lunes, 30 de mayo de 2011

La Ascensión del Señor, junio 5, 2011..

Priimera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Seguna Lectura: de la carta de San Pablo a los Efesios 1: 17-23
Aclamación: Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor, y sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
Evangelio: Mateo 28: 16-20. 

Es bueno “mirar al cielo”, pero con los pies en la tierra. Aprender a ser, como nos dice San Gregorio: “hombres intramundanos y supramundanos a la vez”. Entre las creaturas, especialmente entre los hombres, a ejemplo de Jesús, sin huir contrariedades, molestias, incluso la muerte, porque vislumbramos, más aún, sabemos que “su triunfo es nuestra victoria, pues a donde llegó Él, nuestra Cabeza, tenemos la seguridad de llegar nosotros, que somos su cuerpo.” Esta es la forma de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos; ahora aquí en la entrega incondicional al Reino; después allá, adonde Cristo nos ha precedido.

Camino al monte de la Ascensión, el Señor Jesús refuerza nuestra confianza: “Aguarden a que se cumpla la promesa del Padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu Santo”. Hemos aprendido, en la lectura de la Sagrada Escritura y en la experiencia personal, que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta también la cumplió y la sigue cumpliendo, “iluminando nuestras mentes para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, la rica herencia que Dios da a los que son suyos.” ¿Aprenderemos a confiar “en la eficacia de su fuerza poderosa”? Convocados a ser uno en Cristo para participar de su Plenitud.

Como respuesta a la pregunta que le hacen los discípulos: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”, imagino a Cristo esbozando una sonrisa comprensiva, no en balde han sido seres totalmente intramundanos, Él ha convivido con los hombres, les ha abierto su corazón pero no han aprendido a “mirar hacia arriba”. ¿Qué clase de reino esperan todavía? ¿La riqueza, el poder, el engrandecimiento? ¡Qué pronto han olvidado aquella lección cuando discutían ente ellos sobre ¿quién era el mayor? “No sea así entre ustedes, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Ni lo que, sin duda, supieron que respondió a Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo”. Ya les y nos enviará al Espíritu para comprender cuanto nos ha dicho. De su mismo Espíritu brotará la fortaleza para cumplir la encomienda: “Serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.”  Los ángeles los sacan del asombro y les confirman que “ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá, como lo han visto alejarse”. ¡Revivamos con fe lo que diariamente decimos en la Misa!: “que vivamos libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo”.

Sin dejar de mirar al cielo, es hora de volver a los hombres y de anunciar la Buena Nueva; es la hora de la Iglesia, es nuestra hora de “ir y enseñar a todas las naciones”. Su Palabra es el aval: “Yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo”. 

La pléyade ejemplar de los que le han sido fieles, nos anima, aunque no hagamos milagros, ni curemos enfermos, ni expulsemos demonios. Aunque nos digan que vamos en sentido contrario, que es una utopía creer en el amor y en la bondad, en el servicio desinteresado, en la fraternidad universal  y el mundo nos grite que abramos los ojos y veamos el mal, el odio y la violencia que persisten, mostremos con las obras que el Señor “actúa con nosotros” y afirma nuestros pasos. ¡Alguien que vale la pena, nos espera, preparemos el encuentro final ya desde ahora!

jueves, 26 de mayo de 2011

6° de Pascua. 29 mayo 2011.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 8: 5-8, 14-17
Salmo Responsorial, del salmo 65:  Las obras del Señor son admirables. Aleluya.
Segunda Lectura: de la 1ª carta del apóstol Pedro 3: 15-18
Aclamación: El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él.
Evangelio: Juan 14: 15-21
 
¡Promesas que de verdad se cumplen, porque, ya lo sabemos, provienen del Señor! La invitación a anunciar la Buena Nueva hasta los últimos rincones de la tierra, sigue en presente.

Proseguimos, captemos el tiempo verbal:”continuar celebrando”, significa que comenzamos y permanecemos en la misma actitud: Gozo, Alegría, Aceptación, Fe en Cristo Resucitado, “primicia de los que duermen”. Ya hemos reflexionado muchas veces que si la primicia es buena, la cosecha está asegurada, nosotros somos esa cosecha: “Cristo en su Cuerpo Místico, estará completo cuando el último hombre resucite.”
 
San Lucas narra que ha comenzado la “diáspora”, la dispersión, a causa de la persecución, ¡qué medios tan especiales utiliza el Señor, para que se desarrolle su mandato!: “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”. Los seres humanos creíamos que con la muerte, en este caso la de Esteban, todo termina; para el Señor, es el principio de la Vida. Felipe, uno de los diáconos, llega a Samaria, predica, convence, convierte, con y por la acción que le inspira el Espíritu. Posteriormente llegan Pedro y Juan, imponen las manos y los samaritanos “reciben el Espíritu Santo”. Una vez más: Dios entre nosotros, por Cristo en el Espíritu hace crecer a la Iglesia. 

Desde lo profundo de nuestros corazones pidámosle que veamos cómo “renueva la faz de la tierra.” Que llevemos a cabo lo orado en el Salmo y nos dejemos impregnar de esa presencia amorosa, inacabable de Dios: “Las obras del Señor son admirables”, y no pueden ser de otra manera. 

Insiste San Pedro en que la convicción salga a flote: “Den razón de su esperanza a los que se la pidan”, y me permitiría añadir: aunque no nos la pidan, que al vernos superar las tribulaciones, las disensiones, los embates de quienes se resistan a creer, por nuestras obras hagamos comprender que hemos aprendido la enseñanza de Cristo, El Justo, y junto con cuantos nos rodean llegaremos a la resurrección. Todo esto avalado con las obras, como nos pide el mismo Jesús en el Evangelio: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos y Yo rogaré al Padre y les enviará otro Consolador, el Espíritu de la Verdad”. Ya Él mismo ha realizado su misión de consolar, de animar, de impulsar, se va al Padre, pero nos enviará “Otro” con las mismas funciones y este Espíritu, que es Dios, nos enseñará a entender lo que es la Fe: la Unidad entre el Padre y Cristo en el mismo Espíritu; esa es la manera de participar en y de la vida Trinitaria: “Estar en el Padre y estar en Cristo y ambos en nosotros” Manifestación que, valga la redundancia, debe manifestarse, “para que el mundo crea”.  
 
El final es grandemente esperanzador: “Al que me ama a Mí, mi Padre lo amará, y Yo también lo amaré…” Futuro que ya es pasado y continúa en presente: “Lo amo”. ¡Dejémonos penetrar por esta realidad!: ¡Dios me ama!, seguro que cambiará nuestra vida.

miércoles, 18 de mayo de 2011

5° Pascua, 22 Mayo 2011.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles. 6: 1-7
Salmo Respnsorial, del salmo 32: El Señor cuida de aquellos que lo temen. Aleluya
Segunda Lectura: de la 1ª carta del apóstol Pedro 2: 4-9
Aclamación: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre, si no es por , dice el Señor.
Evangelio: Juan 14: 1 -12. 


¡Qué  insistencia de parte del Espíritu a través de la Liturgia, para que abramos lo más grande posible, nuestros ojos y nuestro corazón, para que nos solacemos en las maravillas de la Creación, para que no cese nuestra boca de reconocer las maravillas del Señor! La velocidad en la que vivimos, por la que nos hemos dejado arrastrar, nos impide los momentos de interiorización, de silencio, de asombro, de gratitud. ¿Nos hemos acostumbrado a ver sin “mirar”, a vivir lo inmediato como si nos fuera debido y no como regalo de nuestro Padre, a vagar sin rumbo?
En la oración persistimos, de otra forma, en lo pedido el domingo anterior: “que llegue tu pequeño rebaño, a donde ya está su Pastor resucitado”. Hoy: que su mirada de amor, sentido y consentido, nos mantenga y acreciente en la fe, para que “quienes creemos en Cristo, obtengamos la verdadera libertad y la herencia eterna.”  Reinsistencia en lo que perdura, en lo que llena de paz, en lo que conduce a lo que debe ser, diario, nuestro único horizonte, como le decíamos en el Salmo hace ocho días: “Vivir en la casa del Señor por años sin término.” 

La primera lectura nos hace ver que en toda comunidad, al fin y al cabo formada por seres humanos, aparecen ciertas disensiones, envidias, malentendidos; la solución debe ser la misma: “Piensen, oren, disciernan, bajo la Luz del Espíritu Santo”. ¡Con qué increíble familiaridad, con qué convicción oran, creen y actúan buscando siempre lo mejor para que el Reino, la Iglesia, crezcan! Ejemplo a imitar urgentemente: la importancia de la colaboración de todos, como “piedras vivas”, para la construcción del templo espiritual. Asistimos al nacimiento del diaconado, del servicio material y espiritual: los diáconos, que significa servidores, son elegido de en medio de la comunidad, pero fijémonos en sus características: “honrados, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, y volvemos al punto crucial: El Espíritu Santo es quien prosigue la obra de Cristo. ¿Qué tan dispuestos estamos para esta elección-misión? La Iglesia somos todos, o existe una colaboración activa, o seremos “piedras muertas”. Hay muchas cosas que no pueden realizar los Pastores, sean obispos, párrocos, sacerdotes o religiosas, es imprescindible que cada fiel se sienta comprometido con el Cuerpo de Cristo, con los demás, con el trabajo parroquial, con la promoción de la evangelización, con una sólida preparación. ¿Captamos lo importante que es nuestra respuesta?

Vamos juntos hacia el Padre, el único Camino es Jesucristo quien, gracias a las inquietudes y dudas de Felipe y Tomás, nos descubre su identidad con el Padre y nos anima a seguirlo para llegar a “la casa del Padre donde hay muchas habitaciones que ya nos tiene preparadas, para que donde Él está, estemos también nosotros.” Confirmamos la meta de nuestro caminar: la trascendencia y la felicidad sin límites, sin sobresaltos, sin temores. Como comentaba el domingo pasado: Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo.

Oremos al Espíritu Santo para que reafirme nuestra fe en el Padre, en Cristo y en Él mismo, no tanto para hacer “cosas mayores”, sino para mantenernos en la fidelidad y en el amor prácticos, constantes y crecientes.

lunes, 9 de mayo de 2011

4° de Pascua, 15 de Mayo 2011.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 14, 36-41
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor,nada me faltará. Aleluya.
Segunda Lectura: de la 1ª carta del apóstol Pedro 2: 20-25
Aclamación: Yo soy el buen pastor, dice el Señor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocena .
Evangelio: Juan 10: 1-10

Toda la liturgia de hoy está enfocada para que encontremos y escuchemos la voz del Buen Pastor. “El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”. No nos quedemos en la comparación que probablemente ahora no nos diga mucho: el rebaño y el pastor, vayamos más adentro: Cristo Puerta, Cristo Guía, Cristo Vida.

La oración que elevamos a nuestro Padre ya nos pone en la ruta: “guíanos a la felicidad eterna del Reino de tu Hijo, para que el pequeño rebaño llegue seguro a donde ya está su Pastor resucitado.”   Seguir a Cristo es encaminarnos al Reino, ¿puede importarnos algo más?

Pedro, inspirado por el Espíritu, sigue adelante en su arenga y echa en cara a Israel su desvío y trata de convencer a todos, que Jesús es “el Señor”. El Espíritu de verdad actúa: “sus palabras les llegaron al corazón”. ¿Llegan al nuestro de manera que repitamos la pregunta que le hicieron?: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta está vigente: “Conviértanse en el nombre del Señor Jesucristo, se les perdonarán los pecados y recibirán el Espíritu Santo”. La promesa de Dios es promesa que se cumple y abarca a todos los hombres. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad,”  esa verdad que nos “pondrá a salvo de este mundo corrompido”. Es el mensaje del mismo Jesús, es el Espíritu que inspira, que conmueve, que convierte. ¿Nos consideramos parte integrante de la Comunidad de la Iglesia?, ¿actuamos como aquellos que recibieron así esta realidad e hicieron crecer a la primitiva comunidad?

Si acaso la inseguridad del camino nos asalta, tenemos la respuesta en el Salmo: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”. Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo. Ciertamente habrá “cañadas obscuras, hambre y sed”, todo se resolverá, porque “su vara y su cayado nos dan seguridad”. La petición que hicimos, se convierte en deseo ardiente: “Viviré en la casa del Señor por años sin término.”

Para llegar a la meta es necesario caminar, y en ese camino encontraremos, si de veras seguimos a Jesús: incomprensiones, calumnias, dificultades, desprecios…, Él, sin merecerlos, ya nos enseñó el modo de superarlos. “Con su muerte saldó la deuda que nos condenaba.” “Se ha convertido en Pastor y guardián de nuestras vidas.” Dejemos que esta realidad nos transforme, no permitamos que nuestros interiores se “habitúen” a lo grandioso del Amor que Dios nos tiene y oremos, convencidos, para que seamos atentos a su voz, que la reconozcamos en medio de tanto ruido, que encontremos y traspasemos la puerta que Jesús nos abre para la Vida, no cualquier puerta, sino la de la “Vida en abundancia”.

Nos habla por nuestro nombre, ni se equivoca ni se olvida. ¿Lo escuchamos pronunciarnos, invitarnos, guiarnos, iluminarnos, alimentarnos? Como con los discípulos de Emaús persiste en alcanzarnos, en interesarse por nuestros pensamientos, en dialogar para que despejemos nuestras dudas y desahoguemos nuestros corazones. Sinceramente no podemos dejar nuestra respuesta al aire, seríamos unos desagradecidos e inconscientes. ¡Contamos con el Espíritu para no serlo!

Feliz día del Maestro... 
San Juan Bautista De La Salle, 
patrono de los maestros, 
bendice a los educadores de nuestros hijos.

martes, 3 de mayo de 2011

3° Pascua, mayo 7, 2011.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 14, 22-23
Salmo Responsorial, del salmo 15: Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.

Segunda Lectura: de la 1ª carta del apóstol Pedro 1: 17-21
Aclamación: Señor Jesús, haz que comprendamos la Sagrada Escritura. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.
Evangelio: Lucas  24: 13-35. 


Continúa la alegría de la Pascua. La Resurrección del Señor nos hace aclamarlo, cantarle, darle gracias y esto será grato a sus ojos si proviene de corazones renovados en los que bullen el gozo y la esperanza. Pedimos al Señor que nuestros labios no encuentren trabas.


Aunque, litúrgicamente hablando, no celebramos aún Pentecostés, Pedro y los discípulos ya sentían fuertemente su impulso. Los ánimos apocados y temerosos han desaparecido y florece, impetuoso, el viento del Espíritu. Pedro lleva a cabo el encargo de ser testigo de lo que es el núcleo del cristianismo: “Jesús, acreditado por Dios en obras y palabras, al que ustedes, israelitas, crucificaron, ha resucitado”. Por eso se alegró el corazón de David, por eso se alegran nuestros corazones. No podía ser abandonado a la muerte el que es el autor de la vida, “recibió del Padre el Espíritu Santo y lo ha comunicado, como ustedes lo están viendo y oyendo.” ¡Cómo necesitamos que cuantos nos rodean, puedan ver y oír lo que realiza ese mismo Espíritu en nosotros! Él sigue presente, pero, en ocasiones le amarramos las alas, impedimos que su gracia actúe en el mundo, no permitimos que haga patente el triunfo logrado ya por Cristo sobre el mal, el pecado y la muerte! 


El Salmo, orado conscientemente, ávidamente, hará, como lo hizo Jesús con los discípulos caminantes, que “se nos abran los ojos y lo reconozcamos”. De verdad, Señor, ansiamos que nos “enseñes el camino de la vida”, ese camino que nos aparte de “la estéril manera de vivir”; ese que nos haga aquilatar el precio que pagaste por nosotros, redimidos “no con oro ni plata, sino con tu sangre preciosa.” ¡Qué valioso soy, qué valioso es cada ser humano! ¿Crezco en esta conciencia al tratarlos? ¿Caigo en la cuenta de la dignidad que Cristo ha recuperado para cada uno de nosotros? ¿Preparo, cada día, el encuentro con los demás para descubrir en ellos a Cristo? Como Pedro y los discípulos, ¿crezco en la Fe en el Padre, precisamente a través de Cristo, y, es Él la semilla cierta de mi propia resurrección? ¡Cuántas preguntas surgen y cómo cobra sentido lo pedido en el Aleluya: “Que comprendamos las Escrituras; enciende nuestros corazones”.


Parece que uno de los peregrinos que se dirigían a la aldea, distante unos 11 Km., era el mismo evangelista Lucas; acompañémoslos, escuchemos sus lamentos, miremos sus ojos cegados por la tristeza y la desesperanza. ¿No nos pasa lo mismo al acercarse Jesús? Tenemos horizontes estrechos, y eso nos impide “reconocerlo”. Mucho de bueno podemos aprender de ellos, al menos iban hablando “de lo sucedido”, Jesús aún estaba en ellos, pero no lo comprendían.  Él nos sale al paso en lo cotidiano, nos alcanza en la vida, se interesa por nuestras pesadumbres, invita al diálogo, brinda amistad; con delicadeza, pero sin rodeos, reprende, sacude e ilumina: “¡Insensatos, duros de corazón para creer!”, y comienza a ilustrarlos a través de un recorrido, desde Moisés y los Profetas, hasta llegar a su propia entrega para “así entrar en su gloria”. Lenta transformación de los interiores al contacto con la Palabra de Dios. Seguro que la paz los fue inundando. El momento del reconocimiento lo tenemos a la mano: “En el partir el pan”. Es la fuerza del Espíritu, el mismo Cristo que actúa y convierte: “¡Con razón nuestro corazón ardía cuando nos explicaba las Escrituras!”. Poco antes Jesús había aceptado la invitación, pero fijémonos bien en lo que dice el Evangelio: “Entró para quedarse con ellos.” Se ha quedado de la misma forma con nosotros. Con qué velocidad recorrieron el camino de regreso para ser, como Jesús, partícipes del gozo a los compañeros. ¡Mucho para pensar!