domingo, 25 de agosto de 2019

21° Ordinario, 25 agosto, 2019


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 66: 18-21
Salmo Responsorial, del salmo 116: Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 12: 5- -13
Aclamación: Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre, si no es por Mí, dice el Señor.
Evangelio: Lucas 13: 22-30.

Pedimos al Señor que nos escuche, como si tuviéramos que recordárselo; pedimos que nos salve cuando Él ya ha realizado la obra completa de la salvación, de la cual nadie queda excluido; mejor haríamos en analizar si, desde la conciencia de nuestra pequeñez, lo invocamos de todo corazón.
 El designio del Señor es: “que todo hombre se salve y venga al conocimiento de la verdad”. Siempre la iniciativa proviene de Él, como nos narra el Profeta: “Yo vendré para reunir a todas las naciones de toda lengua. Vendrán y verán mi gloria”. Confirma esta decisión el envío del Salmo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”. Mensajeros que anuncien, seres conscientes que escuchen y se dejen llevar hasta “el monte santo de Jerusalén”, signo del Reino.

Los caminos y los modos, son diversos, lo que importa es llegar: caminando, a caballo, en mulos o camellos, y si hay algún impedimento, aceptando la ayuda: “en literas”. Somos parte del mundo, somos integrantes del Reino, somos convocados, y parte esencial de nuestra misión, porque “ya tenemos el signo”, es conducir a cuantos encontremos en la vida, hacia el Señor.

Detenernos largo rato a pensar en esto, tiene que levantarnos el ánimo, nuestro proyecto de vida nace desde Dios, ya está implantado en nuestro interior: aceptar haber sido aceptados, tiene que darnos bríos para continuar el camino y ser vivos ejemplos para cuantos se encuentran desorientados, fríos, perdidos. ¡Dios confía en nosotros!, ¿hace falta algo más? “Grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre”.

El compromiso es grande y, lo hemos experimentado en algunos momentos de la vida, pero “falta fuerza en la sangre, falta luz en los ojos”; no hay sitio para la angustia ni el desánimo, el Señor se encarga de invitarnos a reemprender el vuelo. El Padre, sabe de nuestras limitaciones, de nuestros desvíos y “nos corrige”. ¡Con qué sabiduría nos hace reflexionar la Carta a los Hebreos!: “El Señor corrige a los que ama. Es cierto que de momento ninguna corrección causa alegría, sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad”. Existe todavía tanta soberbia, tanta vana presunción en nosotros, que dejamos de lado las invitaciones del Señor que llegan por todas partes y principalmente por el Espíritu.  La reflexión y el discernimiento, producirán esos “frutos de paz y de santidad”.

Jesús, en el Evangelio, no responde directamente a la pregunta: “¿Es verdad que son pocos los que se salvan?”, la inquietud de cada uno sería que todos lleguemos al Reino; pero escuchando la proposición de Jesús, volvemos a medir la necesidad de la introspección y de la acción. Nadie está seguro, nadie tiene el privilegio, ni como judíos, Pueblo elegido, ni como cristianos, Nuevo Pueblo de Dios; nos urge medir la advertencia de Jesús: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta…”  No se trata de una transacción comercial, es la decisión de seguir a Jesús y no a nuestros caprichos e instintos, es vivir, sin recortarlo, el estar comprometidos, pues acabaríamos “idos”, seríamos palabras vanas que nos enfrentarían a consecuencias trágicas: “En verdad no sé quiénes son ustedes, apártense de Mí, todos ustedes que hacen el mal”.

Nuestro sitio está preparado, ¡cuidémoslo con esmero!; volvamos a escuchar al Señor: “Muchos vendrán del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino”.

¡Señor, no queremos ponernos a considerar si somos de los primeros o de los últimos, te pedimos nos conserves, por tu Gracia, en tu Gracia!

viernes, 16 de agosto de 2019

20º Ordinario, 18 agosto 2019.-


Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 38: 4-6, 8-10
Salmo Responsorial, del salmo 39: Señor, date prisa en ayudarme
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 12: 1-4
Aclamación: Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, Yo las conozco y ellas me siguen.
Evangelio: Lucas 12: 49-53

¿Cómo sería nuestro mundo de la antífona de entrada: “un solo día en tu casa es más valioso para tus elegidos, que mil días en cualquier otra parte”? Vivimos tan hacia fuera que no saboreamos al Señor; falta de paz, hay un vacío asfixiante  cuando no se vive en comunicación, en búsqueda auténtica de lo que Dios nos ha demostrado con amor apasionado hasta el extremo de darnos a su Hijo.

¿Dónde buscamos el Fuego que caliente lo profundo del corazón?, ¿encontraremos en lo superficial, en lo meramente sensible pero muy atractivo lo valioso de la vida y del amor? ¿Decimos en serio que “vale más un día en la cercanía de Dios que mil en cualquier otra parte”?

No es pesimismo, es realismo al ver familias desintegradas y ausentes de valores, incapaces de promover con el ejemplo el bien y la rectitud, porque eso significaría “la guerra”, prefieren  pronunciarse por una paz ficticia que no confronta, por una convivencia sin compromisos.

Jeremías, el profeta más parecido a la figura de Jesús, fue, como el mismo Jesús, “signo de contradicción”, pues no hablaba de lo que el pueblo quería oír, sino de lo que Dios le comunicaba; perseguido, lanzado a un pozo cenagoso, nunca perdió la confianza, seguro conocía el Salmo: “esperé en el Señor con gran confianza, Él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegaria. Del charco cenagoso y la fosa mortal me puso a salvo; puso mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos”.

No son mito la oración y la confianza que nacen del íntimo contacto con Dios; tenemos en el capítulo 12 de la Carta a los Hebreos, una pléyade de verdaderos “hijos de Dios”, iniciando con Jesús: “pionero y consumador de la fe…, mediten en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo, porque todavía no han llegado a derramar sangre en la lucha contra el pecado”. Esta es la guerra que nos dará la paz, esa, la que nos trae Jesucristo, “no como la da el mundo”.

Son muchos los que interceden por nosotros, los que nos animan a seguir en la carrera para llegar a la meta, ellos ya viven la total cercanía de Dios sin temor de perderla y esa misma Gracia, ese sostén, ese Espíritu es el que nos promete el Padre por medio de Jesucristo, quien no quiere “que vayamos ayunos porque desfalleceríamos en el camino”.

Lucas nos invita a continuar acompañando a Jesús en la subida a Jerusalén, ahí recibirá el bautismo, la muerte; ahí encenderá totalmente el fuego que quiere que arda en todo el mundo, ahí volverá a recordarnos la misión encomendada a Él y a nosotros por el Padre.

No nos extrañe la aparente contradicción con otras partes del Evangelio: en su Nacimiento: “Paz a los hombres que ama el Señor”; después de su Resurrección: “Mi paz les dejo mi paz les doy”. Necesitamos adentrarnos en los sentimientos de Cristo Jesús para comprender la profundidad de esa Paz que provoca la guerra interna contra nosotros mismos: “el que se ama en esta vida, se pierde para la vida eterna”; Cristo en verdad que vive el ser signo de contradicción, no hay término medio: Con Él o contra Él; Luz o tinieblas, recoger o esparcir; “el que me niegue ante los hombres, el Hijo del Hombre lo negará ante los ángeles de Dios”. ¡Señor, eres tajante, pero nítido!, que queramos estar contigo hasta las últimas consecuencias, “sácanos de la charca fangosa”.

viernes, 9 de agosto de 2019

19º. Ordinario, 11 Agosto 2019.-


Primera Lectura: del libro de la Sabiduría  18: 6-9
Salmo Responsorial, del salmo 32: Dichoso el pueblo elegido por Dios.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 11; 1-2, 8-19
Aclamación: Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.
Evangelio: Lucas 12: 32-48.

La antífona de entrada pide al Señor que “no olvide su Alianza”; ¿cómo puede olvidar esa Alianza que es Nueva y Eterna? Desde el inicio de la Eucaristía pensamos y examinamos si nuestras voces lo buscan en serio, con avidez, con ahínco, “como tierra desierta reseca y sin agua”, si experimentamos la necesidad de Dios, si escuchamos desde dentro: “mi alma me dice que te busque y buscándote estoy”, o nos vamos contentando con cumplir lo aprendido sin profundizar más en cuanto significa el compromiso de “crecer con un corazón nuevo, con corazón de hijos” que buscan la manera de complacer, por amor, al Padre en el servicio a los hermanos, en la fe y la confianza, con la seguridad puesta en la Patria lejana, pero ya presente porque la vamos construyendo, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, en la obediencia activa, en el desposeimiento para participar, a cuantos podamos, de los bienes espirituales y temporales, con una convicción que supera la lógica aprendida y practicada por nosotros y nuestra sociedad, y que nos hace “entender claramente que vamos en busca de una patria, no añoramos lo perecedero sino una Patria mejor”.

Sin angelismos, aceptando nuestra realidad de creaturas e intentando hacer realidad lo que la Carta a los hebreos define e ilumina: “La Fe, forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y conocer realidades que no se ven”.

Poseer lo que no tenemos, conocer lo que no vemos, suena a utopía, a irrealidad, a imposibilidad, a absurdez, a los oídos, a los ojos, al proceso “normal” de este mundo, que nos tachará de insensatos y soñadores; sin embargo es el camino; “la Fe, nos dice Santo Tomás es ´menos cierta´ que el conocimiento, porque las verdades de la fe, trascienden el conocimiento del hombre”; aceptamos humildemente el misterio y procedemos con la seguridad de Abraham que salió de su pueblo “sin saber a dónde iba”, que esperó “contra toda esperanza”, al hijo de la Promesa, que fue más lejos todavía: “dispuesto a sacrificarlo”, porque pensaba en efecto “que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos”. No poseía, poseyó, entregó y recuperó; reconocemos que, con todo derecho, merece el título de “padre de los creyentes”; se aventuró y fue “bienaventurado”.

Jesús, en el Evangelio, vuelve a insistir en el mismo punto que el domingo pasado, con una previa y tierna advertencia: “no temas rebañito mío”, tienes tesoros aquí, úsalos para que tu corazón encuentre un tesoro mejor: “vende tus bienes, reparte, comparte, sé solidario, vigila, sé fiel, administra lo que se te ha dado, conoce a tu Señor y cumple, a toda hora teniendo en cuenta a los demás”.

Jesús se está retratando, no nos pide sino lo que ha vivido: “alerta y con la luz siempre encendida”, sin sombra de temor porque sabe que lo ha dado todo, lo ha entregado todo, y, por eso, lo recibirá todo.

Señor, sabemos que nunca estaremos suficientemente preparados, pero al conocer tu paso por el mundo, por nuestra, por mi historia, la fuerza de Cristo y del Espíritu nos ayudará a dar buena cuenta de cuanto nos has confiado.