la historia, su actitud ante los pobres y ante los poderosos, debería de ser tan conflictiva como la suya, como lo fue la predicación de los apóstoles hasta enfrentar la muerte misma.

Lo importante es creer como Jesús, no tener fe en Jesús sino tener la fe de Jesús. Necesitamos redescubrir y hacer patente al Jesús histórico y el profundo significado de la fe en la Resurrección.
Creyendo con esta fe de Jesús, las “cosas de arriba” y las de la tierra no son direcciones opuestas. “Las de arriba” son las de la tierra nueva que está injertada aquí abajo. Hacerla nacer en el doloroso parto de la historia, pero ya sabemos que no será fruto de nuestra planificación sino de la unión y don gratuito de Aquel de quien todo viene. Buscar “las cosas de arriba” no es esperar pasivamente a que llegue la escatología, que ya llegó en la Resurrección de Jesús, sino en hacer realidad en nuestro mundo el Reinado del Resucitado y de su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.

sábado, 13 de abril de 2019

Domingo de Ramos, 14 de abril de 2019

La Oración de la Bendición, nos advierte de la profundidad del gozo inicial: el por qué de las Palmas: La Alegría de acompañar a Jesucristo, nuestro Rey y Señor, nos permita reunirnos con Él en la Jerusalén celestial.

Supuestamente nos hemos preparado con la oración que es la que nos puede dar el verdadero conocimiento para acompañar a Jesús; con las obras de misericordia que han abierto nuestros corazones a los hermanos; con el dominio de nuestras pasiones; con alguna clase de ayuno, especialmente el que espera el mismo Dios: "que tengas compasión con el huérfano, la viuda y el forastero..."

El Pueblo sí había abierto los ojos ante las maravillas que realizaba Jesús, pero más aún a la convicción con que hablaba y actuaba. Sin duda soñaron con el Mesías libertador, guerrero poderoso, caudillo invencible..., y la emoción que se desborda les impide ver la verdadera grandiosidad del Rey paradójicamente "montado en un burrito."  Con sencillez, pero con inquebrantable honestidad, preguntémonos ¿qué clase de Mesías esperamos?  Si es al Jesús que hemos ido conociendo por los Evangelios no correremos el riesgo del desengaño labrado por vanas ilusiones. Confirmemos nuestro deseo de recibir y "recordar cuanto se había escrito de Él."

Pidamos al Padre Celestial que nos ayude a comprender y a aceptar la verdadera humanidad de Cristo. Él es "el primogénito de toda creatura y nuestra meta es tratar de conformarnos a su imagen."

MISA
El Profeta Isaías, el Salmo, el fragmento de la Carta a los Filipenses nos habrán desconcertado, si no hemos purificado la "falsa imagen de Mesías" que, quizá, aguardábamos.

Jesús es el Siervo Sufriente, es el Escucha preferido del Padre, es el Hijo Amado en quien tiene sus complacencias y ahora lo contemplamos "como desecho de los hombres, sin figura, sin rostro, abatido y humillado, crucificado y muerto...",  pero no perdamos la perspectiva: "El Señor me ayuda y por eso no quedaré confundido."  La glorificación, imposible dejar de percibirlo, viene por la obediencia al misterioso designio del Padre, a lo que es "locura para los paganos y escándalo para los judíos."

La meta gloriosa, sin dejar de ser incomprensible, es que precisamente por eso "Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla..."

Hemos escuchado el relato de la Pasión según el Evangelio de San Lucas. Hagamos un largo y respetuoso silencio en nuestro interior; volvamos a recorrerla mentalmente y digámonos con convicción: Por mí va el Señor a la Pasión, a la Muerte, al fracaso humano...  ¿Cuál es el grito que surge de mi consideración?  ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!  O, "¡¡Crucifícalo!" Porque me impide vivir según mi parecer, desaparécelo para que no "torture mi conciencia."

Dejémonos envolver por el asombro y por ese Amor que no tiene límites y ofrezcamos a Dios un espíritu "contrito y humillado, agradecido y comprometido."