viernes, 27 de enero de 2017
viernes, 20 de enero de 2017
3º Ordinario, 22 enero 2017.-.
Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 8: 23-9: 3
Salmo Responsorial, del salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
Segunda Lectura: de la primera carta a los corintios 1:
10-13, 17
Aclamación: Jesús predicaba la buena nueva del Reino y curaba las enfermedades y
dolencias del pueblo.
Evangelio: Mateo 4: 12-23.
La Antífona de Entrada parece un eco que se prolonga desde la del domingo
pasado: “Canten al Señor un cántico
nuevo”, la razón la hemos ido descubriendo a través de la liturgia: “porque hay brillo y esplendor en su
presencia”. Donde está Dios no puede
haber tinieblas, ni obscuridad, ni titubeos.
Juan Bautista ha pedido: “enderecen
los caminos, que toda montaña sea aplanada y todo valle rellenado”, alejen
las intenciones torcidas, abajen la mirada soberbia, llenen de entusiasmo los
desánimos, “ya llega el que existía antes
que yo”. Es Jesús sobre quien ha descendido el Espíritu Santo, es Él quien
conduce nuestra vida por la senda de sus mandamientos y unidos a Él
produciremos frutos abundantes.
Siempre me ha atraído considerar la Sagrada Escritura como dos grandes
pilares, el Antiguo y el Nuevo Testamento y Cristo como el arco que los une.
Desde Moisés y los Profetas hasta Juan, todo va referido al momento de la
plenitud de los tiempos. “En múltiples
ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los
Profetas. Ahora, nos ha hablado por su Hijo…” (Hebr. 1:1) En la primera lectura, Isaías abre el
horizonte geográfico, “desde Zabulón y
Neftalí, que se llenarán de gloria camino del mar, más allá del Jordán, en la
región de los paganos”. Tiempos de
crisis, de asedio militar de los asirios, de deportación, de tristeza y
obscuridad…, pero resuena la voz profética: “ese
pueblo vio una gran luz”.
San Mateo retoma esa voz que habla en pretérito, para aquellos un presente
ansiado, y nos muestra a Jesús que inicia su predicación precisamente en “la Galilea de los paganos”; no donde
bautizaba Juan, no en Nazaret su pueblo natal, va a Cafarnaúm a la ribera del
lago, en cruce de caminos, ciudad abierta al mar, desde donde partirá la salvación
para todos los pueblos.
Todavía resuena en la memoria el Salmo 39 que cantábamos el domingo
anterior: “Aquí estoy, Señor, para hacer
tu voluntad. Esto es lo que quiero, tu ley en medio de mi corazón”, que
ahora complementamos con la última frase del 26: “Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía”. Juan ha sido
encarcelado, Jesús no se arredra: “Comenzó
a predicar. Diciendo: Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los
cielos”. Escuchándolo no podemos quedarnos sentados en las tinieblas,
Cristo Luz, sigue brillando, sigue llamando a la humanidad, a la Iglesia, a
cada uno de nosotros, como llamó a sus primeros discípulos que, “dejándolo todo, lo siguieron”.
Ponernos, decididos, al servicio de Dios y buscar la unidad en la fe y en
el amor. Que esta sea nuestra petición primordial, El día 25 comienza la octava
de oración por la unión de las Iglesias, y la otra no menos necesaria: ¡Danos
vocaciones según Tu Corazón!, que las familias propicien la entrega de los
hijos e hijas a la vida consagrada.
viernes, 13 de enero de 2017
2º Ordinario, 15 de enero 2017
Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 49: 3, 5-6
Salmo Responsorial, del salmo 39: Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 1:
1-3
Aclamación: La Palabra de hizo carne y acampó
entre nosotros. A cuantos la recibieron les dio poder para ser hijos de Dios
Evangelio: Juan 1: 29-34.
Bautizados por Jesús, no solamente
en el agua, sino, en el Espíritu Santo, nos unimos en la Antífona de Entrada
a “cantar
himnos en honor y alabanza del Señor en toda la tierra”. Himnos que nos
ayudan a reconocer el “amor con el que
gobierna cielo y tierra”, presencia que hará que “los días de nuestra vida transcurran en su paz”.
Isaías nos pone, otra vez, en
contacto, a través del segundo cántico del Siervo de Yahvé, con “el Elegido”
para manifestar a través de él, su gloria. El apelativo de “Siervo”, en la
Sagrada Escritura, se reserva a grandes personajes en la historia de la
salvación: Abrahán, Moisés, David, pero referido a Jesucristo realiza todo su
contenido: “formado desde el seno
materno…, luz de las naciones, para que haga llegar la salvación hasta los
últimos rincones de la tierra”.
Ya considerábamos en la fiesta de
Epifanía, la manifestación universal de Dios que abarca a todos los hombres. Y
en el Bautismo del Señor, el testimonio del Padre: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias”.
¿En qué consisten las complacencias
del Padre?, sencillamente en vivir conforme a su voluntad, como entonamos en el
Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad”; en esperar confiadamente en Dios; en experimentar su acción con
una docilidad sorprendente.
A esto nos conduce el estar “bautizados
por el Espíritu de verdad”; a recuperar nuestra identidad de cristianos,
seguidores de Cristo; a liberarnos del egoísmo y la cobardía; a abrirnos al
amor solidario, gratuito y compasivo; a mostrarnos como “santificados, como pueblo santo que invoca el nombre de Cristo Jesús”. La consecuencia surge de inmediato:
experimentar “la gracia y la paz de parte
de Dios, nuestro Padre”. El Espíritu Santo no se equivoca, ¡pidamos
aprender a dejarnos guiar por Él!
miércoles, 4 de enero de 2017
Epifanía, 8 enero. 2017.--
Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 60: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 71:
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los
efesios 3: 2-3, 5-6
Evangelio: Mateo 2: 1-12.
“¡Miren, ya viene el Señor de los ejércitos! En su mano están el Reino, la
Potestad y el Imperio.”
Mirar constantemente, descubrir los signos,
encontraremos siempre lo que consolida la fe. Iluminados por esa fe, no
perderemos el camino para llegar a contemplar, “cara a cara”, la hermosura de su Gloria.
Este
pasaje de San Mateo es ¿una historia real o es un cuento de niños? Es un cuento, lleno de cariño del Niño Dios
para los niños del Reino.
Mateo
narra al modo oriental enseñando que ese Niño ante el que se postran hombres
venidos de lejanas tierras es el mismo del que habla Isaías. Y al mismo tiempo
nos enseña lo mismo que Juan va a decir en el prólogo de su evangelio: “Que vino a los suyos (los judíos) y no le
recibieron”. Ninguna autoridad religiosa o civil se postra ante el Niño
Dios, solo aquellos Magos venidos del Oriente.
Mateo
hace Teología, y la Teología es necesariamente “ciencia de los niños”, de esas
gentes sencillas y humildes, de esos pequeños, a los que el Padre les revela
los infinitos misterios guardados por siglos eternos en su corazón de Dios: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado
estas cosas a los sencillos y humildes.
Para
entender y entrar en el Reino de los cielos tenemos que hacernos como niños,
allá no puede entrar nadie que no nazca de nuevo comenzando por ser niño otra
vez. La Teología no cabe en programas de computadoras. Se estudia de rodillas,
como los Magos se pusieron ante el Niño.
Hoy
es el día de las estrellas. Día de la ilusión del que cree en lo maravilloso,
del que entiende el asombro que hay en aquel dicho japonés: “Cuando una flor
nace, el universo entero se hace primavera”. Día del que sabe apreciar la
grandeza de lo pequeño. Del que no desprecia la luz vacilante de la estrella de
la Fe, y sabe aceptar en un Niño a Dios, y con alegría se pone a sus pies y le
entrega todo lo que tiene, como los Magos.
Cuantos
hombres han querido ver a Dios a la luz del sol de mediodía y no han conseguido
más que quemarse la retina, sin caer en la cuenta que Dios es demasiada luz
para que quepa en nuestro entendimiento y que necesitamos de la mediación de la
estrella de la Fe para llegar a Él sin abrasarnos. A veces decimos que nos
falta Fe, lo que nos falta es sencillez de niño para aceptar la estrella que
lleva a Dios y aceptar a Dios bajo la forma de Niño.
San
Ignacio nos invita a entrar en casa de José y María, junto con los Magos y que
hablemos con el Niño Dios. Y le digamos: “Señor, también yo vengo caminando por
el desierto de la vida, tratando de seguir la estrella de la Fe, que se me
oculta con frecuencia. Y sin embargo aquí me tienes creyendo en Ti como en mi
Dios. No me da vergüenza admitirlo, aunque muchos lo nieguen.
Yo
no tengo nada que ofrecerte como estos Reyes. Sólo te entrego en propia mano mi
carta a los Reyes. Como eres pequeño y no sabes leer te digo lo que te pongo en
ella: Te pido que me hagas niño. Niño que se confíe totalmente a su Padre,
Dios. Niño que crea y espere en Ti sin límites. Niño que pase por el mundo
dando cariño y sonrisas, y confiando en que hay todavía bondad en los hombres
de buena voluntad.
Agranda la
puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad. Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar.
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