viernes, 28 de marzo de 2025

4°. Cuaresma, 30 marzo 2025.-


Primera Lectura:
del libro de Josué 5: 9, 10-12
Salmo Responsorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 5: 17-21
Evangelio: Lucas15: 1-3, 11-32

¡Domingo de la alegría!, y no debe extrañarnos: el cántico de entrada: “alégrate, Jerusalén y todos los que la aman. Regocíjense”. Es la continuación de lo que hemos intentado seguir: “buscamos el rostro del Señor, pusimos en Él nuestros ojos y quedamos reconfortados”, ahora sentimos la alegría del perdón, de la misericordia de la transfiguración que empuja desde dentro para que nuestras vidas no se queden en estériles hojas, sino que den fruto, y fruto que perdure.

Aquello que vale la pena repetir, ¡repitámoslo!: el deseo de volver a Él, la capacidad de arrepentimiento, de encuentro vital, procede de la iniciativa de dios que no se cansa de buscarnos, de esperarnos, de salir a nuestro encuentro, haya sido cual haya sido nuestro pasado; Él aguarda el momento oportuno, - Dios no puede ser de otra forma-, el que nuestro ser, después de haber experimentado el vacío, despierte a la ansiedad del amor que no tiene fin.

Lo recordamos y pedimos en la oración: “Tú que por tu palabra reconcilias contigo a la humanidad entera”, que nos deslumbremos por ti en Él, que se hizo uno de nosotros, revestido de la carne de pecado, para llevarnos de regreso a tu lado, para que unidos a Él, recibamos la salvación, la única que purifica y justifica, la que “nos hace creaturas nuevas”, la que planta la alegría que perdura.

¿Cuántas veces habremos leído, escuchado, meditado la parábola del Hijo Pródigo?, cada uno conoce su proceso interno y sabe con qué personaje se ha identificado…, probablemente nos habremos sentido, las más de las veces ese “hijo pródigo”, inquieto, egoísta, superficial, desesperado por aprovechar, ¡ya!, lo mejor posible la ocasión, sin importarle nada más que el yo, el capricho, el instante. Ojalá, como a él, la ruptura de las ilusiones, la soledad y la tristeza, nos hayan impulsado a revivir las alegrías, la seguridad, el gozo de la casa del Padre, y a emprender el retorno, revestidos del arrepentimiento y la humildad para encontrarnos con quien ya sabíamos: ¡el Padre! Que ni siquiera permite que finalicemos nuestra confesión: “ya no soy digno…”, y se hace uno con nosotros en el abrazo de perdón, de reconciliación, de recreación de nuestro yo, el nuevo, el que viene de él; ¡ésta es la alegría que fructifica!

Jesús nos enseñó a rezar, a encontrarnos con lo inimaginable, a superar la antigua “visión de un Dios lejano y terrible”, y puso desde sus labios en los nuestros la palabra más reconfortante y segura: “¡Padre!”; no quiso quedarse en las palabras, y ahora nos muestra el corazón de Dios, del Padre que sale cada tarde a otear el horizonte en espera del hijo, que sabe, desde dentro, que el amor no se acaba, que el cariño y el reconocimiento afloran con certeza y que el encuentro con un “yo” desposeído, ausente de sí mismo, lejano del afecto y la ternura, reorientará los pasos que desanden lo andado, para mirarse entero, nuevamente, en los ojos de quien siempre lo ha querido.

¡Señor, concédenos encontrarnos, al mirarte a los ojos, reflejados en ellos! 

viernes, 21 de marzo de 2025

3°. Cuaresma, 23 marzo 2025.-


Primera Lectura:
del libro del Éxodo: 8,13-15
Salmo Responsorial, del salmo 102:
El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 10: 1-6, 10-12
Evangelio: Lucas 13: 1 - 9
 

Dijimos al Señor el domingo pasado “busco tu rostro”, una vez encontrado, no pueden apartarse de él nuestros ojos; hemos hallado amparo en el peligro, ya no estamos solos ni afligidos.

¿Experiencia de transfiguración ya iniciada? No hay que repetirlo mucho, lo sabemos porque está al alcance de la vida: si es importante comenzar, más lo es perseverar. Con qué atingencia nos advierte Pablo en la segunda lectura: “el que crea que está firme, tenga cuidado de no caer”.

Volvamos al Éxodo: Moisés se adjudicó la empresa de liberar a los israelitas de Egipto, se sentía con privilegios, ajeno a cualquier peligro pues había sido educado en la corte del faraón. Conocemos el resultado: llevado por un impulso, explicable pero no aceptable, mata al egipcio que maltrataba a un hebreo, sabe que se supo y huye a Madián. Sus ansias de liberador se han apagado, ahora pastorea los rebaños de su suegro. Cuando parece desvanecido el sueño, el señor nos ofrece la realidad, y llama: voces, signos y tarea. La misión viene de Dios, su propio nombre la precede: “Yo-Soy”“es quien te envía”.  Ahora sí está Moisés listo para dar fruto, la tierra de su interior ha sido removida, generosamente abonada con la visión de Dios, lleva un fuego que no se apaga; comenzó la transfiguración que llevará consigo trabajos y sinsabores, incomprensiones de propios y extraños, pero con “el brazo extendido de Dios”, cumplirá su tarea. Comprendió el significado de ser instrumento vivo en manos de Dios, venció el miedo y llevó la esperanza de libertad contra todos los signos adversos. Sintió fuertemente la presencia de dios y la seguridad de su palabra: no vas solo: “Yo-Soy”, está contigo.

¿Necesitamos todavía convencernos de que el “Señor es compasivo y misericordioso”? Es el mismo Señor quien acompaña nuestro hoy de cada día, saquemos experiencia de todo lo pasado y constatemos que la balanza se inclina siempre de su lado.

El evangelio llueve posibilidades, corrige desviaciones que pudieron haber surgido en nosotros sobre la realidad de Dios. Nos hace comprender que “las cosas suceden”, pero en él afina Jesús y pone en ruta segura lo que nuestra lógica hubiera deducido equivocadamente: “¿piensan que lo sucedido a los galileos o a los 18 que perecieron en Siloé, fue por ser más pecadores que el resto que habitaba en Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante.”

Resuena lo que escuchamos el miércoles de ceniza: “arrepiéntete y cree en el evangelio”. Nos encontramos entre la misericordia y la paciencia divinas y la determinación de nuestra libertad. No es suficiente el exuberante follaje de nuestra higuera, el dueño espera frutos, pero “el viñador”, el gran intercesor, no es otro que el mismo Jesús, interviene ante la sentencia: “¡córtala!, ¿para qué ocupa la tierra inútilmente?”, se ofrece a remover la tierra, a abonarla, a cuidarla y a esperar que reaccione, Él sabe la fuerza que la invade.

Ya estamos plantados en medio de la viña, ¡imposible negarlo!, tenemos entre manos el regalo de la vida y de la gracia; no sabemos cuándo vendrá el dueño a buscar los frutos, y eso es bueno, pues evita tanto la vana presunción, como el tratar de alargar el tiempo inalargable.

¡Danos, Señor la conversión sincera y continuada, que tu amor hecho acción, conforte y reconforte nuestra debilidad y queme nuestras culpas!

viernes, 7 de marzo de 2025

1º Cuaresma, 9 marzo 2025.-


Primera Lectura:
del libro del Deuteronomio 26: 4-10
Salmo Responsorial, dal salmo 90: Tú eres mi Dios, en Ti confío.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 10: 8-13
Evangelio: Lucas 4: 1-13.

 Comenzamos el miércoles un tiempo “fuerte”, la cuaresma, el largo y profundo acompañamiento de Jesús hasta la resurrección, sin que podamos dejar de lado lo que la precede: la pasión y la muerte.

Tiempo de invocación, de meditación, de reorientación de lo que confesamos son los valores que dirigen nuestras vidas; tiempo de crecer, más y más, en el conocimiento de Jesucristo para ajustar nuestros pasos a su ejemplo; tiempo de gracia y de perdón; tiempo de sincera conversión, de penitencia, de arrepentimiento, de gratitud porque el señor nos deja ver claro el camino ascensional, no exento de dificultades y tentaciones, pero que lleva a la victoria sobre el demonio, la soberbia y la temporalidad.

Las lecturas nos proponen una confesión de fe, un “credo” activo, vivido, histórico, comprometedor, que no se contenta con una aceptación de verdades expresadas verbalmente a nivel ideológico-dogmático, sino que arranca de la experiencia de un Dios que actúa, que está cerca, que libera, que promete y que cumple, y espera, paciente, en reciprocidad, una respuesta libre, total y convencida.

En el Deuteronomio Moisés dicta la pauta, de parte de Yahvé: “cuando presentes tus ofrendas…, dirás: mi padre fue un arameo errante…, bajó a Egipto, ahí nos esclavizaron y oprimieron; pero el Señor nos sacó con mano fuerte y brazo extendido.” La experiencia de vida, la circunstancia adversa, la imposibilidad, hacen palpar la pequeñez del hombre, de todo hombre; recibir la libertad “de” esa servidumbre, impulsa a ejercitar la libertad “para” aceptar la alianza y entonces sí, con todo el ser: “adorar al Señor”. Que prosiga, como constante latido, el reconocimiento que nos vuelve grandes: “Tú eres mi Dios, en ti confío”. No es una abstracción, es la realidad entre las manos.

Ahí está, al alcance del corazón y de la boca: “declarar que Jesús es el Señor”. Declarar es haber comprendido y aceptado que la salvación viene de Dios a través del único mediador que es Cristo, que recibimos su mensaje y queremos llevarlo a la práctica; hacerlo, nos asegura “que seremos salvados por Él”.

El proceso es mirarlo y admirarlo en su proceder; hombre como nosotros, está sometido a la tentación. El ejemplo a seguir: días de ayuno, de oración, de contacto con el Padre, aprendamos que solamente de ahí vendrá la fuerza, la firmeza, la victoria; tentación que a todos nos acosa: lo material, lo económico, el consumismo; ante ella, la reacción tajante: “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que viene de la boca de Dios”.

Tentación de poder, de riqueza, de influencia, de lograr el fin sin importar los medios: vuelve la claridad nacida del amor al padre: “adorarás al Señor tu Dios y a ´El solo servirás”. Los ídolos que nos engañan, caen por tierra. ¿al fin comprenderemos?

Lo espectacular, lo que, sin duda, convencería a la sociedad ansiosa de signos especiales; Jesús, el Hijo en quien el Padre tiene todas sus complacencias porque vive según su voluntad, lo destroza: “no tentarás al Señor tu Dios”.

Las culturas cambian, el tentador se adecua a las nuevas circunstancias, y según ellas, sigue poniendo tropiezos; es fuerte, nos cerca de mentiras, de vanas ilusiones, nos incita a lo fácil, lo agradable, lo placentero…, a veces nos sentimos desprotegidos, es el momento de afirmar nuestra fe: “fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerza.

Miles lo hemos dicho, hagámoslo ahora más consientes: “no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos de todo ma. Amén.”