domingo, 29 de septiembre de 2024

26°. Ord 28 septriembre de 2024.-


Primera Lectura:
del libro de los Números 11: 25-29
Salmo Responsorial, del salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 1-6
Evangelio: Mateo 9: 38-42,45, 47-48.

El domingo pasado nos decía claramente el Señor: “los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen”, y haciéndole caso le suplicamos que “no nos trate como merecen nuestros pecados”, que gracias a “su perdón y misericordia, no desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo”, ese cielo que no es más que la eternidad junto a Él, poder “mirarlo cara a cara”. ¿Cómo veremos “la cara de Dios”?, no lo sé, pero si Él lo promete como nos dice por San Pablo (1ª Cor 13: 12): “tenemos fe en que su palabra es verdad”. Ella nos fortalecerá y no permitirá que desfallezcamos en el camino, nos animará para continuar esforzándonos de modo que nada terreno nos impida proseguir, ni riquezas que deslumbran, ni lujos inútiles aun cuando agraden, ni oro ni plata ni vestidos, y menos aún desviarnos por la senda de la injusticia y la opresión; nos recordará constantemente que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1ª Cor 7: 31), entonces ¿qué creatura puede emular la grandeza del Señor?, él permanece para siempre, ¿nos expondremos, insensatamente, a perderlo y a perdernos?

La primera lectura y el evangelio dejan en claro que “la palabra de Dios no está encadenada” (2ª Tim 2: 9). Moisés se ha quejado, no puede él solo cargar con el pueblo y pide a dios ayuda, el Señor responde conforme a lo prometido: “en cualquier tribulación en que me llamen, los escucharé”. Hemos de preguntarnos, una vez más, qué tanto llamamos al Señor, qué tanto confiamos en la eficacia de su promesa y en la prontitud de su respuesta. “Tomó del espíritu de Moisés, -que es el Espíritu que el mismo Dios le había concedido- y lo dio a los setenta ancianos”. Dos de los elegidos no acudieron a la cita, sin embargo, el Espíritu se mueve, su sabiduría “siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama a quienes conviven con la sabiduría. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto”, (Sab 7: 27ss) y se posó también sobre los ausentes que “comenzaron a profetizar”. La visión de Moisés, envuelta en gratitud, apacigua el celo exclusivista de Josué, porque es la visión de Dios: “ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos el Espíritu del Señor.       

Jesús no puede proceder de manera diferente, tiene y es el mismo Espíritu de Dios trinitario que “no tiene acepción de personas” (Rom 2: 11), es universal, delicado, respetuoso y profundamente visionario, por eso responde a Juan, que “sigue pensando según los hombres y no según Dios”: “no se lo prohíban…, todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Quien intenta liberar a cualquier hombre del mal y le ayuda a reencontrar su propia dignidad, está trabajando por el reino, aunque no lo sepa. La conciencia de este gozo crece porque está renaciendo, por caminos insospechados, una humanidad nueva. La exclusividad de la verdad no es nuestra, es del absoluto y él la reparte para el bien común. A nosotros nos toca vivirla con intensidad, con coherencia, con armonía ejemplar, de modo que no haya en nuestras vidas ninguna ocasión de escándalo que pueda lesionar la fe de los sencillos. “córtate la mano, el pie, sácate el ojo”, no se refieren a una acción física, sino a la purificación de nuestras intenciones que conduzcan nuestras obras, porque nuestra eternidad y la de los que nos rodean, está en juego. La llegada al reino vale más que todos los bienes de la tierra.

viernes, 20 de septiembre de 2024

25°. Ord. 22 sept. 2024.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría :2:12: 17-20
Salmo Responsorial, del salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago: 3: 16-4: 3
Evangelio: Marcos 9: 30-37.
30-37

“Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamaren”. Al sentirnos inmersos en una realidad social tan alejada de la conciencia de pertenecer a Dios, ¿no es la hora precisa, urgente, para orar, pedir, confiar, llamar, insistir, y descubrir que de verdad nos escucha? Cuánto debemos sopesar las últimas palabras del apóstol Santiago: “si no alcanzan es porque no se lo piden a Dios. O si piden y no reciben, es porque pide          mal”.

¿Cuánto ha crecido nuestra confianza en la oración?, ¿cuánto ha crecido aquella semilla de la fe recibida, gratuitamente, en el bautismo? “La fe, creyendo, crece”, dice Santo Tomás de Aquino. Pero, ¿en qué “dios” creemos?, ¿nos comportamos como los idólatras ante figuras que “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen pies y no caminan, tienen boca y no hablan”?, (salmo 135), si nuestra concepción es tan plana, tan material, tan simplemente humana, entendemos que no pueda escucharnos ni tampoco podamos escucharlo, ni para qué esforzarnos en amar lo que es insensible, frío e impasible. En cambio, si la fe es auténtica, producirá frutos de paz, de solidez, de increíble resistencia ante las adversidades que acosan al “justo”, porque está llena de “la sabiduría de Dios”, del Dios verdadero que nos manifiesta, por mil caminos, que “mira por nosotros”.

Con Él y desde Él recibiremos “el temple y valor” necesarios para ser testigos de la verdad y la justicia al precio que sea. Empeño nada fácil, y me atrevo a decir, menos aún ahora, pues nos exponemos a ser tildados de “extraños, raros y antisociales”, contrarios a “los valores” que deshumanizan y dominan las mentalidades y actitudes que nos rodean: poder, sexo, dinero, placer; mentalidades que “usan” a las personas en vez de acogerlas con cariño, con entrega, con ansias de comunicarles vida y horizontes que les hagan sentir su dignidad.

No estamos muy lejos de aquella incomprensión que mostraron los discípulos, los cercanos, los que llevaban tiempo de convivir con Jesús, los que creían conocerlo pero lo encerraron en una idea preconcebida y totalmente nacida de perspectivas personales; seguían y seguimos “pensando según los hombres y no según Dios”.

Vivamos la escena, metámonos en ella, actuemos sinceramente: Jesús los lleva –y nos lleva- aparte, quiere que lo conozcamos, que al aceptarlo nos encaminemos al padre, que le permitamos entrar en el corazón, en la mente y lo proyectemos en las obras. ¡con qué atención y sin pestañear siquiera, escuchamos las confidencias de un amigo, su grito de apoyo y comprensión; ¡guardamos silencio respetuoso o preguntamos, con delicadeza, lo no comprendido! Jesús deja entrever su interior, anuncia, por segunda vez, lo que le espera; es algo muy superior a los enfrentamientos que ha tenido con los escribas y fariseos, a la ocasión en que quisieron despeñarlo, a las preguntas capciosas con que lo han acosado, habla del sufrimiento y de la pasión, de la muerte, y vuelve a anunciar la resurrección. Los discípulos –nosotros- dejamos pasar de largo lo importante: la angustia del otro, se enfrascan -nos enfrascamos- en trivialidades, no entienden ni entendemos y para evitar la consecuencia de la verdad, seguimos teniendo miedo de pedir explicaciones”. ¿Nos hemos dejado tocar por esa comunicación, casi en secreto?, ¿han y hemos intentado “tener los mismos sentimientos que cristo Jesús”, como nos pide San Pablo en filipenses 2: 5? ¿de qué discuten los discípulos?, no los juzguemos, comencemos por analizarnos a nosotros mismos y descubramos lo que Jesús ya nos había enseñado: “de lo que hay en el corazón, habla la boca”, (Lc. 6: 45). Que al menos la vergüenza de haberlo relegado nos deje mudos. “¿quién es el mayor?”, la respuesta llega acompañada del ejemplo: “si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. El niño, el transparente, sin dobles intenciones, el marginado, el olvidado, el que refleja mi presencia, el que es como yo que vivo pendiente de la voluntad del Padre. Entonces se nos abrirán los ojos y me encontrarán en él y al encontrarme, encontrarán al Padre.

 

viernes, 13 de septiembre de 2024

24°. Ord. 15 septiembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 50: 5-9
Salmo Responsorial, del salmo 114: Caminaré en la presencia del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 2: 14-18
Evangelio: Marcos 8: 27-33.

“Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”, y podemos preguntarnos si todas las aceptamos desde esa perspectiva. Hay palabras en el evangelio, en las escrituras, que no nos agrada escuchar y por sobre la reacción emotiva que ciertamente nos estremece, nos volvemos al señor para decirle: “concede la paz a los que esperamos en ti, cumple las palabras de los profetas”.

De la experiencia en su misericordia y en su amor, obtendremos las fuerzas para poder servirle, según nos lo va revelando Jesús en sus dichos y hechos, que, lo constatamos a cada paso, no van acordes a nuestros deseos e ilusiones. ¿no guardamos, allá, muy dentro, la imagen de un Mesías glorioso, triunfador, amoldable a los criterios del éxito, del aplauso y del esplendor? Decimos “conocerlo y amarlo”, pero al compararlo con su propia realidad, vemos que lo hemos reducido a nuestra medida y la talla le queda chica, ahí no cabe cristo.

El cántico del siervo sufriente que evoca la primera lectura, vuelve a estremecernos, se nos rompen los sueños fáciles y las imágenes nos dan miedo. Olvidamos, demasiado pronto, el renglón inicial: “el Señor me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás”. La descripción que sigue nos transporta a lo vivido por Cristo en su pasión. Ni el profeta, ni Pedro, ni los discípulos conocían el final, nosotros sí. Momentos difíciles que iluminan la verdadera fe si los meditamos con pausa, si seguimos el ritmo, si nos adentramos en el fruto increíble de “haber escuchado la palabra: el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido. Cercano está el que me hará justicia, ¿quién luchará contra mí?, ¿quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?” El precio es alto, pero la victoria es segura. Rumiando en el corazón, como María, algo llegaremos a entender para expresar, sinceros, en el salmo: “caminaré en la presencia del Señor”.

En este caminar van de la mano la fe y las obras, el ser hombre y cristiano sin división alguna, todo entero, en cualquier parte, a todas horas, abierto a todo hermano, alejados los ojos de la posible recompensa y fijo el corazón en paso firme que da la convicción.

La fidelidad pondrá, con gran sorpresa, en nuestros labios, el grito de San Pablo: “no permita dios que me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

Ya no vacilaremos ante la pregunta que nos hace Jesús, desde aquel tiempo: “¿quién dice la gente que soy yo?” No buscaremos subterfugios, ni pretextos, ni escudos que impidan adentrarnos en nuestro propio yo, aduciendo opiniones extrañas que no nos comprometan. El Señor nos ha dado lo que sus allegados no tenían: conocer el final del camino, el triunfo inobjetable de su resurrección, las ocultas veredas que los desconcertaban y, que a pesar del tiempo, aún nos desconciertan pero que son el sello de aquel “que escuchó las palabras y no se resistió”.

La confesión de Pedro, sincera y explosiva, no se mantuvo acorde con las obras; temió las consecuencias e intentó disuadir a Jesús. La pasión y la muerte hacían añicos los aires de grandeza: ¡ese no es el Mesías al que yo me adhería! Jesús, al reprenderlo nos reprende, ¿cuánto existe en nosotros de oposición al reino?

La claridad final, tajante, nos ubica: “salvar aquí es perder allá”, la trascendencia es la que dura, la que perdura para siempre; allá nos dirigimos.

domingo, 8 de septiembre de 2024

23º Ordinario, 8 septiembre 2024.-


Primera Lectura
: Isaías 35: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda Lectura: Santiago 2: 1-5
Evangelio: Marcos 7: 31-37

El Señor es, igualmente justo y bondadoso, algo que nos parecería lógicamente imposible. Justo porque a cada quien le reconoce sus esfuerzos; compasivo porque, sean las que fueren, limpia nuestras culpas. Observamos su ser y el nuestro y comprendemos que es el único que puede ayudarnos a cumplir su voluntad.

En la oración, no importa que repitamos la reflexión, le pedimos a Dios que “nos mire con amor de padre”. ¿No puede mirar de otra forma? ¡Cuánto hemos deformado la realidad de Dios con imágenes e ideas peregrinas! Nos dice San Agustín: “si tienes una imagen de Dios, bórrala, ese no es Dios”. La pregunta incesante se hace presente: ¿cómo eres, Señor?, no te puedo alcanzar… la respuesta nos llega encarnada: en Jesús se nos hace presente, tangible, visible, cercano, es Jesús quien nos enseña a ser audaces, a volar más allá de la imaginación pequeña y transitoria: “cuando oren, digan: Padre nuestro”.   Y el Espíritu, por labios de San Juan, nos lo confirma: “miren qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y además lo somos”. Invitación a crecer en la fe, a confiar y actuar de manera coherente: oro, pido, me arropo en el Padre, desde Él, como nos recordaba Santiago: “provienen todos los bienes”.  

Ya Isaías anunciaba la salvación total: “ánimo, no teman; los ojos de los ciegos se iluminarán, los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como venados y la lengua del mudo cantará”. Jesús, el mediador convierte en realidad la profecía; al recorrer los campos de palestina, va dejando una estela de paz, de sonrisa y cariño que vuelve al hombre a su ser primigenio: otros necesitaron que les abriera los ojos, que les consolidara las piernas, que reavivara su cuerpo; hoy su palabra “abre” los sentidos que todos necesitamos que nos cure. ”La fe llega por la palabra”. ¿cómo escuchar con los oídos tapados? El sordo vive aislado, no sabe del mundo ni del hermano, Las señas no le bastan, la soledad lo abraza y lo margina. El mudo o “tartamudo”, tapia la comunicación y aumenta el desamparo. ¡señor, la sordera y la mudez me acechan, impiden escuchar la invitación y pronunciar el compromiso, devuélveme al mundo y a tu mundo!

Sin saberlo, escuché tu palabra el día de mi bautismo: “effetá”. “Que a su tiempo sepas escuchar su palabra y profesar la fe, para gloria de Dios Padre”. Ya tocaste mis oídos y mi lengua para que sea capaz de “anunciar las maravillas que el señor me ha hecho”, ahora, toca mis ojos y mi corazón. ¡la vida será vida que viene desde ti y me lleva a encontrar al hermano! Que reconozcamos, juntos: “todo lo haces bien”, y lo sigues haciendo. ¡Gracias, Jesús, por ser como eres!