viernes, 20 de diciembre de 2013

4º Adviento, 22 diciembre 2013.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 7: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 23: Ya llega el Señor, el Rey de la Gloria.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 1: 1-7
Aclamación: He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un hijo, y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Evangelio: Mateo 1: 18-24.

Toda la Creación se une en asombro, en expectativa, en esperanza: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al Justo; que la tierra se abra y haga germinal al Salvador”, unámonos a esta petición y preparémonos a recibir la caricia del rocío, de la lluvia y a recibir de la tierra el Fruto Nuevo.

Más gozosos que la creación, somos los que “hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación del Hijo de Dios, para que lleguemos – siguiendo sus pasos, su mirada, sus preferencias, que sobrepasan todo entendimiento humano -, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección”.

La petición condensa cuanto hemos meditado durante el tiempo de Adviento: nuestra Patria nos aguarda y el único Camino es Jesucristo, Mediador, desde su Naturaleza Divina que lo constituye en “Emmanuel”, Dios con nosotros, y su naturaleza Humana, verdadero hombre “del linaje de David”, en esa misteriosa y maravillosa unión en una sola Persona Divina, cuyos méritos son infinitos y por ello capacesde salvar a todos los hombres.

En la primera lectura, Isaías se opone a que Ajaz haga alianza con Asiria para defenderse de Damasco y Samaria, pues la única Alianza sólida es con Yahvé; es el mismo Dios quien invita al rey, y, en él a nosotros, a confiar, a renunciar a la seguridad aparente y lanzarse y lanzarnos, dejarse y dejarnos en sus manos, como Él se ha puesto en las nuestras a pesar de cómo lo tratamos y lo relegamos al olvido. La confirmación de que su amor es verdad, viene en la profecía: “El Señor mismo les dará una señal. He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel”. Desde la más antigua tradición cristiana este oráculo tiene un horizonte profético profundo, que se va haciendo patente a las generaciones sucesivas; la garantía de la continuidad dinástica tiene su razón de ser en el heredero mesiánico; la salvación sigue gravitando hacia El Salvador.

Esta aplicación la expresa con toda claridad Pablo, todo es Gracia, fundada en Jesucristo, a fin de que todos los pueblos acepten la fe para gloria de su nombre; “entre ellos se encuentran ustedes, llamados a pertenecer a Cristo Jesús; en Él la paz de Dios, nuestro Padre”.

Dios espera nuestra cooperación en el misterio de la salvación, tal como lo hicieron María y José. La aceptación por la fe, el ¡sí! al plan de Dios, sin pedir más explicaciones. El fiat de María. La justicia de José que vive “el santo temor de Dios”, piadoso, profundamente religioso, que confía más en María que en sí mismo y experimenta lo que muchas veces habría cantado: “El Señor está siempre cerca de sus fieles”, le hace superar el estupor, lo incomprensible y crecer en la certeza de que lo bueno para todos los hombres, es “estar junto a Dios”.  Imitemos a María y José en ese estar junto a Cristo y que nos enseñen a disponernos, como ellos, a seguir la voluntad de Dios con toda fidelidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

3º Adviento, 15 diciembre 2013.



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías: 35: 1-6, 10
Salmo Responsorial, del salmo 145: Ven, Señor, a salvarnos.
Segunda Lectura: Santiago 5: 7-10
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres..
Evangelio: Mateo 11: 1-11.

¡Alegría, Alegría!, repetida, multiplicada, inacabable porque viene del Señor. Esperar al que viene a liberarnos del pecado, del desierto, del cansancio, es esperanza que anima y que  reanima.

Ya meditábamos el domingo pasado que la esperanza es el lapso que va de la ilusión a la consecución; la vivimos repetidamente: la fiesta de familia, la boda, el bautizo, los 15 años…, todos los aniversarios que van adornando nuestro caminar, rompen lo cansino del desierto, hacen florecer los sueños, adivinan oasis llenos de  agua, de sombra, de palmeras donde recuperar las fuerzas y alimentar los ojos para mirar más claro el horizonte y divisar, de lejos, la llegada.  “Volver a casa, rescatados, vestidos de júbilo, con el gozo y la dicha por escolta; dejadas atrás penas y  aflicciones”.

Imagen colorida, apropiada a nuestro ser sensible, que se queda en pálido reflejo de lo que el Señor, en persona, viene a darnos, ¡cuantas veces lo hemos oído y repetido!: ¡la salvación total!

Nos preparamos a celebrar el inicio histórico de esta salvación, ¡cómo no vamos rezumar alegría! Jesús nace y crecerá, preparando el cumplimiento total de lo profetizado por Isaías: “Se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará”. Todo lo que aqueja a nuestra humanidad pecadora, está en vías de sanación; comienza con lo que palpamos, con aquello que percibimos de inmediato, pero penetra más adentro, en palabras del mismo Jesús, más allá de lo externo, “a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”.

Guiados por Santiago, “seamos pacientes hasta la venida del Señor, sean como el labrados que aguarda las lluvias tempranas y las tardías, mantengan el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”. Es conveniente repetirlo, pues “el conocer se trueca en entender cuando es querido”: Jesús ya vino, sigue viniendo en cada inspiración, en cada llamada a la conciencia, en cada clamor del necesitado, en toda relación verdaderamente humana…, y volverá: “Miren que el juez está a la puerta”, pero no teman aunque sea “vengador y justiciero, viene ya para salvarnos”. Para lanzar lejos el temor, “no murmuren los unos de los otros”, reaparece la necesidad de acogernos, de querernos, de ser “hombres y mujeres para los demás”, del tratar a cada uno como “hijo de Dios”.

Juan, “el más grande nacido entre los hijos de mujer”, encerrado en la cárcel y en su duda, envía mensajeros, pues la imagen de Jesús no concuerda con la que él esperaba: Mesías glorioso, victorioso, liberador del yugo romano, el anunciado por las Escrituras. Juan y nosotros tenemos que corregirla, y lo haremos si nos acercamos a Jesús y contemplamos sus acciones, su mensaje, su acercamiento a los desvalidos, la Buena Nueva de la conversión que trastorna todas las expectativas terrenas; ya lo vimos en la comparación de la realeza de David con la de Cristo. En la obscuridad de la celda, se hizo la luz para el Bautista: ¡Es Él, seguro que es Él, el Mesías, no hay que esperar a otro! Su convicción lo llevó hasta entregar la vida.

Señor, que te anunciemos en la verdad, en la humildad y en la austeridad, sólo así los hombres comprenderemos a lo que estamos llamados: “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que Juan el Bautista”. Todos, a participar de tu misma Vida.

viernes, 6 de diciembre de 2013

2° Adviento, 8 diciembre, 2013



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 11: 1-10
Salmo Responsorial, del salmo 71: Ven, Señor, rey de justicia y de paz.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 15: 4-9
Aclamación: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Mateo 3: 1-12.

“Pueblo de Sión”, hombres de toda la tierra, “miren que el Señor viene a salvar a todos, su voz ya es alegría para el corazón”. Voz y alegría que ordenan el cosmos, que nos dicen cómo manejar las realidades intramundanas, con tal “sabiduría que nos prepare a recibir y a participar de su propia vida”.

“Toda Escritura – nos dice Pablo – se escribió para nuestra instrucción, paciencia, consuelo y esperanza”, ¿qué visión nos entrega Isaías?: la realidad que se hizo presente, por obra del Espíritu Santo al momento de recibir el Sacramento de la Confirmación, ahí están los siete dones: “sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y santo temor de Dios”. Nos ha fascinado con la descripción idílica de un futuro que inicia en la conversión personal y se extiende, como un inmenso abrazo, hacia todo lo creado. Lo inconcebible, desde nuestra miope experiencia, será posible: la paz total entre todas las creaturas, nadie hará daño a nadie, “estará lleno el país – el mundo -, de la ciencia del Señor”. No estamos ante una utopía, es la Palabra de Dios que nos señala, ahora, como “esa raíz de Jesé”, como enlace que continúa el proceso, el avance de la Alianza.

Considerábamos, el domingo pasado, el sentido del Adviento: ¡La venida del Mesías!
Vino a mostrar el camino de salvación, y vendrá a juzgar, “no por apariencias, ni a sentenciar de oídas, defenderá al desamparado y dará, con equidad, sentencia al pobre, herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío”. No son anuncios vanos, nos hacen responsables de nuestros actos, nos hacen considerar cómo repercute cada decisión personal, en bien o en mal de nuestros hermanos, de modo especial, de los olvidados, ¿qué tanto los consideramos como problema que nos atañe? ¿Cómo tratamos a los que tenemos más cerca? ¿Vivimos en perfecta armonía unos con otros, conforme al Espíritu de Jesús”? ¿Formamos un coro auténtico que “con un solo corazón y una sola voz, alabamos al Señor”? “¿Nos acogemos mutuamente, como Cristo nos acogió”?

Aquí está el modo de preparar el camino del Señor: “hacer rectos los senderos para que todos los hombres vean la salvación”. Aquí está la concreción del verdadero cambio, de la conversión, del giro que tiene por centro a Cristo y su mensaje, a Cristo y su seguimiento, a Cristo aceptado y amado en cada ser humano.

Es fácil que nos veamos tentados a actuar como los fariseos, que busquemos una tranquilidad superficial apegada a “la ley”, o como los saduceos, incapaces de desprenderse de la riqueza y el prestigio, afianzados en tradiciones conservadoras que dejan “intacto” el corazón y evaden el compromiso profundo con Dios y con los hermanos, entonces nos “golpearán” fuertemente las palabras de Juan el Bautista: “¡Raza de víboras!, ¿quién les ha dicho que podrán escapar del castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión”.

¡Dichosos nosotros, porque después de la voz, ha llegado La Palabra quien, con su entrega, ha evitado hasta ahora, que la segur llegue a nuestra raíz; nos ha bautizado con fuego y con el Espíritu Santo para guardarnos “como trigo en su granero”. ¡Señor, que en este Adviento, por la Gracia de la conversión, nuestras espigas se llenen de granos maduros!