viernes, 29 de agosto de 2025

22°- Ord. 31 agosto 2025.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría (o Sirácide): 3: 19-21, 30-3
Salmo Responsorial, del salmo 67: 
Dios da libertad y riqueza a los cautivos.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 
Evangelio: Lucas  14, 7-14.

Desde la antífona de entrada, descubrimos el mensaje central de la liturgia de este domingo: “la humildad”, que no es sino el reconocimiento de la verdad, sin ambages, sin segundas intenciones, en la meridiana claridad de nuestro ser, aceptado plenamente como don.

Quien pide piedad, reconoce que está necesitado de perdón y de ayuda: “Dios mío, ten piedad de mí…, Tú eres bueno y clemente y no niegas tu amor a quien te invoca.” Surge de nuevo la pregunta que conmueve mi realidad: ¿invoco sin cesar a mi padre bueno?, ¿a Dios misericordioso de quien todo bien procede?; si podemos darnos una respuesta afirmativa, ya estamos cerca del Señor, pero continúa nuestra súplica: “que podamos crecer en tu gracia y perseveremos en ella”.

El ser reiterativos en la reflexión, no molesta: “lo bueno, repetido, es dos veces bueno”, entonces sigamos el consejo del Sirácide; “en tus asuntos procede con humildad…, hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el señor; porque sólo el señor es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”. Reconocer la fuente de todo bien, recordar que somos administradores, no dueños; que no cesamos de aprender y que las lecciones y consejos nos llegan de todas partes, de modo especial de los demás; percibimos que somos “seres relacionales” en contacto constante con las creaturas, con los seres humanos, con nuestro propio yo, con el padre de las luces. ¿Cuál es el centro de esas relaciones?: ¿mi “yo” activo pero centrado, que mide circunstancias y consecuencias, que no se engolfa en la soberbia?, ojalá sea otra vez respuesta afirmativa, de no ser así “estaremos arraigados en la maldad”, habremos cerrado las puertas y ventanas a la escucha y encorvados sobre nosotros mismos, será imposible tener ojos para los demás y para dios. Engreimiento que mata calladamente, que aísla, que, tristemente, desprecia, rompe el “hacia allá”; tener, y, peor aún, cultivar esta actitud, nos aleja de toda vida.

Felizmente sabemos el camino de retorno; la carta a los hebreos sigue iluminándonos: Dios no puede infundir temor, es un dios festivo que ya ha escrito nuestros nombres en el cielo, que nos brinda el libre acceso para estar con los que ya alcanzaron la perfección, y recalca lo que ya sabemos: ese acceso es “Cristo Jesús, el mediador de la nueva alianza”.

Tiene que resonar en la memoria del corazón el dicho del mismo Jesús: “nadie va al Padre si no es por mí”. Y su invitación-ejemplo que cantamos en el aleluya: “tomen mi yugo, aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

El evangelio no es una lección de protocolo, es el resultado de mirarnos y mirar a los demás, de tomar nuestro sitio con toda sencillez y, al mismo tiempo, de no ser falsos ni calculadores. Al banquete del reino no se entra “empujando a los otros”; ¡qué bien se adapta aquello de León Felipe!: “voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, porque lo importante no es llegar antes y solo, sino juntos y a tiempo”.

La segunda lección: vivir la plenitud de la gratuidad, así como es Dios, así como la vivió Jesús: dando y dándose…, no es fácil; nos apegamos a tantas cosas, tanto a nosotros mismos, que perdemos la visión de la esperanza que da la fe: la trascendencia que aquí comienza, desde los otros: “ellos, los pobres, los marginados, los desposeídos, no tienen con qué pagarte, pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”. 

 

viernes, 22 de agosto de 2025

21°. Ord. , 24 agosto 2025.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 66: 18-21
Salmo Responsorial, del salmo 116: 
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 12: 5-7, 11-13
Evangelio: Lucas 13: 22-30

Parecería que no hemos comprendido que el Señor siempre está atento a nuestras súplicas, e insistimos en que “nos escuche y nos responda”. Juzgo que lo que nos hace falta es tener abiertos los sentidos, porque el Señor Dios nos habla de mil maneras…; pero seguimos quejándonos, quizá preferiría decir que seguimos insistiendo porque deseamos palpar, casi físicamente, su ayuda y su presencia. 

La respuesta que Él nos da, la hacemos oración y ojalá la hiciéramos efectiva, con su ayuda: “concédenos amar lo que nos mandas y anhelar lo que nos prometes”; dos actitudes que van de la mano y que nos conducirán a superar los guiños que nos hacen las creaturas, a no fiarnos de inmediato en ellas, sino después de un maduro discernimiento, encontremos la paz, la felicidad que permanece; esa que nos impulsa a sortear los obstáculos de esta vida. 

La lectura del profeta Isaías y la lectura del fragmento de San Lucas, abren el sentido universal del mensaje de Dios, y, lógicamente el de Cristo. En ambos encontramos que nadie tiene la prerrogativa de posesión de Dios, Él es el Señor del universo, desea que todos los hombres encuentren esa felicidad que buscan, muchas veces, a tientas. La verdadera felicidad está en la salvación y ésta necesita el apoyo de todos, “Dios quiso tener necesidad de los hombres”, de toda raza, pueblo y nación, y la elección que ofrece, sin distinción abarca  a todo ser humano: “de los países lejanos y de las islas remotas, ellos darán a conocer mi nombre…, de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas”, seres consagrados al servicio del reino. Esta decisión eterna, la encontramos, ampliada, sin límites, en el salmo. De una tarea que confía Jesús mismo: “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio”, a una petición que nace de la comunidad humana universal: “que te alaben, señor, todos los pueblos”; la razón, la única que nos sostiene: “porque su amor hacia nosotros es grande y su fidelidad dura por siempre”. No es Israel, no es, ni siquiera el ámbito de la iglesia, es el mundo completo lo que el señor desea abrazar y salvar.  

Ante la pregunta que le hace alguien a Jesús: “¿son pocos los que se salvan?”, Él , según su costumbre, no responde directamente, invita a penetrar el sentido profundo, invita a superar lo cuantitativo y a adentrarse en lo cualitativo; su proposición hace trastabillar a los “judíos devotos” que creían tener la salvación asegurada con la práctica de ritos y cultos, sin importarle la suerte de los pobres, de los pecadores, de las prostitutas y los publicanos; no se trata de “comprar un seguro”, así su respuesta desconcertó y seguirá desconcertando, ¡qué bueno!: “esfuércense en  entrar por la puerta angosta, pues muchos tratarán de entrar y no podrán”. No basta con haber oído, con haber leído la escritura, con haber “conocido” al Mesías; la decisión es rotunda: “no sé quiénes son ustedes”. Conocer y seguir a Jesús nos abrirá la entrada: “yo soy la puerta; si uno entra por mí, será salvo”.

A continuación reafirma la invitación universal al banquete del reino: “vendrán del oriente y del poniente, del norte y del sur y participarán en el banquete del reino”. Señor, no sabemos si somos de los primeros o de los últimos, queremos estar contigo a toda hora, en cada momento de nuestras vidas. Mantennos unidos a ti y sabremos que Tú estás con nosotros.

sábado, 9 de agosto de 2025

19º Ord - 10 de agosto 2025.-


Lectura:
del libro de la Sabiduría 18: 6-8
Salmo Responsorial, del salmo 32: Dichoso el pueblo elegido por Dios
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos: 11: 1-2, 11-19;
Evangelio: Lucas 12: 32-48

La antífona de entrada pide al Señor que “no olvide su alianza”; ¿cómo puede olvidar esa alianza que es nueva y eterna? Desde el inicio de la eucaristía pensamos y examinamos si nuestras voces lo buscan en serio, con avidez, con ahínco, “como tierra desierta reseca y sin agua”, si experimentamos la necesidad de Dios, si escuchamos desde dentro: “mi alma me dice que te busque y buscándote estoy”, o nos vamos contentando con cumplir lo aprendido sin profundizar más en cuanto significa el compromiso de “crecer con un corazón nuevo, con corazón de hijos” que buscan la manera de complacer, por amor, al Padre en el servicio a los hermanos, en la fe y la confianza, con la seguridad puesta en la patria lejana, pero ya presente porque la vamos construyendo, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, en la obediencia activa, en el desposeimiento para participar, a cuantos podamos, de los bienes espirituales y temporales, con una convicción que supera la lógica aprendida y practicada por nosotros y nuestra sociedad, y que nos hace “entender claramente que vamos en busca de una patria, no añoramos lo perecedero sino una patria mejor”.

Sin angelismos, aceptando nuestra realidad de creaturas e intentando hacer realidad lo que la carta a los hebreos define e ilumina: “la fe, forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y conocer realidades que no se ven”.

Poseer lo que no tenemos, conocer lo que no vemos, suena a utopía, a irrealidad, a imposibilidad, a absurdez, a los oídos, a los ojos, al proceso “normal” de este mundo, que nos tachará de insensatos y soñadores; sin embargo es el camino; “la fe, nos dice Santo Tomás es ´menos cierta´ que el conocimiento, porque las verdades de la fe, trascienden el conocimiento del hombre”; aceptamos humildemente el misterio y procedemos con la seguridad de abraham que salió de su pueblo “sin saber a dónde iba”, que esperó “contra toda esperanza”, al hijo de la promesa, que fue más lejos todavía: “dispuesto a sacrificarlo”, porque pensaba en efecto “que dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos”. No poseía, poseyó, entregó y recuperó; reconocemos que, con todo derecho, tiene el título de “padre de los creyentes”; se aventuró y fue “bienaventurado”.

Jesús, en el evangelio, vuelve a insistir en el mismo punto que el domingo pasado, con una previa y tierna advertencia: “no temas rebañito mío”, tienes tesoros aquí, úsalos para que tu corazón encuentre un tesoro mejor: “vende tus bienes, reparte, comparte, sé solidario, vigila, sé fiel, administra lo que se te ha dado, conoce a tu Señor y cumple, a toda hora teniendo en cuenta a los demás”.

Jesús se está retratando, no nos pide sino lo que ha vivido: “alerta y con la luz siempre encendida”, sin sombra de temor porque sabe que lo ha dado todo, lo ha entregado todo, y, por eso, lo recibirá todo.

Señor, sabemos que nunca estaremos suficientemente preparados, pero al conocer tu paso por el mundo, por nuestra, por mi historia, la fuerza de Cristo y del Espíritu nos ayudará a dar buena cuenta de cuanto nos has confiado.

sábado, 12 de julio de 2025

15°- Ord- 13 julio 2025.-


Primera Lectura:
del libro del Deuteronomio 30: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 68: Escúchame, Señor, porque eres bueno.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 1; 15-20
Evangelio: Lucas 16:25-37.

Difícilmente nos acercamos, confiados, a un desconocido; pero es obvio que para iniciar una amistad, tendremos que hacerlo, de otra manera nos quedaríamos solos como hongos; el resultado puede ser maravilloso, del conocer, del frecuentar, del compartir, crecerá el gozo de la presencia aun en la ausencia. Tratándose del señor, aun la aparente ausencia es presencia; nunca tendremos que hacernos las preguntas que aparecen en el fragmento del Deuteronomio, pues la experiencia nos confirmará que la boca dice lo que hay en el corazón, y al pronunciar el nombre del señor, sabemos que ya está en el corazón. 

“El Señor nos escucha, porque es bueno”, analicemos qué tanto lo invocamos, si oramos, confiadamente, por la paz, por esa constante conversión, que nos impulse “a acercarnos y permanecer con Él”.

En el himno Cristológico, que es oración y profesión de fe, confirmamos que Cristo es el centro, el fundamento, el dios cercano, el camino para llegar al Padre, el que resume en sí la creación entera; ya no más preguntas, ¡tenemos la respuesta total!

Sin duda habremos escuchado y meditado la parábola del buen samaritano; muchas veces, también, habremos propuesto preguntas de las que sabemos las respuestas, pero nos hacemos los ingenuos, los ignorantes para no tener que aceptar la responsabilidad que implican: “¿Quién es mi prójimo?”; Jesús nos ha respondido con su vida toda y todavía resuenan en nuestro interior las palabras de San Pablo: “Dios quiso reconciliar en cristo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz.” ¿Queremos una explicación más clara?

Ciertamente no podemos resolver los problemas del mundo entero, pero sí tratar de purificar los de nuestro pequeño entorno; no tendremos que ir muy lejos: casa, parientes, trabajo, amigos, vecinos, cuantas personas se van cruzando en nuestra vida…, ¿estamos sinceramente dispuestos a   poner al servicio de los demás nuestro vino, nuestro aceite, nuestra cabalgadura, nuestros denarios?, entonces estaremos haciéndole caso al deseo-envío de Jesús: “anda y haz tú lo mismo”

viernes, 4 de julio de 2025

14°. Ordinario, 6 julio 2025.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 66: 10-14
Salmo Responsorial, del salmo 65: Las obras del Señor son admirables.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 6: 14-18
Evangelio: Lucas 10: 1-14, 17-20 

“Recordaremos, Señor, los dones de tu amor”, en todo tiempo; recordar es traer al presente, revivir, y cuando se trata de los dones recibidos, es avivar el compromiso de reciprocidad, es continuar el aplauso interminable que reconoce cuanto el Señor hizo, hace y continúa haciendo con nosotros y en nosotros. “Tú que creaste maravillosamente al ser humano y más maravillosamente aún, lo reformaste”, concédenos mantener y aumentar la alegría que da la experiencia de la liberación y que, desde ti nos asegura la “felicidad de que nuestros nombres estén escritos en el cielo”.

A esta alegría nos incita Isaías, al gozo y al consuelo, porque el Señor mismo nos alimenta con “la abundancia de su gloria”. El tiempo que vivimos, el ambiente que respiramos no es de paz; la inseguridad y la angustia nos rodean, no encontramos hacia dónde mirar desde nuestro entorno, estamos como los israelitas en situación de exilio, de incertidumbre; escuchemos la palabra que anima, que conforta, que alienta, palabra que promete y que cumple, que “acaricia y arrulla con amor de madre”; es Dios mismo “padre y madre” quien nos cuida y “nos hará florecer como un prado”. Escuchemos a Jesús mismo: “la paz les dejo, la mía, no la que da el mundo” (Jn. 14: 27) El mundo no puede dar esa paz, porque “la luz vino al mundo y, aunque el mundo se hizo mediante ella, el mundo no la conoció”; pero “a los que la recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn. 1: 9, 12). Elevemos la esperanza, la que procede del Espíritu que nos ayudará a invocar a Dios como padre-madre y a alejar de nosotros todo temor, toda tiniebla, todo error; a cantar alborozados con el salmo, como fruto palpable de que “las obras del Señor son admirables; no rechaza nuestra súplica ni nos retira su favor”.

San Pablo en la secuencia de la carta a los gálatas, ahonda más y más en el significado del amor, del que reluce en la práctica, del que no se queda anclado en ritos sin compromiso sino que va a la donación total, la que siempre nos estremece porque sacude nuestro conformismo, nuestra inmovilidad: la cruz. Pidamos al Señor poder afirmar, un día, como Pablo: “no permita Dios que me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”, con voz temerosa pero valiente porque no proviene de nosotros mismos, sino de la gracia que el mismo Jesús nos concede.

Una vez más aparece el “envío”, en el pasaje que nos narra San Lucas, es más universal, ya no son 12, sino 72 que se acompañan, que van “como ovejas en medio de lobos”, les encomienda el señor que “rueguen al dueño de la mies que envíe operarios”. Las condiciones para la realización, las que han sido en la vida de Jesús: oración, pobreza, que aprendan a dar lo que han recibido. No esperen éxito, porque la libertad humana es la que decide aceptar o no el Reino, pero, en caso de rechazo, que confirmen, a pesar de la oposición: “de todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca”.

El gran consuelo, la esperanza florecida que da seguridad, la reafirma Jesús: “alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.  Allá está la meta, allá “nos ha preparado un sitio”; la fidelidad al anuncio, la fidelidad a Jesucristo es y será el lazo que nos mantenga unidos.

viernes, 20 de junio de 2025

12° ordinario 22 junio 2025-.


Primera Lectura:
del libro del profeta Zacarías 12: 10-11; 13: 1
Salmo Responsorial, del salmo 62: Señor mi alma tiene sed de Ti.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 3: 26-29
Evangelio: Lucas 9: 18-24.

El salmo 27, en la antífona de entrada hace que reavivemos los ánimos y confesemos que el señor es “la única firmeza firme”, el que vela y guía nuestros pasos para que hundamos las raíces de nuestro ser en el suyo; ahí encontramos la amistad que moverá nuestras acciones en los caminos del amor y nos recordará lo que significa el “temor filial”, aquel que jamás elegirá algo que pudiera entristecer al Padre.

Descendientes de Abraham, como nos recuerda Pablo en la carta a los gálatas, porque hemos aceptado ser incorporados a Cristo, como aceptó el patriarca vivir conforme a la voluntad de Yahvé, hemos recibido, igual que Israel “el espíritu de piedad y compasión para tener los ojos fijos en el Señor”, para que nunca se borre de nuestra mente, de nuestra vida, de nuestro interior lo que anuncia Zacarías: “mirarán al que traspasaron” y que recoge San Juan como testigo presencial; (19:37)  de ese costado abierto manan la sangre y el agua que nos purifican “de todos los pecados e inmundicias”.  Pablo insiste, ya lo hizo el domingo pasado, en la necesidad de la fe en Cristo, al incorporarnos a él por el bautismo, “quedamos revestidos de Cristo”.  

Profundizando en la mentalidad bíblica, encontramos que el vestido indica la dignidad personal; una persona desnuda, la ha perdido; pero no juzga el Apóstol con criterios humanos, nos hace penetrar más: esa incorporación hace que la dignidad personal se vuelva dignidad eclesial, unidad que acaba con cualquier división porque ahora “somos uno en Cristo”. Ahondar en esta realidad, por la fe, nos ayudará a ver la luz que debe iluminar nuestras relaciones, en medio de tanta convulsión y confusión de actitudes que, no solamente parece, sino que en verdad quieren acabar con la dignidad humana, muy lejos de lo que todos somos, por gratuidad divina: hijos e hijas de Dios.

Parafraseando el salmo, universalizando la mirada, podemos constatar que no sólo “mi alma tiene sed de ti”, sino que el mundo entero tiene sed de ti, quizá sin querer confesarlo, pero queda de manifiesto en ese deseo, que brota por todas partes, de paz, de tranquilidad, de comprensión, de solidaridad, que es imposible encontrar en la violencia, en el egoísmo, en el ansia de poder y de tener. ¡Cómo necesitamos, Señor, que “derrames – todavía con más abundancia, porque no queremos comprender- tu Espíritu de piedad y compasión”!

En el Evangelio Jesús hace constantemente presente la pregunta que interpela a todo ser: “¿quién dices tú, que es el hijo del hombre?”, un plural personalizado para que busquemos, allá adentro, no una respuesta vaga y nada comprometedora, sino la que surja del encuentro vivo con Él, de tal forma que nos disponga a intentar crecer en su conocimiento “para más amarlo y seguirlo”, para no soñar en heroísmos lejanos, sino con la rutinaria cruz de cada día, aceptada en la entrega, en el sacrificio, en las molestias y fatigas, sin brillo externo, la que va unida a la pasión y muerte, la que colabora, silenciosamente, a la salvación de la humanidad. Vivida en el amor que vence al mal. Entonces constataremos que la promesa se cumple en cada uno de nosotros: “el que pierda su vida por Mí, la encontrará”. La senda es ardua, difícil, fatigosa, por eso nos ofrece el alimento necesario en la eucaristía, “para no desfallecer en el camino”.

jueves, 12 de junio de 2025

Santísima Trinidad. 15 junio, 2025


Primera Lectura:
del libro de los Proverbios 8: 2-31
Salmo Responsorial, del salmo 8: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 1-5
Evangelio: Juan 16: 12-15.

Si nuestro cristianismo no es trinitario, no es cristianismo. Vivimos haciendo referencia a la gran revelación que nos trajo Jesucristo: Dios es familia, Dios es comunicación, Dios es interacción desde su misma esencia. ¿Cómo podríamos haberlo sabido los hombres?

La racionalidad que Dios nos dotó, la capacidad de asombro ante las maravillas de la creación, pero desde la conciencia de nuestra propia pequeñez, ha buscado, en todas las latitudes, la relación con aquel, alguien que está más allá de nosotros, que todo lo sobrepasa y a quien los hombres hemos llenado de nombres, los más variados y aun absurdos. La imaginación ha intentado describirlo, pintarlo o esculpirlo, siempre alejada de la realidad inabarcable, pero tratando de proyectar la inquietud que acompaña a todo ser humano. Quizá la más cercana, la de “un primer motor del mundo”, “la causa incausada”, parece que la aquieta con el logro, mas se queda en una abstracción que nada dice, la lejanía crece y la relación personal con “una idea”, la deja fría e incapaz de ligar un compromiso. “si los leones pudieran pintar un “dios”, pintarían un león”, nos dice Jenófanes. ¿Quién eres, Señor, cómo eres? La respuesta sería otra idea y, continúo con Agustín, “cualquier imagen que tengas de Dios, ese, no es dios”, entonces, ¿cómo saberte?

“Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”; es él quien se nos revela, quien nos busca y se nos da a conocer. De la misma manera que la descripción física de una persona sólo nos proporciona una serie de datos, pero nos deja en la ignorancia de su interior hasta que no entablemos una relación profunda, igual es con Dios: “nadie conoce mejor el interior del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre; nadie conoce mejor el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios”. (1ª. Cor. 2: 11) ese Espíritu que es la vida de Dios, ese espíritu prometido y enviado por Jesús, ese espíritu que está en Jesús es el que nos descubre quién es Dios.

Algo nos acerca el libro de los Proverbios: “sabiduría, palabra, acción creadora, cercanía gozosa con las creaturas, con nosotros, los hijos de los hombres”, pero quizá aún lo sintamos lejano e inalcanzable. Más nos ayuda el salmo al sentir que somos importantes para Dios, ya que pasamos de la admiración externa, a la experiencia interna de haberlo recibido todo: “¿qué es el hombre para que de él te acuerdes”? Al detenernos a considerar nuestra realidad de creaturas y aceptarla, comenzamos a vivir la verdadera libertad que es condición para crecer, para encontrar, para relacionarnos con quien nunca dudó en querernos, ni en seguirnos queriendo, sabiendo cómo somos, y “tanto nos amó que envió a su Hijo para que tengamos vida por Él”. Se va develando el “misterio”, que no es simplemente lo oculto, sino la acción salvífica que realiza Jesús y que prosigue el Espíritu Santo, por la fe, por la gracia, “por la esperanza que no defrauda”, porque nos sabemos llenos de ese Espíritu que el mismo Dios nos ha dado.

Jesús mismo, palabra del Padre, da luz a nuestros entendimientos para que atisbemos la vida trinitaria: Él regresa al Padre y ambos nos envían al Espíritu. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, poseedor que posee lo poseído por otro. “El Espíritu me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”. Comunicante de lo que se le ha comunicado.

Que, al recorrer la Liturgia Eucarística, vayamos reconociendo la presencia trinitaria en toda ella, desde el inicio mismo, al santiguarnos, hasta la despedida en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¡Que la intimidad de esta presencia se haga presente a lo largo y en cada momento de nuestra vida!

 

viernes, 6 de junio de 2025

Pentecostés, 8 mayo 2025.-


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta a los corintios 12: 3-7, 12-13
Evangelio: Juan 20: 19-23.

Concluye, hoy, el tiempo pascual, desde la “pascua florida”, llegamos a la “pascua granada”. “No sólo es de flores la fiesta, sino flor de fruto es ésta”. Cristo regresó al Padre; reconoció, con toda la fuerza de su verdad que “todo estaba cumplido”, en lo que a él se refería. Conforta a sus discípulos con esa presencia intermitente y repite, una y otra vez, que la promesa pronunciada, se cumplirá: “de aquí a pocos días serán bautizados en Espíritu Santo y en fuego”.

Viento y fuego que rompen las ataduras de la timidez y la desesperanza, que construyen un lenguaje nuevo, que trastocan la confusión de Babel, que dejan atónitos a los oyentes y los congrega en el gozo de escuchar, en su propia lengua, “las maravillas del Señor”.  La lista de 15 países diferentes anuncia la universalidad del llamamiento a la esperanza, a la verdad, a la comunión.

La consolidación de la Iglesia está sellada e inicia su acción; exactamente la misma que Jesús ha llevado a plenitud en su entrega sin límites: la buena nueva, el perdón, la unión con el Padre a través del mismo Espíritu. “No son ustedes los que me han elegido, sino que yo los he elegido para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. “No tengan miedo, el Padre pondrá en sus bocas las palabras exactas que no podrán rebatir los adversarios.”  

Que nuestra oración haya estado colmada de confianza al recitar el salmo: ahí está, verdaderamente, la única posibilidad de cambio: “envía Señor tu Espíritu a renovar la tierra.”  ¿Qué nos responderá el Señor?: Ya lo envié y continúa presente, ¡déjenlo actuar! Él es quien conjuntará la diversidad de miembros, como lo hizo en la primera comunidad cristiana, para que sean un solo cuerpo en cristo Jesús. Dones al por mayor, pero una sola finalidad: el bien común. En serio necesitamos esta fuerza que viene desde arriba para que anide en nuestros corazones. ¡Es tan profundo nuestro aislamiento egoísta, nuestra falta de audacia y valentía para dar una respuesta digna, que únicamente él nos comunicará, la convicción, hecha acción, para decir: “Jesús es el Señor”!

El saludo de Jesús a sus discípulos:” la paz esté con ustedes”, lleva consigo algo sumamente importante para nuestras vidas: ¡el perdón! Perdón y purificación que Él nos otorga para que hagamos lo mismo.

Reitera el envío, la misión y tarea: que seamos cristos vivos, consoladores y amigos, nos miremos y tratemos como hermanos.

sábado, 31 de mayo de 2025

La Ascensión, 31 mayo 2025.-


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46:  Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 1: 17-23
Evangelio: Mateo 26: 16-20.

¡Magnífico el que, como los discípulos, “miremos al cielo”, sigamos a Cristo en su Ascensión, en la coronación de su misión, en su triunfo ganado a pulso, precisamente porque “se hizo obediente hasta la muerte y una muerte en cruz” y por ello “ha recibido un nombre sobre todo nombre y ha recibido todo poder en la tierra y en el cielo”!

Esta actitud nos confirma fuertemente en “la esperanza que nos da su llamamiento y en la rica herencia que Dios da a los que son suyos”; pero, con la mirada hacia arriba, donde “está Cristo, Cabeza de la Iglesia y de la Humanidad entera”, esperándonos, tengamos los pies en la tierra y aceptemos enrolarnos en el trabajo eclesial, en lo que fue y sigue siendo el signo de pertenencia a Cristo: “Vayan, bauticen, enseñen”.

¡No basta con mirar y admirar! El gozo de la glorificación de Jesús, no puede quedar estático y menos aún ahora que tanta gente lo desconoce, lo mantiene al margen de sus decisiones, es incapaz de cumplir sus mandamientos porque los ignoran. ¡Cuántas familias piensan que es función de los párrocos o de las catequistas, y esto si tienen, al menos, la preocupación de enviar a los hijos a la parroquia y que estos acepten! Desconexión entre lo que afirmamos creer y lo que efectivamente realizamos.

¡Cómo necesitamos pedir con San Pablo: “Que el Padre de la gloria nos conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo”. El conocer se trueca en entender cuando es querido, y al conocer al Sumo Bien, querremos poseerlo y ser poseídos por Él y esa alegría nos hará contagiarlo, comunicarlo, esparcirlo. Superaremos la visión de los que aguardaban un reino terreno: “¿Ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”, y atenderemos mejor a la promesa vital que les hace y nos hace Jesús: “El Espíritu Santo los llenará de Fortaleza y serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.”  Su Palabra se hizo realidad y lo sigue siendo: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. No lo vemos físicamente, pero lo está en la Eucaristía, en la Escritura, en la Iglesia, en la conciencia, en las aspiraciones que todos sentimos por hacer un mundo mejor, más justo, más humano, más fraterno, todo él empapado en “la esperanza de la herencia”, para llegar juntos a gozar de su victoria, que ya es nuestra, y así, donde está Cristo Cabeza, estemos también nosotros, su cuerpo.

viernes, 23 de mayo de 2025

6° de Pascua, 25 mayo 2025


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 15: 1-2, 22-29
Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te alaben, Señor, todos los pueblos, Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 21: 10-14, 22-23
Evangelio: Juan 14: 23-29  

El canto debe proseguir, su eco debe resonar hasta los últimos rincones del universo: “¡el Señor, ha redimido a su pueblo!” Cantamos en Iglesia, en comunidad, en convivencia, en verdadera consolación, en actitud de espera porque Jesús nos anuncia la venida del Espíritu Santo, nos asegura la participación, misteriosa pero real, en la vida trinitaria, nos describe la nueva Jerusalén que ya ha comenzado a construir, ¡cómo no vamos a unirnos en la alabanza e invitar a todos los pueblos a adherirse a ella!

La lectura de Hechos de los Apóstoles nos pone ante los ojos la realidad de la Iglesia, de esa comunidad constituida por hombres, como nosotros, con diversidad de sentimientos, de expectativas, de visión, a veces aun de encerramiento intelectual y afectivo; pero con una diferencia que tiene que motivarnos a la reflexión, a la confrontación, a la clarificación, ¡nunca solos ni apoyados exclusivamente en motivos inmediatos!; sino en la oración, la consulta, el discernimiento y la apertura a la diversidad que no rompa la unidad con fáciles concesiones, sino que consolide la que Cristo fundó y que sólo se mantendrá y crecerá con y por la acción del Espíritu, “Señor y dador de vida”.  El conflicto se resuelve en conexión con la inspiración que actúa, mediante la fe y la experiencia de la “sensación” de Dios en el desarrollo de la vida: “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”. ¡Qué ejemplo de humanidad y trascendencia hermanadas en la comprensión! Claridad de decisión que no procede nada más del “saber” humano, que “imita” a Dios en el conocimiento de los hombres, en la universalidad de la salvación, que deja en claro que el nuevo camino, es precisamente nuevo y no un agregado a la antigua alianza.

Ya escuchábamos el domingo pasado: “ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. La Iglesia, y nosotros con ella, necesitamos aprender que Dios no es “nuestra exclusiva”, que es el siempre mayor y su creatividad no tiene límites.

El Apocalipsis nos transporta a una visión inimaginable para nosotros; visión de fe y de esperanza, visión de novedad y permanencia, visión de luz y claridad que tiene como centro a Jesús, el Cordero que todo lo une, a cuantos vivieron sinceramente la Antigua Alianza, representados en los doce ancianos que hacen actuales a las doce tribus de Israel y a los doce apóstoles que significan a cuantos creemos en la alianza nueva y eterna. “Cristo, la piedra angular, sobre quien se construye todo lo nuevo y duradero”.

El mismo Jesús, en su sermón de despedida, insiste, continuando lo iniciado el domingo pasado, en lo único que perdura: el amor y las lógicas consecuencias de quien ama: “cumplir su palabra”.

¡Qué maravillas nos promete: ser morada de Dios, vivir de la vida de Dios! “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Me pregunto a mí mismo si de verdad creo en esta delicadeza de Dios: ¡dignarse vivir en mí! Y toda vía más: no sólo es el Padre, ¡es la Trinidad que desea habitar en mí! ¿Quiero saber de Dios, encontrarme con la plenitud del conocer, sin resabios de duda o de ignorancia? Jesús camino, me muestra el camino: “el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre – revelación del Dios comunidad -, les enseñará todo cuanto les he dicho”. ¡Cómo lo necesitamos para recordar las bienaventuranzas, el desasimiento de las creaturas, el amor universal, la conciencia de trascendencia, el perdón, la resurrección y la vida eterna! Esta es “la paz que nos ha dejado”, ¿la aceptamos y queremos vivirla? 

domingo, 18 de mayo de 2025

5⁰ de Pascua, 18 de mayo 2025

 

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 4: 21-27
Salmo Responsorial, del salmo 144
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 21: 1-5
Evangelio: Juan 13: 31-35.

La alegría de la Pascua, nacida y alimentada por la fe en Cristo Resucitado, tiene un dinamismo muy especial: nos ha devuelto la mirada hacia el Padre, aunque de la parte de Él nunca se había perdido, pero ahora reabre abre el horizonte de la Esperanza, primero, la del profundo gozo de sentirnos libres, al aceptarnos creaturas e hijos, y después la herencia eterna
 
Una Fe que va creciendo por la conciencia de pertenecer al Padre, por la admiración de cuanto ha hecho y prosigue haciendo por nosotros, nos acerca a una especial sensación de Dios; y al sentirnos protegidos por su Paternidad, no podemos menos que experimentar que nos ama, que nos quiere, que se preocupa por nosotros. Lo sabemos, lo aceptamos, un tanto intelectualmente, por eso le pedimos que esa sensación nos abrace por completo, nos envuelva, nos eleve, nos guíe para responder como verdaderos hijos. 
 
Así vivieron los Apóstoles, los integrantes de la Primitiva Comunidad Cristiana, Pablo y Bernabé, este estar transidos de Dios: Es un ir y venir, partir y regresar, reanimar y comunicar lo que les llena el corazón: “perseverar en la fe”; esa actitud requiere de los pasos previos a la alegría pascual, el engaño jamás podrá venir del Señor, de su mensaje, de su ejemplo, por eso recalca el par de apóstoles: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Ninguna mayor de las que pasó Cristo para abrirnos el camino hasta el Padre. No dejemos que la imaginación nos torture, la capacidad de crecer y perseverar viene con Cristo. Sólido apoyo encontramos en la Carta a los romanos: “Sostengo que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros”. Impulso para compartir con la familia, con la comunidad, con los amigos, siguiendo el ejemplo que acabamos de escuchar: “reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos”; ¡A cuántos podríamos abrirles las puertas de la fe! 
 
La creatividad de Dios siempre está en acción, Él no está supeditado al tiempo, somos nosotros los que concebimos ese “antes” y “después”, pero no así la realidad del Señor: “un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén, engalanada como una novia”; Dios siempre nuevo, el Dios siempre Mayor, el que ya nos ha “Bendecido eternamente” y espera que esta bendición rinda sus frutos si nosotros no se lo impedimos. “Esta es la morada de Dios con los hombres, vivirá con ellos y serán su pueblo”… Así lo vivieron los místicos, y a eso estamos llamados, a percibir hondamente la sensación de Dios hasta exclamar: “¡Sólo Dios basta!” 
 
El Evangelio de hoy es breve pero muy rico en contenido y cometido. Jesús acaba de realizar el Lavatorio de los pies; se queda con los once discípulos y manifiesta todo su interior (¿habrán comprendido?, ¿comprendemos ahora?); se acerca la hora final, la de la glorificación, no en el sentido mundano, sino en el que complace a Dios en la entrega sin límites, en la muerte para decirlo sin rodeos; Jesús con el corazón conmovido, les advierte que no pueden seguirlo de inmediato y como inicio de un precioso discurso de despedida, les deja y nos deja “ese mandamiento siempre nuevo”, que en esos instantes parece relucir con toda intensidad porque baja al concreto que tienen y tenemos enfrente: “Ámense los unos a los otros, - no de cualquier manera, no como a cada quien se le ocurra -, sino, como Yo los he amado”. 
 
¿Buscamos el signo del ser del cristiano?, Aquí está: “En esto reconocerán que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros”. Igualdad y la reciprocidad, el apoyo mutuo, donde nadie está por encima de nadie, donde se respetan las diferencias, pero se cuida la cercanía y la relación.
Pensemos, por último: de una comunidad de verdaderos amigos es difícil marcharse; de una comunidad fría, rutinaria e indiferente, la gente se va, y los que se quedan, apenas lo sienten. 
 
Jesús nos invita a formar la primera, imitando lo que Él mismo hizo, ¿aceptamos en la realidad de la vida práctica?... al menos intentémoslo.