sábado, 28 de agosto de 2021

22°. Ordinario, 29 agosto 2021.-


Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 4: 1-2, 6-8
Salmo Responsorial,
del salmo 14: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Santiago 1: 17-18, 21-22.
Evangelio:
Marcos 7; 1-8, 14-15, 21-23.
 

Invocar a Dios y ser escuchado, no son dos acciones separadas; su amor nos responde de inmediato, no precisamente conforme a lo que solicitamos, sino según lo que necesitamos. Ya nos lo advertía San Agustín: “cuando oramos, si no obtenemos lo que pedimos es o bien porque pedimos mal o bien porque pedimos lo que no nos conviene”.

De lo que sí podemos estar completamente seguros es, que, si buscamos su Amor, lo encontraremos en seguida, o mejor, él nos encontrará a nosotros, nos llenará con su Gracia y así podremos perseverar.  

Intentemos “dejar a Dios ser Dios”, Él nos mostrará el camino para vivir la verdadera religión, para re-ligarnos con Él. “Hemos hecho la prueba y hemos visto qué bueno es el Señor”, recitábamos en los tres domingos anteriores; sabemos que está con nosotros, ahora urge preguntarnos si nosotros estamos con Él. La vía para saberlo es fácil: tenemos su Palabra y al considerar el lenguaje hebreo, “palabra y hecho” van tan unidos que es imposible escuchar la palabra sin que ésta impulse a la acción, al grado que quien no realice lo oído, da muestra cierta de no haber escuchado la palabra. 

En el Deuteronomio, Moisés, heraldo de Yahvé, cierra toda escapatoria: “Escucha, Israel, los mandatos y preceptos que te enseño para que los pongas en práctica y vivas en paz”. Los Mandamientos son Sabiduría de Dios, no quites ni añadas nada. Son sabiduría práctica, envuelven la vida del hombre y trascienden toda historia y toda época; Palabras que siguen siendo vida para Israel y para toda comunidad humana. Podemos recitar de memoria los Diez Mandamientos, los hemos escuchado, ahora, con honestidad, preguntémonos si son realidad en nuestras vidas.   

¿Se nos aplica, con todas sus consecuencias, el Salmo que hemos recitado? “¿Quién será grato a tus ojos, Señor?” Aquel que cumple, que es honrado, justo, no desprestigia ni hace mal al prójimo, presta sin usura, no acepta sobornos y ayuda al inocente. “éste es agradable a los ojos de Dios”. La Palabra ha surtido su efecto, se ha convertido en acción; el hombre re-ligado con Dios, sirviendo al prójimo, llega a ser “primicia de las creaturas”. Lograr este ritmo de vida, no es voluntarismo descarnado, es Gracia, como nos recuerda Santiago: “Todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces”.   

“Engendrados por medio del Evangelio”, no convirtamos nuestro interior en monstruo informe. Con una conciencia iluminada por la fe, con un Cristo vivo allá dentro: conocido, amado e imitado, pondremos toda ley humana donde debe de estar: al servicio de la Palabra divina y nunca como subterfugio que nos desvíe de la autenticidad y nos haga sentirnos “contentos” con las apariencias, con el “cumplimiento” partido (cumplo y miento).  

¿Qué sale de nuestro interior? ¿Quién llena nuestro corazón, quién guía nuestras intenciones, nuestras convicciones? Volvamos a la autenticidad, al gozo del ideal de ser “yo mismo” y no otro; realidad y no máscara. Lo fácil y deslumbrante, lo exitoso, es pasajero, en cambio la “Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de dos filos que penetra hasta la médula de los huesos”. Pidámosle al Señor que de veras nos parta, que deje al descubierto nuestro ser para que se oree, se purifique y crezca según su Voluntad.

sábado, 21 de agosto de 2021

21°. Ordinario 22 agosto 2021.-


Primera Lectura:
del libro de Josué: 24: 1-2,15-17, 18
Salmo Responsorial,
del Salmo 33:
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los efesios 5: 21-32;
Evangelio:
Juan 6: 55. 60-69. 
 

¿Qué anhelamos los seres humanos? ¡La paz, la seguridad, por eso elevamos nuestra súplica a Dios! En medio de tanta turbulencia y desasosiego, entre guerras, mítines, voces alteradas, en medio del desconcierto, deseamos “sentir” como diría San Ignacio, que Él nos escucha.  

Retorna el deseo del domingo anterior: La Paz. ¿Puede haber paz entre los hombres, entre nosotros, que más parecería que no la buscamos o que vamos por caminos diferentes? Al darnos cuenta de ello y ante la incapacidad egoísta que nos caracteriza, acudimos a Aquel que “puede darnos un mismo sentir y un mismo querer”. Como la condición es ardua, insistimos en nuestra súplica: solamente Tú puedes hacer “que amemos lo que nos mandas y anhelemos lo que nos prometes” ¡Nos miramos derramados hacia fuera, cuando la felicidad está dentro! El amor es fruto del conocimiento que ilumina la elección; y el anhelo, de visión trascendente nos pedirá decisión clara, firme, persistente para lograr el Bien Mayor. 

Elegir es renunciar a todo lo demás. La proposición de Josué en la primera lectura, lo deja en claro: “Si no les agrada servir al Señor, sigan aquí y ahora digan a quién quieren servir…, en cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor”. El patriarca, consciente y coherente, sirve de ejemplo: abandona los ídolos, los caprichos, las seguridades reafirma su compromiso de tal forma que hace recordar al pueblo “¡Quién es el Señor! ¡Quién los sacó de Egipto!”. La respuesta, al menos en ese momento, surge espontánea: “Lejos de nosotros abandonar al Señor”. Reconocer es recordar, iluminar para decidir. ¡Cuánto necesitamos tener presente lo que el Señor ha hecho por nosotros, por cada uno, para amacizar la decisión de servirlo! 

Por tercer domingo consecutivo el Salmo nos invita “a hacer la prueba y ver qué bueno es el Señor”, la insistencia del Espíritu no es casualidad, ahí está actuando para que “amemos lo que nos manda y anhelemos lo que nos promete”. 

En el fragmento de la Carta a los Efesios, San Pablo presenta la importancia de una elección de estado de vida; una elección que no esté dictada por el capricho o las circunstancias sino por la fe viva, por la imitación de Cristo que se entregó a sí mismo para presentar a la Iglesia “sin mancha ni arruga ni nada semejante sino santa e inmaculada”. Si cada matrimonio: fuera reflejo de la unión de Cristo con la Iglesia y de la Iglesia con Cristo, sería muy diferente nuestra sociedad. ¿No está, de nuevo, insistiendo el. Espíritu? 

Jesús finaliza el discurso del Pan de Vida; sus palabras son tajantes, definitivas, directas. Los oyentes “se escandalizan: duras son estas palabras, ¿quién podrá soportarlas?”  Y muchos lo abandonaron. La elección de los que se fueron es la más fácil: huir la confrontación, impedir la entrada del Espíritu y la Vida, eso exigiría muchos cambios y no están dispuestos.  

La pregunta de Jesús a sus discípulos nos atañe también a nosotros: “¿También ustedes quieren dejarme?” Antes de responder, ¿nos detenemos a pensar en las renuncias que implica nuestra decisión, ¿dejamos que broten la espontaneidad del amor, del reconocimiento de todo lo recibido, para que hagamos nuestra la respuesta de Pedro y salga de los labios y del corazón: “Señor, ¿a Quién iremos?, Tú tienes Palabras de vida eterna”. ¡Señor haznos coherentes con la fe en Ti, danos ese mismo “sentir y querer”! 

sábado, 14 de agosto de 2021

La Asunción de María. 15 agosto 2021.-


Primera Lectura:
del libro del Apocalipsis 11: 19, 12: 1-6, 10
Salmo Responsorial,
del salmo 44: De pie, a tu derecha, está la Reina
Segunda Lectura:
de la 1ª carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-27
Evangelio:
Lucas 1: 39-56

“Un gran signo  apareció en el cielo” y lo resumimos en un nombre: María, basta seguir la descripción para identificarla.

En continuas ocasiones hemos pedido a nuestro Padre que nos ayude a comportarnos como verdaderos hijos suyos; ahora ponemos por intercesora y vemos como ejemplo a seguir a María: Hija y Madre, culminación perfecta de nuestra realidad de criaturas; obediente y exaltada, “esclava” y Reina; camino abierto para que aprendamos a realizarnos como ella y vivamos en la ansiada esperanza de gozar cercanamente de su amor toda la eternidad. 

San Juan, en el Apocalipsis, describe simplemente lo que vivimos: la lucha entre el bien y el mal: María que da a luz al que es La Luz y el dragón, color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, como personificación del mal. Parecería que el destino del pequeño por nacer será trágico, pero Dios está presente. La huída de la mujer al desierto, guiada por Dios, la pone a salvo. Es María, es la Iglesia, somos nosotros, acosados por el demonio, por el mal, por las tentaciones, pero nos llena la esperanza al escuchar el canto de triunfo: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder del Mesías”. 

Como María, como la Iglesia, necesitamos ese “desierto”, soledad y oración que fortalezca y resguarde. María, llena de Dios, morada viva de Dios, por quien El Padre nos entrega a Cristo vencedor del pecado y de la muerte, es la muestra fehaciente de nuestra propia vida, de lo que el Señor espera de cada uno de nosotros: estar llenos de Él, ser su morada, dar a Cristo a los demás. La corona, aunque un poco diferente, será la misma: El Reino. Ella, después de “su dormición” como llaman los Santos Padres y la Primitiva Iglesia a la muerte de María, fue llevada en cuerpo y alma al cielo, lo que hoy celebramos. Nosotros, después del momento de nuestra muerte, gozaremos con ella, a condición de habernos parecido al Hijo y a la Madre.

Bellamente el Concilio Vaticano II, en el documento sobre la liturgia, nos ayuda a considerar la grandeza de María, precisamente por su íntima relación con Cristo Salvador: 

“La Santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera.”  Y si la Iglesia lo ansía y lo espera, nosotros lo ansiamos y esperamos. 

“De pie, a tu derecha, está la Reina”, no puede ser otro el “sitio” de María. Sintámonos cobijados por su manto, por su mirada, por su ternura, gocémonos con su gloria. Ella es la primera en quien se realiza lo que narra San Pablo: “Cristo, primicia de los resucitados”, María, por su total identificación con Cristo, es la Primera en experimentar, en plenitud, lo que Cristo inauguró: “El cielo nuevo, la tierra nueva.” Hacia ellos vamos, las puertas abiertas nos esperan. Pidámosle que sus pasos guíen los nuestros para llegar, como el mismo Jesús nos promete: “Donde yo esté, que ellos estén conmigo”, paralelamente, que donde ya está la Madre, estemos también los hijos. 

Al considerar nuestra débil naturaleza, sintamos, por sobre ella, la alegría, la confianza y la apertura que vivió María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava…”

El camino para llegar a nuestro fin: “ser poseídos por Dios”, está ahí: en dejarnos VER por Él, y, que encuentre la humildad: la verdad de nuestro ser de criaturas, reconocedoras de su origen y meta, entonces con plena convicción exclamaremos: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.    

En Él y con Él, en Ella y con Ella, no habrá duda de que llegaremos a donde ya nos aguardan.

sábado, 7 de agosto de 2021

19°. Ord. 8 agosto 2021.


Primera Lectura:
del primer libro de los Reyes 19: 4-8
Salmo Responsorial,
del salmo 33: Haz la prueba y verás que bueno es el Señor.

Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los efesios 4:30-5: 2:
Evangelio: Juan 6: 41-51.

Tu Alianza, Señor, es imperecedera, ¿cómo te pedimos que no la olvides? Tú que nos conoces, haz que seamos conscientes y elevemos nuestras voces hasta Ti. Te pedimos el Pan que fortalece, el Pan que transforma, el Pan que nos hace crecer como hijos tuyos, para que, al reconocer en nosotros a Jesucristo, nos permitas participar de la herencia eterna. 

Ignoramos lo largo del camino que nos queda por recorrer. Al intentar medirlo desde nuestra perspectiva antes de iniciarlo, el temor y el cansancio nos invaden, y evitamos el esfuerzo. Elías, se sabía lleno de Ti, la lucha por ser portador de tu Palabra y la nula respuesta del pueblo, quizá su propia flaqueza, lo desanima y por eso pide: “Quítame la vida, no valgo más que mis padres”. 

El sueño, ventana de evasión, se convierte en fácil herramienta de huida, en frágil espejo de paz; pero Tú no cejas, dos veces despiertas su conciencia, le ofreces lo necesario y vences: “Comió y bebió, y con la fuerza de ese alimento caminó, cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios”. 

Si al Profeta, colmado de tu Espíritu, tuviste que sacudirlo dos veces, ¡cuántas no tendrás que sacudirnos y alimentarnos para quedar convencidos de que tu camino es el único! ¡Despiértanos, Señor, ¡para que “hagamos la prueba y confirmemos que de verdad eres Bueno”! 

Esta experiencia evitará “que contristemos al Espíritu con el que nos has marcado para el día de la liberación final”. El camino entre los hermanos estará lleno de comprensión, de servicio, de perdón y de un amor lo más semejante al de Jesús.  Imposible iniciarlo y menos aún continuarlo, sin Ti, sin Él, sin el Espíritu. 

Soñar el camino, es placentero; en el sueño nada duele, nada cuesta. Contemplación engañosa que nos impide bajar a la realidad; ésta sí duele, exige trabajo, dominio propio, oídos abiertos, fe actuante, confianza sin límites, ¿dónde conseguir el entusiasmo, ¿cómo crecer en fortaleza? No tenemos que ir muy lejos, ya está puesta la mesa y en ella, no el pan que comió Elías, sino “el Pan vivo que ha bajado del cielo”, Jesucristo en presente, todo entero. 

La gente que tocaba su manto, de inmediato sanaba, ¿qué explicación le damos si, aun después de comerlo, nos sentimos enfermos de duda y de pereza? ¿Le creemos en serio? Ojalá la respuesta quiera ser positiva, sólo así resonará en nosotros la eternidad como eco: “Yo les aseguro que el que cree en Mí, tiene vida eterna”. 

El Padre escuchó nuestras voces hambrientas, aunque nada dijéramos, bastó con contemplarnos pobres y desvalidos y nos envió a Jesús, hacia Él nos guía, por eso lo encontramos, y en Él, la fuerza poderosa de la resurrección.