viernes, 28 de noviembre de 2014

1º Adviento, 30 Noviembre 2014.


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 63: 16-17, 19; 64: 2-7;
Salmo Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu misericordia y sálvanos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 1: 3-9
Aclamación: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Marcos  13: 33-37.

La búsqueda de Dios ya ha sido encuentro, y es Él, como, sin fin, lo hemos comprobado, quien da el paso hacia nosotros; siglos de espera, de súplica, de esperanza no quedan defraudados. Gozosos y admirados, constatamos que Dios, Padre amoroso, nunca olvida su alianza.

Isaías contempla a la Ciudad y al Templo derruidos, mira al Pueblo, y a sí mismo, a todos los elegidos y en ellos a todos los hombres de la tierra, que llevan y llevamos un “corazón endurecido”; eran y somos “como trapo asqueroso, como flores marchitas”, pecadores impuros,  lejanos de la justicia y la verdad, paja inerte que arrebata el viento; “nadie invoca el nombre del Señor ni se refugia en Él”; todo es tiniebla y desolación; mas se eleva el grito de la fe que halla pronta respuesta: “rasgas los cielos y bajas, eres, Señor, nuestro Padre, vuelve a moldearnos con tus manos de incansable alfarero”. 

Reconocer de dónde viene la verdadera sabiduría, es don de Dios. Abrir los ojos es dejar que la luz nos ilumine para “mirar su favor y ser salvos”. Por eso cantamos en el Salmo su manifestación y su poder, su visita y protección, la elección que ha hecho de nosotros y cómo nos guarda y nos renueva; sólo por Él conservamos la vida, y con la gracia y la paz que nos ha concedido por medio de Jesucristo, “crecemos en el conocimiento de la Palabra y en la fidelidad del testimonio”, hasta el día de su advenimiento para que “nos encuentre irreprochables”.

Pablo nos ha recordado que “no carecemos de ningún don”, el Señor Jesús utiliza una parábola en la que se presenta a Sí mismo como el hombre que reparte dones y tareas, advierte a todos que “velen y estén preparados porque no saben cuándo llegará el momento”, y luego sale de viaje.  Cristo vino “habitó entre nosotros”, algunos no lo recibieron y siguen sin recibirlo, otros afirmamos que lo hemos recibido y que por ello,  “nos hace capaces de ser hijos de Dios”, (Jn. 1: 12).

En su primera “venida” abrió caminos, ensanchó corazones, hizo resplandecer la Verdad que brotaba de Él con fuerza suficiente para ofrecer la purificación a todo hombre; si hemos profundizado en la realidad de “ser hijos de Dios”, trataremos de ser coherentes a esa filiación, a la fidelidad en el testimonio y a la actitud de “vigías y porteros” alerta, que estamos “esperando la segunda venida del Señor”, esa actitud impedirá que “nos encuentre durmiendo”, nos ayudará a “poner nuestro corazón no en las cosas pasajeras, sino en los bienes eternos”, y a hacerle caso al Señor que por tres veces nos advierte: “Velen”.

Adviento es tiempo de preparación y esperanza, es tiempo para hacer, con especial finura, el examen de nuestra conciencia y de mejorar nuestra pureza interior para recibir a Dios en Jesucristo; tiempo para pensar, con detenimiento, ¿Quién viene, de dónde viene y para que viene?

Que Jesús mismo, en la Eucaristía que celebramos, nos llene de estas actitudes positivas, para que su llegada produzca frutos de amor y de salvación.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Cristo Rey. 23 noviembre 2014.



Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17
Salmo Responsorial, del salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-26, 28
Aclamación: Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Mateo  25: 31-46.

Magnitud del Reinado de Jesucristo. Siete reconocimientos (número que denota la perfección total) al Cordero Inmolado: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”, que ponen de manifiesto la victoria conseguida sobre el pecado y la muerte. Realización de lo que Él mismo prometió: “Confíen, Yo he vencido al mundo”. (Jn. 16:33). Victoria que no reluce en todo su esplendor, no porque Jesús haya dejado de hacer lo que el Padre le había encomendado, sino porque nosotros tenemos que completar esa misión, y, no podremos hacerlo si no reina plenamente en cada uno, si aún permanecemos en la esclavitud, si no nos desvivimos en su servicio y alabanza.

Servicio y alabanza que se traducen en el fiel seguimiento de sus pasos. ¡Con qué claridad lo expresa San Ignacio en los Ejercicios en la contemplación del Reino!: “El que quiera venir conmigo ha de ser contento de trabajar como Yo, de velar como Yo, para que siguiéndome en la lucha, me siga después en la victoria”. Lucha, combate, esfuerzo que convenció a San Pablo: “Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.”  (1ª Col: 1: 24).

¿De verdad deseamos ese cambio de mentalidad, esa orientación totalmente nueva, ese descubrir lo que está más allá de los ojos, esa alegría diferente e incomprensible para quienes no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo o no han querido darse tiempo para acercarse a Él? La invitación persiste, y, aun cuando l la sociedad actual lo ignore, , la aguarda. Hemos sido inconscientes al dejarla en el aire, ¿lo seguiremos siendo? Rehusarnos a aceptarla, a vivirla y a compartirla, sería exponernos a ser tachados de “fementidos caballeros”, en palabras de Ignacio.

Reino que está en el mundo, que lo único que quiere es iluminar al mundo, “y que el mundo no reconoció”  (Jn. 1: 10), “pero a cuantos lo recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios”  (Jn. 1: 12) ¡Ciudadanos del Reino!, ¿activos o pasivos?, ¿aguerridos o cobardes temerosos e insensibles? No hay vuelta atrás, ya estamos en camino y “el camino llega por sí mismo hasta su término”. “Voy hacia Dios en Dios, es mi destino, y Dios hacia mi encuentro avanza, en medio de los dos, Camino hecho silencio, el Ser de la Palabra”.

Palabra que ha sido pronunciada y se ha expresado a Sí misma para ser escuchada: “Vengan, benditos de mi Padre y tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde antes de la creación del mundo…”  ¡Presentes ante Dios, antes de ser! Para llegar al ser que no termina, necesitamos entretejer la trama en los hermanos: “Yo les aseguro que cuanto hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron.”

El Reino será allá, aquí comienza. Es la batalla diaria que supera cuanto de egoísmo e indiferencia nos envuelve; que sólo será posible injertados en Cristo, “primicia de los muertos y los resucitados” para, junto con Él, entregarnos al Padre, “y así Dios será todo en todas las cosas.”

Recordando a San Juan de la Cruz, renovaremos bríos: “Al atardecer de la vida te examinarán del Amor.”

sábado, 15 de noviembre de 2014

33º Ordinario, 16 noviembre 2014.


Primera Lectura: del libro de los   Proverbios 31: 10-13, 19-20, 30-31
Salmo Responsorial, del salmo 127
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 5: 1-6
Evangelio: Mateo 25: 14-30.

La Antífona de Entrada evita, desde el inicio, que surja en nuestra mente una falsa concepción de Dios, sobre todo al escuchar y meditar el Evangelio. De Dios no pueden brotar sino “designios de paz, no de aflicción; me invocarán y los escucharé, los libraré de toda esclavitud donde quiera que se encuentren.” ¡Cuántas veces hemos considerado que de la Fuente de Bondad no puede manar sino Bondad!

Nuestra respuesta no puede ser otra que la aceptación de sus mandatos, ellos son las mojoneras del camino para que no nos desviemos, para que encontremos la felicidad, la que perdura, la que, solamente, se consigue en el servicio fiel a su voluntad y a la entrega a los hermanos.

El sendero es fácil si estamos llenos de Dios; cuando encontramos piedras, espinas y abrojos, si prestamos atención, percibimos que nosotros mismos los hemos colocado, de nuestras manos ha salido la mala semilla; todavía es tiempo de escardar, de limpiar, de emparejar. ¿Capacidad para ello? Ya el Señor nos la dio de sobra, lo que no sabemos es si nos alcanzarán las horas para entregar los frutos, por eso cualquier demora o exceso de confianza, puede ser decisiva.

El canto de alabanza a la mujer hacendosa, que entona el Libro de los Proverbios, es un preludio a la parábola que utiliza Jesús; “dichosa la que, con manos hábiles, teje lana y lino, que maneja la rueca, que abre las manos al pobre y desvalido”; talentos recibidos para alegrar la vida de los otros.

El Salmo, como variaciones sobre el mismo tema: “Dichoso el hombre que confía en el Señor”. La bendición de arriba será su compañía y la verá, fecunda, con su mujer al lado. Basta que abramos los ojos para encontrar a Dios en todas partes, y con Él encontrar la felicidad anhelada.

San Pablo ha dedicado largas horas al trato con Jesús; de Él ha aprendido lo que ya meditamos: lo incierto de lo cierto y del amor confiado porque es reconocido; deshace las angustias de aquellos que quisieran saber la precisión del tiempo de la llegada del Señor de los cielos. ¿Para qué preocuparse del tiempo cuando éste ya no exista? ¡Es ahora el momento de alejar las tinieblas, de espabilar el sueño, de vivir sobriamente y llenarnos de luz!

No es Dios el que se ha ido; Él no sale de viaje. Entrega los talentos y está a la expectativa. Mira cómo nos miramos las manos enriquecidas con sus dones y, más, con su confianza. Oímos, quedamente, lo que su amor pronuncia: “No son ustedes los que me han elegido a Mí, sino que Yo lo elegí para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. (Jn. 15: 16).

Lo recibido es para que el Reino crezca. El don ya fue gratuito, mas para que haya cosecha se necesitan creatividad y esfuerzo. Temor y ociosidad jamás  tendrán cabida, y si acaso aparecen, de antemano estarán condenados.

Una doble mirada, a lo que he hecho y hago, pero con los ojos puestos en Aquel que vive de la entrega; siguiendo sus pisadas evitaré “el ser echado fuera”.

¡Confiaste en mí, Señor, y de ti espero corresponder sin falta!

viernes, 7 de noviembre de 2014

32º Ordin. Dedicación de la Basílica de Letrán. 9 nov. 2014.



Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 47: 1-2, 8-9, 12
Salmo Responsorial, del salmo 45
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios  3: 9-11, 16-17
Evangelio: Juan  2: 13-22.

Conmemorar, traer a la memoria, hacer presente lo que fue y sigue siendo; el domingo pasado hicimos presentes a todos nuestros hermanos difuntos que siguen siendo, el Señor pronuncia sus nombres, porque si “llama a los astros y responden ¡Presentes!”, (Baruc 3: 35), ¿cómo podría olvidar los nombres de sus hijos? Revivamos la historia como “maestra de la vida”. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán, la Catedral del Papa como Obispo de Roma, sede-símbolo de la unidad, Ella, “la Madre de todas las Iglesias”, no tanto por la antigüedad de su edificación, que también aceptamos, sino por la referencia que brota como fuente y se expande por el mundo entero: desde Pedro…, luego, en el siglo IV reciben la Basílica Melquíades, después Silvestre…, ahí se celebran cinco Concilios Ecuménicos…, hasta Benedicto XVI, eslabones que seguirán articulándose mientras el mundo dure y harán patente la promesa de Jesús: “Yo estaré con ustedes hasta el final de los siglos”, (Mt. 28:20).

¿Qué podemos aprender?: la necesidad de orar por la Iglesia y por todos los cristianos, para que ni ella ni nosotros nos quedemos apesgados en una mirada triunfalista, piramidal y engarzada con las políticas de poder, sino que volvamos a los pasos de Jesús: “No he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida por la salvación de la multitud”. (Mt. 20:28)  Que la Iglesia, nosotros, hagamos realidad la petición dirigida al Padre Celestial: “que tu pueblo te venere, te ame y te siga, se deje guiar por Ti para llegar hasta Ti”. 

Penetrando la visión de Ezequiel, encontramos “el agua que brota del templo, que baja por las laderas, que todo lo sana, que da vida, que produce frutos abundantes y duraderos”, es la salvación que viene de Dios, el agua a la que el mismo Jesús hace referencia: “Del que crea en Mí manarán ríos de agua viva”, y esto lo decía “refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él”. (Jn. 7: 38-39)  La pregunta surge, inquietante, retadora: ¿es la Iglesia, somos nosotros, soy yo, no sólo reflejo, sino, verdad que va y vamos y voy, con la fuerza del Espíritu, “regando las laderas, sanando, purificando, haciendo brotar flores y frutos, hojas medicinales”? Tema fecundo para examinar y orar y discernir, para retomar ánimos porque se trata de una tarea, un cometido que, si bien nos compete como colaboradores, es obra de Dios, fundamentados en Cristo, Piedra Angular, pero fieles arquitectos, como Pablo quien nos exige, sensatamente: “Que cada uno se fije cómo va construyendo”. Dábamos gracias al Padre, escuchando a San Juan el domingo pasado, porque “no sólo nos llamamos, sino que somos hijos suyos”…Hoy San Pablo nos hace comprender la magnitud todavía más majestuosa que cualquier Basílica: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”  Creer y actuar esta revelación debe cambiar el mundo, al menos nuestro entorno: ¡Dios está en mí y está en cada hermano!

Actuemos de tal forma que el Señor Jesús no tenga que venir a expulsar de “la Casa de su Padre”, que recalquemos, somos cada uno, a mercaderes, ovejas y bueyes, a volcar las mesas del dinero, sino que nos encuentre convertidos en “casa de oración”, e igual que los discípulos, sepamos “recordar sus palabras y confirmar nuestra fe en la Escritura”.