Salmo114: Caminaré en la presencia del Señor
Segunda Lectura: Carta del Apostol Santiago 2: 14-18;
Evangelio: Marcos: 8: 27-35
Hay páginas difíciles en el Evangelio, las conocemos y quisiéramos borrarlas: esas que hablan de sacrificio, de Pasión y de Muerte…, sigamos leyendo y encontraremos el triunfo final: la Resurrección.
Isaías en el tercer cántico del Siervo Sufriente, nos ayuda a preparar una seria confrontación con nuestro corazón, nuestras ideas y nuestra vida. ¿Qué modelo de Mesías esperamos?, ¿el fácil, el acomodaticio, el triunfador, el que no sacuda las interioridades y permita contemplar un paisaje florido, llano, sin cuestas, sin dificultades, ni sinsabores, ni sacrificios?
El domingo pasado Jesús pronunció el “¡Ábranse!” a nuestros oídos y nuestra lengua, de la misma forma “hizo oír su palabra y modeló la lengua del Siervo Sufriente”. Le hizo sentir su cercana presencia, el apoyo, la comprensión y la fuerza, la seguridad para enfrentar a cualquier adversario: “El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”
Aunque la carne tiemble, atrevámonos a pedirle al Señor tener la experiencia de su cercanía, de ella nacerán las fuerzas necesarias para servirle sin reparos, ni reticencias, nacerá la luz que dé a luz palabras sinceras de fe y reconocimiento verdadero; porque es fácil enlazar respuestas que vengan de otros labios, de aquellos que se escudan en rumores, pero que o no lo conocen o no quieren conocerlo, y enredados con ellos, evitamos la búsqueda interior, la mirada de frente, y hacemos nuestro lo que no compromete: “Algunos dicen…”, y nuestro yo se queda al margen, contento con ideas, descripciones e imágenes más o menos cercanas; en el fondo, tememos acercarnos al misterio que se encierra en Jesús.
A pesar de la pronta respuesta de Pedro, ni él ni los demás comprenden la realidad del verdadero Mesías. De momento todo se entenebrece, el anuncio del rechazo y la muerte, provoca sobresalto, incita a buscar seguridad, la persuasión intenta, al prever consecuencias personales, que Jesús cambie el rumbo; la reacción del Señor nos parece violenta, pero su fidelidad al Padre y la conciencia concreta de haber aceptado la misión, hace vida el anuncio de Isaías: “no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás”, completará el camino y aquello de “resucitará al tercer día”, comenzarán a entenderlo después de la Pascua y llegarán a lo profundo con el fuego del Consolador en Pentecostés. ¡Qué difícil es “no juzgar según los hombres y aprender a juzgar según Dios”! Señor, que nunca oigamos de tus labios mirándonos fijamente: “¡Apártate de Mí, Satanás!”
¡Cuánto por caminar, examinar y hacer coincidir la palabra con las obras!, que hablen menos la mente y las promesas, que suene menos la proclamación vacía y florezcan, regadas por tu Sangre, las decisiones firmes, las que, a pesar del temblor y la obscuridad que a ratos nos circundan, subrayen y confirmen “esa renuncia al yo” para abrazar la cruz, pero contigo y encontrarme, así, abrazando a todos mis hermanos.
Sé que solo no puedo, “aumenta la esperanza de los que en Ti confían, y a todos danos la paz” que orienta los pasos que van hacia el encuentro.
Isaías en el tercer cántico del Siervo Sufriente, nos ayuda a preparar una seria confrontación con nuestro corazón, nuestras ideas y nuestra vida. ¿Qué modelo de Mesías esperamos?, ¿el fácil, el acomodaticio, el triunfador, el que no sacuda las interioridades y permita contemplar un paisaje florido, llano, sin cuestas, sin dificultades, ni sinsabores, ni sacrificios?
El domingo pasado Jesús pronunció el “¡Ábranse!” a nuestros oídos y nuestra lengua, de la misma forma “hizo oír su palabra y modeló la lengua del Siervo Sufriente”. Le hizo sentir su cercana presencia, el apoyo, la comprensión y la fuerza, la seguridad para enfrentar a cualquier adversario: “El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”
Aunque la carne tiemble, atrevámonos a pedirle al Señor tener la experiencia de su cercanía, de ella nacerán las fuerzas necesarias para servirle sin reparos, ni reticencias, nacerá la luz que dé a luz palabras sinceras de fe y reconocimiento verdadero; porque es fácil enlazar respuestas que vengan de otros labios, de aquellos que se escudan en rumores, pero que o no lo conocen o no quieren conocerlo, y enredados con ellos, evitamos la búsqueda interior, la mirada de frente, y hacemos nuestro lo que no compromete: “Algunos dicen…”, y nuestro yo se queda al margen, contento con ideas, descripciones e imágenes más o menos cercanas; en el fondo, tememos acercarnos al misterio que se encierra en Jesús.
A pesar de la pronta respuesta de Pedro, ni él ni los demás comprenden la realidad del verdadero Mesías. De momento todo se entenebrece, el anuncio del rechazo y la muerte, provoca sobresalto, incita a buscar seguridad, la persuasión intenta, al prever consecuencias personales, que Jesús cambie el rumbo; la reacción del Señor nos parece violenta, pero su fidelidad al Padre y la conciencia concreta de haber aceptado la misión, hace vida el anuncio de Isaías: “no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás”, completará el camino y aquello de “resucitará al tercer día”, comenzarán a entenderlo después de la Pascua y llegarán a lo profundo con el fuego del Consolador en Pentecostés. ¡Qué difícil es “no juzgar según los hombres y aprender a juzgar según Dios”! Señor, que nunca oigamos de tus labios mirándonos fijamente: “¡Apártate de Mí, Satanás!”
¡Cuánto por caminar, examinar y hacer coincidir la palabra con las obras!, que hablen menos la mente y las promesas, que suene menos la proclamación vacía y florezcan, regadas por tu Sangre, las decisiones firmes, las que, a pesar del temblor y la obscuridad que a ratos nos circundan, subrayen y confirmen “esa renuncia al yo” para abrazar la cruz, pero contigo y encontrarme, así, abrazando a todos mis hermanos.
Sé que solo no puedo, “aumenta la esperanza de los que en Ti confían, y a todos danos la paz” que orienta los pasos que van hacia el encuentro.