miércoles, 30 de abril de 2025

3°.de Pascua. 4 mayo 2025.-


Primera Lectura:
Del libro de los Hechos de los Apóstoles 5: 27-32, 40-41
Salmo Responsorial, del salmo 29: Te alabaré, Señor, eternamente, Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 5: 11.14
Evangelio: Juan 21: 1-19..
 
“Aclama a Dios, tierra entera”. Llamado a todos los hombres para que reconozcamos en Jesús, al Señor; Jesús el crucificado y ahora resucitado, el que fue fiel en el sufrimiento, la tragedia y el fracaso, ahora ha sido glorificado y es el mediador, la puerta de acceso al Padre, el Cordero degollado por cuya sangre hemos sido redimidos, el que merece todo: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria y alabanza”, siete que significa plenitud. La lucha fue ardua, la victoria es completa. ¿Percibimos la realidad humano divina de Jesucristo? “El Padre ha rehabilitado al a justiciado”, nos deja en claro lo que manifestó en el bautismo y la transfiguración: “éste es mi Hijo muy amado, ¡escúchenlo!” ¿Nos dejamos convencer por el Espíritu que de verdad vale la pena escucharlo? Él reconquistó para nosotros “la dignidad de ser hijos de Dios”.

Sin duda hemos pasado, como los apóstoles, momentos negros, de inseguridad, de desesperanza, de miedo y ofuscación. Veámoslos actuar con una valentía que saben que no proviene de ellos sino del Espíritu que fortalece la fe y llena de audacia, que pone en sus labios las palabras exactas. Les han prohibido hablar en nombre de Jesús, pero ellos arguyen con razones perfectamente entendibles para el Sumo Sacerdote y el Sanedrín y válidas para todos los tiempos: “primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres”.  El breve discurso que culmina en la confesión de que Jesús el Señor, da testimonio, de que “cuantos lo obedezcan, recibirán también al Espíritu Santo”, la reacción, incomprensible, del Sanedrín, ante la impotencia de refutar tal testimonio, es acudir a la violencia que amedrente: “los mandaron azotar y volvieron a prohibirles que hablaran en nombre de Jesús”. ¡Ser fiel a Jesús, es exponerse! Los apóstoles van comprendiendo, en carne propia lo que eso significa, “para que siguiéndome en la lucha, me sigan, después en la victoria”. Sin fe, sin un interior lleno del Espíritu, será imposible entender que “se hayan retirado felices de haber padecido esos ultrajes por el nombre de Jesús”. La reflexión inmediata, se impone: ¿estamos preparados para esto? ¿Creemos, confiamos porque sabemos que el Señor está con nosotros y su Espíritu nos colma? Ser testigos, con palabras y con obras, de Cristo resucitado es nuestra misión en una sociedad tan fría y descreída como la que confrontaron los apóstoles.

El Apocalipsis nos invita a reconsiderar la importancia del culto de adoración a Jesús, en especial a Jesucristo en la Eucaristía; ¡ahí está, presente, cercano! La Iglesia es comunidad que predica, pero al mismo tiempo, ora y adora.

En breve referencia al Evangelio, todavía aguardando, si es que recordaban las palabras de Cristo: “cuando me vaya les enviaré al Espíritu Santo; Él les confirmará cuanto les he dicho”, regresan a lo que saben hacer: pescar. Una noche frustrante que hace aparecer el mal humor ante la pregunta de “un desconocido”: “¿han pescado algo?”, “¡no!” Hemos escuchado el relato: palabra, indicación, obediencia y ¡lo inesperado! El signo lleva consigo el significado para quien ha aprendido a ver: “¡es el Señor!” Al llegar a la playa con la red a reventar de peces, los espera la delicadeza de Jesús: ha preparado pan y pescado: “vengan a almorzar”. Y la colaboración que espera de todos: “traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. ¡cariño y cercanía que se desbordan! Sabían sin saber lo que sabían.

Luego, con la sutileza y respeto propios de Jesús: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? ¡Tres preguntas, tres respuestas, ahora mesuradas!  Tres veces confirma Jesús a Pedro en el amor y en la misión: “apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.

¿Qué le respondimos al Señor cuando nos preguntó: “quién dices que soy Yo”? ¿Qué le respondemos ahora? “¿Me amas más que estos?”

En Jesús no caben rencores ni reproches, todo en él es perdón, invitación a la confianza, promesa segura de cercanía. “Los que crean en Él, recibirán el Espíritu Santo”.

sábado, 26 de abril de 2025

2°. de Pascua, 27 abril 2025


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 5: 12-16
Salmo Responsorial, del salmo 117: La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis: 1: 9-11, 12-13,17-19
Evangelio: Juan 19: 20; 19-31..

Desear, con la sencillez de los niños, el alimento que nutre al ser entero, el que propicia el crecimiento hasta la madurez de la salvación; ¿a quién sino a Jesús mismo?, ¿a quién sino al Señor de la misericordia?

Terminamos la cuaresma, celebramos la institución de la Eucaristía, acompañamos a Jesús en el camino al calvario, quizá, un poco tímidos miramos la cruz, la muerte, el sepulcro, algo alejados, todavía envueltos por el miedo, la duda, la impotencia, el coraje…, pero no hicimos nada, y ahora nos preguntamos si es posible hacer algo aunque distantes en el tiempo, pero no en la intimidad, ni en el deseo de una fe ferviente, que quiere ser y mostrarse comprometida, como tenue reflejo de la primitiva comunidad cristiana; ellos se reunían en el pórtico de Salomón, a nosotros nos reúne Jesús alrededor de la Eucaristía, de la palabra recién pronunciada que resuena siempre nueva, liberadora, que nos impulsa a animar a cuantos nos encontremos en la vida a escucharla, a aceptarla, no tanto por los milagros que pudiéramos realizar sino por el milagro de una vida llena de paz, de congruencia, de servicio.

El salmo nos recuerda que “la misericordia de Dios es eterna”, nos protege, nos acompaña, es la seguridad sobre la que edificamos nuestro presente y nuestro futuro; de ninguna manera queremos desecharla, es, en último término, Jesús, la piedra angular quien nos asegura la filiación, el perdón, la victoria final, la que cuenta; junto a aquel “que es el primero y el último. El que vive; el que estuvo muerto, pero ahora vive por los siglos de los siglos; el que tiene las llaves del más allá”, lo ha abierto ya y nos invita a seguir sus pasos, los que Él dio en la batalla para conseguir la victoria.

Hay en la lectura del Apocalipsis y en el Evangelio una anotación que no podemos dejar pasar: Juan cae en éxtasis un domingo, día del Señor; Jesús se presenta ante sus discípulos el mismo día de la resurrección, domingo, día del Señor y lo hace ocho días después, el domingo: día del Señor, para que tomemos conciencia de que le pertenecemos al Señor, de una manera libre, pero lúcida, comprometida y nos preguntemos qué tanto nos hacemos presentes ante él, al menos cada semana, “en su día” o bien los cimientos de nuestra casa han quedado abandonados, están llenos de herrumbre, de moho, de olvido…, que vuelva a resonar el salmo y recordemos que su misericordia es eterna y volvamos a ella.

En el Evangelio encontramos a un prototipo de nuestro tiempo: “si no veo, no creo”, el ansia desmedida de las pruebas palpables, que dicho sea de paso, ante una prueba ya no creo, simplemente sé; la fe está en otro nivel, el de la confianza, el de la apertura, el de la humildad, el de un previo conocimiento que me asegura que los testigos son fieles, dignos de creerse, y más aún el gran testigo del Padre, Jesucristo.  Tomás se ha encerrado en su propio criterio, no ha roto la concha que le impide experimentar la salida de sí mismo y lanzarse a la aventura del encuentro con Jesús a través del testimonio de los compañeros; al menos ante Jesús sí da el paso, no ve sino la naturaleza humana de Jesús, pero su corazón descubre al totalmente otro y lo confiesa: “Señor mío y Dios mío”.

Estamos en una situación semejante a la de Tomás, pidamos sencillez, aumento de esa fe que supera nuestra limitada lógica humana y que confesemos con los labios, el corazón y las obras que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.

jueves, 10 de abril de 2025

Domingo de Ramos, 13 de abril 2025.-


Procesión de las Palmas:
Lucas 19:28-40
 

¿Gozo inicial, agitación de palmas, alegría porque acompañamos a Jesucristo, nuestro rey y señor hasta reunirnos con él en la Jerusalén celestial?

Hemos preparado el momento orando, única vía para “tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”; abriéndonos a los hermanos; dominando, con la gracia, pasiones y tentaciones; ayunando, especialmente como el señor lo expone: "que tengamos compasión con el huérfano, la viuda y el forastero..." 

Mucha gente gozaba de las maravillas realizadas por Jesús, se   dejaban tocar por la convicción con que hablaba y actuaba. Lo señalaban como el mesías libertador: quedará roto el yugo que nos oprime…, y la emoción se desbordó. Cuando la emotividad triunfa sobre la razón y la realidad, ésta se obscurece: ¿nuestro Rey “montado en un burrito."?

Preguntémonos con honestidad, ¿es éste el Mesías que imaginamos?  Si de verdad hemos seguido a Jesús, sus hechos, sus dichos, su ejemplaridad en los evangelios, no correremos el riesgo del desengaño labrado por vanas ilusiones. ¡confirmemos nuestro deseo de recibir y "recordar cuanto se había escrito de Él."!

El espíritu está pronto a ayudarnos a comprender y a aceptar la verdadera humanidad de Cristo "primogénito de toda creatura para conformarnos a su imagen."

 

Misa. Isaías. 50: 4-7; Salmo 21; Filipenses. 2: 6-11; Lucas. 22: 14-23, 56.

Las lecturas y el salmo, oídos, meditados, habrán deshecho en humo la "falsa imagen de Mesías" que la carne ilusoria aguardaba.

Nos presentan al siervo sufriente, al escucha preferido del Padre, al Hijo amado en quien están sus complacencias y eso ¡nos repele!, si la fe titubea, lo veremos "como desecho de los hombres, sin figura, sin rostro, abatido y humillado, crucificado y muerto... No perdamos pisada, necesitamos unir nuestra oración a la del mismo Cristo: "el Señor me ayuda y por eso no quedaré confundido."  la glorificación, la escuchamos temblando, llega por la obediencia al designio del Padre; nos prepara, de nuevo, a escalar lo imposible: la muerte y el fracaso: "locura para los paganos y escándalo para los judíos." 

Esto, imposible de entender si no es con la fe, si no es desde la alianza escrita en lo más profundo de las mentes y de los corazones: "Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla..."

El relato de la pasión según San Lucas, es corona de todo lo predicho. Hagamos un viaje al interior; vivámosla en silencio, digámonos como pide San Ignacio en los ejercicios: “por mí va el señor a la pasión”.  ¿a qué grito responde el corazón?: “¡bendito el que viene en el nombre del Señor!”  O, "¡crucifícalo!", porque rompe y rasga mi egoísmo.

Que el asombro envuelva nuestro espíritu y a impulsos de ese amor ilimitado ofrezcámonos a Dios con “un corazón contrito y humillado, agradecido y comprometido."

viernes, 4 de abril de 2025

5°. Cuaresma, 6 abril 2025.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 43: 16- 21
Salmo Responsorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 3: 7-14
Evangelio: Juan 8: 1-11

“Señor, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del injusto y el malvado…”, ¿De quién le pido al Señor que me salve?: del más injusto y malvado, del “pequeño ególatra y ateo” que llevo dentro de mí. Apenas creíble, pero cierto: soy mi peor enemigo, con quien solapadamente hago las paces, los arreglos, las connivencias, a quien concedo todas las prerrogativas, a quien excuso, y, más cuando percibo con claridad lo que el Señor espera de mí. ¡con qué atención y profundidad necesito la experiencia de liberación!

Es la última semana de cuaresma, ¿hubo, en verdad, ayuno, oración y misericordia? ¿Qué puedo decirle al que penetra los secretos del corazón? No cabe el engaño, lo único sensato es reconocer, apropiarme de la palabra que salva, que renueva, que purifica, que “abre caminos en el desierto y hace correr ríos en tierras áridas”. Con la conciencia y el oído atentos para escuchar “lo nuevo que brota”, y permitirle que me ayude a olvidar lo pasado y abrirme al futuro esperanzador, a la primavera en la que resurge la vida.

No es sueño, es realidad: “el Señor me hace volver del cautiverio”, me propone liberarme de mí mismo, de todo aquello que me apesga a lo perecedero, de lo inútil, de lo que he convertido en necesario sabiendo que era prescindible; solamente así podré entonar el salmo: “grandes cosas ha hecho por mí el Señor”.

Ya Pablo, el domingo pasado, nos compartía su experiencia en el fragmento de la 2ª  Carta a los corintios: “el que vive según Cristo, es una creatura nueva, para Él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”; ahora la concreción es tajante: “todo es basura con tal de ganar a Cristo y estar con Él”. Experimentar desde ahora “la fuerza de la resurrección”. Ignoramos cuánto camino nos separe del encuentro, pero como Pablo, deseamos mantener la vista en el horizonte, “lanzarnos adelante, en busca de la meta, del trofeo al que Dios nos llama en Cristo Jesús.”

¿Quién, sino el mismo Jesús, será el apoyo? En el pasaje de Juan que hemos escuchado, lo encontramos claro, valiente, decidido, duro, misericordioso y tierno. ¡Qué contraste entre la mezquindad de corazones que condenan y la delicadeza de Jesús; entre la dureza de la ley invocada de forma inapelable y la comprensión de aquel que “no ha venido a condenar sino a perdonar”!

La insistencia de los fariseos no lo intranquiliza, se agacha y se pone a escribir en la tierra, pareciera ignorarlos…, tratan de poner a prueba el amor de Dios por todos, mujeres y hombres, no entienden que él los y nos mira siempre con perspectiva de futuro. Jesús nos muestra al padre, se incorpora y con una sencillez que asombra, les dice: “aquel de ustedes que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”. De acusadores se han convertido en acusados. La confrontación con la conciencia personal hace que las piedras caigan y la escena quede desierta, solamente Jesús y la mujer: “¿nadie te ha condenado?” “Nadie, Señor”. Y aflora la fuente de bondad: “tampoco yo te condeno. Vete en paz y no vuelvas a pecar”.

De un presente que había perdido su sentido, a un futuro lleno de esperanza…, así es Dios.