jueves, 27 de diciembre de 2012

La Sagrada Familia, 30 diciembre 2012.

Primera Lectura: del pimer libro de Samuel 1: 20-22, 24-28
Salmo Responsorial, del salmo 83
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: 1-2, 21-24
Evangelio: Lc. 2: 41-52.

Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos en Nazaret por Jesús, María y José.

No se trata de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia.

Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de por vida al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan en el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la filiación divina, fruto “del amor que nos ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de nosotros!

Jesús no es “un muchacho rebelde”, sencillamente enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad que ellos comprenderán mucho más tarde.

Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”. 

No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven, a todo adulto, seguir creciendo “hasta que seamos semejantes a él”.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Natividad del Señor, 24 diciembre 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 95
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Evangelio: Lc. 2: 1-14.

¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza, Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.

La humanidad entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas?

El misterio del hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz del misterio de Dios. 

“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.

¡La realidad supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle  la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.

Hoy todo es canto, proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma.

Intentemos, como invita San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y extáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo  rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza? (2ª. Cor. 8: 9-10)   

No podemos menos de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado hacia Él nuestras vidas.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

4º Adviento, 23 Diciembre 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 5-10
Aclamación: Yo soy la esclava del Señor;  que se cumpla en mí lo que me  has dicho.
Evangelio: Lucas1: 39-45.

María es el mejor ejemplo para prepararnos a la venida del Señor; Ella resume lo que tanto hace falta en el mundo de hoy: el sentido, el proceso y la realización de las relaciones interpersonales, principalmente con el Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo y entre nosotros.

María enseñó a Jesús a orar, a buscar y aceptar, como Ella, la voluntad del Padre, a abrirse al misterio de la acción del Espíritu, a descubrir a Dios en el servicio a los demás, a ser puente que expandiera la presencia vivificadora del Espíritu.

Con precisión le aplicamos las palabras de Isaías que hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga  germinar al Salvador”. ¡María, desde tu perturbado silencio ante el anuncio del ángel, desde lo incomprensible para la razón humana, desde la conciencia de tu pequeñez engrandecida, enséñanos a dar el paso que tanto trabajo nos cuesta: “¡Hágase en mí según tu palabra!” ¿De quién sino de ti, pudo aprender Jesús lo que transformó en Vida durante su vida?: “Aquí estoy, Dios mío, vengo para hacer tu voluntad”. Relación filial con el Padre, como lo fue la tuya, desde el principio hasta el fin; en medio de obscuridades, incomprensiones, enjuiciamientos y sinsabores; desde el gozo de dar a luz al que es la Luz y no quedar enceguecida, de sostenerlo, apagado, en tu regazo, hasta volverlo a ver, sin duda, la primera, como una nueva luz, Resucitado, y verte, poco tiempo después, glorificada.   En Jesús, en unidad perfecta con el Padre, -misterio que nos rompe-, la decisión de venir y ser como nosotros, de seguir nuestros pasos, paso a paso, y, sin detenerse ante la muerte, revelarnos con su muerte la Vida verdadera: ¡Esto es cumplir, sin desviaciones, la Voluntad del Padre!

En Él y en ti, María, descubrimos que el Espíritu actúa incansable, que está presente y que se irradia y contagia, -porque así es su manera-, desde los corazones que se abrieron una vez a su impulso y jamás se cerraron.

¡Cómo aprendió  Jesús, aun antes de nacer, que el amor es servicio y encuentro consumado! Te acompañó en el viaje y engrandeció a Juan, desde tu seno; revistió a Isabel con el Espíritu y a través de esos labios, te proclamó dichosa. ¡Adviento venturoso que adelanta los frutos!

Te pedimos, María, sin ser irreverentes, que aprendamos de ti, que lo viviste intensamente, aquello que el zorro enseñaba al Principito: “Tú eres por los lazos que has creado”. ¡Que hondos lazos irrompibles ante el deseo del Padre; profunda convivencia con el Verbo Encarnado, que naciendo de ti, te hace Madre de todos; contemplación que por nada se interrumpe con el Dador de Vida. Lazos peregrinos que se van alargando con la historia, desde aquella, tu primera visita a Isabel, en busca de los otros; lazos que se prodigan, incesantes, en tus apariciones, en tus voces que insisten en el amor que abraza, en la oración confiada, en el gozo de sabernos, de verdad, hijos tuyos. ¡Enlázanos, Señora, de tal forma que no queramos seguir otros caminos, y como tú, nos aprestemos a recibir a Cristo y a compartir, como Él, con los hermanos, todo lo recibido!

jueves, 13 de diciembre de 2012

3º Adviento, 16 diciembre 2012

Primera Lectura: del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, del salmo 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 4-7
Aclamación: El Espíritu del Señor está  sobre . Me ha enviado para  anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Lucas 3: 10-18.

“¡Estén siempre alegres en el Señor!”  No debe extrañarnos que en tiempo de Adviento, tiempo de penitencia y purificación, la liturgia insista en el Alegría y en la alegría plena, rebosante, llena de esperanza; no necesitamos adivinar, la causa de esa alegría es porque “El Señor está cerca”.

El hombre es ser de fiestas, de aniversarios. ¡Con qué cuidado prepara el nacimiento del nuevo ser, el bautismo, la primera comunión, los 15 años de las hijas, los cumpleaños, y más aún, las bodas! El gozo de la convivencia, la ocasión de ver a amigos y parientes que están lejos y a quienes la fiesta reúne; la charla, las anécdotas, las sorpresas al ver crecidos a aquellos que se habían quedado pequeños en la imagen y que ahora la corrigen con su estatura, su voz grave, la nueva chispa que relumbra en los ojos, y la esperanza. Aquellas niñas, ahora convertidas en jovencitas apenas reconocibles. Alegría por el reencuentro de corazones que vuelven a latir al unísono y que renuevan la promesa de no dejarse en el olvido. Todos hemos vivido con intensidad esos momentos, quisiéramos que perduraran pero nos damos cuenta de que, probablemente, tendremos que esperar hasta otra fiesta para vernos…

El profeta Sofonías hace que bajemos a la realidad y no nos quedemos en los tristes e inútiles “hubiera”: “Da gritos de júbilo, gózate, regocíjate de corazón…”, no se trata de una fiesta que dura un día, es una fiesta que te renueva desde dentro, te ves, Israel, y nos vemos nosotros, en el destierro, esto ya terminó: “El Señor ha levantado la sentencia, no temas, que no desfallezcan tus manos, el Señor está en medio de ti.” ¿Puede haber una alegría más profunda y duradera que sentirnos en paz, en posesión del Señor? Dejemos que nos envuelva no las palabras, sino la realidad expresada: “Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”. Puedo y quiero ser causa de que Dios se alegre. Espero que no seamos capaces de robárselo. Liberador y liberados participamos del mismo gozo.

Preparamos un Aniversario más  de la expresión del inabarcable amor de Dios hacia nosotros. Como inició la Misa con la antífona de entrada, ahora Pablo nos exhorta a estar siempre “Alegres en el Señor”, y lo reitera para que sintamos cómo esa alegría nos invade, “se lo repito, ¡alégrense!” Todo aquel que está alegre, contagia esa actitud porque le desborda por la sonrisa, por la cara de felicidad, por la irradiación entera de su ser, y en esa benevolencia abraza a todos. Alegres por la gratuidad del don de la paz que sobrepasa toda inteligencia, porque viene de la experiencia de Dios.

Comprendemos, en la respuesta de Juan Bautista a quienes le preguntan: “¿Qué debemos hacer?”, la imprescindible proyección de nuestros actos como fruto de haber decidido enfrentarnos a nuestra verdad. No nos pide aislarnos en el desierto, ni alimentarnos de saltamontes y miel silvestre, ni vestirnos con túnica de pelo de camello, para preparar la venida del Señor, simplemente que no nos aprovechemos de nadie, que no engañemos, que participemos de lo que tenemos, que no abusemos del poder y de la fuerza, que nos abramos a la solidaridad. La sencillez y claridad con que lo dice, aplaca nuestra inútil palabrería, y nos encamina al verdadero bautismo del Espíritu Santo y del fuego que ya nos trajo Jesús en su venida. Juan mirando a un futuro cercano, nos hace considerar un pasado perenne que permanece en presente y nos lanza al futuro definitivo, el trascendente.

sábado, 8 de diciembre de 2012

2º Adviento. 9 Dic. 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Baruc 5: 1-9
Salmo Responsaorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 4-6, 8-11
Aclamación: Preparen el camino del Señor,  hagan rectos sus senderos,  y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Lucas 3: 1-6.

Cuando el corazón oye la Voz de Dios no puede menos de alegrarse; ¡cómo necesitamos del silencio para poder escuchar su Palabra  en medio del aturdimiento de las cosas que nos rodean! Danos Sabiduría, Señor, para saber distinguir, para saber elegir, para llenarnos de tu propia vida

Nuestra realidad no es muy diferente a la que vivía Israel cuando el profeta Baruc los incita a la alegría ¿Alegría en el destierro, en la pobreza, en la penuria, en Babilonia, en la lejanía de la Ciudad Santa? ¡Sí!: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Todas las creaturas están para servirte, el camino será llano, la frescura de los árboles te dará sombra; el Señor es tu Pastor “te escoltará con su misericordia”.

Volviendo los ojos a nosotros: ¿alegría en las angustias económicas, en medio de los conflictos sociales, junto a hermanos que padecen hambre, frío, segregación? ¿Alegría en un mundo roto, donde los pasos tropiezan en subida, donde los árboles no pueden dar sombra porque están talados? ¿Vestirnos de gloria ante lo incierto del mañana, la escalada de precios, la sordera de los poderosos, la impotencia creciente ante el ansia de poder que destruye a los hombres? ¿Alegría cuando, junto con Dios, nos sentimos desterrados, lejos de la paz y la justicia? ¡Sí!, porque la Palabra se sigue pronunciando con la misma fuerza creadora y liberadora del inicio: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios, nada fue hecho sino mediante la Palabra y cuanto existe subsiste en ella”. 

Palabra que en Jesucristo se hace carne, como uno de nosotros, que viene a enseñarnos con su vida y su entrega, el camino que desemboca directo al corazón de cada uno, que conmueve y remoza, que convierte y transforma, que nos hace reconocer, más allá de lo que nos aprieta y acongoja, que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”, es quien alimenta la sólida alegría, la que supera todo, la que sabe que ha elegido el camino correcto aun cuando las circunstancias parecieran decirnos lo contrario.

Fidelidad y convicción, las que comunica Pablo a los filipenses; oración que hermana y mantiene tenso ese lazo de unión: “Siempre pido por ustedes”, descubre la razón, además del afecto: “Lo hago con alegría porque han colaborado conmigo en la  causa del Evangelio”. La Buena Nueva es el dinamismo porque en el centro está Cristo Jesús; la seguridad es plena porque “Aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre”. Ni son ellos solos, ni somos nosotros solos, es la Gracia, es “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, lo que nos hará producir “frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios”. 

Lucas nos sitúa en el tiempo y en la historia, en el momento del reinicio de la Voz que viene a anunciar que la Palabra ha llegado; resuena en el desierto, en la meditación, en el silencio interior y exterior. Rellenar los valles, abajar las colinas: ni humildad inactiva ni soberbia altanera; horizonte sin límites que “permita a todo hombre ver la salvación de Dios”.

viernes, 30 de noviembre de 2012

1º de Adviento, 2 Diciembre, 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 33: 14-16
Salmo Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 3:12, 4: 2
Aclamación:  Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Lucas 21: 25-28, 34-36.

¡Adviento!, el Señor que ya vino, ahora llega nuevamente, el Dios siempre presente que se pone a nuestro alcance en Jesucristo. Quiere que analicemos el sentido cristiano del tiempo y de la historia.

Jeremías anima a la confianza; de parte del Señor anuncia lo que cumple: “nacer y renacer del retoño pujante”, que continúa abriendo caminos de justicia hasta que reine la paz.

El avanzar no es fácil, los enemigos son poderosos. En el entonces del profeta, Nabucodonosor asediaba a Jerusalén, pero Dios es fiel y “los que esperan en Él no se verán defraudados”. Cierto que a la victoria, la precede la lucha, pero qué diferencia de armas a armas, y de victoria a victoria; allá, escudos, lanzas,  espadas y flechas tras, una muralla fortificada, más que con piedras, con la fe en Yahvé.

Escuchamos la exhortación de Pablo a los Tesalonicenses y nos revestimos de la mirada del cristiano, la que ve hacia el futuro: “conserven sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”. 

Ésta es la actitud, la única, que mantendrá llenos de paz y de esperanza nuestros corazones, la que, ante los vaticinios estremecedores del final de los tiempos, nos hará fijarnos con mayor atención en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”, lo profetizado por Jeremías llegará a su total cumplimiento: “El Señor es nuestra justicia”.

Alejados de cuanto nos aleje de Él, “velando en oración, podamos comparecer, seguros, ante el Hijo del hombre”. Con el ejemplo e intercesión de cuantos han sabido elegir y mantenerse bajo la bandera de Cristo, reafirmemos nuestra fe y nuestra confianza: “Estando el Señor a mi lado, jamás vacilaré”.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Cristo Rey. 25 Octubre 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Daniel 7: 13-14
Salmo Responsorial, del salmo 92: Señor, tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 1: 5-8
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Juan 18: 33-37. 
 
El domingo de la indescifrable paradoja desde nuestra limitación, comprensible, pero, ojalá, aceptada y vivida, desde la visión de Cristo, desde el Amor del Padre hecho palpable por nosotros en la entrega total del Hijo. 
 
En la Antífona de Entrada leemos las atribuciones que solamente es digno de recibir El Cordero Inmolado, precisamente porque murió para abrirnos el verdadero Reino junto al Padre. No todos lo han captado, ni aceptado, por ello pedimos “que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a su majestad y la alabe eternamente.” 
 
En el libro de Daniel, han ido desfilando, previamente, las bestias derrotadas, ahora aparece “uno como hijo de hombre que viene entre las nubes del cielo”, uno como nosotros pero que viene desde Dios a traernos la Buena Nueva para que al escucharla, todas las naciones y pueblos le sirvan; la razón está clara: “su poder es eterno, su reino jamás será destruido”. Un poder que es servicio, un reino que todos anhelamos, que lo tenemos a la mano y que nos pasa inadvertido, porque así lo queremos…, porque pide sinceridad y justicia, sencillez y humildad, una mirada trascendente que traspase las nubes de nuestro “no saber” y acepte lo que va más allá del pensar intramundano, puramente sensible y egoísta que no sabe del poder para servir y entregar gratuitamente.

Estamos en el año de la Fe, y ¡cómo necesitamos que se acreciente!, que mueva las entrañas y guíe las decisiones; que mire y admire “al Traspasado”  y en Él y desde Él continúe hasta poder barruntar lo que detrás de Él se le descubre: “Alfa y Omega, principio y fin, el que Es, que Era y ha de venir”, el centro y resumen de toda la existencia, el que nos colma de paz y de esperanza, el Señor Todopoderoso. ¿Quién podrá comprender toda su profundidad? La respuesta Jesús nos la ha entregado: los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y la justicia, los que se abren a los demás, los que escuchan y perdonan, los que viven la alegría del Evangelio y dan testimonio con sus vidas de aquello en lo que creen. ¡Fácil es decirlo y recitarlo, imposible, sin Él, el realizarlo!

Jesús nos desconcierta, ha “huido” ante el deseo popular de nombrarlo Rey y ahora, ante Pilato, se proclama Rey: “Tú lo has dicho. Soy Rey. Yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz”. La paradoja crece y nos asombra; ¡en qué circunstancias acepta la realeza!: maniatado, despreciado, a punto de ser condenado, sin amigos, sin nadie que lo defienda… Su testimonio es claro: Testigo de la Verdad, porque sabe lo que dice y dice lo que sabe aun cuando eso lo lleve a la muerte. Nos ofrece un resumen de su vida: “Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me envió”, y, “He venido para que el mundo tenga vida”; ojalá su congruencia total nos arrebate y nos anime a decirle, temblorosamente: queremos escuchar tu Verdad, escucharte a Ti que eres el Camino, la Verdad y la Vida, y contigo, “primogénito de entre los muertos y soberano de los reyes de la tierra”, llegar a ese “Reino que no acaba, reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la gracia, reino de la justicia, del amor y de la paz”, ¡reino que inicia aquí entre los hermanos!    

jueves, 15 de noviembre de 2012

33º Ordinario, 18 Noviembre, 2012.

Primera Lectura: del libro de Daniel 12: 1-3
Salmo Responsorial, del salmo 14:  Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 11-14, 18
Aclamación: Velen y oren, para que puedan presentarse sin temor ante el Hijo del hombre.
Evangelio: Marcos 13: 24-32. 

El Señor responde a la súplica que elevamos el domingo anterior, sus palabras transpiran bondad: “Yo tengo designios de paz, no de aflicción”, pero la condición persiste: Si me invocan “los escucharé y los libraré de toda esclavitud”. De parte de Él: seguridad asertiva que aguarda de nosotros que purifiquemos la condición “si”, para pasar del murmullo apenas perceptible, a la acción que acepta el compromiso: “con tu ayuda cumpliremos tus mandatos y podremos encontrar lo que, una y otra vez anhelamos: la felicidad verdadera”

Con sencillez confieso que me admiro de mí mismo, no con la admiración que deslumbra y alienta por haber encontrado esa luz perseguida, sino porque, habiendo meditado y pedido, creyendo estar perfectamente convencido, no crece en mí la respuesta esperada, la que no pone límites, la que acepta el abrazo, la que confía en el Padre.

Daniel, profeta apocalíptico, me avisa: ¡El tiempo que no cabalga en la esperanza, trota vacío! Ya no tienes pasado, ni siquiera presente, estás lanzado, de manera constante, hacia el futuro; considera el segundo que vives, lo ves y ya no es, lo mismo pasa con todos los que siguen: ¡sin ser, dejan de ser apenas siendo! ¿Persigo un despertar amanecido, aun cercado de angustia? ¿Prefiero permanecer en polvo o convertirme en resplandor eterno?

El dilema del ser, que es el mío, que no puedo traspasar a nadie, que me compete, que seguirá la ruta que le indique, que pende de la ilusión alimentada con el querer de Dios sobre mi vida, para considerar todas las opciones, y elegir la única que llega a completar el círculo: ¡Salí de Dios y a Él regreso! El estribillo del salmo, me recuerda: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”. Enseñanza que no aprenda el tono solamente, sino que lo vuelva paso duradero.

Vuelvo los ojos a Jesús, el Centro de todo cuanto existe; me lleno de su decisión inquebrantable; confío en su entrega que nos abraza a todos y asegura la victoria final, más allá del pecado y de la muerte. Le pido que resuene en mí, de manera creciente, lo que San Pablo expresa: “El justo vivirá de la fe” (Rom. 1: 17).

Todo lo que comienza, tiene un fin, y yo, creatura entre creaturas, debo de estar atento al brote de la higuera y distinguir los tiempos de la espera; al fruto que se anuncia, preceden circunstancias que estremecen y aterran, pero hay una Voz que todo lo supera, la que convoca a los hombres al momento del triunfo de la Palabra que permanece siempre.

¿Cuándo será el momento decisivo? Lo incierto de lo cierto es lo más cierto, por eso regreso a la expresión paulina: “El justo vivirá de la fe” y pido estar tan afincado en ella, que a cualquier hora que escuche la llamada, pueda extender las alas del encuentro.

domingo, 11 de noviembre de 2012

32º Ordinario, 11 Noviembre, 2012.

Primera Lectura: del primer libro de los Reyes 17: 10-16
Salmo Responsorial, del salmo 145: El Señor siempre es fiel a su palabra.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 9: 24-28
Aclamación: Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Evangelio: Marcos 12: 38-44.
La imaginación nos permite ver a nuestro Padre Dios con una sonrisa amable, como Él, cuando le decimos: “que llegue hasta ti nuestra súplica; acoge nuestras plegarias”. Sonrisa que hace preguntarnos si de verdad hemos orado, si hemos dirigido confiadamente hacia Él nuestra oración. Multitud de respuestas, venidas desde su Palabra, llenan nuestra memoria: “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. (Mt. 7:7). “Aunque una madre olvide al hijo de sus entrañas, Yo no me olvidaré de ti”. (Is. 49:15). “El Padre sabe de antemano lo que ustedes necesitan”. (Mt. 6: 32), ¿puede caber alguna duda de que nos oye, de que nos tiene presentes? Al permitir que esta realidad se convierta en realidad viva en nosotros, actuaremos acordes a lo que pedimos, unidos a toda la Iglesia, en la Oración colecta: aprender a “dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones”, y, a “entregarnos con mayor libertad a tu servicio”. ¿Dónde estaremos más seguros y de dónde obtendremos la gracia para ser congruentes y enlazar necesidad, súplica y actuación?

Las lecturas de hoy nos presentan espejos donde podemos mirarnos de cuerpo entero, seres que nos interpelan violentamente, que si los consideramos con sinceridad, nos hacen estremecer al constatar el abismo que hay entre nuestro querer y nuestro ser, entre el deseo y la realización, que nos acicatean para reducir la distancia entre el aquí y el hacia allá, que nos hacen palpar cómo viven aquellos que están “colgados de Dios”, y, por eso, son capaces de mirar antes al otro que a sí  mismos. ¡Cómo necesitamos experimentar, sin miedo, con audacia, el desprendimiento y la confianza! Creer en serio, como lo vivió  Pablo:“que hay más gozo en dar que en recibir”, (Hech. 20: 35), como la viuda de Sarepta, que no dudó en servir primero al profeta Elías con lo último que le quedaba, dispuesta a morir junto con su hijo; confió y no quedó defraudada. Percibió, de alguna manera, que “El Señor es siempre fiel a su palabra”, y “ni la harina faltó ni la vasija de aceite se agotó”. ¡Descúbrenos, Señor, tus caminos, porque el ansia de seguridad, de guardar lo que creemos tener, impide la aventura de crecer!

Jesús, en el Evangelio, nos muestra cómo analizar las acciones, cómo enriquecernos al mirar con ojos nuevos a los demás: “El Señor no juzga por las apariencias” (Is. 11:3), ve las intenciones del corazón: “Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Dos moneditas, las de menor valor, no aumentarían el tesoro del templo, destinado a ayudar a los menesterosos. Jesús no exalta la eficacia, sino la grandeza del corazón y la confianza. Volver al espejo y preguntarnos: ¿qué damos y con qué intención?

El último espejo, el perfecto, el que refleja la imagen del Padre: Cristo Jesús, fiel a una misión incomprensible sin fe y sin amor. Él no da pan, agua, monedas, va siempre más allá, a donde quiere que lo sigamos; se da Él mismo de una vez para siempre, no para incrementar el tesoro del templo, sino para purificarnos de toda mancha, para abrir las puertas del Templo Eterno, para volver por nosotros “que lo aguardamos y ponemos en Él nuestra esperanza”.

Tres espejos para analizar el reflejo de nuestra vida, para medir nuestras intenciones, para que, con la ayuda del Espíritu, “quitemos de nosotros toda afección que desordenada sea”.

Invitación que clama: ¡Abandona el simple parecer y abrázate al ser!

martes, 30 de octubre de 2012

31º Ordinario, 4 noviembre 2012

Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 6: 2-6
Salmo Responsorial, del salmo 17: Yo te amo, Señor, eres mi fuerza.
Segunda Lectura: de la catta a los Hebreos 7: 23-28
Aclamación: El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
Evangelio: Marcos 12: 28-34.

Ni que Tú te alejes, ni que yo me aleje; te necesito para tratar de comprenderte, de comprenderme y de comprender a los demás; sin Ti será imposible penetrar el alcance de tu mandamiento, porque en uno los reúnes todos: vertical y horizontal, todos en Ti y Tú  en todos; El resto, es consecuencia que brota, que desborda, que fecunda la vida. 

“¡Atrápame, Señor! ¡Átame fuerte!, que mis pasos no puedan más la huída y mi mano a tu mano quede asida más allá del dolor y de la muerte.”  Son muchas las tentaciones de olvidarte, de perderte y perderme, me envuelve la ceguera y no te miro ni a Ti ni a los demás. Obstáculos que llegan desde dentro y de fuera, multiplican tropiezos; la meta es superarlos, pero sin Ti, sin mi ser en mí mismo, sin los hermanos, se volverá utopía.

En el Deuteronomio nos recuerdas que eres el Único Principio, el Fundamento, la Causa Primordial que ha de estar en presente todo el tiempo, el precepto que guía, el “Shema Israel”, colgado en cada puerta y la memoria: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”. Nuestra naturaleza lo percibe, sabe que el ser le fue entregado, que la única forma de volver al principio es encontrarte para cerrar el círculo y hallar la paz con todos.

¿Por qué el olvido constante y repetido? ¿Dónde quedó  el amor que fortifica? ¿Quién podrá suplantarlo? Nos sentimos cansados y vacíos, la multitud de las creaturas jamás podrá  romper la soledad del hombre.

Tú entiendes, Señor, los pasos vacilantes, los nudillos que tocan en las casas sin eco de ternura y las ansias de llenarnos de emociones y cosas que se acaban. Haznos capaces de mirar esa Luz que trasciende, a Jesucristo que salva a todos, el único inocente que se entregó  de una vez para siempre y es la puerta abierta para el acceso al Reino. Su Sacerdocio, recibido de Ti, envuelve a todo hombre, y en él lo purifica. Con la experiencia viva de sentirnos amados, entonamos el canto de alegría: “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fuerza”. 

Regresando al inicio: Jesús engloba, el par de mandamientos; reducción increíble, ya no 613 que había en la Tradición hebrea. El “Shema Israel”, pide en reciprocidad lo dicho en el Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19: 18), y concluye: “No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. 

Dejemos convencernos para poder decir con el escriba: “¡Tienes razón, Señor!”, y que Jesús añada esas palabras que resuenen adentro, que nos llenen de paz y de confianza porque miramos seguro el horizonte, el cercano y el último: “No estás lejos del Reino de Dios”. 

Las preguntas, aun antes de enunciarlas, ya las ha respondido: Busca a Dios en el hombre y te hallarás con Él entre las manos, junto a ti mismo y a tu hermano.

miércoles, 24 de octubre de 2012

30° Ordinario, 28 Octubre 2012.

Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 31: 7-9
Salmo Responsorial, de salmo 125: Grandes cosas has hechopor nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 5: 1-6
Aclamación: Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido a la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.
Evangelio: Marcos 10: 40-52.

El hombre es el ser que busca, sabiendo lo que busca. Podemos ir por la vida sin meta precisa, ¿a dónde llegaríamos? La sabiduría popular nos enseña: “el que no sabe es como el que no ve”. Pero aquel que verdaderamente siente la inquietud de llegar, hará lo imposible por encontrar ayuda que lo lleve, aunque no mire, a donde la necesidad interna lo conduce. La confianza en la mano que le tienden, es báculo seguro.

La obscuridad que nos rodea, por dentro y por fuera, nos impide el encuentro que cambie nuestras vidas. ¿Existe, al menos, el deseo que nos pide el Señor: “Busquen continuamente mi presencia”?

La nebulosa experiencia que obscurece el camino, nos hace ser conscientes de lo que pedimos a nuestro Padre Dios: “Aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad”, virtudes que orientan directamente la relación contigo, que esclarecen y guían, que enseñan lo profundo y dan lo necesario para amar en concreto cuanto dices y mandas; sólo así obtendremos la realidad del Reino.

“Volver”, implica haber partido, habernos apartado, como Israel, a países lejanos. Ellos vivieron el dolor del exilio, la soledad, el llanto y la añoranza. Nosotros hemos partido sin movernos de sitio, lejos del corazón y los deseos. Ellos escucharon la voz de la promesa que allanó los caminos y dio seguridad a todo paso; aun los ciegos y cojos, junto a esa multitud, encontraron consuelo, porque “El Señor es amigo de su Pueblo”, y  congregó “ a los supervivientes de Israel”, se comportó como Quien es, Padre amoroso. La invitación para nosotros es la misma; la Voz que nos conduce, si queremos oírla, hará que regresemos a la senda segura, donde no tropecemos.

Detrás de la Voz, descubramos a Aquel que la pronuncia, al que no pude sino “hacer maravillas por nosotros”, que nos hace reír, que nos alegra, que nos transforma en admiración para los pueblos, pues nos ha liberado de un cautiverio más cruel que las cadenas. 

El Padre se nos hace presente en Jesucristo, Sacerdote y ofrenda que se entrega a sí mismo por nosotros. Nos sabe desde sí, desde su carne, débil como la nuestra; por eso nos comprende, se apiada y nos consuela; nos enseña a superar los miedos y la muerte. El Padre lo constituye en Único Mediador, “Piedra angular” que todo lo sostiene.

Es el mismo Jesús quien va por el camino de la vida, sus pasos suenan firmes, seguros, decididos, de modo que aun los ciegos los distingan. Bartimeo está alerta; la salvación roza su sombra, no la ve, pero el sentido interno, la descubre. El grito de “¡Piedad!”, surgido desde la soledad en que vivía, se escucha más allá de todo ruido. Su insistencia es fe que actúa, no se deja acallar por otras voces que desvíen su deseo de mirar; grita más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús, que siempre oye al que con fe lo invoca, se detiene. Él sabe lo que hay en el corazón del hombre, y lo llama. La esperanza del ciego ha crecido, arroja el manto y de un salto camina hacia Jesús dando tropiezos, no le importa, siente cerca el encuentro que cambiará su vida. Pregunta y respuesta van unidas por un lazo invisible que se transforma en luz: “¿Qué quieres que haga por ti?” “Maestro, que pueda ver”. El milagro está hecho; la claridad, venida desde dentro, iluminó sus pasos hacia fuera, lo llenó de alegría y le dio el tono del canto agradecido: “Grandes cosas ha hecho por mí, el Señor”.

Ilumina, Señor, a tanto Bartimeo que vaga por el mundo sin sentido; nosotros como él, te suplicamos: ¡Que veamos, Señor tus maravillas, y por encima de ellas, a Ti mismo!

jueves, 18 de octubre de 2012

Domund, 21 octubre 20012

Primera Lectura: del libro del profeta Iaías. 56: 1: 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 66
Segunda Lectura: del la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 2: 1-8
Evangelio: Mateo 28: 16-20.

Vocación cristiana, vocación universal. Agradecidos por haber recibido la salvación, cantamos e invitamos a todos los hombres a cantar la gloria y las maravillas del Señor.

Incorporados a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sintámonos Iglesia viva, comprometida para que la salvación llegue a todos los habitantes del orbe, hasta sus últimos confines. Misión y tarea que Cristo encomendó no sólo a sus Apóstoles sino a cuantos hemos tenido el gozo de conocerlo, la oportunidad de amarlo y el deseo de predicarlo.
Recordando las lecturas del primer domingo de octubre, nos damos cuenta de la acción inacabable del Espíritu: “¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el Espíritu del Señor!”, exclamaba Moisés, y precisamente ese es el incesante deseo que recorre toda la Escritura en la Historia de la Salvación y que cuaja en el envío de Jesucristo a sus discípulos y a cuantos creemos en Él.

La predicación no está limitada a la palabra pronunciada, se abre en un inmenso abanico que engloba toda acción que tiene en cuenta, como reflexionábamos el domingo pasado, al hermano, de modo especial al segregado, al pobre, al desvalido y al triste, a la viuda y al extranjero: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de manifestarse”. Si esto lo profetizaba Isaías, ¿qué no deduciremos al ver la obra de la Redención ya concluida? “Mi templo será casa de oración para todos los pueblos”, que Jesús completó en su diálogo con la samaritana: “Los verdaderos adoradores, adorarán en espíritu y en verdad”.

Si el espíritu misionero desplegado por la primitiva Comunidad cristiana, fue necesario, no lo es menos ahora que el mundo entero piensa que marcha seguro hacia adelante sin mirar ni hacia arriba, ni a los lados; sin intentar oír a Dios y a los hermanos, enfrascado en una lucha ansiosa de poder y de riqueza. ¿Cómo podrá percibir la bondad de Dios y poner en Él su confianza? No es pesimismo ni falta de esperanza, la cruel realidad que constatamos es que Dios, Padre Bueno, la dignidad del hombre, la justicia y la equidad,  yacen en la basura.

Ya nos dice San Pablo cómo  reiniciar la construcción del mundo: “Hagan súplicas y plegarias por todos los hombres, y en particular por los jefes de Estado y las demás autoridades”. La oración ya es misión, “para que los hombres, libres de odios y divisiones, lleguen al conocimiento de la verdad y se salven”.

Todos necesitamos aprender de Jesucristo, a Él se le ha concedido todo poder en el cielo y en la tierra; un poder que construye, que eleva, que libera. Del mismo poder nos participa para que vayamos “a enseñar, a bautizar” con el signo Trinitario, a preceder con el ejemplo, cómo entender y cumplir sus mandamientos; así impregnados de su misma misión, confirmamos el camino de fraternidad que lleva al Padre. 

Unámonos a tantos hombres y mujeres que, movidos hondamente por el Espíritu, lo abandonaron todo para llevar destellos de paz y de ternura, para ser chispas de Dios que tratan de incendiar el mundo.

Que la oración y el don, nazcan de dentro como una proyección concreta de quienes aún creemos en el amor y la concordia.

jueves, 11 de octubre de 2012

28º Ordinario, 14 Octubre 2012.

Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 7: 7-11
Salmo Responsorial, del salmo 89:  Sácianos, Señor, de tu misericordia.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 4: 12-13
Aclamación: Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Evangelio: Marcos 10: 17-30. 
 
En la antífona que abrió nuestra liturgia, revivimos la del domingo pasado: “Tú eres Señor del universo”, tu Espíritu todo lo conoce, nuestra creaturidad no se te esconde y desde ella reconocemos que “eres un Dios de perdón”, de ese perdón que necesitamos, el que olvida para siempre; de otra forma “¿quién habría que se salvara?” 
 
Semana tras semana, día tras día, nos hace presente su amor, su misericordia, su comprensión, la necesidad que tenemos de su Gracia para descubrir que, en el servicio a los hermanos, se funda la mirada universal, la que, aun cuando encuentre obstáculos, los supera. 
 
Lecturas y oraciones se orientan hacia el tú, hacia el hermano, parecería que Dios se hace a un lado y nos pide profundizar en los valores que miran hacia el “otro”, todo “otro”, para llegar al totalmente Otro.
 
Imposible escudriñar el corazón sinceramente sin la Sabiduría que viene de Dios, la que hace “saborear” los manjares distintos que alientan al paso trascendente que pone en su sitio a las creaturas, por muy bellas que sean. La que con su resplandor enseña a discernir, después de haber mirado y admirado, y preferir “la Luz que no se apaga”. Si con ella llegamos hasta el fondo del ser, -incluido mi yo, que siempre me acompaña-, encontraremos el gozo ya anunciado: “Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron bienes incontables”. Saciados así, de su presencia, júbilo será toda la vida. 
 
Nos recuerda la Carta a los Hebreos lo que hemos meditado muchas veces: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, penetrante como espada de dos filos que divide la entraña”. Podemos preguntarnos, ¿cómo es que habiéndola escuchado, continuamos enteros? Ella deja al descubierto pensamientos, intenciones y anhelos; aun los más escondidos se vuelven transparentes a sus ojos. No el temor sino el realismo puro, afianzado en “el Dios del perdón”, nos hará preparar cada momento, para dar cuenta de ellos. 
 
San Marcos nos presenta a Jesús que confronta, ¿cuáles son tus valores?, ¿deseas la vida eterna?: Guarda los mandamientos, y en la enumeración que hace, olvida los primeros, va directo a aquellos que dicen con el “tú”: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerá fraudes, honra a tu padre y a tu madre”. El mensaje está claro: la vía que lleva al Padre, pasa antes por el hermano. Si pudiéramos decir, honestamente: “Todo lo he cumplido desde muy joven”, sentiríamos la mirada cariñosa de Jesús y dejaríamos que su Palabra quitara de nosotros lo que impide seguirlo más de cerca: “Una cosa te falta: vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, después, ven y sígueme”.., el hombre se fue apesadumbrado porque tenía muchos bienes. 
 
La exclamación que oímos de Jesús, no es violenta, pero sí es tajante; su mirar alrededor contagia de tristeza: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!” El hombre no fue creado para poner el corazón y los valores en aquello que se queda aquí en la tierra, que le corta las alas y que le rompe el vuelo; no bastan los deseos, por muy altos que sean. 
 
No es fácil aprender a abandonarlo todo, más bien es imposible “a esta carne mimada”, pero hay Alguien que mira y apoya y entusiasma: “Para Dios todo es posible”. La jerarquía de valores, ¡ya está recuperada! 

miércoles, 3 de octubre de 2012

27º Ordinario, 7 Octubre 2012.

Primera Lectura: del libro dle Génesis 2: 18-24
Salmo Responsorial, del salmo 127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 2: 9-11
Aclamación: Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
Evangelio: Marcos 10: 2-16.

Considerar en serio lo que nos dice el Libro de Esther en la antífona de entrada: “Todo depende de tu voluntad, Señor, y nadie puede resistirse a ella”, desata en cadena un caudal de consecuencias que se convierte en cascada, que nos anega gozosamente, al reconocer: “Tú eres el Señor del universo”.

Señor que cuida, que jamás sojuzga, que indica, que despierta la conciencia de nuestra creaturidad y le indica el camino. Señor que respeta su propia creación y de ella, primordialmente, la libertad que ha dado a los seres humanos; pero que no permanece impasible ante los desvíos de nuestras elecciones. Una y otra vez sale en nuestra búsqueda, porque nos ama, porque somos corona de cuanto ha hecho y desea que esa corona brille en todo su esplendor, que refleje su origen y meta, que se asemeje más y más a la Comunidad Trinitaria en la íntima, profunda y constante comunicación, en la entrega sin límites, en la comprensión hasta el sacrificio, en el mutuo apoyo que supera toda posibilidad de división.

“No está bien que el hombre esté solo, hagámosle alguien como él que lo acompañe”. Delicadeza y finura en la intuición, eficacia en la acción, no algo secuencial en Él, sino explicación para nosotros. Dios no pasa “del no saber” al “saber”, ya hemos captado que es “el Señor del universo”. Conocemos que la narración de Génesis no está dentro de los libros históricos sino sapienciales. ¿Qué mensaje nos da a conocer? La igualdad del hombre y la mujer, la misión conjunta, el poder reconocer al propio “yo” al mirar a un “tú”, al aceptarlo en plenitud, al hacer resonar todo el paraíso, el mundo entero, con el clamor del gozo de que haya alguien que pueda pronunciar el nombre que me identifica y me erige en persona, lo que ninguna de las creaturas había logrado. “Ésta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. Y la cascada prosigue: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”. Tú eres mi tú entre todos los túes. La voluntad de Dios está expresada, y su Palabra dura para siempre. ¿Por qué el mundo la ha olvidado y ansía senderos caprichosos y egoístas y trata de convalidar su andar, no con razones, sino con una emotividad desbordada que escoge como guía un ciego instinto que dejará su corazón vacío e inquieto? ¡Cómo necesitamos, hombres y mujeres, reedificarnos a la luz de la Palabra!

Amor, ¡qué  fácil definirlo con los ojos y la fe puestos en Él: “Dios es Amor” y encontrar su realización en Jesucristo!, la cascada prosigue: la entrega hasta la muerte, por los que ama, para que “redunde en bien de todos”. Lo que cuenta es “el tú”, en todos los niveles: en el matrimonio, en la amistad, en la familia, en la comunidad religiosa, en el trabajo, en la acción apostólica.

Si el verdadero amor es el faro, “la dureza del corazón” se ablandará y llegará al fondo de la promesa del mismo Jesús: “El que ama, permanece en Dios y Dios en él, y su amor llegará a la plenitud”.

Jesús vuelve a ponernos frente a la sencillez, la sonrisa transparente, la limpieza total de los niños; en ellos no hay dureza, ni desconfianza, ni doblez, ni prejuicios. ¿Queremos llegar al Reino? Escuchemos y vivamos lo que nos comunica La Palabra que da Vida.      

martes, 25 de septiembre de 2012

26º Ordinario, 30 septiembre 2012

Primera Lectura: del libro de los Números 11: 25-29
Salmo Responsorial, del salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 1-6
Aclamación: Tu palabra, Señor, es la verdad; santifícanos en la verdad.
Evangelio: Marcos 9: 38-43, 45, 47-48.

¡Qué bien cuadra con Dios ese potencial condicional: “podrías hacer recaer sobre nosotros tu ira”!; y con nosotros la causal: “porque hemos pecado y desobedecido”. Volvemos a la Fuente de Bondad, y la adversativa nos consuela: “pero haz honor a tu nombre, trátanos conforme a tu misericordia”. Consideramos nuestra realidad, como creaturas y nos envuelve el miedo, con toda razón; volvemos la mirada al Padre y regresa la tranquilidad. No abusemos del Amor y del tiempo; el primero, así con mayúsculas, dura siempre, el segundo, lo sabemos, terminará algún día. Prosiguiendo con el tema del proyecto de vida, nos preguntamos sobre el fin y oramos para vivir comprometidos: “que no desfallezcamos en la lucha para conseguir el Reino prometido”. 

¿Quién, sino el Espíritu, podrá ayudarnos a mirar con claridad, aun a profetizar sin pronunciar palabra, a proyectar y repartir, a manos y corazón llenos, la constante presencia de Dios en nuestro mundo? Con Él, aprenderemos a cortar las envidias, a conjuntar esfuerzos por el bien de los hombres, a ser universales, delicados, cuidadosos, a percibir que no basta encerrar nuestro ser en la propia conciencia, “aunque no nos acuse” (1ª. Jn. 3: 20), sino a pensar en los demás, en cuantos nos rodean, para evitar cualquier ocasión de escándalo o tropiezo.

El Salmo nos alerta, ¿es cierto que la conciencia no me acusa?, ¿qué tan laxa la tengo? ¿Puede un ser consciente engañarse a sí mismo? No en balde rogamos al Señor: “¿Quién no falta, Señor, sin advertirlo? De mis pecados ocultos, líbrame Señor”.

Ya hemos hecho la prueba, repitámosla: “Tus mandatos, Señor, alegran el corazón”.   Su resumen nos guía: “Amarás al Señor sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo” (Mc. 12: 31). Absoluto sólo hay Uno, todo lo creado es relativo; absolutizar una creatura, la que sea, es desviar el camino sin medir consecuencias; es dejarnos encandilar por una estrella y olvidarnos del Sol. El clamor de aquellos que hemos postergado nos ensordecerá. Ojalá no recordemos, demasiado tarde, lo que advierte el Apóstol Santiago, en 2: 13: “En el juicio no habrá misericordia para quien actuó sin misericordia”. 

¿Cuántas veces habremos oído la Palabra?, ¿nos ha santificado en la verdad? Jesús, el nuevo Moisés, acorde siempre a la acción liberadora, reubica a sus discípulos: “El Espíritu, como el viento, sopla donde quiere y va donde quiere”, (Jn. 3 8), déjenlo obrar, Él une, no divide; ni Yo tengo la exclusiva, he venido a repartirlo para que todos se salven. Por otra parte, ¡piensen!: “Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. 

¿Hemos entendido el contenido del Reino, aun cuando no lo haya explicitado como tal en palabras, Jesucristo, pero sí en sus obras? “Que los hombres reconozcan a Dios como Padre y se amen como hermanos”.

¿Pueden tus manos, con obras de injusticia; tus pies, por caminos obscuros y egoístas; tus ojos, con miradas turbias de avaricia y de malos deseos, herir a tus hermanos? ¡Córtatelos! No físicamente, nada remediarías. Ve al fondo de tus intenciones y purifícalas.

¡El Reino vale más que todas las posesiones de la tierra!, lo contrario será  la frustración total y sin salida.

viernes, 21 de septiembre de 2012

25° ordinario, 23 septiembre 2012.

Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 2: 12, 17-20
Salmo Responsorial, del salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 3: 16, 4: 3
Aclamación: Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio: Marcos 9: 30-37.

La liturgia de este domingo nos propone un magnífico espacio para que analicemos cuál es el proyecto de vida que nos hemos trazado.

La antífona de entrada da la pauta:”Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor”. Él es el inicio y la finalización de todo y cualquier proyecto. “En Él vivimos, nos movemos y somos”, desde nuestra realidad de creaturas, de hijos, no encontraremos nada que más nos humanice y divinice, que orientar deseos y realizaciones hacia Él; la confianza nos acompaña: “Los escucharé en cualquier tribulación y seré siempre su Dios”.

Hablando con la realidad entre las manos, confesamos, sin tener que pensarlo mucho, que no ha sido siempre esa nuestra actitud, que nuestro proyecto ha marginado al Señor, si no teórica, sí prácticamente. Él nos habla de diversas maneras, por la conciencia, por su Palabra, por los acontecimientos, por la ejemplaridad de los hombres y mujeres justos que han permanecido fieles al compromiso; pero nuestra respuesta, en ocasiones se asemeja al pensamiento y a las acciones que nos describe el Libro de la Sabiduría: los justos nos molestan, su sola presencia nos afecta, porque, sin violencia, nos hacen entrar en nosotros mismos para buscar cómo sacudirnos “a aquellos que reprochan nuestras acciones y se oponen a lo que hacemos”. Quizá no lleguemos a ponerles una trampa pero sí los tildamos de locos e inadaptados, con eso parecería que aquietamos la conciencia para proseguir encerrados en vanos deseos e ilusiones. Detengámonos y escuchemos la oración silenciosa de los que esperan en Dios: “Hay Alguien que mira por nosotros”. ¡Qué precioso don encontrarnos en la vida con personas así! ¡Qué gran aventura pedirle al Señor que lo seamos para los demás! ¿No es éste el proyecto que nos llevará, como flecha al centro del blanco, superando, por la velocidad de la convicción, cualquier ráfaga que intente desviarnos?

Vivimos en una sociedad de constante cambio de actitudes, de “valores que no lo son”, que pone todo su empeño en el éxito, en el poder, en el “parecer”, en la moda, sí son cambios pero que no afinan la dirección que hemos recibido como seres humanos “elegidos para reproducir la imagen de Aquel que es el Primogénito de toda creatura, Cristo Jesús” 

Santiago nos delinea perfectamente: “donde hay rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas…, luchas, envidias, guerras, ambiciones…” Los justos, en cambio, “con la sabiduría de Dios, son amantes de la paz, comprensivos, llenos de misericordia y buenos frutos, imparciales y sinceros”. Balanza concreta ante los ojos, ¿hacia dónde se inclinan los platillos? Un elemento más para aquilatar nuestro proyecto de vida.

Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, abre su corazón a los discípulos y a nosotros. Se percibe su angustia y a la vez la seguridad de su esperanza: sufrirá, pero resucitará. Palabra directa, ejemplo acabado del “justo que ha puesto su confianza en Dios que salva”. Los discípulos oyen, pero no entienden, están enfrascados en “miniproyectos”: “¿Quién será el más importante entre ellos?” También ellos necesitan corregir su proyecto de vida a pesar de convivir, tan de cerca, con la misma Vida. Por lo menos la vergüenza, de haber ignorado los sentimientos de Cristo, los hace callar.

Jesús nos vuelve a abrir su corazón, nos redescubre el camino, confirma la certeza del proyecto que quiere realizar en nosotros: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. ¡Qué cambio de mentalidad, qué actitud,   corroborada con los actos! “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida para la salvación de todos”.

La sencillez del niño, la transparencia que brota de la inocencia, son el sello final para evaluar la validez de nuestro proyecto de apertura, de universalidad, de profunda fe: en cada ser humano, aun en el más pequeño, encontramos a Jesús y al Padre.