viernes, 15 de noviembre de 2024

33°. Ord. 17 noviembre de 2024


Primera Lectura:
del libro de Daniel 12: 1-3
Salmo Responsorial: del salmo 15: Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 11-14
Evangelio: Marcos 13: 24-32

Ha llegado al Señor nuestra súplica, su respuesta es tonificante: “Yo tengo designios de paz, no de aflicción”. Él siempre actúa mirando nuestro bien: “los libraré de su esclavitud dondequiera que se encuentren”. Le pedimos que nos libere de lo que más nos impide seguirlo, de nuestra egolatría, para vivir de forma que respaldemos con nuestros actos y “su ayuda la búsqueda de la felicidad verdadera”.

Con el profeta Daniel nos preguntamos estremecidos por su visión apocalíptica: ¿hacia dónde vamos, ¿cómo será es fin en el que nos envolverá la angustia? Aún cuando no nos llegara como revelación, todo ser humano trata de escudriñar el más allá. ¡Imposible imaginar lo no experimentado!, y van surgiendo figuras que ensombrecen, lejanas de la realidad, y, para disiparlas, fijémonos en la luz de la esperanza: “entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro”; ya pedíamos hace dos domingos que nuestros nombres estuvieran en “esa multitud que nadie podría contar”. 

Al seguir leyendo y escuchando, “muchos de los que duermen en el polvo, despertarán; descubrimos que ya está plantada en nosotros la semilla de la resurrección; el proyecto de Dios es que despertemos a “la vida eterna”, si es que, siguiendo los impulsos del espíritu, procedimos como “sabios y justos, para brillar como estrellas por toda la eternidad”. No podemos olvidar la contraparte que nos advierte el apocalipsis: “escribe: dichosos los que en adelante mueran en el Señor. Cierto, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos, pues sus obras los acompañan” (14: 13). ¿Nos presentaremos ante el señor con las manos vacías?, ¿pondremos en riesgo el gozo eterno?, ¿aguardamos un despertar amanecido o bien optamos por quedarnos en polvo hecho obscuridad?

Si no soy lo que soy, jamás llegaré a ser lo que quisiera ser. El tiempo, que no existe, nos apresura a discernir, no lo urgente, sino lo importante. Caminamos aquí para trascender y encontrar, al final, que el esfuerzo, el silencio, la introspección, la confiada plática con dios, van llenando el esbozo que fuimos al principio y encarnan en nosotros la única realidad que seguirá viviendo: el ser de Cristo, de ese Cristo que, otra vez nos pone enfrente la carta a los hebreos, “que se ofreció en sacrificio por los pecados y se sentó a la derecha de Dios; con su ofrenda nos ha santificado”. ¡Cuánto sentido toma nuestra oración del salmo!: “enséñanos, señor, el camino de la vida”. Que aceptemos con todo nuestro ser, que Tú eres el camino, cualquier otro nos desviará de nosotros mismos. 

El discurso apocalíptico de Jesús, invita a que encontremos convicciones que alimenten la esperanza: la historia de la humanidad llegará a su fin, esta vida no es para siempre, va hacia el misterio de Dios.

Jesús volverá “y lo veremos”, sin necesidad de sol, ni luna ni de estrellas; la luz de la verdad, de la justicia y de la paz, emanando desde él, iluminarán a la nueva humanidad. Viene a “reunir a los elegidos”, -que tu misericordia nos encuentre entre ellos-, porque con la presencia activa del Espíritu, habremos hecho vida tu proclama: “mis palabras no pasarán”.

En petición constante, te expresamos, Señor: ¡que estemos atentos al brote de la higuera y entendamos los signos manifiestos!, no son preludio de un vacío, sino anuncio de la estación final, la del abrazo eterno, contigo Padre, con Jesús, abrazados por el Espíritu de vida.

domingo, 10 de noviembre de 2024

32°- ordinario, 10 noviembre 2024--


Primera Lectura:
del primer libro de los Reyes 17: 10-16
Salmo Responsorial, 145: 
El Señor siempre es fiel a su palabra.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 9: 24-28
Evangelio: Marcos 12: 38-
44

La imaginación nos permite ver a nuestro Padre Dios con una sonrisa amable, como Él, cuando le decimos: “que llegue hasta ti nuestra súplica; acoge nuestras plegarias”. Sonrisa que hace preguntarnos si de verdad hemos orado, si hemos dirigido confiadamente hacia Él nuestra oración. Multitud de respuestas, venidas desde su palabra, llenan nuestra memoria: “pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. (Mt. 7:7). “Aunque una madre olvide al hijo de sus entrañas, Yo no me olvidaré de ti”. (Is. 49:15). “El Padre sabe de antemano lo que ustedes necesitan”. (Mt. 6: 32), ¿puede caber alguna duda de que nos oye, de que nos tiene presentes? Al permitir que esta realidad se convierta en realidad viva en nosotros, actuaremos acordes a lo que pedimos, unidos a toda la Iglesia, en la oración colecta: aprender a “dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones”, y, a “entregarnos con mayor libertad a tu servicio”. ¿Dónde estaremos más seguros y de dónde obtendremos la gracia para ser congruentes y enlazar necesidad, súplica y actuación? 

Las lecturas de hoy nos presentan espejos donde podemos mirarnos de cuerpo entero, seres que nos interpelan violentamente, que si los consideramos con sinceridad, nos hacen estremecer al constatar el abismo que hay  entre nuestro querer y nuestro ser, entre el deseo y la realización, que nos acicatean para reducir la distancia entre el aquí y el hacia allá, que nos hacen palpar cómo viven aquellos que están “colgados de Dios”, y, por eso, son capaces de mirar antes al otro que a sí mismos. ¡Cómo necesitamos experimentar, sin miedo, con audacia, el desprendimiento y la confianza! Creer en serio, como lo vivió pablo: “que hay más gozo en dar que en recibir”, (Hech. 20: 35), como la viuda de Sarepta, que no dudó en servir primero al profeta Elías con lo último que le quedaba, dispuesta a morir junto con su hijo; confió y no quedó defraudada. Percibió, de alguna manera, que “el Señor es siempre fiel a su palabra”, y “ni la harina faltó ni la vasija de aceite se agotó”. ¡Descúbrenos, Señor, tus caminos, porque el ansia de seguridad, de guardar lo que creemos tener, impide la aventura de crecer! 

Jesús, en el evangelio, nos muestra cómo analizar las acciones, cómo enriquecernos al mirar con ojos nuevos a los demás: “el Señor no juzga por las apariencias” (Is. 11:3), ve las intenciones del corazón: “esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Dos moneditas, las de menor valor, no aumentarían el tesoro del templo, destinado a ayudar a los menesterosos. Jesús no exalta la eficacia, sino la grandeza del corazón y la confianza. Volver al espejo y preguntarnos: ¿qué damos y con qué intención? 

El último espejo, el perfecto, el que refleja la imagen del Padre: Cristo Jesús, fiel a una misión incomprensible sin fe y sin amor. Él no da pan, agua, monedas, va siempre más allá, a donde quiere que lo sigamos; se da él mismo de una vez para siempre, no para incrementar el tesoro del templo, sino para purificarnos de toda mancha, para abrir las puertas del templo eterno, para volver por nosotros “que lo aguardamos y ponemos en él nuestra esperanza”. 

Tres espejos para analizar el reflejo de nuestra vida, para medir nuestras intenciones, para que, con la ayuda del Espíritu, “quitemos de nosotros toda afección que desborda.

domingo, 3 de noviembre de 2024

31 Ord. 3 de noviembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Deuteronomio 6: 2-6
Salmo Responsorial,
del salmo 17: Yo te amo, Señor, Tú eres mi fuerza.
Segunda Lectura:
de la carta a los Hebreos 7: 23-28
Evangelio:
Marcos 12: 28-34.

Ni que Tú te alejes, ni que yo me aleje; te necesito para tratar de comprenderte, de comprenderme y de comprender a los demás; sin Ti será imposible penetrar el alcance de tu mandamiento, porque en uno los reúnes todos: vertical y horizontal, todos en Ti y Tú  en todos; El resto, es consecuencia que brota, que desborda, que fecunda la vida. 

“¡Atrápame, Señor! ¡Átame fuerte!, que mis pasos no puedan más la hudía y mi mano a tu mano quede asida más allá del dolor y de la muerte.”  Son muchas las tentaciones de olvidarte, de perderte y perderme, me envuelve la ceguera y no te miro ni a Ti ni a los demás. Obstáculos que llegan desde dentro y de fuera, multiplican tropiezos; la meta es superarlos, pero sin Ti, sin mi ser en mí mismo, sin los hermanos, se volverá utopía.

En el Deuteronomio nos recuerdas que eres el Único Principio, el Fundamento, la Causa Primordial que ha de estar en presente todo el tiempo, el precepto que guía, el “Shema Israel”, colgado en cada puerta y la memoria: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”. Nuestra naturaleza lo percibe, sabe que el ser le fue entregado, que la única forma de volver al principio es encontrarte para cerrar el círculo y hallar la paz con todos.

¿Por qué el olvido constante y repetido? ¿Dónde quedó  el amor que fortifica? ¿Quién podrá suplantarlo? Nos sentimos cansados y vacíos, la multitud de las creaturas jamás podrá romper la soledad del hombre.

Tú entiendes, Señor, los pasos vacilantes, los nudillos que tocan en las casas sin eco de ternura y las ansias de llenarnos de emociones y cosas que se acaban. Haznos capaces de mirar esa Luz que trasciende, a Jesucristo que salva a todos, el único inocente que se entregó de una vez para siempre y es la puerta abierta para el acceso al Reino. Su Sacerdocio, recibido de Ti, envuelve a todo hombre, y en él lo purifica. Con la experiencia viva de sentirnos amados, entonamos el canto de alegría: “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fuerza”. 

Regresando al inicio: Jesús engloba, el par de mandamientos; reducción increíble, ya no 613 que había en la Tradición hebrea. El “Shema Israel”, pide en reciprocidad lo dicho en el Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19: 18), y concluye: “No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. 

Dejemos convencernos para poder decir con el escriba: “¡Tienes razón, Señor!”, y que Jesús añada esas palabras que resuenen adentro, que nos llenen de paz y de confianza porque miramos seguro el horizonte, el cercano y el último: “No estás lejos del Reino de Dios”. 

Las preguntas, aun antes de enunciarlas, ya las ha respondido: Busca a Dios en el hombre y te hallarás con Él entre las manos, junto a ti mismo y a tu hermano.

jueves, 24 de octubre de 2024

30° Ord- 27 octubre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías
31: 7-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Cosas grandes has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 5: 1-6
Evangelio: Marcos 10: 46-52.

Buscar, aunque sea a tientas, pero con la mente y el corazón puestos en la meta. No podemos caminar por la vida sin la meta precisa, de seguro nos perderíamos. Quien siente la inquietud de llegar, pondrá los medios, no solamente “unos” medios, para conseguir lo anhelado. Tenderá la mano y encontrará seguridad de donde asirse. La presencia del Señor es visible aun en la obscuridad más densa; intentemos hacer real la antífona de entrada: “busquemos continuamente su presencia”.

Colgados del amor, en alas de la fe y de la esperanza, nos sentiremos como flechas lanzadas por el arquero experto que nos orienta al centro mismo de los seres, a Dios, que nos espera para dársenos a Sí mismo, no como premio, sino como don gratuito, que llena, que rebosa, que transforma en luz nuestras tinieblas; completará así el círculo perfecto, salimos de Él y a Él volvemos. “los cantos de alegría y regocijo” son prenda clara de que el camino sale a nuestro encuentro. Es un camino amplio, todos caben; el corazón de Dios es grande, acoge a todos los que sufren: “cojos, ciegos, mujeres en cinta y aquellas que acaban de dar a luz”. Es un camino llano y sin tropiezos, es la mano buscada y encontrada, es el cariño del Padre que funde, en un abrazo inacabable, a todo ser humano que acepte reconocerse como hijo.

No es sólo Israel, el pueblo liberado, somos también nosotros, que miramos y admiramos “las grandes cosas que ha hecho por nosotros”; ha roto cadenas más pesadas que las de la esclavitud, de la lejanía, de la ilusión quebrada, del horizonte oculto a la mirada, del alma solitaria; ha roto las cadenas del olvido y se ofrece a romperlas sin cansarse, para formarse un pueblo nuevo, limpio de pecado. Regresarán la risa y la alegría, las que superan todos los pesares, porque al levantar los ojos, miraremos los campos florecidos, las espigas fecundas, las aguas claras y abundantes.

Lo que fue signo y promesa en la voz del profeta, se torna en plenitud palpable en Jesucristo; ya no serán sacrificios de corderos, ni incienso, ni cantos de alabanza agradecida, sino la sangre de aquel que nos conoce y que no duda un instante en ofrecerla para que sirva como riego fecundo y nos lave por dentro; el nuevo y eterno sacerdocio ha quedado instaurado: “tú eres sacerdote eterno como Melquisedec”.

El sacerdocio antiguo pedía primero perdón por sus pecados; Jesús, el único justo, “el Hijo, eternamente engendrado”, la transparencia misma, en el que todo es gracia, el que nos lleva al Padre, se entrega libremente y es, a un mismo tiempo, víctima, sacerdote y altar; con Él “el retoño renace” y nos pide, simplemente: ¡ayúdenlo a crecer!

Son del mismo Jesús los pasos que resuenan muy cerca de nosotros; como Bartimeo, sentados al lado del camino, escuchemos, desde la obscuridad, la mano que anhelamos, la que salva y levanta, y gritemos sin miedo: “¡hijo de David, ten compasión de mí!” Nos urge la insistencia de una fe que confía, que no haga caso de aquellos que la quieren callar. Imploremos más fuerte. Sabemos que Jesús siempre atiende al que con fe lo invoca. Sigamos escuchando: “¡ánimo!, levántate, porque Él te llama”. Arrojemos el manto, todo aquello que estorbe nuestro encuentro; demos el salto decidido hacia la voz que aguarda, y, ya cerca de Él, pidamos lo que tanto nos falta: “Maestro, que pueda ver”.

Las maravillas del Señor continúan al alcance de un corazón deseoso; la claridad, la luz y los colores, darán vida a la vida, y él mismo nos dará la fuerza necesaria para mantenernos humildes y sencillos para seguir sus pasos.

 

viernes, 18 de octubre de 2024

29° ord. 20 October 2024


Primera Lectura:
Isaías 53: 10-11
Salmo Responsorial, del salmo 32:
Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 4: 14-16
Evangelio: Marcos 10: 35-45

Domingo de las misiones, liturgia que insiste en la total actitud de servicio activo, sincero, universal, desinteresado; confianza en la plegaria, “porque tú Señor, me respondes”, porque, en plásticas comparaciones nos recuerda que el Señor nos cuida, nos guía, nos protege, y asegura para que nuestra voluntad aprenda la docilidad, y el servicio.

El pequeño fragmente del cántico del siervo de Yahvé que escuchamos de Isaías, habla de un personaje desconocido pero perfectamente aplicable a Jesús; anuncia, siglos  antes, lo que fue realidad en la entrega del Señor por nosotros, que lo sabemos y quizá por  sabido  no lo dejamos penetrar hasta el fondo para que nos sacuda de agradecimiento: “con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los pecados de ellos”, ejemplaridad de amor y de servicio, ya nos contamos entre los justificados… ¿cómo decimos en el salmo: “muéstrate bondadoso con nosotros, señor”?, ¿podemos esperar más muestras de su bondad?

Más elementos nos da la carta a los hebreos: Jesús, hijo de Dios, ha querido ser igual a nosotros, ningún ser humano podrá decir que ha sufrido más que él, y él sin merecerlo; verdadero sacerdote que no ofrece sacrificios extraños sino que se entrega a sí mismo; identificado con nosotros nos muestra el camino para encontrar la gracia en el momento oportuno; ¡otro vivo ejemplo de servicio!

Sin duda habremos escuchado ese dicho: “el que no vive para servir, no sirve para vivir”, lo aceptamos, lo repetimos, admiramos a los que lo realizan, sería bueno preguntarnos qué tanto lo bajamos a nuestra realidad; contemplemos a Jesús que no se contenta con palabras, que va hasta el extremo de lo que predica y se adjudica, sin vacilaciones: “el hijo del hombre vino a servir y a dar su vida por la redención de todos”; no lo comprendieron los discípulos aturdidos por el deseo del poder como estrado del éxito, del encumbramiento y  del aplauso. Juan y Santiago “no saben lo que piden”, se han quedado en sí mismos; igual los otros 10, enojados y, sin duda, envidiosos…, lejos del corazón de cristo…, al igual que nosotros. ¡Ilustrarnos, señor, que entendamos y aceptemos tus proyectos tan opuestos a nuestra idolatría.

Tenemos mil ejemplos de los que te han tomado en serio y han sacrificado y lo siguen haciendo: “el pasarla bien” y las comodidades, su patria, su lengua y su cultura para dar a conocer la alegría del evangelio, aún a precio de su sangre; bendícelos y bendícenos.

sábado, 12 de octubre de 2024

28. Ord. 13 octubre 2024.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 7: 7-11
Salmo Responsorial, del salmo 89;
Sácianos, Señor, de tu misericordia.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 4: 12-13
Evangelio: Marcos 10: 178-30.
 
Olvidar, perdonar, salvar de manera definitiva, solamente tú, Señor. Concédenos que la tristeza y la amargura, el desánimo que nos empuja a devaluarnos por la conciencia de nuestras faltas y pecados, queden borrados por la presencia de tu misericordia, de otra forma “¿quién habría, Señor, que se salvara?”

Ojalá, convencidos, insistamos en la oración que abre el interior hacia los demás, los que tenemos a nuestro alcance y los lejanos a los que nos une la realidad humana y la misión bautismal: “que te descubramos en todos y –de verdad- te amemos y sirvamos en cada uno”. Es muy fácil pedirlo y aun aceptarlo en la mente, necesitamos que lata en el corazón y viva en las obras; ahí está la “sabiduría”, la auténtica, la que nos llega a través del Espíritu, si permitimos que la palabra “penetre hasta la médula de los huesos y divida la entraña”. Recibirla es constatar que “con ella nos llegan todos los bienes”, los que perduran, los que pesan más que todas las riquezas de la tierra, la que mide y discierne creaturas y contorno, la que ilumina, “con luz que no se apaga”, que “el ser para los otros” es el camino que acerca a Jesucristo, que evita el ansia posesiva de “mis cosas, mi yo y mi egoísmo”.
Más allá del mero cumplimiento, el reino es mucho más

La espada corta y rasga, le tememos; pero ella limpia y “deja al descubierto las intenciones de nuestro corazón”, nos quita la confianza en la falsa coraza que nos daban los bienes conseguidos, derrumba merecimientos “comerciales”, y nos impulsa a cambiar la mirada, a ir más allá del mero 
seguro que anhelamos la mirada amorosa de Jesús que nos llama, que ha trazado el camino con su propia pisada, que espera de nosotros la respuesta precisa que supera horizontes terrenos, que escucha, acoge y vive la invitación concreta: “ve, y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. ¿Qué sucedió en el joven que “se acercó corriendo y se arrodilló ante Jesús”? No bastaron palabras ni mirada envueltas en cariño, pudo más lo cercano, lo pensado como algo seguro, y se alejó con la tristeza rodeándole las manos, el corazón, la mente y el camino.
 

El comentario de Jesús nos estremece, su mirada ha variado, su palabra incita, sin violentar, a examinarnos por dentro, todos juntos, individual y colectivamente: “hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el reino de dios!”. No bastan los deseos, por muy altos que sean.
 

"Síganme”, ¿abandonado todo, especialmente a este “yo” que tanto cuido?; ¡qué difícil romper las ataduras que con tanto trabajo hemos unido!, si esta es la consigna, “¿quién puede salvarse?”.

Sintamos, oigamos la palabra, captemos la mirada, otra vez cariñosa, que nos llevan a la esperanza que toca la certeza: “es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para dios todo es posible”. ¡Que Jesús Eucaristía, nos repita la promesa y le creamos!

 

sábado, 5 de octubre de 2024

27º Ordinario, 6 octubre 2024—


Primera Lectura:
del libro del Génesis 2: 18-24
Salmo Resonsorial, del salmo127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 2: 9-11
Evangelio: Marcos 10: 2-16.

Considerar en serio lo que nos dice el libro de Esther en la antífona de entrada: “todo depende de tu voluntad, Señor, y nadie puede resistirse a ella”, desata en cadena un caudal de consecuencias que se convierte en cascada, que nos anega gozosamente, al reconocer: “tú eres el Señor del universo”.

Señor que cuida, que jamás sojuzga, que indica, que despierta la conciencia de nuestra creaturidad y le indica el camino. Señor que respeta su propia creación y de ella, primordialmente, la libertad que ha dado a los seres humanos; pero que no permanece impasible ante los desvíos de nuestras elecciones. Una y otra vez sale en nuestra búsqueda, porque nos ama, porque somos corona de cuanto ha hecho y desea que esa corona brille en todo su esplendor, que refleje su origen y meta, que se asemeje más y más a la Comunidad Trinitaria en la íntima, profunda y constante comunicación, en la entrega sin límites, en la comprensión hasta el sacrificio, en el mutuo apoyo que supera toda posibilidad de división.

“No está bien que el hombre esté solo, hagámosle alguien como él que lo acompañe”. Delicadeza y finura en la intuición, eficacia en la acción, no algo secuencial en él, sino explicación para nosotros. Dios no pasa “del no saber” al “saber”, ya hemos captado que es “el Señor del universo”. Conocemos que la narración de Génesis no está dentro de los libros históricos sino sapienciales. ¿Qué mensaje nos da a conocer? La igualdad del hombre y la mujer, la misión conjunta, el poder reconocer al propio “yo” al mirar a un “tú”, al aceptarlo en plenitud, al hacer resonar todo el paraíso, el mundo entero, con el clamor del gozo de que haya alguien que pueda pronunciar el nombre que me identifica y me erige en persona, lo que ninguna de las creaturas había logrado. “ésta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. Y la cascada prosigue: “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”. Tú eres mi tú entre todos los “túes”. La voluntad de Dios está expresada, y su palabra dura para siempre. ¿Por qué el mundo la ha olvidado y ansía senderos caprichosos y egoístas y trata de convalidar su andar, no con razones, sino con una emotividad desbordada que escoge como guía un ciego instinto que dejará su corazón vacío e inquieto? ¡Cómo necesitamos, hombres y mujeres, volver a encender la luz de la palabra!

Amor, ¡qué fácil definirlo con los ojos y la fe puestos en el Señor: “Dios es amor” y encontrar su realización en Jesucristo!, la cascada prosigue: la entrega hasta la muerte, por los que ama, para que “redunde en bien de todos”. Lo que cuenta es “el tú”, en todos los niveles: en el matrimonio, en la amistad, en la familia, en la comunidad religiosa, en el trabajo, en la acción apostólica.

Si el verdadero amor es el faro, “la dureza del corazón” se ablandará y llegará al fondo de la promesa del mismo Jesús: “el que ama, permanece en Dios y Dios en él, y su amor llegará a la plenitud”.

Jesús vuelve a ponernos frente a la sencillez, la sonrisa transparente, la limpieza total de los niños; en ellos no hay dureza, ni desconfianza, ni doblez, ni prejuicios. ¿Queremos llegar al reino? Escuchemos y vivamos lo que nos comunica la palabra que da vida.      

domingo, 29 de septiembre de 2024

26°. Ord 28 septriembre de 2024.-


Primera Lectura:
del libro de los Números 11: 25-29
Salmo Responsorial, del salmo 18: Los mandamientos del Señor alegran el corazón.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5: 1-6
Evangelio: Mateo 9: 38-42,45, 47-48.

El domingo pasado nos decía claramente el Señor: “los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen”, y haciéndole caso le suplicamos que “no nos trate como merecen nuestros pecados”, que gracias a “su perdón y misericordia, no desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo”, ese cielo que no es más que la eternidad junto a Él, poder “mirarlo cara a cara”. ¿Cómo veremos “la cara de Dios”?, no lo sé, pero si Él lo promete como nos dice por San Pablo (1ª Cor 13: 12): “tenemos fe en que su palabra es verdad”. Ella nos fortalecerá y no permitirá que desfallezcamos en el camino, nos animará para continuar esforzándonos de modo que nada terreno nos impida proseguir, ni riquezas que deslumbran, ni lujos inútiles aun cuando agraden, ni oro ni plata ni vestidos, y menos aún desviarnos por la senda de la injusticia y la opresión; nos recordará constantemente que “la apariencia de este mundo es pasajera” (1ª Cor 7: 31), entonces ¿qué creatura puede emular la grandeza del Señor?, él permanece para siempre, ¿nos expondremos, insensatamente, a perderlo y a perdernos?

La primera lectura y el evangelio dejan en claro que “la palabra de Dios no está encadenada” (2ª Tim 2: 9). Moisés se ha quejado, no puede él solo cargar con el pueblo y pide a dios ayuda, el Señor responde conforme a lo prometido: “en cualquier tribulación en que me llamen, los escucharé”. Hemos de preguntarnos, una vez más, qué tanto llamamos al Señor, qué tanto confiamos en la eficacia de su promesa y en la prontitud de su respuesta. “Tomó del espíritu de Moisés, -que es el Espíritu que el mismo Dios le había concedido- y lo dio a los setenta ancianos”. Dos de los elegidos no acudieron a la cita, sin embargo, el Espíritu se mueve, su sabiduría “siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama a quienes conviven con la sabiduría. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto”, (Sab 7: 27ss) y se posó también sobre los ausentes que “comenzaron a profetizar”. La visión de Moisés, envuelta en gratitud, apacigua el celo exclusivista de Josué, porque es la visión de Dios: “ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos el Espíritu del Señor.       

Jesús no puede proceder de manera diferente, tiene y es el mismo Espíritu de Dios trinitario que “no tiene acepción de personas” (Rom 2: 11), es universal, delicado, respetuoso y profundamente visionario, por eso responde a Juan, que “sigue pensando según los hombres y no según Dios”: “no se lo prohíban…, todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Quien intenta liberar a cualquier hombre del mal y le ayuda a reencontrar su propia dignidad, está trabajando por el reino, aunque no lo sepa. La conciencia de este gozo crece porque está renaciendo, por caminos insospechados, una humanidad nueva. La exclusividad de la verdad no es nuestra, es del absoluto y él la reparte para el bien común. A nosotros nos toca vivirla con intensidad, con coherencia, con armonía ejemplar, de modo que no haya en nuestras vidas ninguna ocasión de escándalo que pueda lesionar la fe de los sencillos. “córtate la mano, el pie, sácate el ojo”, no se refieren a una acción física, sino a la purificación de nuestras intenciones que conduzcan nuestras obras, porque nuestra eternidad y la de los que nos rodean, está en juego. La llegada al reino vale más que todos los bienes de la tierra.

viernes, 20 de septiembre de 2024

25°. Ord. 22 sept. 2024.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría :2:12: 17-20
Salmo Responsorial, del salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago: 3: 16-4: 3
Evangelio: Marcos 9: 30-37.
30-37

“Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamaren”. Al sentirnos inmersos en una realidad social tan alejada de la conciencia de pertenecer a Dios, ¿no es la hora precisa, urgente, para orar, pedir, confiar, llamar, insistir, y descubrir que de verdad nos escucha? Cuánto debemos sopesar las últimas palabras del apóstol Santiago: “si no alcanzan es porque no se lo piden a Dios. O si piden y no reciben, es porque pide          mal”.

¿Cuánto ha crecido nuestra confianza en la oración?, ¿cuánto ha crecido aquella semilla de la fe recibida, gratuitamente, en el bautismo? “La fe, creyendo, crece”, dice Santo Tomás de Aquino. Pero, ¿en qué “dios” creemos?, ¿nos comportamos como los idólatras ante figuras que “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen pies y no caminan, tienen boca y no hablan”?, (salmo 135), si nuestra concepción es tan plana, tan material, tan simplemente humana, entendemos que no pueda escucharnos ni tampoco podamos escucharlo, ni para qué esforzarnos en amar lo que es insensible, frío e impasible. En cambio, si la fe es auténtica, producirá frutos de paz, de solidez, de increíble resistencia ante las adversidades que acosan al “justo”, porque está llena de “la sabiduría de Dios”, del Dios verdadero que nos manifiesta, por mil caminos, que “mira por nosotros”.

Con Él y desde Él recibiremos “el temple y valor” necesarios para ser testigos de la verdad y la justicia al precio que sea. Empeño nada fácil, y me atrevo a decir, menos aún ahora, pues nos exponemos a ser tildados de “extraños, raros y antisociales”, contrarios a “los valores” que deshumanizan y dominan las mentalidades y actitudes que nos rodean: poder, sexo, dinero, placer; mentalidades que “usan” a las personas en vez de acogerlas con cariño, con entrega, con ansias de comunicarles vida y horizontes que les hagan sentir su dignidad.

No estamos muy lejos de aquella incomprensión que mostraron los discípulos, los cercanos, los que llevaban tiempo de convivir con Jesús, los que creían conocerlo pero lo encerraron en una idea preconcebida y totalmente nacida de perspectivas personales; seguían y seguimos “pensando según los hombres y no según Dios”.

Vivamos la escena, metámonos en ella, actuemos sinceramente: Jesús los lleva –y nos lleva- aparte, quiere que lo conozcamos, que al aceptarlo nos encaminemos al padre, que le permitamos entrar en el corazón, en la mente y lo proyectemos en las obras. ¡con qué atención y sin pestañear siquiera, escuchamos las confidencias de un amigo, su grito de apoyo y comprensión; ¡guardamos silencio respetuoso o preguntamos, con delicadeza, lo no comprendido! Jesús deja entrever su interior, anuncia, por segunda vez, lo que le espera; es algo muy superior a los enfrentamientos que ha tenido con los escribas y fariseos, a la ocasión en que quisieron despeñarlo, a las preguntas capciosas con que lo han acosado, habla del sufrimiento y de la pasión, de la muerte, y vuelve a anunciar la resurrección. Los discípulos –nosotros- dejamos pasar de largo lo importante: la angustia del otro, se enfrascan -nos enfrascamos- en trivialidades, no entienden ni entendemos y para evitar la consecuencia de la verdad, seguimos teniendo miedo de pedir explicaciones”. ¿Nos hemos dejado tocar por esa comunicación, casi en secreto?, ¿han y hemos intentado “tener los mismos sentimientos que cristo Jesús”, como nos pide San Pablo en filipenses 2: 5? ¿de qué discuten los discípulos?, no los juzguemos, comencemos por analizarnos a nosotros mismos y descubramos lo que Jesús ya nos había enseñado: “de lo que hay en el corazón, habla la boca”, (Lc. 6: 45). Que al menos la vergüenza de haberlo relegado nos deje mudos. “¿quién es el mayor?”, la respuesta llega acompañada del ejemplo: “si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. El niño, el transparente, sin dobles intenciones, el marginado, el olvidado, el que refleja mi presencia, el que es como yo que vivo pendiente de la voluntad del Padre. Entonces se nos abrirán los ojos y me encontrarán en él y al encontrarme, encontrarán al Padre.

 

viernes, 13 de septiembre de 2024

24°. Ord. 15 septiembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 50: 5-9
Salmo Responsorial, del salmo 114: Caminaré en la presencia del Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 2: 14-18
Evangelio: Marcos 8: 27-33.

“Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”, y podemos preguntarnos si todas las aceptamos desde esa perspectiva. Hay palabras en el evangelio, en las escrituras, que no nos agrada escuchar y por sobre la reacción emotiva que ciertamente nos estremece, nos volvemos al señor para decirle: “concede la paz a los que esperamos en ti, cumple las palabras de los profetas”.

De la experiencia en su misericordia y en su amor, obtendremos las fuerzas para poder servirle, según nos lo va revelando Jesús en sus dichos y hechos, que, lo constatamos a cada paso, no van acordes a nuestros deseos e ilusiones. ¿no guardamos, allá, muy dentro, la imagen de un Mesías glorioso, triunfador, amoldable a los criterios del éxito, del aplauso y del esplendor? Decimos “conocerlo y amarlo”, pero al compararlo con su propia realidad, vemos que lo hemos reducido a nuestra medida y la talla le queda chica, ahí no cabe cristo.

El cántico del siervo sufriente que evoca la primera lectura, vuelve a estremecernos, se nos rompen los sueños fáciles y las imágenes nos dan miedo. Olvidamos, demasiado pronto, el renglón inicial: “el Señor me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás”. La descripción que sigue nos transporta a lo vivido por Cristo en su pasión. Ni el profeta, ni Pedro, ni los discípulos conocían el final, nosotros sí. Momentos difíciles que iluminan la verdadera fe si los meditamos con pausa, si seguimos el ritmo, si nos adentramos en el fruto increíble de “haber escuchado la palabra: el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido. Cercano está el que me hará justicia, ¿quién luchará contra mí?, ¿quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?” El precio es alto, pero la victoria es segura. Rumiando en el corazón, como María, algo llegaremos a entender para expresar, sinceros, en el salmo: “caminaré en la presencia del Señor”.

En este caminar van de la mano la fe y las obras, el ser hombre y cristiano sin división alguna, todo entero, en cualquier parte, a todas horas, abierto a todo hermano, alejados los ojos de la posible recompensa y fijo el corazón en paso firme que da la convicción.

La fidelidad pondrá, con gran sorpresa, en nuestros labios, el grito de San Pablo: “no permita dios que me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

Ya no vacilaremos ante la pregunta que nos hace Jesús, desde aquel tiempo: “¿quién dice la gente que soy yo?” No buscaremos subterfugios, ni pretextos, ni escudos que impidan adentrarnos en nuestro propio yo, aduciendo opiniones extrañas que no nos comprometan. El Señor nos ha dado lo que sus allegados no tenían: conocer el final del camino, el triunfo inobjetable de su resurrección, las ocultas veredas que los desconcertaban y, que a pesar del tiempo, aún nos desconciertan pero que son el sello de aquel “que escuchó las palabras y no se resistió”.

La confesión de Pedro, sincera y explosiva, no se mantuvo acorde con las obras; temió las consecuencias e intentó disuadir a Jesús. La pasión y la muerte hacían añicos los aires de grandeza: ¡ese no es el Mesías al que yo me adhería! Jesús, al reprenderlo nos reprende, ¿cuánto existe en nosotros de oposición al reino?

La claridad final, tajante, nos ubica: “salvar aquí es perder allá”, la trascendencia es la que dura, la que perdura para siempre; allá nos dirigimos.

domingo, 8 de septiembre de 2024

23º Ordinario, 8 septiembre 2024.-


Primera Lectura
: Isaías 35: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda Lectura: Santiago 2: 1-5
Evangelio: Marcos 7: 31-37

El Señor es, igualmente justo y bondadoso, algo que nos parecería lógicamente imposible. Justo porque a cada quien le reconoce sus esfuerzos; compasivo porque, sean las que fueren, limpia nuestras culpas. Observamos su ser y el nuestro y comprendemos que es el único que puede ayudarnos a cumplir su voluntad.

En la oración, no importa que repitamos la reflexión, le pedimos a Dios que “nos mire con amor de padre”. ¿No puede mirar de otra forma? ¡Cuánto hemos deformado la realidad de Dios con imágenes e ideas peregrinas! Nos dice San Agustín: “si tienes una imagen de Dios, bórrala, ese no es Dios”. La pregunta incesante se hace presente: ¿cómo eres, Señor?, no te puedo alcanzar… la respuesta nos llega encarnada: en Jesús se nos hace presente, tangible, visible, cercano, es Jesús quien nos enseña a ser audaces, a volar más allá de la imaginación pequeña y transitoria: “cuando oren, digan: Padre nuestro”.   Y el Espíritu, por labios de San Juan, nos lo confirma: “miren qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y además lo somos”. Invitación a crecer en la fe, a confiar y actuar de manera coherente: oro, pido, me arropo en el Padre, desde Él, como nos recordaba Santiago: “provienen todos los bienes”.  

Ya Isaías anunciaba la salvación total: “ánimo, no teman; los ojos de los ciegos se iluminarán, los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como venados y la lengua del mudo cantará”. Jesús, el mediador convierte en realidad la profecía; al recorrer los campos de palestina, va dejando una estela de paz, de sonrisa y cariño que vuelve al hombre a su ser primigenio: otros necesitaron que les abriera los ojos, que les consolidara las piernas, que reavivara su cuerpo; hoy su palabra “abre” los sentidos que todos necesitamos que nos cure. ”La fe llega por la palabra”. ¿cómo escuchar con los oídos tapados? El sordo vive aislado, no sabe del mundo ni del hermano, Las señas no le bastan, la soledad lo abraza y lo margina. El mudo o “tartamudo”, tapia la comunicación y aumenta el desamparo. ¡señor, la sordera y la mudez me acechan, impiden escuchar la invitación y pronunciar el compromiso, devuélveme al mundo y a tu mundo!

Sin saberlo, escuché tu palabra el día de mi bautismo: “effetá”. “Que a su tiempo sepas escuchar su palabra y profesar la fe, para gloria de Dios Padre”. Ya tocaste mis oídos y mi lengua para que sea capaz de “anunciar las maravillas que el señor me ha hecho”, ahora, toca mis ojos y mi corazón. ¡la vida será vida que viene desde ti y me lleva a encontrar al hermano! Que reconozcamos, juntos: “todo lo haces bien”, y lo sigues haciendo. ¡Gracias, Jesús, por ser como eres!