sábado, 27 de septiembre de 2014

26º Ordinario, 28 septiembre 2014.


Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 18: 25-28 
Salmo Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pabo a los filipenses 2: 1-11.
Aclamación: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este Pan vivirá para siempre.
Evangelio: Mateo 21: 28-32.

“Haz honor a tu nombre, trátanos conforme a tu misericordia”;  si nos miramos solamente a nosotros, desde nuestra realidad de creaturas, fácilmente caeremos en el desánimo: ¡cuántas promesas hacemos y qué escasos cumplimientos!, ¿valdrá la pena seguir insistiendo?; por supuesto que sí; porque confiamos una y otra vez en la Bondad del Señor, en su paciencia, en su misericordia, en la multiplicación de su gracia para que aquilatemos la calidad de sus promesas y desde Él y con Él nos encaminemos a los bienes eternos.

El Salmo nos alerta, ¿es cierto que la conciencia no me acusa?, ¿qué tan laxa la tengo? ¿Puede ser un ser tratar de engañarme a sí mismo? No en balde rogamos al Señor: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”. Apartarme de Ti es apartarme de mí; lejos de Ti y de mí, perderé el sendero de la Verdad, y ¿a dónde terminarán mis pasos?; que me repita con insistencia hasta que se convierta en conciencia presente que alumbre, que sosiegue, que sostenga el ánimo ascendente: “Acuérdeme que son eternos tu amor y tu ternura”.

Desde este contexto comprenderé mejor la advertencia de Pablo: “nada por rivalidad ni presunción, tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”; ¿tener sus sentimientos sin conocerlo íntimamente?, ¿sin tratarlo personalmente?, ¿sin caminar al ritmo de sus pasos?, sin mucho pensarlo, sé que es imposible; ¡qué abismo de amor y de humildad, qué anonadamiento –ese hacerse nada-, sin propalar a los vientos su realidad divina, “haciéndose uno de tantos, tomando la condición de siervo, misterio insondable, siendo Dios, “se hace semejante a los hombres”, pobre, débil y pequeño como yo para que imitándole crezca de verdad! No se trata de buscar la exaltación sino la identificación en lo más preciso: Vivencia exacta de la meta, de la trascendencia que tanto necesitamos, no tanto por el premio de la gloria, sino por el gozo de estar en consonancia con Dios. Ya Él se encargará de “escribir nuestros nombres en el libro de la Vida”, y de que nuestro caminar llegue a su Principio.

La Viña necesita trabajadores; el domingo pasado el Dueño salió a diversas horas y el pago fue desde la Justicia Divina, que rompió nuestra visión y, ¡ojalá!, nos haya hecho pensar lo que son “los caminos de Dios”. Hoy persiste el llamamiento y, precisamente, a los hijos: “Ve a trabajar a mi viña”. Las respuestas se repiten: “Sí, pero no fue”; respeto, corrección, que se quedan en un concepto vacío. “¡No quiero ir!, pero se arrepintió y fue”;  retobo, mal humor, inmediatismo, comodidad; sin embargo: reflexión, discernimiento y acción.

Resuena Ezequiel y nos remueve la conciencia. Resuena la Carta a los Filipenses y resuena allá dentro (2ª. Cor. 1:19): “Jesucristo no fue un ambiguo sí y no; en Él ha habido únicamente un sí.”  Estos son “los sentimientos que hemos de compartir con Cristo Jesús”.

Sé y sabemos que la decisión no es fácil: “¡Qué angosta es la puerta y estrecho es el camino que llevan a la vida, y pocos dan con ellos!” (Mt. 7:14); “No basta con decirme, Señor, Señor, para entrar en el Reino de Dios, hay que poner por obra los designios de mi Padre del cielo.”  (Mt. 7: 21)  Y para consolidar el contenido del compromiso con frase de San Pablo en 1ª Cor. 4: 20: “Porque Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.”  ¡Cuánto encierra el verdadero “sí, Señor”!, digámoselo y realicémoslo ahora que aún tenemos tiempo! “Con Él a mi lado, no vacilaré”. (Salmo 16 (15): 8)

jueves, 18 de septiembre de 2014

25º Ordinario, 21 Septiembre, 2014


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 55: 6-9
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor, eternamente.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 20-24, 27
Aclamación: Abre Señor, nuestros corazones para que comprendamos las palabras de tu Hijo.
Evangelio: Mateo 20: 1-16

Dios Bondad, Dios apertura, Dios siempre a la escucha. ¡Cuántas veces lo hemos experimentado, y, sin embargo, nuestras voces no ascienden con la frecuencia, con la confianza, con la seguridad de ser escuchados! ¡Convéncenos, Señor, de que estás más presto de lo que imaginamos, a oír nuestras súplicas! Hoy te pedimos la gracia de “descubrirte y amarte en cada hermano”; que ilumines el corazón y las entrañas porque, solamente así, lograremos, con tu presencia, alcanzar lo único que debe importarnos en esta vida: ¡llegar hasta Ti!, que eres la Vida Eterna.

  “Buscarte mientras pueda encontrarte”, ¿cómo buscarte si, como nos recuerda San Agustín, yo no existiría si no estuvieras ya en mí? Lo que vivo constantemente es que “tus pensamientos no son los míos”. ¡Ayúdame a estar en sintonía con tus deseos, con la esperanza que has depositado en mí, a reaccionar a tu favor, que es a mi favor, contra tantas mociones que revolotean a mi alrededor, contra la facilidad de ir pasando como sombra por la vida sin dejar huella; a regresar, cada tarde a tu regazo y a reordenar pensamientos y deseos; a la constante conversión y a tu perdón que es paz profunda, que es solaz! “Tus designios son justos y no estás lejos de los que te buscan sinceramente.”  ¿Por qué me canso de invocarte? ¿Por qué mi confianza tambalea? ¿No tengo ya suficientes pruebas de que solo no puedo? ¡Muy lejos, de hacer mía la expresión de San Pablo: “para mí, la vida es Cristo y la muerte una ganancia”!; sin embargo arden deseos de tener los deseos “de que sea en vida, sea en muerte, te pertenezco” y de que cuanto realice en Ti y por Ti, tiene repercusión de eternidad.

  Cualquier hora es oportuna para ir a “tu viña”. Sin medir el peso del día o del cansancio, con los ojos puestos en Ti, “el Gran Denario”, crecer en el esfuerzo, “que a jornal de gloria no hay trabajo duro”.

  Gracias, Señor, por resanar el miedo, por abrir horizontes de ternura, porque das a mis pasos un sentido, porque puedo mirar hacia arriba y encontrarte sonriendo.

  Gracias, Señor por ser como eres, por haberme invitado y por seguir confiando en mi respuesta más allá de mis yerros, y olvidos y apatías. 



viernes, 12 de septiembre de 2014

24° Ordinario, 14 Sept. 2014.



Primera Lectura: del libro del  Eclesiástico 27:33, 28: 9;
Salmo Responsorial, del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 14: 7-9
Aclamación: Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado
Evangelio: Mateo 18: 21-35

Esperar en el Señor es haber encontrado el camino de la paz; su mirada de amor y misericordia nos llenará de fuerzas para poder servirle.

El Eclesiástico, como Libro Sapiencial, hace que entremos hasta las más profundas entretelas de nuestro corazón y de nuestra mente. Sin hacer ofensa a nadie, pues todos llevamos, consciente o inconscientemente, heridas, actitudes destructoras que no queremos reconocer; en efecto, aun cuando no deseáramos usar la palabra “rencor”, ¿quién no ha sentido rabia, impotencia, ganas de vengarse, de borrar del mapa a quien nos despreció o no escuchó nuestra proposición o, peor aún, se burló de ella? Pensemos un momento, aunque hayan sido segundos los que nos dejamos envolver por ese sentimiento, ¿sirvió de algo?, ¿arregló el problema?, ¿tuvimos la sana audacia y la palabra oportuna para exponer lo que bullía en nuestro interior? Y sobre todo, ¿caímos en la cuenta de que esos pensamientos negativos al único que afectaban era a mi propio ser? El otro ni se da por enterado de la guerra que vivo internamente y logró, porque se lo permití, quitarme la paz. ¡Cuántas veces hemos meditado aquello de: “nadie te puede hacer perder tu paz, si tú no quieres perderla”! Con qué claridad termina el párrafo que hemos escuchado: “Recuerda la Alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.”

El Salmo consolida lo que verdaderamente perdurará: “El Señor no nos condena siempre ni nos gurda rencor perpetuo…, no nos trata como merecen nuestras culpas…, es compasivo como un padre con sus hijos.”

Si desde el punto de vista humano es tan importante que sepamos perdonar, que llevemos y sobrellevemos las flaquezas de nuestros prójimos como ellos llevan las nuestras, cuánto más si proyectamos este perdón con tintes de trascendencia.

“Sea en vida, sea en muerte, somos del Señor.”  ¿Lo somos de verdad?

El Aleluya resume cuanto hemos percibido de Jesús y lo que Él espera de nosotros: amor sin cortapisas, sin condiciones, reflejando en hechos, en concreción que alivia, en comprensión y uno de los pilares de su Revelación: el perdón.

Activos en pedirlo, remisos en darlo; ¿hacemos conciencia de cómo esperamos encontrar al Padre?

El versículo 7° del capítulo 6° de Pablo a los Gálatas, hace estremecer: “¡Con Dios no se juega!”   

viernes, 5 de septiembre de 2014

23º Ordinario, 7 Septiembre 2014


Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 33: 7-9
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 13: 8-10
Aclamación: Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación.
Evangelio: Mateo 18: 15-20.

Intentar vivir en justicia, verdad y rectitud, pese al ambiente de excesivo subjetivismo, debería ser una actitud racional, normal; de hecho correspondería al proceder de una naturaleza humana bien hecha por Dios Creador y Padre: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era  muy bueno”, (Gén 1: 31)    Si estamos tan bien hechos, ¿por qué nos encontramos, a veces tan mal aprovechados?;  en el viaje a nuestro interior, con el deseo de ser coherentes a esa maravillosa creación de Dios, descubrimos la necesidad de reconocernos anhelantes de perdón y de fuerzas, de amor y de confianza, de apoyo y de sostén para que, en nuestra libertad, obremos “en justicia, verdad y rectitud”.

Pidamos al Espíritu Santo nos guíe para que comprendamos y ubiquemos lo que su Palabra nos ha comunicado, y que Jesús, Palabra Encarnada, nos pide en el Evangelio, que seamos eco de lo pronunciado en el Salmo: “que no seamos sordos a tu voz”.

El punto de partida lo marca el primer renglón del párrafo que oímos de la carta a los Romanos: “Hermanos: No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley…” Volviendo con esta perspectiva a lo que el Señor Dios dice a Ezequiel, queda de manifiesto que no se trata de enjuiciar ni condenar a nadie, sino de mirar con verdadero amor, con un deseo enorme de que la salvación se realice en todo ser humano, y todo ello porque hemos “escuchado” previamente al Señor, porque, “el ser constituido centinela para la casa de Israel”, ya es misión que acompaña a todos los hombres y mujeres que nos queremos interesar vivamente por el bien de los demás; lejos de cualquier crítica vana, deseosos de mostrar, con el corazón en la mano, el camino que lleva a la vida porque lo vamos experimentando. ¡Qué gran responsabilidad velar celosamente por el bien profundo de los otros! ¡Qué responsabilidad ser espejos que ejemplifiquen el verdadero uso de la libertad! No es el Señor quien amenaza, no es Él quien condena, recordemos lo que dice Jesús: “Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt. 9:13), y lo que dice San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva”, la verdadera amenaza son nuestras decisiones desquiciadas.

Llamar con nuestra vida a la Vida; hacer Comunidad que atraiga, que ore, que ruegue, que afiance, que se preocupe por todos; aquí está el verdadero poder de “atar y desatar”, no solamente concedido a Pedro sino a la Comunidad, para atar con los lazo del amor y la comprensión, para desatar del mal.

Sentimos que hay situaciones que nos desbordan, que nos hacen mascar la impotencia, si en verdad le creyéramos a Cristo, no cejaríamos en la oración: “si se ponen de acuerdo en pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.

¡Señor, llena con tu Luz a todos los hombres, Tú sabes que nos hacemos sordos y ciegos; te necesitamos con urgencia, confiamos en tu Corazón.