martes, 28 de mayo de 2013

9º. Ordinario, 2 junio 2013



Primera Lectura: del primer libro de los Reyes: 8: 41-43
Salmo Responsorial, del salmo116
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 1: 1-2, 6-10
Evangelio: Lucas 7: 1-10.

“Los ojos puestos en el Señor”, y que seamos coherentes: el que fija sus ojos en algo o en alguien que lo atrae, hará que la mente y el corazón completen ese camino; ya nos ha dicho Jesús: “Si tus ojos son limpios, todo tú serás limpio”. (Mt. 6: 22).

La aflicción, la angustia el miedo, cuanto nos perturba, si dedicamos un rato a analizarlo, a profundizar en su realidad, constataremos que la causa es haber vuelto los ojos hacia otro horizonte y hemos olvidado que es Él quien nos libra de todo peligro; tan sencillo es recobrar la calma aun en medio de violentas tempestades interiores o exteriores, como volver la mirada, de nuevo hacia el Señor, sin aguardar milagros que nos eviten la lucha, pero sí, aunque no lo consideremos milagro, nos reconforte en el espíritu, en la convicción, en la fe, al recordar la experiencia que comunica San Pablo en Hechos de los Apóstoles: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. (17: 28)

La primera lectura y el Evangelio, en la liturgia de hoy, confirman, porque ya lo sabíamos, la apertura universal de nuestro Padre Dios, y, en unión con Él, Jesús y, aun cuando no se mencione, también Aquel que continúa la misión redentora, iluminadora, consoladora, el Espíritu Santo. Anima la claridad con la que Salomón ora en el Templo: “Cuando un no israelita venga de un país distante a orar, escúchalo desde el cielo, tu morada, y concédele todo lo que él te pida”, sentimos, en la sencillez y convicción, que Dios es Dios de todos, que vela por todos, que se preocupa por todos que atiende a todos, que atrae a todos los que escuchan la fama de su nombre y se animan a invocarlo.  Me pregunto y ojalá cada uno se pregunte, ¿qué clase de puente soy para que aquellos que me rodean, con quienes tengo trato cotidiano, aquellos con los que me encuentro en el camino de la vida, descubran en mí el ejemplo, la invitación, el ímpetu para desear conocer, dirigirse y confiar en Dios? No nos respondamos de inmediato, permitamos que la inquietud, si es que brotó, llegue a nuestro fondo y haga surgir una respuesta sincera y por ello, comprometida. 

¿Cuántas veces hemos recordado la fe del centurión: “Señor no soy digno de que entres en mi casa…, basta con que digas una sola palabra”. ¡Ya la has dicho y repetido, la he escuchado, ayúdame Tú a sentir que la salud total me envuelve y me reanima!, no soy digno, pero sí necesitado.

martes, 21 de mayo de 2013

La Santísima Trinidad, 26 mayo 2013.



Primera Lectura: del libro de los Proverbios 8: 2-31
Salmo Responsorial, del salmo 8: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 1-5
Aclamación: El Espíritu recibirá de mí lo que les vaya comunicando a ustedes.
Evangelio: Juan 16: 12-15.

Si nuestro cristianismo no es Trinitario, no es cristianismo. Vivimos haciendo referencia a la gran revelación que nos trajo Jesucristo: Dios es familia, Dios es comunicación, Dios es interacción desde su misma esencia. ¿Cómo podríamos haberlo sabido los hombres?

La racionalidad con que Dios nos dotó, la capacidad de asombro ante las maravillas de la creación, pero desde la conciencia de nuestra propia pequeñez, ha buscado, en todas las latitudes, la relación con Aquel, Alguien que está más allá de nosotros, que todo lo sobrepasa y a Quien los hombres hemos llenado de nombres, los más variados y aun absurdos. La imaginación ha intentado describirlo, pintarlo o esculpirlo, siempre alejada de la realidad inabarcable, pero tratando de proyectar la inquietud que acompaña a todo ser humano. Quizá la más cercana, la de “Un primer Motor del mundo”, “La Causa incausada”, parece que la aquieta con el logro, mas se queda en una abstracción que nada dice, la lejanía crece y la relación personal con “una idea”, la deja fría e incapaz de ligar un compromiso. “Si los leones pudieran pintar un “dios”, pintarían un león”, nos dice Jenófanes. ¿Quién eres, Señor, cómo eres? La respuesta sería otra idea y, continúo con Agustín, “cualquier imagen que tengas de Dios, ese, no es Dios”. Entonces, ¿cómo saberte?

“Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”; es Él quien se nos revela, quien nos busca y se nos da a conocer. De la misma manera que la descripción física de una persona sólo nos proporciona una serie de datos, pero nos deja en la ignorancia de su interior hasta que no entablemos una relación profunda, igual es con Dios: “Nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre; nadie conoce mejor el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios”. (1ª. Cor. 2: 11) Ese Espíritu que es la Vida de Dios, ese Espíritu prometido y enviado por Jesús, ese Espíritu que está en Jesús es el que nos descubre Quién es Dios.

Algo nos acerca el Libro de los Proverbios: “Sabiduría, Palabra, Acción Creadora, Cercanía gozosa con las creaturas, con nosotros, los hijos de los hombres”, pero quizá aún lo sintamos lejano e inalcanzable. Más nos ayuda el Salmo al sentir que somos importantes para Dios, ya que pasamos de la admiración externa, a la experiencia interna de haberlo recibido todo: “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes”? Al detenernos a considerar nuestra realidad de creaturas y aceptarla, comenzamos a vivir la verdadera libertad que es condición para crecer, para encontrar, para relacionarnos con Quien nunca dudó en querernos, ni en seguirnos queriendo sabiendo cómo somos, y “tanto nos amó que envió a su Hijo para que tengamos vida por Él”. Se va develando el “misterio”, que no es simplemente lo oculto, sino la acción salvífica que realiza Jesús y que prosigue el Espíritu Santo, por la fe, por la Gracia, “por la Esperanza que no defrauda”, porque nos sabemos llenos de ese Espíritu que el mismo Dios nos ha dado.

Jesús mismo, Palabra del Padre, da luz a nuestros entendimientos para que atisbemos la Vida Trinitaria: Él regresa al Padre y ambos nos envían al Espíritu. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, poseedor que posee lo poseído por Otro. “El Espíritu me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”. Comunicante de lo que se le ha comunicado.

Que al recorrer la Liturgia Eucarística, vayamos reconociendo la presencia Trinitaria en toda ella, desde el inicio mismo, al santiguarnos, hasta la despedida en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¡Qué la intimidad de esta presencia se haga presente a lo largo y en cada momento de la vida!

jueves, 16 de mayo de 2013

Pentecostés, 19 mayo 2013.



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 3-7, 12-13
Aclamación: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor.
Evangelio: Juan 20: 19-23.

“Ven, Espíritu Santo y llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.”  ¡Ya lo ha hecho, ha colmado la tierra, ha dado la unidad, pidamos percibirlo, aceptarlo, seguir el flujo del soplo que consolidó a la Iglesia, que guió a la Primitiva Comunidad y quiere continuar su acción en nuestro vivir de cada día para que crezcamos y hagamos fructificar los dones que constantemente nos regala!

En la lectura de Hechos, San Lucas nos sitúa en Jerusalén, precisamente en la fiesta judía de Pentecostés, 50 días después de la Pascua cuando multitud de israelitas y extranjeros “venidos de todas partes del mundo”, acudía al Templo para conmemorar la salida de Egipto. El relato, fuertemente simbólico, realza el Don del Espíritu Santo: evoca el “Viento de la creación” y el “Hálito” que insufló Dios a los primeros hombres, Vida divina. El fuego, como presencia de Dios a través de la historia de Israel, y que ahora realza el deseo de Cristo: “Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda”. La maravilla de la comprensión entre los hombres: diferentes sonidos, pero una misma intelección “de las maravillas de Dios”.

¡Qué lejos estamos de esa unidad!, pidamos con el mayor ardor, con fe viva, con esperanza cierta, lo que Jesús prometió y cumplió y necesitamos que realice de nuevo desde y con el Padre: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra”. En el mismo salmo sentimos la presencia de Dios en sus creaturas, en cada uno de nosotros; creados para ser “gozo de Dios”, ¿puede haber algo que nos entusiasme más que ser causa de “la alegría” de Dios?

Pablo, sin rodeos, reconoce la imposibilidad de elevarnos sin la acción y la fuerza del Espíritu, ni pronunciar podemos el nombre de Jesús, “el Señor”, sin la presencia del Espíritu. Hacia donde sea que miremos, si lo hacemos con fe, encontraremos que todo invita a la unidad, a la fraternidad, a la comunión, a la participación, una vez más, de la Vida Trinitaria; “multiplicidad de dones, pero un solo Espíritu”, “manifestaciones diversas pero el mismo Dios que hace todo en todos y precisamente para el bien común”, y todo ello sin violentar nuestra libertad, sin coaccionar nuestro interior, haciendo aflorar, si se lo permitimos, la conciencia de ser miembros del mismo Cuerpo en Cristo Jesús.

Dones inacabables, de los cuales el mayor es el mismo Dios; como nos dice Santo Tomás: “Dios no puede darnos menos que a Él mismo”, de Él proceden la filiación que nos engrandece, la fraternidad que nos conjunta, la Paz que nos aquieta. Sabernos pecadores y aun así “enviados”, sería imposible comprenderlo; pero no si dejamos que vibren fuertemente la palabra de la Palabra y el “nuevo soplo” que reaviva:

“Cómo el Padre me envió, así los envío a ustedes”, verdaderos cristos, con el mismo encargo de parte del Padre: llevar la paz y el perdón al mundo entero; hacer conscientes a cuantos seres encontremos que el Reino consiste en eso: en reconocer a Dios como Padre y en reconocernos y tratarnos como hermanos, jamás seremos capaces sin el Espíritu, sin Cristo, sin el Padre mismo en el centro de nuestros corazones. ¡Ven a renovarnos!

miércoles, 8 de mayo de 2013

La Ascensión del Señor.12 Mayo 2013.



Primera Lectura: del libro de Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro de los Hebreos 9: 24-28, 10; 19-23

Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo.
Evangelio: Lucas 24: 46-53

“Salió como un héroe, contento a recorrer su camino”; hoy lo vemos culminarlo para entrar en la Gloria.  Un día volverá a cumplir lo que nos ha prometido: “Padre, quiero que donde Yo esté, estén también los que me has confiado”. En incontables ocasiones hemos reflexionado que es indubitable que donde esté la Cabeza, ahí deberán estar los miembros y comprendemos la ilación lógica: permanecer unidos e ir alimentando la esperanza cierta, desde la experiencia vivida de seguir a Cristo aquí en la tierra para llegar, como Él a la Gloria del Padre.

San Lucas, en el inicio del libro de los Hechos de los apóstoles, narra someramente, el último adiós de Jesús. En un resumen magnífico, le recuerda a Teófilo y en él a nosotros “todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que ascendió al cielo”; quizá no en ese momento, pero sí después habrán los discípulos recordado sus palabras: “Salí del Padre y vuelvo al Padre”. Este recordar será obra del Espíritu Santo, porque aun en esos postreros instantes todavía no se les había abierto la mente y preguntaban ansiosos, ajenos a la magnitud del misterio y con el anhelo, no tan oculto, de gozar de un triunfo tangible, terreno: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús los conoce y nos conoce: necesitamos mirar a través del velo de la fe; Jesús no se desespera; su respuesta los deja en la misma situación: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero el Espíritu Santo cuando descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.” ¡Cuánto por corregir en la visión y en la misión! Para aprender a dar pasos firmes en el suelo, tener los ojos  fijos en el cielo. Solamente así entonaremos, conscientes, el canto de júbilo: “Dios asciende a su trono. Aleluya”.

La petición de Pablo sigue en pie: “Que el Padre de la gloria nos conceda espíritu de sabiduría y revelación, para conocerlo. Que comprendamos la esperanza que nos da su llamamiento; la rica herencia que da a los que son suyos”. Para ello, recalca la condición: si Cristo es la Cabeza y nosotros, Iglesia, su Cuerpo, la estrecha unión es imprescindible. Brilla intensamente algo que necesitamos meditar para aceptar: la creación, la obediencia, la filiación, en último término, el amor, son la verdadera dependencia para la libertad. ¡En Cristo y sólo en Él, llegaremos a ser lo que queremos ser!

Antes de partir, Jesús les recuerda lo que ha sido su vida, su misión, lo que lo ha hecho, en toda la plenitud de la palabra: “El Hijo amado del Padre”: la entrega total por los que ama: su pasión, su muerte, su resurrección, en Él se realiza la plenitud de la Revelación; de Predicador se convierte en Predicado. No es una doctrina abstracta la que hemos de dar a conocer sus discípulos, es su Persona viva, la que ha de llenar los corazones de fe y de esperanza.
Únicamente Él puede decir con toda verdad: “me voy pero me quedo”; estoy junto al Padre pero también junto a cada uno de ustedes, mediante la fuerza que ya hemos recibido desde lo alto: el Espíritu que vivifica.

Junto con los Apóstoles, recibamos la bendición de Jesús e imitémoslos, manteniéndonos unidos en oración alabando a Dios. ¡Ahí está la luz que ilumina y fortalece!

viernes, 3 de mayo de 2013

6° de Pascua, 5 de Mayo, 2013.



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 15: 1-2, 22-29
Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apóstol Juan 21: 10-14, 22-23
Aclamación: El Espíritu Santo les recordará todo cuanto les he dicho.
Evangelio: Juan 14: 23-29.

El canto debe proseguir, su eco debe resonar hasta los últimos rincones del universo: “¡El Señor, ha redimido a su pueblo!” Cantamos en Iglesia, en comunidad, en convivencia, en verdadera consolación, en actitud de espera porque Jesús nos anuncia la venida del Espíritu Santo, nos asegura la participación, misteriosa pero real, en la vida Trinitaria, nos describe la Nueva Jerusalén que ya ha comenzado a construir, ¡Cómo no vamos a unirnos en la alabanza e invitar a todos los pueblos a adherirse a ella!

La lectura de Hechos de los Apóstoles nos pone ante los ojos la realidad de la Iglesia, de esa Comunidad constituida por hombres, como nosotros, con diversidad de sentimientos, de expectativas, de visión, a veces aun de encerramiento intelectual y afectivo; pero con una diferencia que tiene que motivarnos a la reflexión, a la confrontación, a la clarificación, ¡nunca solos ni apoyados exclusivamente en motivos inmediatos!; sino en la oración, la consulta, el discernimiento y la apertura a la diversidad que no rompa la unidad con fáciles concesiones, sino que consolide la que Cristo fundó y que sólo se mantendrá y crecerá con y por la acción del Espíritu, “Señor y dador de vida”.  El conflicto se resuelve en conexión con la Inspiración que actúa, mediante la fe y la experiencia de la “sensación” de Dios en el desarrollo de la vida: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”. ¡Qué ejemplo de humanidad y trascendencia hermanadas en la comprensión! Claridad de decisión que no procede nada más del “saber” humano, que “imita” a Dios en el conocimiento de los hombres, en la universalidad de la Salvación, que deja en claro que el Nuevo Camino, es precisamente Nuevo y no un agregado a la Antigua Alianza. Ya escuchábamos el domingo pasado: “Ahora Yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. La Iglesia, y nosotros con ella, necesitamos aprender que Dios no es “nuestra exclusiva”, que Es el Siempre Mayor y su creatividad no tiene límites.

El Apocalipsis nos transporta a una visión inimaginable para nosotros; visión de Fe y de Esperanza, visión de novedad y permanencia, visión de luz y claridad que tiene como centro a Jesús, el Cordero que todo lo une, a cuantos vivieron sinceramente la Antigua Alianza, representados en los doce ancianos que hacen actuales a las doce tribus de Israel y a los doce Apóstoles que significan a cuantos creemos en la Alianza Nueva y Eterna. “Cristo, la piedra angular, sobre quien se construye todo lo nuevo y duradero”.

El mismo Jesús, en su sermón de despedida, insiste, continuando lo iniciado el domingo pasado, en lo único que perdura: el amor y las lógicas consecuencias de quien ama: “cumplir su palabra”.

¡Qué maravillas nos promete: ser morada de Dios, vivir de la vida de Dios! “Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Me pregunto a mí mismo si de verdad creo en esta delicadeza de Dios: ¿Dignarse vivir en mí! Y toda vía más: no sólo es el Padre, ¡es la Trinidad que desea habitar en mí! ¿Quiero saber de Dios, encontrarme con la plenitud del conocer, sin resabios de duda o de ignorancia? Jesús Camino, me muestra el camino: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre – revelación del Dios Comunidad -, les enseñará todo  cuanto les he dicho”. ¡Cómo lo necesitamos para recordar las Bienaventuranzas, el desasimiento de las creaturas, el amor universal, la conciencia de trascendencia, el perdón, la resurrección y la vida eterna! Esta es “la paz que nos ha dejado”, ¿la aceptamos y queremos vivirla?