sábado, 5 de octubre de 2024

27º Ordinario, 6 octubre 2024—


Primera Lectura:
del libro del Génesis 2: 18-24
Salmo Resonsorial, del salmo127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 2: 9-11
Evangelio: Marcos 10: 2-16.

Considerar en serio lo que nos dice el libro de Esther en la antífona de entrada: “todo depende de tu voluntad, Señor, y nadie puede resistirse a ella”, desata en cadena un caudal de consecuencias que se convierte en cascada, que nos anega gozosamente, al reconocer: “tú eres el Señor del universo”.

Señor que cuida, que jamás sojuzga, que indica, que despierta la conciencia de nuestra creaturidad y le indica el camino. Señor que respeta su propia creación y de ella, primordialmente, la libertad que ha dado a los seres humanos; pero que no permanece impasible ante los desvíos de nuestras elecciones. Una y otra vez sale en nuestra búsqueda, porque nos ama, porque somos corona de cuanto ha hecho y desea que esa corona brille en todo su esplendor, que refleje su origen y meta, que se asemeje más y más a la Comunidad Trinitaria en la íntima, profunda y constante comunicación, en la entrega sin límites, en la comprensión hasta el sacrificio, en el mutuo apoyo que supera toda posibilidad de división.

“No está bien que el hombre esté solo, hagámosle alguien como él que lo acompañe”. Delicadeza y finura en la intuición, eficacia en la acción, no algo secuencial en él, sino explicación para nosotros. Dios no pasa “del no saber” al “saber”, ya hemos captado que es “el Señor del universo”. Conocemos que la narración de Génesis no está dentro de los libros históricos sino sapienciales. ¿Qué mensaje nos da a conocer? La igualdad del hombre y la mujer, la misión conjunta, el poder reconocer al propio “yo” al mirar a un “tú”, al aceptarlo en plenitud, al hacer resonar todo el paraíso, el mundo entero, con el clamor del gozo de que haya alguien que pueda pronunciar el nombre que me identifica y me erige en persona, lo que ninguna de las creaturas había logrado. “ésta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. Y la cascada prosigue: “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”. Tú eres mi tú entre todos los “túes”. La voluntad de Dios está expresada, y su palabra dura para siempre. ¿Por qué el mundo la ha olvidado y ansía senderos caprichosos y egoístas y trata de convalidar su andar, no con razones, sino con una emotividad desbordada que escoge como guía un ciego instinto que dejará su corazón vacío e inquieto? ¡Cómo necesitamos, hombres y mujeres, volver a encender la luz de la palabra!

Amor, ¡qué fácil definirlo con los ojos y la fe puestos en el Señor: “Dios es amor” y encontrar su realización en Jesucristo!, la cascada prosigue: la entrega hasta la muerte, por los que ama, para que “redunde en bien de todos”. Lo que cuenta es “el tú”, en todos los niveles: en el matrimonio, en la amistad, en la familia, en la comunidad religiosa, en el trabajo, en la acción apostólica.

Si el verdadero amor es el faro, “la dureza del corazón” se ablandará y llegará al fondo de la promesa del mismo Jesús: “el que ama, permanece en Dios y Dios en él, y su amor llegará a la plenitud”.

Jesús vuelve a ponernos frente a la sencillez, la sonrisa transparente, la limpieza total de los niños; en ellos no hay dureza, ni desconfianza, ni doblez, ni prejuicios. ¿Queremos llegar al reino? Escuchemos y vivamos lo que nos comunica la palabra que da vida.      

domingo, 29 de septiembre de 2024

26°. Ord 28 septriembre de 2024.-


Primera Lectura:
del libro de los Números 11: 25-29
Salmo Responsorial, del salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 1-6
Evangelio: Mateo 9: 38-42,45, 47-48.

El domingo pasado nos decía claramente el Señor: “los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen”, y haciéndole caso le suplicamos que “no nos trate como merecen nuestros pecados”, que gracias a “su perdón y misericordia, no desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo”, ese cielo que no es más que la eternidad junto a Él, poder “mirarlo cara a cara”. ¿Cómo veremos “la cara de Dios”?, no lo sé, pero si Él lo promete como nos dice por San Pablo (1ª Cor 13: 12): “tenemos fe en que su palabra es verdad”. Ella nos fortalecerá y no permitirá que desfallezcamos en el camino, nos animará para continuar esforzándonos de modo que nada terreno nos impida proseguir, ni riquezas que deslumbran, ni lujos inútiles aun cuando agraden, ni oro ni plata ni vestidos, y menos aún desviarnos por la senda de la injusticia y la opresión; nos recordará constantemente que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1ª Cor 7: 31), entonces ¿qué creatura puede emular la grandeza del Señor?, él permanece para siempre, ¿nos expondremos, insensatamente, a perderlo y a perdernos?

La primera lectura y el evangelio dejan en claro que “la palabra de Dios no está encadenada” (2ª Tim 2: 9). Moisés se ha quejado, no puede él solo cargar con el pueblo y pide a dios ayuda, el Señor responde conforme a lo prometido: “en cualquier tribulación en que me llamen, los escucharé”. Hemos de preguntarnos, una vez más, qué tanto llamamos al Señor, qué tanto confiamos en la eficacia de su promesa y en la prontitud de su respuesta. “Tomó del espíritu de Moisés, -que es el Espíritu que el mismo Dios le había concedido- y lo dio a los setenta ancianos”. Dos de los elegidos no acudieron a la cita, sin embargo, el Espíritu se mueve, su sabiduría “siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama a quienes conviven con la sabiduría. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto”, (Sab 7: 27ss) y se posó también sobre los ausentes que “comenzaron a profetizar”. La visión de Moisés, envuelta en gratitud, apacigua el celo exclusivista de Josué, porque es la visión de Dios: “ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos el Espíritu del Señor.       

Jesús no puede proceder de manera diferente, tiene y es el mismo Espíritu de Dios trinitario que “no tiene acepción de personas” (Rom 2: 11), es universal, delicado, respetuoso y profundamente visionario, por eso responde a Juan, que “sigue pensando según los hombres y no según Dios”: “no se lo prohíban…, todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Quien intenta liberar a cualquier hombre del mal y le ayuda a reencontrar su propia dignidad, está trabajando por el reino, aunque no lo sepa. La conciencia de este gozo crece porque está renaciendo, por caminos insospechados, una humanidad nueva. La exclusividad de la verdad no es nuestra, es del absoluto y él la reparte para el bien común. A nosotros nos toca vivirla con intensidad, con coherencia, con armonía ejemplar, de modo que no haya en nuestras vidas ninguna ocasión de escándalo que pueda lesionar la fe de los sencillos. “córtate la mano, el pie, sácate el ojo”, no se refieren a una acción física, sino a la purificación de nuestras intenciones que conduzcan nuestras obras, porque nuestra eternidad y la de los que nos rodean, está en juego. La llegada al reino vale más que todos los bienes de la tierra.

viernes, 20 de septiembre de 2024

25°. Ord. 22 sept. 2024.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría :2:12: 17-20
Salmo Responsorial, del salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago: 3: 16-4: 3
Evangelio: Marcos 9: 30-37.
30-37

“Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamaren”. Al sentirnos inmersos en una realidad social tan alejada de la conciencia de pertenecer a Dios, ¿no es la hora precisa, urgente, para orar, pedir, confiar, llamar, insistir, y descubrir que de verdad nos escucha? Cuánto debemos sopesar las últimas palabras del apóstol Santiago: “si no alcanzan es porque no se lo piden a Dios. O si piden y no reciben, es porque pide          mal”.

¿Cuánto ha crecido nuestra confianza en la oración?, ¿cuánto ha crecido aquella semilla de la fe recibida, gratuitamente, en el bautismo? “La fe, creyendo, crece”, dice Santo Tomás de Aquino. Pero, ¿en qué “dios” creemos?, ¿nos comportamos como los idólatras ante figuras que “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen pies y no caminan, tienen boca y no hablan”?, (salmo 135), si nuestra concepción es tan plana, tan material, tan simplemente humana, entendemos que no pueda escucharnos ni tampoco podamos escucharlo, ni para qué esforzarnos en amar lo que es insensible, frío e impasible. En cambio, si la fe es auténtica, producirá frutos de paz, de solidez, de increíble resistencia ante las adversidades que acosan al “justo”, porque está llena de “la sabiduría de Dios”, del Dios verdadero que nos manifiesta, por mil caminos, que “mira por nosotros”.

Con Él y desde Él recibiremos “el temple y valor” necesarios para ser testigos de la verdad y la justicia al precio que sea. Empeño nada fácil, y me atrevo a decir, menos aún ahora, pues nos exponemos a ser tildados de “extraños, raros y antisociales”, contrarios a “los valores” que deshumanizan y dominan las mentalidades y actitudes que nos rodean: poder, sexo, dinero, placer; mentalidades que “usan” a las personas en vez de acogerlas con cariño, con entrega, con ansias de comunicarles vida y horizontes que les hagan sentir su dignidad.

No estamos muy lejos de aquella incomprensión que mostraron los discípulos, los cercanos, los que llevaban tiempo de convivir con Jesús, los que creían conocerlo pero lo encerraron en una idea preconcebida y totalmente nacida de perspectivas personales; seguían y seguimos “pensando según los hombres y no según Dios”.

Vivamos la escena, metámonos en ella, actuemos sinceramente: Jesús los lleva –y nos lleva- aparte, quiere que lo conozcamos, que al aceptarlo nos encaminemos al padre, que le permitamos entrar en el corazón, en la mente y lo proyectemos en las obras. ¡con qué atención y sin pestañear siquiera, escuchamos las confidencias de un amigo, su grito de apoyo y comprensión; ¡guardamos silencio respetuoso o preguntamos, con delicadeza, lo no comprendido! Jesús deja entrever su interior, anuncia, por segunda vez, lo que le espera; es algo muy superior a los enfrentamientos que ha tenido con los escribas y fariseos, a la ocasión en que quisieron despeñarlo, a las preguntas capciosas con que lo han acosado, habla del sufrimiento y de la pasión, de la muerte, y vuelve a anunciar la resurrección. Los discípulos –nosotros- dejamos pasar de largo lo importante: la angustia del otro, se enfrascan -nos enfrascamos- en trivialidades, no entienden ni entendemos y para evitar la consecuencia de la verdad, seguimos teniendo miedo de pedir explicaciones”. ¿Nos hemos dejado tocar por esa comunicación, casi en secreto?, ¿han y hemos intentado “tener los mismos sentimientos que cristo Jesús”, como nos pide San Pablo en filipenses 2: 5? ¿de qué discuten los discípulos?, no los juzguemos, comencemos por analizarnos a nosotros mismos y descubramos lo que Jesús ya nos había enseñado: “de lo que hay en el corazón, habla la boca”, (Lc. 6: 45). Que al menos la vergüenza de haberlo relegado nos deje mudos. “¿quién es el mayor?”, la respuesta llega acompañada del ejemplo: “si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. El niño, el transparente, sin dobles intenciones, el marginado, el olvidado, el que refleja mi presencia, el que es como yo que vivo pendiente de la voluntad del Padre. Entonces se nos abrirán los ojos y me encontrarán en él y al encontrarme, encontrarán al Padre.

 

viernes, 13 de septiembre de 2024

24°. Ord. 15 septiembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 50: 5-9
Salmo Responsorial, del salmo 114: Caminaré en la presencia del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 2: 14-18
Evangelio: Marcos 8: 27-33.

“Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”, y podemos preguntarnos si todas las aceptamos desde esa perspectiva. Hay palabras en el evangelio, en las escrituras, que no nos agrada escuchar y por sobre la reacción emotiva que ciertamente nos estremece, nos volvemos al señor para decirle: “concede la paz a los que esperamos en ti, cumple las palabras de los profetas”.

De la experiencia en su misericordia y en su amor, obtendremos las fuerzas para poder servirle, según nos lo va revelando Jesús en sus dichos y hechos, que, lo constatamos a cada paso, no van acordes a nuestros deseos e ilusiones. ¿no guardamos, allá, muy dentro, la imagen de un Mesías glorioso, triunfador, amoldable a los criterios del éxito, del aplauso y del esplendor? Decimos “conocerlo y amarlo”, pero al compararlo con su propia realidad, vemos que lo hemos reducido a nuestra medida y la talla le queda chica, ahí no cabe cristo.

El cántico del siervo sufriente que evoca la primera lectura, vuelve a estremecernos, se nos rompen los sueños fáciles y las imágenes nos dan miedo. Olvidamos, demasiado pronto, el renglón inicial: “el Señor me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás”. La descripción que sigue nos transporta a lo vivido por Cristo en su pasión. Ni el profeta, ni Pedro, ni los discípulos conocían el final, nosotros sí. Momentos difíciles que iluminan la verdadera fe si los meditamos con pausa, si seguimos el ritmo, si nos adentramos en el fruto increíble de “haber escuchado la palabra: el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido. Cercano está el que me hará justicia, ¿quién luchará contra mí?, ¿quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?” El precio es alto, pero la victoria es segura. Rumiando en el corazón, como María, algo llegaremos a entender para expresar, sinceros, en el salmo: “caminaré en la presencia del Señor”.

En este caminar van de la mano la fe y las obras, el ser hombre y cristiano sin división alguna, todo entero, en cualquier parte, a todas horas, abierto a todo hermano, alejados los ojos de la posible recompensa y fijo el corazón en paso firme que da la convicción.

La fidelidad pondrá, con gran sorpresa, en nuestros labios, el grito de San Pablo: “no permita dios que me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

Ya no vacilaremos ante la pregunta que nos hace Jesús, desde aquel tiempo: “¿quién dice la gente que soy yo?” No buscaremos subterfugios, ni pretextos, ni escudos que impidan adentrarnos en nuestro propio yo, aduciendo opiniones extrañas que no nos comprometan. El Señor nos ha dado lo que sus allegados no tenían: conocer el final del camino, el triunfo inobjetable de su resurrección, las ocultas veredas que los desconcertaban y, que a pesar del tiempo, aún nos desconciertan pero que son el sello de aquel “que escuchó las palabras y no se resistió”.

La confesión de Pedro, sincera y explosiva, no se mantuvo acorde con las obras; temió las consecuencias e intentó disuadir a Jesús. La pasión y la muerte hacían añicos los aires de grandeza: ¡ese no es el Mesías al que yo me adhería! Jesús, al reprenderlo nos reprende, ¿cuánto existe en nosotros de oposición al reino?

La claridad final, tajante, nos ubica: “salvar aquí es perder allá”, la trascendencia es la que dura, la que perdura para siempre; allá nos dirigimos.

domingo, 8 de septiembre de 2024

23º Ordinario, 8 septiembre 2024.-


Primera Lectura
: Isaías 35: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda Lectura: Santiago 2: 1-5
Evangelio: Marcos 7: 31-37

El Señor es, igualmente justo y bondadoso, algo que nos parecería lógicamente imposible. Justo porque a cada quien le reconoce sus esfuerzos; compasivo porque, sean las que fueren, limpia nuestras culpas. Observamos su ser y el nuestro y comprendemos que es el único que puede ayudarnos a cumplir su voluntad.

En la oración, no importa que repitamos la reflexión, le pedimos a Dios que “nos mire con amor de padre”. ¿No puede mirar de otra forma? ¡Cuánto hemos deformado la realidad de Dios con imágenes e ideas peregrinas! Nos dice San Agustín: “si tienes una imagen de Dios, bórrala, ese no es Dios”. La pregunta incesante se hace presente: ¿cómo eres, Señor?, no te puedo alcanzar… la respuesta nos llega encarnada: en Jesús se nos hace presente, tangible, visible, cercano, es Jesús quien nos enseña a ser audaces, a volar más allá de la imaginación pequeña y transitoria: “cuando oren, digan: Padre nuestro”.   Y el Espíritu, por labios de San Juan, nos lo confirma: “miren qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y además lo somos”. Invitación a crecer en la fe, a confiar y actuar de manera coherente: oro, pido, me arropo en el Padre, desde Él, como nos recordaba Santiago: “provienen todos los bienes”.  

Ya Isaías anunciaba la salvación total: “ánimo, no teman; los ojos de los ciegos se iluminarán, los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como venados y la lengua del mudo cantará”. Jesús, el mediador convierte en realidad la profecía; al recorrer los campos de palestina, va dejando una estela de paz, de sonrisa y cariño que vuelve al hombre a su ser primigenio: otros necesitaron que les abriera los ojos, que les consolidara las piernas, que reavivara su cuerpo; hoy su palabra “abre” los sentidos que todos necesitamos que nos cure. ”La fe llega por la palabra”. ¿cómo escuchar con los oídos tapados? El sordo vive aislado, no sabe del mundo ni del hermano, Las señas no le bastan, la soledad lo abraza y lo margina. El mudo o “tartamudo”, tapia la comunicación y aumenta el desamparo. ¡señor, la sordera y la mudez me acechan, impiden escuchar la invitación y pronunciar el compromiso, devuélveme al mundo y a tu mundo!

Sin saberlo, escuché tu palabra el día de mi bautismo: “effetá”. “Que a su tiempo sepas escuchar su palabra y profesar la fe, para gloria de Dios Padre”. Ya tocaste mis oídos y mi lengua para que sea capaz de “anunciar las maravillas que el señor me ha hecho”, ahora, toca mis ojos y mi corazón. ¡la vida será vida que viene desde ti y me lleva a encontrar al hermano! Que reconozcamos, juntos: “todo lo haces bien”, y lo sigues haciendo. ¡Gracias, Jesús, por ser como eres!

viernes, 30 de agosto de 2024

22°. Ord. 1°. Septiembre 2024.-


Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 4: 1-2, 6-8
Salmo Responsorial, del salmo 24:
¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 1: 17-18,21-22,17
Evangelio: Marcos 1-8, 14-15, 21-23.

Orar es, dice el catecismo de Ripalda: “elevar el alma a Dios y pedirle mercedes”. “Todo el que pide recibe y al que llama se le abre…”. La Palabra de Dios es Verdad, creamos que está pendiente de nosotros, de nuestra búsqueda, y, que su amor nos responde de inmediato, pero necesitamos detenernos a analizar qué es lo que pedimos, con un horizonte que vaya mucho más allá de nuestro pequeño mundo de necesidades personales. “El Padre sabe lo que nos hace falta, antes de que se lo pidamos”.  a Él le agrada que confiemos en su bondad, en su largueza, en su generosidad; que confiemos, de verdad en que es nuestro Padre. Su Gracia, que es Él mismo, que es la Trinidad actuante, nos hará perseverar en la decisión de vivir tomados de su  mano.

Los tres domingos anteriores, espero nos hayamos interiorizado en la invitación del salmo y habremos hecho la prueba y visto qué bueno es el Señor, lo habremos comprobado, no de oídas, sino vivencialmente, “que su Bondad llena la tierra”,   que nos abraza a cada uno, como somos, personales y concretos, únicos, pequeños, limitados, pero hijos e hijas. Esta experiencia viene desde la escucha de su Palabra que se muestra patente por sus obras y espera de nosotros la respuesta libre y coherente al gozo de tenerla. Continuamos la historia, la verdadera, cuando Dios entra en ella y aceptamos caminar a su lado: “Escucha, Israel, los mandatos y preceptos que te enseño para que los pongas en práctica y vivas en paz”. Mandamientos que son Sabiduría de Dios, no queramos enmendarle la plaña.   

Sabemos los Mandamientos de memoria, ahora nos preguntamos si son faros que guían nuestras vidas, si son el camino para mostrarnos gratos a sus ojos.

Nos ha dado otro regalo, que su Palabra surta efecto y se convierta en acción. Mirándonos desde Dios y mirándolo a Él, sirvamos al hermano, para llegar, así, a concretar su deseo: “ser primicia de las creaturas”. Otro faro reluce y nos recuerda que “todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces”, camino seguro sin desviaciones.

La tradición no es mala, el grave error es no discernir si aún nos lleva a Dios, si no nos ha encerrado en culto inútil. Jesús no se opone a esas tradiciones, las orienta y las supera. Es el corazón lo que necesitamos lavar, y al decir corazón, nos dice: el ser entero, tu propio “yo”, el que toma decisiones, el que proyecta lo que tienes dentro.

Nuestra preocupación primera es revisar el pasado, y hacer palpable, ahora, la aceptación audaz de Jesucristo, sin ocultarnos con el velo de tradiciones humanas, por muy venerables que pudieran parecer. ¡Señor ayúdanos a mirarte sin miedo de nosotros, sin reticencias que quieren adaptarte a lo fácil ¡Danos un corazón nuevo del que broten frutos de justicia y santidad! ¡Danos apertura a tu Espíritu que limpia por entero nuestro ser de creaturas!

jueves, 22 de agosto de 2024

21°. Ord. 25 agosto 2024


Primera Lectura:
del libro de Josué 24: 1-2,15-17, 18. 
Salmo Responsorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 5: 21-32
Evangelio: Juan 6:55, 60-69.

Regresa, con insistencia de aquel que se percibe, conoce y palpa pequeño e indigente, la súplica confiada: “Salva a tu siervo que confía en Ti”.

Urgidos de la paz, anhelando aquello que nos haga pregustar la felicidad verdadera, en medio de los miedos, de la inseguridad que nos rodea, encontramos la indicación exacta: “amar lo que nos mandas, Señor”; amar que es “servir” nacido del conocer que lleva a la decisión personal, liberadora, de no tener los ojos y el corazón sino puestos en Ti.

¿Puede haber felicidad entre los hombres, entre nosotros, que parecería que no la buscamos o que nos extraviamos por caminos diferentes? Al reflexionar, una vez más, sobre el egoísmo, sobre el exceso de individualismo que pinta por entero a la sociedad y a cada uno de nosotros, pedimos al Señor, porque sabemos que “puede darnos un mismo sentir y un mismo querer”. El amor propio es reacio, por eso continúa nuestra súplica: Tú puedes cambiarnos y lograr que desde nuestro interior “amemos lo que nos mandas y anhelemos lo que nos prometes”. Tus mandatos parecerían pesados, pero cuando ha crecido el amor, se clarifica el contenido de la elección: la decisión para lograr el Bien Mayor.

Josué en la primera lectura, proclama su elección, la que ha aprendido de la irrupción de Dios en la historia del hombre. ¿“Quién es el Señor? ¿Quién los sacó de Egipto?”. Tradición hecha vida que comparte y que invita: “Si no les agrada servir al Señor, sigan aquí y ahora a quién quieren servir…, en cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor”. El ejemplo, testimonio de un ser que sabe en Quién ha puesto su confianza, fortalece el compromiso, rompe las ataduras que pudieran desviarlo y contagia al pueblo para que dé la respuesta acorde a la Bondad que los ha guiado; así surge espontánea, sincera, al menos de momento, aunque después la fragilidad la rompa: “Lejos de nosotros abandonar al Señor”. La memoria regresa al presente los pasos del pasado. ¡Que nuestro decir no se pierda en los tiempos; que ilumine con luz nueva el ahora constante en que vivimos!
 

Tres veces, en domingos sucesivos, el Salmo nos impele a “hacer la prueba y ver qué bueno es el Señor”, el Espíritu no obra por casualidad; ¿qué nos quiere decir con su insistencia?

En la lectura de la Carta de San Pablo brilla el profundo significado del matrimonio, tan lejano en el mundo actual y tan necesario para que encuentre el fundamento real que puede sostenerlo; Cristo y la Iglesia en unidad indisoluble, por sobre las limitaciones, infidelidades y desvíos, Él se entregó a sí mismo para presentar a la Iglesia “sin mancha ni arruga ni nada semejante sino santa e inmaculada”. Esposo y esposa en mutua entrega que busca, sin medida, el bien y el gozo del amado. ¿No está presente otra vez la fuerza del Espíritu?

Jesús no ceja, su palabra suena definitiva: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Los oyentes “se escandalizan: duras son estas palabras, ¿quién podrá soportarlas?”, acto seguido, lo abandonan; elección que evade el compromiso de aceptar la entrada “del Espíritu y la Vida”. La pregunta de Jesús a sus discípulos nos abarca: “¿También ustedes quieren dejarme?” Antes de responder, analicemos con de Pedro la actitud que, una vez más conlleva el compromiso: “Señor, ¿a Quién iremos?, Tú tienes Palabras de vida eterna”. ¡Señor haznos coherentes con la fe en Ti, danos ese mismo “sentir y querer”!

viernes, 16 de agosto de 2024

20°. Ord. 18 agosto 2024



Primera Lectura:
del libro de los Proverbios 9: 1-6; 
Salmo Responsorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 5: 15-20
Evangelio: Juan : 51-58.

San Juan utiliza un lenguaje fuerte, insiste en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos en nosotros su propia vida. En definitiva, es necesario comer a Jesús: «El que me come a mí, vivirá por mí».

La afirmación tiene un tono que a los judíos sonó todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto no es simbólico, es realista. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».

Invitación y lenguaje que ya no producen impacto entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a repetir lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.


Por desgracia, todo puede quedar en doctrina pensada y aceptada; pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a Él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.

Comer a Cristo es mucho más que acercarnos, rutinariamente, a realizar el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se vive sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero tiene que proyectarse también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.

Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar, desde lo más profundo, encontrarnos con Él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y haga crecer lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar. Esto es “distinguir los signos de los tiempos” y “entender cuál es la voluntad de Dios”; entonces brotarán, espontáneamente los himnos de gratitud y de alabanza al Padre en el nombre del mismo Señor Jesucristo.

Alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes básicas; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de Él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio. Que María, cuya Asunción celebramos recientemente, interceda para que aprendamos a “subir”.

 

 

domingo, 11 de agosto de 2024

19° Ord. 11 agosto 2024.


Primera Lectura:
del libro de los Reyes 19: 4-8
Salmo Resposorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás que bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 30 a 5: 2
Evangelio: Juan 6: 41-51.
 
Tu Alianza, Señor, es para siempre, el olvido, la distracción no dicen contigo. Nos conoces, Señor, convierte nuestros corazones para elevarnos hasta Ti. Necesitamos del Pan que da fuerzas, que cambia el interior, que nos permite crecer como hijos tuyos, así, al reconocer en nosotros a Jesús, nos aceptarás
en la vida “otra”.
 
No sabemos cuánto dure el camino que sigue hasta llegar a Ti. Si medimos desde nuestra pequeñez, aun, antes de iniciarlo, sentiremos temor y evitaremos el esfuerzo. Crisis de fe como sufrió el Profeta a pesar de saberse eco de tu Palabra, y, por la nula respuesta de su pueblo, por su propia flaqueza, te pide: “Basta ya, Señor. Quítame la vida, no valgo más que mis padres”.

Dormir es escaparse, avestruz que se refugia en el agujero; mas el Señor no cede, lo despierta dos veces, le aviva la conciencia y le da lo necesario para el largo camino: “Levántate, come y bebe”. Cuando el Señor alimenta, surgen fuerzas insospechadas.

Si a Elías, lleno de Ti, así lo sacudiste para que desapareciera el marasmo ¡cuánto tendrás que despertarnos para quedar convencidos de que Tú eres el Único camino! ¡Ayúdanos a intentar lo que dijimos en el salmo: “haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”
 
Contigo dentro, “no contristaremos al Espíritu con el que nos has marcado para el día de la liberación final”. Nuestro trato se iluminará con comprensión, servicio, perdón y amor lo más semejante al tuyo. Nos
sabemos débiles e incapaces de iniciar este ascenso y menos aún de perseverar en él sin Ti, Padre, sin Jesús, sin el Espíritu que proviene de Ti.
 
Imaginar es sumamente fácil; en el abstracto nada cuesta. La imaginación engañosa impide bajar a la realidad, porque ésta sí duele, pide trabajo, dominio, poder de escucha, fe, confianza, ¿dónde llenarnos de entusiasmo, ¿cómo ser fuertes y constantes? Jesús Tú nos lo enseñas, ya estás Tú mismo, todo entero, como Pan en la mesa, “el Pan vivo que ha bajado del cielo”, ¿te creeremos?
 
Aquellos que tocaban tu manto, de inmediato sanaban, ¿qué explicación te damos si después de comerte, nos sentimos enfermos de duda y de pereza? Ayúdanos a darte la respuesta que esperas para sentir en nosotros que contigo somos otros, certeza que se erige en tu propia Palabra: “Yo les aseguro que el que cree en Mí, tiene vida eterna”.
 
Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad, seguiremos atrapados en el pasado, viviendo nuestra religión desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para otros tiempos que no son los nuestros. Entonces, no podrá contar con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los hombres y mujeres de hoy.

viernes, 12 de julio de 2024

15° Ordinario. 14 de julio de 2024


Primera Lectura:
del profeta Amós 7: 12-15
Salmo Responsorial, del salmo 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia.

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los efesios 1:3-14
Evangelio:
Marcos 6: 7-13

“Sáciame de gozo en tu presencia”; detengámonos un instante, si fueran más, mejor, para descubrir si esa súplica llega desde lo más hondo de nuestro ser; de ser verdad, nada nos hará extraviar el camino porque el mismo Jesús nos muestra, nos llena de su gracia para que no llevemos, como adorno, el nombre de cristianos.

Para colaborar en su proyecto del reino de Dios y prolongar su misión es necesario cuidar un estilo de vida, aceptar que habrá incomprensiones, atropellos, persecuciones, invitaciones, no muy amigables para que nos apartemos de aquellos que, consciente o inconscientemente, no quieren vivir la realidad de Dios y menos aún la manifestación de la Buena Nueva en y por Jesucristo. Si queremos atenernos a nuestras condiciones, podremos hacer muchas cosas, pero no introduciremos en el mundo su espíritu. No fue solamente a Amós a quien Dios dirige esas palabras, siguen resonando en cada cristiano que quiera serlo en serio: “Ve y profetiza”. Nos queda claro que no es elección nuestra, es el Señor quien “nos saca de junto al rebaño”, es la experiencia que muchas veces hemos meditado: “Yo los elegí para que vayan y den fruto y su fruto perdure”.

En el momento en que aceptemos con plenitud este llamamiento, reconoceremos lo que ya nos recordaba San Pablo el domingo pasado: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte porque reluce en mí la fuerza de Dios”. El fragmento de la carta a los Efesios confirma esa elección, convertida ya en bendición, en filiación, en solicitud de respuesta a tanto bien recibido. Y sigue el raudal que viene desde el cielo: “marcados con el Espíritu Santo prometido, garantía de nuestra herencia”; esa herencia es Dios, ya que no puede dar menos que a Sí mismo.

En el relato de Marcos, ¿quiénes son los discípulos para actuar en nombre de Jesús?, ¿cuál es su autoridad? Jesús al enviarlos, «les da autoridad sobre los espíritus inmundos». No les da poder sobre las personas que irán encontrando en su camino. Tampoco él ha utilizado su poder para gobernar sino para curar.

Como siempre, Jesús está pensando en un mundo más sano, liberado de las fuerzas malignas que esclavizan y deshumanizan al ser humano. Sus discípulos introducirán entre las gentes su fuerza sanadora. Se abrirán paso en la sociedad, no utilizando el poder sobres las personas, sino humanizando la vida, aliviando el sufrimiento de las gentes, haciendo crecer la libertad y la fraternidad. Llevarán sólo «bastón» y «sandalias», como caminantes, no atados a nada ni a nadie, con esa agilidad que tenía Jesús para hacerse presente allí donde alguien lo necesitaba. El báculo de Jesús no es para mandar, sino para caminar. «Ni pan, ni alforja, ni dinero”, tampoco llevarán «túnica de repuesto” Llevan consigo algo más importante: el Espíritu de Jesús, su Palabra; su vida será signo de la cercanía de Dios a todos, sobre todo, a los más necesitados. ¿Nos atreveremos algún día a hacer en el seno de la Iglesia un examen colectivo para dejarnos iluminar por Jesús y ver cómo nos hemos ido alejando de su espíritu?

viernes, 5 de julio de 2024

14°. Ord. 7 julio 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Ezequiel 2: 2-5
Salmo Responsorial, del salmo 122: Ten piedad de nosotros, ten piedad.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 7-10
Evangelio: Marcos 6: 1-6
 

“Recordar los dones del amor del señor”, tenerlos presentes, es vivir en atmósfera de fe. Él ya nos liberó y nos ha ofrecido “su alegría” que culminará en la “felicidad eterna”. La liturgia de hoy nos invita a preguntarnos qué tanto creemos en jesús, qué tan atentos estamos a su palabra, o nos comportamos “como raza rebelde”. Si encontramos trazos de lo último, pidamos con ahínco, repitiendo el salmo, como el peregrino ruso: “ten piedad de nosotros, ten piedad”.

Pablo nos deja ver su interior, la fragilidad, la tentación, la experiencia de creatura lábil, una naturaleza como la nuestra. ¿seguimos su ejemplo de oración?, sin duda necesitaremos más de tres veces para escuchar, allá dentro, la voz que conforta: “te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”, así llegaremos convencidos a proclamar, sin soberbia, porque nos sentimos avalados por el espíritu: “cuando soy débil, soy más fuerte, porque se manifiesta en mí el poder de cristo”.

El relato de marcos no deja de ser sorprendente, jesús es rechazado por aquellos que creían conocerlo mejor. Llega a su ciudad, a nazaret, nadie le sale al encuentro. Su presencia sólo despierta asombro; ignoran de dónde le ha venido tal sabiduría. Se preguntan de dónde le viene la capacidad de hacer milagros, pero nadie se acerca a pedir la salud, la paz, la conversión. Se han quedado en un conocimiento externo de jesús: es un trabajador nacido en una familia de la aldea, lo demás les resulta “desconcertante”. Se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona, no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de dios. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: « no desprecian a un profeta mas que en su tierra, entre sus parientes.

Entremos en el corazón de jesús y sintamos la tristeza que lo invade, está “extrañado de la incredulidad de aquella gente”. ¿encontrará en nosotros consuelo, acogida, fe, cariño y compromiso, disponibilidad para que realice verdaderos milagros de conversión, de crecimiento de fraternidad, de comprensión y solidaridad? Volvamos con pablo a pedir mil veces y más que nos dé la gracia de recibir. 

¿Cómo estamos acogiendo a jesús los que nos creemos « suyos »? En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿no vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿no es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿no tenemos el riesgo de apagar su espíritu y despreciar su profecía?

Ésta es la preocupación de pablo de tarso: « no apaguen el espíritu, no desprecien el don de profecía. Revísenlo todo y quédense sólo con lo bueno » (ª tess. 5: 19-21). ¿no necesitamos mucho de esto los cristianos de nuestros días?

 

sábado, 29 de junio de 2024

13°. Ord. 30 de junio 2024.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 1: 13-15, 2: 23-24
Salmo Responsorial, del salmo 29: Te alabaré, Señor, eternamente.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 8: 7-9, 13
Evangelio: Marcos 5: 21-43.

Nos alegramos ante un espectáculo que nos ha conmovido, que nos ha hecho vivir la plasticidad, la armonía, el ritmo. Nuestra vida toda debería de ser un sonoro aplauso de admiración ante la creación, ante la maravilla de nuestro cuerpo, ante las casi increíbles capacidades de nuestro espíritu, porque reconocemos la mano providente de Dios. ¿Cómo no vamos a sentirnos dichosos si percibimos con plena conciencia la presencia del Creador? 

El agradecimiento surge de la admiración silenciosa, meditativa; es como quien abre un regalo y lo disfruta aun antes de terminar de quitar la envoltura: “el Señor nos ha dado la luz para que vivamos en ella y la irradiemos, para que nos alejemos del error para que busquemos el esplendor de la verdad”.

En el Génesis, la palabra misma nos descubre la realidad: “y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno.” (Gén 1: 31) el hacedor de la vida no puede estar asociado con la muerte, de manera exquisita “nos ha creado a su imagen y semejanza”, partícipes, de manera increíble, de su misma vida divina: “todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables”. ¿cómo explicar ese “misterio de iniquidad”, (2Cor 2: 7), esa ruptura de relaciones paternales, filiales, fraternas y racionales? Lo deduce San Pablo: “juzgaron inadmisible seguir reconociendo a Dios, rompieron, -y seguimos rompiendo-, toda regla de conducta, llenos de injusticias, perversidad, justicia y maldad, de envidias, homicidios y discordias, de fraudes y depravación…, arrogantes, con inventiva para lo malo, rebeldes a sus padres, sin conciencia, sin palabra, sin entrañas, sin compasión”. (Rom 1: 28-31). Parecería que el apóstol estuviera contemplando nuestra sociedad. Ojalá dijera de nosotros lo que admira en los corintios: “se distinguen en todo: en fe, en palabra, en sabiduría, en diligencia para todo y en amor…”. La razón: “enriquecidos con la pobreza de Cristo”.
El canto del aleluya nos conforta: “Jesucristo ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer su luz sobre nosotros”.

No busquemos más, la solución es Jesucristo. En Él encontraron la salud, la alegría, la paz, tanto la mujer hemorroísa como Jairo, por caminos diferentes, llegaron a la fuente de la salvación. Doce años de sufrimiento, de segregación porque se consideraba “impura”, doce años de tortura y de angustia, doce años de búsqueda infructuosa, encontraron respuesta, silenciosa desde una fe envidiable, humilde, confiada, actuante: “pensando que con sólo tocarle el vestido se curaría”; el Señor no defrauda cuando el corazón es el que se acerca. ¿Cómo no nos curará de todos nuestros males, cómo no nos dará fuerzas para sobrellevarlos con fortaleza, ya que no solamente lo tocamos, sino que entra en nosotros por la eucaristía? “Tu fe te ha curado. Vete en paz y queda libre de tu enfermedad”. ¡Cura, Señor, nuestro “flujo” hacia fuera y ayúdanos a concentrarnos en ti!


Jairo, supera otra clase de problemas: él es el jefe de la sinagoga, ¿qué dirán, si hace pública su fe en Jesús? Nada importa cuando la angustia aprieta: va a su encuentro y recibe, juntamente, la luz interior y la vida de su hija. Las burlas no cuentan cuando la brújula apunta al norte y la confianza se ve consolidada. ¡Cuánto por aprender de estos dos ejemplos de fe y de confianza! ¡Purifícanos, Jesús, y ayúdanos a encontrar la vi
da verdadera!