Primera Lectura: del libro del profeta Malaquías 3: -1-4
Salmo Responsorial, del salmo 23: El Señor es el rey de la gloria.
Segunda
Lectura: de la carta a los hebreos 2:
14-18;
Aclamación: Tú
eres el Señor, la luz que alumbra las naciones y la gloria de tu pueblo,
Israel.
Evangelio: Lucas 2: 22-40
Celebración de la luz, de la llegada del mensajero, de la presentación del
Mesías, el Esperado de Israel; presentación no ante las autoridades civiles ni
religiosas, no ante una Ley que ahogaba (y que sin embargo viene a cumplir); sino ante dos corazones sencillos, llenos de
fe y de esperanza que no han puesto
trabas a la acción del Espíritu; ante dos ancianos Simeón, que lleva en su
propio nombre el ritmo de sus pasos: “Dios ha escuchado”, y Ana, quien es un
“Regalo de Dios”, regalo desconocido, silencioso, que en el momento justo,
habla, da testimonio y representa al verdadero Israel, ese pequeño resto que
aguardaba la liberación interior no sólo de Israel sino del mundo entero.
Malaquías describe, vivamente, la misión de Aquel que viene: fuego que
funde, que derrite, que limpia de escoria, que purifica no sólo corazones sino los
seres enteros para que la ofrenda sea digna del Señor.
La ejemplaridad nos deja
mudos; ya no será la ofrenda “como en los
años antiguos”, ya no pichones, ni tórtolas, sino el Hermano Mayor, el que
lleva nuestra misma sangre, el auténtico representante de familia, nuestro Sumo
Sacerdote que continua el rumbo marcado desde su entrada en la historia humana:
pobreza y obediencia, por eso escuchará, más tarde, la voz de aceptación del
Padre: “Este es mi Hijo muy amado en
quien tengo todas mis complacencias; escúchenlo”. Quienes han hecho caso,
ya han entonado el canto de Simeón, la mejor despedida de este mundo, porque
llenaron sus ojos con la Luz de la salvación. María escucha y guarda en su
corazón cada palabra; el dolor preanunciado no le aterra, porque la Luz habita en
Ella, más aún, nos hará partícipes de sus rayo a través de los siglos, con su
ayuda seremos capaces de perseverar en el triple crecimiento, a ejemplo de Su
Hijo: “en edad”, que no nos costará
trabajo; “en sabiduría”, que
requerirá esfuerzo, y “en gracia”, que,
aunque gratuita, pide cercanía al Fuego para permanecer iluminados.
El Bautismo nos encendió, presentémonos ahora con Jesús y con María y
pidamos ser testigos creíbles del Amor y de la Fe.