Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 15: 16-21
Salmo Responsorial, del salmo 118: Dichoso
el que cumple la voluntad del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del
apóstol Pablo a los corintios 2: 6-10
Aclamación: Te doy gracias, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del reino a
la gente sencilla.
Evangelio: Mateo 5: 17-37.
En la antífona de entrada, al unir
nuestras voces en el Salmo, expresamos lo más profundo de nuestra confianza en
Dios: “roca, fortaleza, baluarte y
refugio”, si Él lo es para nosotros, habremos encontrado al mejor compañero
y guía. Consecuencia de esta experiencia, empujarnos aún más y por eso pedimos:
queremos ser rectos y sinceros para que “hagas
tu morada en nuestros corazones y nunca dejemos de ser dignos de esa presencia
tuya”.
La presencia del Señor, de la furza
del Espíritu nos hará querer querer guardar los mandamientos, vivir en la
fidelidad, saber elegir, sin dudar ni poder dudar, la vida bajo la luz de su
mirada, para poder cantar a pulmón lleno, desde la experiencia vivida en casa
paso: “Dichoso el que cumple la voluntad
del Señor”.
San Pablo prosigue en su carta, el
hilo enhebrado: no es la sabiduría de este mundo la que ilumina, sino la
divina, misteriosa pero eficaz, la que asegura que llegaremos a donde la mente
humana ni puede imaginar: “Conocer a Dios
como somos conocidos”. (1ª. Cor. 13: 12)
Entendamos las palabras de Jesús: «No
he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darles plenitud».
Nada de romper el proceso progresivo de la Revelación; para llegar a la meta,
es necesario cada paso:”En múltiples
ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres por los Profetas.
Ahora, nos ha hablado por su Hijo”. (Heb. 1: 1-2) La misma Palabra, pero
ahora Encarnada.
Jesús acepta antiguos contenidos,
pero llena la letra con un nuevo espíritu, el de la finura en el trato con los
hermanos y el de la total sinceridad en las relaciones con Dios.
Las proposiciones adversativas
contraponen, pero las conclusiones, elevan, clarifican y conducen: no sólo lo
inmediato es lo que cuenta, no basta el ritualismo vivido sin resquicios,
quedaríamos envueltos en “la sabiduría de
este mundo”, es preciso ese “más” que Jesús enarbola en cada decisón de su
paso entre nosotros: “Mi alimento es
hacer la voluntad de Aquel que me envió”. (Jn. 4: 34)