viernes, 28 de agosto de 2009

22° Ordinario, 30 agosto 2009.

Primera Lectura: Deuteronomio 4: 1-2, 6-8;
Salmo 14: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Segunda Lectura: Carta de Santiago 1: 17-18,21-22,17;
Evangelio de Marcos 7: 1-8, 14-15, 21-23.

Orar es, dice el catecismo de Ripalda: “elevar el alma a Dios y pedirle mercedes”.”Todo el que pide recibe y al que llama se le abre…”, (Mt. 7: 7-8). La Palabra de Dios es Verdad, creamos que está pendiente de nosotros, de nuestra búsqueda, y, que su amor nos responde de inmediato, pero necesitamos detenernos a analizar qué es lo que pedimos, con un horizonte que vaya mucho más allá de nuestro pequeño mundo de necesidades personales. “El Padre sabe lo que nos hace falta, antes de que se lo pidamos”. (Mt. 6: 8), a Él le agrada que confiemos en su bondad, en su largueza, en su generosidad; que confiemos, de verdad en que es nuestro Padre. Su Gracia, que es Él mismo, que es la Trinidad actuante, nos hará perseverar en la decisión de vivir tomados de “su mano”.

Los tres domingos anteriores, espero nos hayamos interiorizado en la invitación del salmo y “habremos hecho la prueba y visto qué bueno es el Señor”, lo habremos comprobado, no de oídas, sino vivencialmente, “que su Bondad llena la tierra”, (Salmo 119: 64), que nos abraza a cada uno, como somos, personales y concretos, únicos, pequeños, limitados, pero hijos e hijas. Esta experiencia viene desde la escucha de su Palabra que se muestra patente por sus obras y espera de nosotros la respuesta libre y coherente al gozo de tenerla. Continuamos la historia, la verdadera, cuando Dios entra en ella y aceptamos caminar a su lado: “Escucha, Israel, los mandatos y preceptos que te enseño para que los pongas en práctica y vivas en paz”. Mandamientos que son Sabiduría de Dios, no queramos “enmendarle la plana”.

Sabemos los Mandamientos de memoria, ahora nos preguntamos si son faros que guían nuestras vidas, si son el camino para “mostrarnos gratos a sus ojos”.

Nos ha dado otro regalo, que su Palabra surta efecto y se convierta en acción. Mirándonos desde Dios y mirándolo a Él, sirvamos al hermano, para llegar, así, a concretar su deseo: “ser primicia de las creaturas”. Otro faro reluce y nos recuerda que “todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces”, camino seguro sin desviaciones.

La tradición no es mala, el grave error es no discernir si aún nos lleva a Dios, si no nos ha encerrado en “culto inútil”. Jesús no se opone a esas tradiciones, las orienta y las supera. Es el corazón lo que necesitamos “lavar”, y al decir corazón, nos dice: el ser entero, tu propio “yo”, el que toma decisiones, el que proyecta lo que tienes dentro.

Nuestra preocupación primera es revisar el pasado, y hacer palpable, ahora, la aceptación audaz de Jesucristo, sin ocultarnos con el velo de tradiciones humanas, por muy venerables que pudieran parecer. ¡Señor ayúdanos a mirarte sin miedo de nosotros, sin reticencias que quieren adaptarte a lo fácil! ¡Danos un corazón nuevo del que broten frutos de justicia y santidad! ¡Danos apertura a tu Espíritu que limpia por entero nuestro ser de creaturas!

jueves, 20 de agosto de 2009

21º Ordinario, 23 Agosto 2009.

Primera Lectura: Josué: 24: 1-2,15-17, 18.
Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 5: 21-32.
Evangelio: Juan 6:55, 60-69.

Regresa, con insistencia de aquel que se percibe, conoce y palpa pequeño e indigente, la súplica confiada: “Salva a tu siervo que confía en Ti”.

Urgidos de la paz, anhelando aquello que nos haga pregustar la felicidad verdadera, en medio de los miedos, de la inseguridad que nos rodea, encontramos la indicación exacta: “amar lo que nos mandas, Señor”; amar que es “servir” nacido del conocer que lleva a la decisión personal, liberadora, de no tener los ojos y el corazón sino puestos en Ti.

¿Puede haber felicidad entre los hombres, entre nosotros, que parecería que no la buscamos o que nos extraviamos por caminos diferentes? Al reflexionar, una vez más, sobre el egoísmo, sobre el exceso de individualismo que pinta por entero a la sociedad y a cada uno de nosotros, pedimos al Señor, porque sabemos que “puede darnos un mismo sentir y un mismo querer”. El amor propio es reacio, por eso continúa nuestra súplica: Tú puedes cambiarnos y lograr que desde nuestro interior “amemos lo que nos mandas y anhelemos lo que nos prometes”. Tus mandatos parecerían pesados, pero cuando ha crecido el amor, se clarifica el contenido de la elección: la decisión para lograr el Bien Mayor.

Josué en la primera lectura, proclama su elección, la que ha aprendido de la irrupción de Dios en la historia del hombre. ¿“Quién es el Señor? ¿Quién los sacó de Egipto?”. Tradición hecha vida que comparte y que invita: “Si no les agrada servir al Señor, sigan aquí y ahora a quién quieren servir…, en cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor”. El ejemplo, testimonio de un ser que sabe en Quién ha puesto su confianza, fortalece el compromiso, rompe las ataduras que pudieran desviarlo y contagia al pueblo para que dé la respuesta acorde a la Bondad que los ha guiado; así surge espontánea, sincera, al menos de momento, aunque después la fragilidad la rompa: “Lejos de nosotros abandonar al Señor”. La memoria regresa al presente los pasos del pasado. ¡Que nuestro decir no se pierda en los tiempos; que ilumine con luz nueva el ahora constante en que vivimos!

Tres veces, en domingos sucesivos, el Salmo nos impele a “hacer la prueba y ver qué bueno es el Señor”, el Espíritu no obra por casualidad; ¿qué nos quiere decir con su insistencia?

En la lectura de la Carta de San Pablo brilla el profundo significado del matrimonio, tan lejano en el mundo actual y tan necesario para que encuentre el fundamento real que puede sostenerlo; Cristo y la Iglesia en unidad indisoluble, por sobre las limitaciones, infidelidades y desvíos, Él se entregó a sí mismo para presentar a la Iglesia “sin mancha ni arruga ni nada semejante sino santa e inmaculada”. Esposo y esposa en mutua entrega que busca, sin medida, el bien y el gozo del amado. ¿No está presente otra vez la fuerza del Espíritu?

Jesús no ceja, su palabra suena definitiva: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.Los oyentes “se escandalizan: duras son estas palabras, ¿quién podrá soportarlas?”, acto seguido, lo abandonan; elección que evade el compromiso de aceptar la entrada “del Espíritu y la Vida”. La pregunta de Jesús a sus discípulos nos abarca: “¿También ustedes quieren dejarme?” Antes de responder, analicemos con de Pedro la actitud que, una vez más conlleva el compromiso: “Señor, ¿a Quién iremos?, Tú tienes Palabras de vida eterna”. ¡Señor haznos coherentes con la fe en Ti, danos ese mismo “sentir y querer”!

martes, 11 de agosto de 2009

20º Ord. 16 agosto 2009.

Primera Lectura: Proverbios 9: 1-6;
Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 5: 15-20;
Evangelio : Juan 6: 51-58.

“Un solo día en tu casa, es más valioso que mil en cualquier otra parte”, al reflexionar en este fragmento del salmo 83, ¿nos damos cuenta de que somos “casa de Dios”? Detengámonos y sopesemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio de San Juan: “El que me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo amará y los dos vendremos y viviremos con él”. (14: 24) Vivo porque vivo en Ti, porque vives en mí, si esta realidad no enciende el fuego del amor, no sé qué podrá encenderlo. Es valioso que está a nuestro alcance porque Dios ya nos lo otorgó como don, como alargamiento de su Ser, nos ofrece, junto con él, multiplicidad de bienes que no podemos imaginar; pienso que bastaría con que rumiáramos lentamente ese: “ser morada donde Dios habita”, para que el gozo creciera sin medida y a su medida el compromiso de amar lo que Dios ama, es decir “a todas las cosas en Él y a Él en todas las cosas”. Aquí radica la Sabiduría como el arte de vivir bien, de buscar y enseñar aquello que ayuda al ser humano a orientarse en este mundo y a actuar mejor; “a comer y a beber el vino en el banquete de convivencia que Dios mismo ha preparado”. Participación y fraternidad de una humanidad nueva.

San Juan utiliza un lenguaje fuerte, insiste en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos en nosotros su propia vida. En definitiva, es necesario comer a Jesús: « El que me come a mí, vivirá por mí».
La afirmación tiene un tono que a los judíos sonó todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto no es simbólico, es realista. « Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Invitación y lenguaje que ya no producen impacto entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a repetir lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.

Por desgracia, todo puede quedar en doctrina pensada y aceptada; pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a Él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.
Comer a Cristo es mucho más que acercarnos, rutinariamente, a realizar el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se vive sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero tiene que proyectarse también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.

Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar, desde lo más profundo, encontrarnos con Él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y haga crecer lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar. Esto es “distinguir los signos de los tiempos” y “entender cuál es la voluntad de Dios”; entonces brotarán, espontáneamente los himnos de gratitud y de alabanza al Padre en el nombre del mismo Señor Jesucristo.

Alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de Él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio. Que María, cuya Asunción celebramos, interceda para que aprendamos a “subir”.

miércoles, 5 de agosto de 2009

19º Ord. 9 Agosto, 2009

Primera Lectura: Primer libro de los Reyes 19: 4-8
Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 4: 30 a 5: 2
Evangelio: Juan 6: 41-51.

Tu Alianza, Señor, es para siempre, el olvido, la distracción no dicen contigo. Nos conoces, Señor, convierte nuestros corazones para elevarnos hasta Ti. Necesitamos del Pan que da fuerzas, que cambia el interior, que nos permite crecer como hijos tuyos, así, al reconocer en nosotros a Jesús, nos aceptarás en la vida “otra”.

No sabemos cuánto dure el camino que sigue hasta llegar a Ti. Si medimos desde nuestra pequeñez, aun, antes de iniciarlo, sentiremos temor y evitaremos el esfuerzo. Crisis de fe como sufrió el Profeta a pesar de saberse eco de tu Palabra, y, por la nula respuesta de su pueblo, por su propia flaqueza, te pide: “Basta ya, Señor. Quítame la vida, no valgo más que mis padres”.

Dormir es escaparse, avestruz que se refugia en el agujero; mas el Señor no cede, lo despierta dos veces, le aviva la conciencia y le da lo necesario para el largo camino: “Levántate, come y bebe”. Cuando el Señor alimenta, surgen fuerzas insospechadas.

Si a Elías, lleno de Ti, así lo sacudiste para que desapareciera el marasmo ¡cuánto tendrás que despertarnos para quedar convencidos de que Tú eres el Único camino! ¡Ayúdanos a intentar lo que dijimos en el salmo:“haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”

Contigo dentro, “no contristaremos al Espíritu con el que nos has marcado para el día de la liberación final”. Nuestro trato se iluminará con comprensión, servicio, perdón y amor lo más semejante al tuyo. Nos sabemos débiles e incapaces de iniciar este ascenso y menos aún de perseverar en él sin Ti, Padre, sin Jesús, sin el Espíritu que proviene de Ti.

Imaginar es sumamente fácil; en el abstracto nada cuesta. La imaginación engañosa impide bajar a la realidad, porque ésta sí duele, pide trabajo, dominio, poder de escucha, fe, confianza, ¿dónde llenarnos de entusiasmo, cómo ser fuertes y constantes? Jesús Tú nos lo enseñas, ya estás Tú mismo, todo entero, como Pan en la mesa, “el Pan vivo que ha bajado del cielo”, ¿te creeremos?

Aquellos que tocaban tu manto, de inmediato sanaban, ¿qué explicación te damos si después de comerte, nos sentimos enfermos de duda y de pereza? Ayúdanos a darte la respuesta que esperas para sentir en nosotros que contigo somos otros, certeza que se erige en tu propia Palabra: “Yo les aseguro que el que cree en Mí, tiene vida eterna”.

Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad, seguiremos atrapados en el pasado, viviendo nuestra religión desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para otros tiempos que no son los nuestros. Entonces, no podrá contar con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los hombres y mujeres de hoy.