sábado, 29 de junio de 2024

13°. Ord. 30 de junio 2024.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 1: 13-15, 2: 23-24
Salmo Responsorial, del salmo 29: Te alabaré, Señor, eternamente.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 8: 7-9, 13
Evangelio: Marcos 5: 21-43.

Nos alegramos ante un espectáculo que nos ha conmovido, que nos ha hecho vivir la plasticidad, la armonía, el ritmo. Nuestra vida toda debería de ser un sonoro aplauso de admiración ante la creación, ante la maravilla de nuestro cuerpo, ante las casi increíbles capacidades de nuestro espíritu, porque reconocemos la mano providente de Dios. ¿Cómo no vamos a sentirnos dichosos si percibimos con plena conciencia la presencia del Creador? 

El agradecimiento surge de la admiración silenciosa, meditativa; es como quien abre un regalo y lo disfruta aun antes de terminar de quitar la envoltura: “el Señor nos ha dado la luz para que vivamos en ella y la irradiemos, para que nos alejemos del error para que busquemos el esplendor de la verdad”.

En el Génesis, la palabra misma nos descubre la realidad: “y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno.” (Gén 1: 31) el hacedor de la vida no puede estar asociado con la muerte, de manera exquisita “nos ha creado a su imagen y semejanza”, partícipes, de manera increíble, de su misma vida divina: “todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables”. ¿cómo explicar ese “misterio de iniquidad”, (2Cor 2: 7), esa ruptura de relaciones paternales, filiales, fraternas y racionales? Lo deduce San Pablo: “juzgaron inadmisible seguir reconociendo a Dios, rompieron, -y seguimos rompiendo-, toda regla de conducta, llenos de injusticias, perversidad, justicia y maldad, de envidias, homicidios y discordias, de fraudes y depravación…, arrogantes, con inventiva para lo malo, rebeldes a sus padres, sin conciencia, sin palabra, sin entrañas, sin compasión”. (Rom 1: 28-31). Parecería que el apóstol estuviera contemplando nuestra sociedad. Ojalá dijera de nosotros lo que admira en los corintios: “se distinguen en todo: en fe, en palabra, en sabiduría, en diligencia para todo y en amor…”. La razón: “enriquecidos con la pobreza de Cristo”.
El canto del aleluya nos conforta: “Jesucristo ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer su luz sobre nosotros”.

No busquemos más, la solución es Jesucristo. En Él encontraron la salud, la alegría, la paz, tanto la mujer hemorroísa como Jairo, por caminos diferentes, llegaron a la fuente de la salvación. Doce años de sufrimiento, de segregación porque se consideraba “impura”, doce años de tortura y de angustia, doce años de búsqueda infructuosa, encontraron respuesta, silenciosa desde una fe envidiable, humilde, confiada, actuante: “pensando que con sólo tocarle el vestido se curaría”; el Señor no defrauda cuando el corazón es el que se acerca. ¿Cómo no nos curará de todos nuestros males, cómo no nos dará fuerzas para sobrellevarlos con fortaleza, ya que no solamente lo tocamos, sino que entra en nosotros por la eucaristía? “Tu fe te ha curado. Vete en paz y queda libre de tu enfermedad”. ¡Cura, Señor, nuestro “flujo” hacia fuera y ayúdanos a concentrarnos en ti!


Jairo, supera otra clase de problemas: él es el jefe de la sinagoga, ¿qué dirán, si hace pública su fe en Jesús? Nada importa cuando la angustia aprieta: va a su encuentro y recibe, juntamente, la luz interior y la vida de su hija. Las burlas no cuentan cuando la brújula apunta al norte y la confianza se ve consolidada. ¡Cuánto por aprender de estos dos ejemplos de fe y de confianza! ¡Purifícanos, Jesús, y ayúdanos a encontrar la vi
da verdadera!

sábado, 22 de junio de 2024

12°. Ord. 23 junio 2024.-


Primera Lectura:
del libro de Job 38: 1, 8-11
Salmo Responsorial, del salmo 10: Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 5: 14-17
Evangelio: Marcos 4:
35-41. 

En las Sagradas Escrituras vamos encontrando rasgos de nuestra propia historia, la personal, la que tenemos que enfrentar, aun cuando no lo quisiéramos; preguntas que nos hace dios mismo, reproche de parte de Jesús. En nuestro mundo, peligros que nos envuelven por todas partes: enfermedades, epidemia, secuestros, asaltos, corrupción, muerte. ¿cómo reaccionamos ante lo que va mucho más allá de nuestras posibilidades para encontrar soluciones satisfactorias?, ¿hacia dónde volver nuestra mirada?

Repitamos la antífona de entrada, y pidamos la fuerza del espíritu para que la convicción sea auténtica: “firmeza es el señor para su pueblo, defensa y salvación para sus fieles. Sálvanos, señor, vela sobre nosotros y guíanos siempre”, ahí está el camino seguro, no cueva de resguardo, sino fortaleza para ver hacia delante. Sentiremos miedo, como los apóstoles, como el mismo Jesús en el huerto ante la pasión, los sufrimientos y la muerte, pero, con él, superaremos la cobardía que, aunque nos apene, confesamos presente.

Aprendamos de Job, escuchemos al señor. Leamos los capítulos 38 a 41 y nos reconciliaremos con nuestra realidad de creaturas; aceptaremos que el misterio del cosmos y la historia de cada hombre, con sus enigmas e incógnitas, están en manos de Dios. No de un Dios que nos habla desde la tormenta y que tendría poder para aniquilarnos, sino del Dios creador, del Dios pacificador, del Dios que nos revela Jesucristo y afirmaremos con Job: “te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento echándome polvo y ceniza”.  De verdad podremos decirlo si hemos intentado “verlo” en y a través de Jesucristo: “imagen del Dios invisible, nacido antes de toda creatura, modelo y fin del universo creado, él es antes que todo, y el universo tiene en él su consistencia”.

El fragmento de Pablo a los corintios nos muestra el criterio de nuestros “quereres y pensares”, “es el amor de Cristo el que nos apremia” y hace que desaparezcan los juicios meramente humanos, es el “vivir como creaturas nuevas, porque vivimos según Cristo”. Egoísmos, miopías y encerramiento del yo, “han pasado y todo es nuevo”. La novedad redescubierta es que dios mismo “nos ha arraigado en su amistad”, amistad que nos hace vivir en la reciprocidad del amor, tan universal como el de Dios, de modo que abrace a todos los hermanos. Ahí está la indicación de Jesús: “vamos a la otra orilla”; hacia tierra extraña y hostil, necesitan atravesar el lago, la tormenta acecha, Jesús duerme, la barca se inunda, los discípulos temen.., es la realidad que ahora vivimos, el cristianismo se encuentra en medio de una fuerte tempestad y el miedo se ha apoderado de nosotros, nos enfrentamos a una cultura extraña, el encuentro nos atemoriza, el futuro es incierto, olvidamos que Jesús nos acompaña. Nos confesamos impotentes. ¡despertemos al señor, para que él nos despierte; no temamos su reproche, será salvífico y revivificará nuestra fe!

Jesús todavía puede sorprendernos, su voz “calmará la tempestad” y acallará nuestros miedos. El resucitado sigue actuando en nuestro mundo y está esperanzado en nuestra adhesión, a él y al reino, para inaugurar una fase nueva en la historia del cristianismo.

Esperar los milagros, sería infantil, grosero, superficial e inútil, más fruto del temor, que del amor sincero, la confianza y la fe. No es que dejes de escuchar la voz de nuestra angustia: “maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”, más bien quieres que demos otro paso, no querer a dios a nuestro servicio, sino el que nos aleje de lo fácil, el que encuentre en el milagro de tu entrega, la revelación del amor que dios nos tiene.

Tu reproche, purifica: “¿por qué tienen tanto miedo? ¿aún no tienen fe?” Si tú estás en mi barca, aunque parezcas dormido, con saber que ahí estás, debe bastarme: “con el Señor a mi lado jamás temerá mi corazón.” Que seamos audaces y valientes, totalmente confiados como Santa Teresa: “nada te turbe, nada te espante. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.”

viernes, 14 de junio de 2024

11°. Ordinario, 16 junio 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Ezequiel 17: 22-24
Salmo Responsorial, del salmo 91:
¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 5: 6-10
Evangelio: Marcos 4: 26-34.

Necesitamos un momento de reposo, de atención a nuestro entorno, el de dentro y el de fuera; preguntarnos qué luce en nuestra vida: ¿consolación, paz y entusiasmo o bien tristeza, lejanía, abulia y desesperanza que entume? El Señor está atento, no se le ocultan los pasos que damos, sean hacia Él o solamente hacia nosotros, estos en un olvido lastimoso e inútil. La oración que enciende la confianza, que anima a la aventura del salto hacia el vacío, - sabemos que no hay vacío -, ya que “el Señor escucha nuestras voces y clamores y llega en nuestra ayuda, sin jamás rechazarnos”, consolida la fe que ilumina el qué y el para qué, el hacia dónde de nuestras decisiones; ¿qué tan fuerte es el grito?, ¿atraviesa las nubes, supera sequedades y aprende a aguardar como la tierra “las lluvias tempranas y las tardías”?   ¿nos insta a crecer en el Señor de donde viene nuestra fuerza, pues somos conscientes de que “sin su gracia nada puede nuestra humana debilidad”?

Dejemos revivir en nosotros la presencia del Espíritu, la inhabitarían de la trinidad, la de Jesús, intimidad, realidad que, al venir a nosotros, como alimento, convertido en pan y vino que nos nutre e intenta transformarnos en retoños que crezcan y florezcan, que den sombra y cobijo, en primer lugar a nuestros seres y que inviten a todos al sosiego, la paz y el descanso. Su promesa conforta, no es voz al viento: “yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Si la historia es “la maestra de la vida”, en frase de cicerón, repasemos la nuestra, la de Israel, la de la humanidad entera y analicemos los resultados. No encontraremos mejor respuesta que la del salmo: “¡qué bueno es darte gracias, Señor!” Nos harás “capaces de dar frutos en la vejez, frondosos y lozanos”.

Que la inquietud se esfume, el consuelo amanezca y el señor nos convenza de que nunca está lejos de nosotros. Aceptamos nuestro ser de peregrinos desterrados camino de la patria. Preparemos desde ahora el encuentro y tengamos presentes las palabras de la carta a los hebreos, que explicitan lo dicho por pablo a los corintios: “por cuanto es destino de cada hombre morir una vez, y luego un juicio, así también el mesías se ofreció una sola vez, para quitar los pecados de tantos; la segunda vez, ya sin relación con el pecado, se manifestará a los que lo aguardan para salvarlos”.   La gracia y nuestra adhesión a Cristo harán que “la misericordia triunfe sobre el juicio”.

Es fácil entender cuando el señor explica: nos dio ya un dinamismo que duerme en la semilla, pidamos que despierte, que germine, que dé fruto; que seamos pacientes porque el espíritu “enterrado en nosotros”, prosigue su tarea; los tallos, las espigas y los granos, conformes a su ritmo, sin que sepamos cómo, pero estando dispuestos, llegarán a su tiempo.

La Fe, ya lo sabemos, es un regalo, pero trigo y cizaña crecen juntos, esforcémonos para que el riego llegue abundante al primero y, con mucha prudencia, tratemos de ayudar al Señor, a arrancar la segunda; él mismo Jesús nos advierte que la empresa no es simple, (Mateo 13:29) hay peligro de convertir el campo en yermo. ¡Señor para no tener que arrancar hierba mala, ayúdame a no sembrarla!

 

viernes, 7 de junio de 2024

10° ordinario 9 junio 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Génesis 3: 9-15
Salmo Responsorial, del salmo 129: Perdónanos, Señor, y viviremos.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 4: 13-5
Evangelio: Marcos 3: 20-35     

Imploramos al Señor que nos inspire deseos de justicia y de santidad, sin duda nos escucha, con todo, debemos insistir para que nos ayude a cumplir lo anhelado. Todavía cabría preguntarnos si de verdad surgen de nuestros corazones esos deseos, si aceptamos todas las consecuencias que conlleva la búsqueda de la justicia, la divina, una justicia que busca con ahínco ayudar al necesitado, dar mucho más de lo que se pide, ir más allá de lo que juzgamos posible, darnos a los demás, y sin trabas, al Señor.

La lectura de Génesis nos pone en contacto con el nacimiento del pecado, del mal, de la elección tergiversada que ha hecho y sigue haciendo la humanidad, que hemos hecho y seguimos haciendo nosotros; igual que a Adán, nos pregunta “¿dónde estás?”, no físicamente sino interiormente, ¿cómo está tu relación conmigo, contigo, con los demás? Pensamos que podemos escondernos de Dios, que podemos acallar la claridad de conciencia con que Él nos ha creado y encontrar pretextos que orienten la culpabilidad hacia los otros, y, tristemente, a los más cercanos, y que rompen las relaciones de fraternidad; más aún, intentamos culpabilizar al mismo Señor: “la mujer que me diste me ofreció y comí…”, que en el fondo es un reproche: si no me la hubieras dado, no hubiera pecado.

La sentencia a la serpiente, “personificación del mal”, pone de manifiesto el futuro cauce de nuestras relaciones: “te arrastrarás, comerás polvo, acecharás el talón”: tiene que ver con nosotros, con la humanidad entera: el pasto más pequeño te ocultará el horizonte de trascendencia, te apegarás a los bienes perecederos, combatirás contra tu hermano…, ¿se ha roto el plan amoroso de Dios?, ¿fue un equívoco dotarnos de libertad?, ¿ha perdido fuerza el amor que él depositó en nosotros? La respuesta la tenemos experiencialmente a la vista, la hermandad se ha ausentado, lo inmediato nos asedia y nos vence, parece que el mal triunfa en todas partes; pero Dios no se desanima, su amor sigue en presente y la promesa de restauración brilla, dice a la serpiente: “pondré enemistad entre ti y la mujer y un descendiente te pisará la cabeza, acabará con el mal”. ¡ya está delineada la misión de cristo, su triunfo total: “confíen, yo he vencido al mundo”!

La fe mira hacia el futuro, primero a la plenitud de los tiempos, con la Encarnación, con la actuación, siempre acorde a la voluntad del Padre, heraldo de la buena nueva, fundador de la nueva humanidad con su vida, con su muerte, con su resurrección, con la maravilla de poder llamar a Dios “Abbá”, Padre. Y más lejos, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, nos dará un cuerpo nuevo, libre del pecado y de la muerte: “sabemos que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos colocará a su lado”, por eso no nos acobardamos, la restauración de nuestro ser se realiza cada día y con ello la Gloria de Dios se extiende más y más. Ciertamente sabemos que nuestra morada terrenal se desmorona, pero “Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna”.

Quizá siga asaltándonos el desánimo, pero nuestra confianza en el poder del Espíritu superará cualquier obstáculo, aun el más peligroso que somos nosotros mismos; sintámonos miembros de esta nueva familia, porque de verdad “tratamos de cumplir la voluntad de Dios”. ¡Dejémonos contagiar con la locura de eternidad!