domingo, 2 de febrero de 2014

La Presentación del Señor, 2 febrero 2014.


Primera Lectura: del libro del profeta Malaquías 3: -1-4
Salmo Responsorial, del salmo 23: El Señor es el rey de la gloria.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 2: 14-18; 
Aclamación: Tú eres el Señor, la luz que alumbra las naciones y la gloria de tu pueblo, Israel.
Evangelio: Lucas 2: 22-40

Celebración de la luz, de la llegada del mensajero, de la presentación del Mesías, el Esperado de Israel; presentación no ante las autoridades civiles ni religiosas, no ante una Ley que ahogaba (y que sin embargo viene a cumplir); sino ante dos corazones sencillos, llenos de fe y de esperanza  que no han puesto trabas a la acción del Espíritu; ante dos ancianos Simeón, que lleva en su propio nombre el ritmo de sus pasos: “Dios ha escuchado”, y Ana, quien es un “Regalo de Dios”, regalo desconocido, silencioso, que en el momento justo, habla, da testimonio y representa al verdadero Israel, ese pequeño resto que aguardaba la liberación interior no sólo de Israel sino del mundo  entero.

Malaquías describe, vivamente, la misión de Aquel que viene: fuego que funde, que derrite, que limpia de escoria, que purifica no sólo corazones sino los seres enteros para que la ofrenda sea digna del Señor. 

La ejemplaridad nos deja mudos; ya no será la ofrenda “como en los años antiguos”, ya no pichones, ni tórtolas, sino el Hermano Mayor, el que lleva nuestra misma sangre, el auténtico representante de familia, nuestro Sumo Sacerdote que continua el rumbo marcado desde su entrada en la historia humana: pobreza y obediencia, por eso escuchará, más tarde, la voz de aceptación del Padre: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias; escúchenlo”. Quienes han hecho caso, ya han entonado el canto de Simeón, la mejor despedida de este mundo, porque llenaron sus ojos con la Luz de la salvación. María escucha y guarda en su corazón cada palabra; el dolor preanunciado no le aterra, porque la Luz habita en Ella, más aún, nos hará partícipes de sus rayo a través de los siglos, con su ayuda seremos capaces de perseverar en el triple crecimiento, a ejemplo de Su Hijo: “en edad”, que no nos costará trabajo; “en sabiduría”, que requerirá esfuerzo, y “en gracia”, que, aunque gratuita, pide cercanía al Fuego para permanecer iluminados.

El Bautismo nos encendió, presentémonos ahora con Jesús y con María y pidamos ser testigos creíbles del Amor y de la Fe.