Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 1: 4-5, 17-19
Salmo Responsorial, del salmo 70: Señor, Tú eres mi esperanza.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12:31 a 13: 13
Aclamación: El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos.
Evangelio: Lucas 4: 21-30.
Salmo Responsorial, del salmo 70: Señor, Tú eres mi esperanza.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12:31 a 13: 13
Aclamación: El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos.
Evangelio: Lucas 4: 21-30.
Finalizó
el día 25 de enero la Octava de Oración por la unión de las Iglesias; hoy
en la antífona de entrada le pedimos al Señor que “nos reúna de entre todas las naciones”, y recordamos
el último versículo de la 1ª. lectura del domingo anterior: “Celebrar al Señor
es nuestra fuerza”.
San Lucas nos presentó, hace ocho días, el Programa
de Jesús; hoy Jeremías y Pablo nos enseñan cómo vivir esa misma
misión que, necesariamente, culmina en el mismo Jesús, único Mediador
para la salvación de todos.
Jeremías, en
su vida prefigura, quizá el que lo hace más claramente, la vida
de Jesús: “Te
conozco desde antes de que nacieras, te consagré como profeta de las
naciones”. Jesús, engendrado antes de todos los tiempos, consagrado
por voluntad del Padre para ser la Piedra Angular, para darnos a conocer “cuanto ha oído
del Padre”. Como a Jeremías le harán la guerra, “pero no podrán con Él, pues Dios Padre está a su lado para salvarlo”.
De manera similar,
Pablo es elegido: “Yo lo he escogido para que lleve mi nombre a todas las naciones”.
(Hechos 9: 15) y aprenderá cuánto ha de sufrir por mi nombre.
Es Dios mismo
quien confiere la misión, no nos la señalamos nosotros. La encomienda
que llega desde Dios tiene una doble dirección: denuncia y destrucción
de lo que impida el crecimiento del Reino; por ese tinte, los profetas
no fueron bien acogidos, y por otra parte, de construcción, de acogida
especialmente a los pobres y segregados. Su proclama insistía en que “enderezaran los
caminos hacia el Señor” y como eso requiere esfuerzo personal,
sacrificio, sinceridad, constancia y apertura, la respuesta que encontraron
para acallarlos, fue la muerte. Escuchar la invitación de Dios, aceptarla,
ponerla en acción, conlleva riesgo, y no cualquiera, ¡la misma muerte!
Jeremías siente
la cercanía de Dios: “Cíñete y prepárate, ponte en pie; diles lo que Yo te mando.
No temas, no titubees delante de ellos.”
Jesús escucha,
inicialmente,
“la aprobación y la admiración de la sabiduría de las palabras
que salían de sus labios”; pero cuando confronta la incredulidad
de los corazones, cuando trata de orientarlos para que comprendan la
universalidad del llamamiento de Dios, la extensión del Reino y les
recuerda los milagros de Elías y Eliseo en tierra extranjera como signo
palpable de que “la Palabra de Dios no está encadenada”, la actitud inicial
se trueca y “todos
los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, lo sacaron de la
ciudad, lo llevaron al monte para despeñarlo”…; pero Él
no está solo, la fuerza del Espíritu lo acompaña, “y Jesús, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí”.
¡Valentía que llega desde arriba y se ha consolidado en su interior: “El Espíritu del
Señor me ha ungido y me ha enviado…, hoy se ha cumplido este pasaje
de la Escritura!”.
Misión y envío
que nos comprometen a cada uno; ya hemos recibido una doble unción,
en el Bautismo y en la Confirmación; somos nuevos Jeremías, nuevos
Pablos, “otros Cristos”, para ser voces de los sin voz, para denunciar
y para construir, con el mismo arrojo y venciendo todo temor, la vía
del Reino.
Pablo nos insta
a buscar “los
dones más excelentes”, al amor, lo único que perdurará,
lo que aprendió de Cristo, no por haberlo visto, sino por haberlo experimentado
internamente.
Estamos en circunstancias
similares a las de Jeremías y Pablo: escucha, oración, fe y total
confianza en que “Cristo está a nuestro lado para salvarnos, para sostenernos, para
alentarnos”, es su misión la que nos ha confiado, no podemos
descuidarla. ¡Corramos el riesgo de aceptarla! ¡No estamos solos!