Jer. 20: 7-9; Salmo 67; Rom. 12: 1-2; Mt. 16: 21-27.
Ojalá continúe la disposición de ánimo que engendró la antífona de entrada del domingo pasado: “Sin cesar te invoco”, la constancia de esta oración está fundada en lo qué más resplandece de nuestro Padre Dios: “porque es Bueno y su amor cobija a quien lo invoca”. El contacto con la fuente de Bondad, de la que mana el Amor, no puede menos de inflamarnos en ese mismo amor, y, con él, mantenernos perseverantes, cercanos a la fuente que brota y hace brotar la Gracia que enriquece la Vida de Dios en nosotros.
En Jeremías debería calcarse nuestra historia: “Me sedujiste y me dejé seducir”, la aceptación sin medir, porque supo, sabemos de dónde procede la llamada, y la confianza dice el ¡sí! sin condiciones. La calca prosigue: Jeremías se siente perseguido, acosado, objeto de oprobio y de burla porque la fidelidad a la Palabra resuena fuerte en los oídos que no quieren escucharla. ¿Nos sucede lo mismo?, ¿nos dejamos arrastrar por el remolino violento de la Palabra, o comenzamos a claudicar por las dificultades, porque el sacrificio nos cuesta, porque parecería que nos dirigiéramos al desierto, el que inicia en nuestro propio corazón? Y queremos volver la espalda, huir de Dios, olvidar; pero la seducción de Dios es constante, persiste en su llamado, la fuerza de su presencia es avasalladora, Jeremías, lejano ejemplo de Jesús, se rinde y reconoce: “había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía”. ¿Nos opondremos a la acción del Espíritu?
Lo sensato es cantar con todas nuestras fuerzas el salmo, de modo que lo dicho encienda más y más ese fuego: “Señor, mi alma tiene sed de ti”, “Canto con gozo, a Ti se adhiere mi alma y tu diestra me da seguro apoyo”. Entenderemos en plenitud la exhortación de Pablo: “ofrézcanse como ofrenda viva, santa y agradable a Dios…, no se dejen transformar por los criterios de este mundo, sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Es lo que aprendió de Jesús, lo que concluyó, con discernimiento, de la reacción de Pedro.
El único alimento de Jesús: “Hacer la voluntad del Padre”, sin detenerse ante los escarnios, la condenación y la muerte porque es lo que lleva a la Resurrección. Para Pedro: el temor a perder lo que acaba de recibir, se esfuman el poder y el encumbramiento y actúa según “los criterios de este mundo”, se enfrenta a Jesús, ¡lo incomprensible, y, más después de la confesión que ha hecho!: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. ¡Superficialidad e incongruencia nacidas del inmediatismo, del desear mantener lo que apenas tiene en promesa y negarse a la aventura de ser lo que el Señor le ha ofrecido! No nos extrañemos, de igual forma actuamos en la vida cuando aparece, aun cuando sea a distancia, le realidad del sacrificio y el valor de la entrega.
¡Cómo deben sacudirnos las palabras de Cristo!: “Apártate Satanás no quieras hacerme tropezar… tú no piensas según Dios sino según los hombres”. No te pongas delante, tu vocación es seguirme, donde voy pisando, que coincidan tus huellas, sólo así salvarás tu vida.
Señor, ¿de verdad Te quiero y me quiero?, si me encierro en mí mismo, ¿quién podrá liberarme? Nada tengo ni puedo darte a cambio sino mi fe en Ti y mi cariño sincero que sobrepase todo otro criterio; no espero recompensas, Tú no eres comerciante, simplemente espero poseerme cuando Tú me poseas por completo.