lunes, 12 de octubre de 2009

29º, Domingo de las Misiones, 18 octubre 2009.

Primera Lectura: Del libro del profeta Zacarías 8: 20-23

Salmo 66: Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor
Segunda Lectura: De la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 10: 9-18
Evangelio: Marcos 16: 15-20.

Nos invita la antífona de entrada a que “contemos a los pueblos las maravillas del Señor”. La experiencia personal, el haber constatado en nuestras vidas que el Señor sigue realizando maravillas, es manantial del que fluye, de modo natural, la comunicación gozosa de haber sido encontrados por Aquel que es la Paz, la Armonía, la Salvación. Experiencia que no se contenta con discursos y cantos, sino que se muestra en la acción específica de ser testigos creíbles del mensaje de la Buena Nueva, del llamamiento que Jesús nos hace a todos, como Iglesia, para formar en Él y con Él, una humanidad nueva, una familia unida por la fraternidad.

El profundo sentido de “misión”, de misionero, de enviado, no ha variado, continúa vigente y nos atañe a todos. Sigue siendo necesario, como lo fue en la primitiva comunidad cristiana y en la Historia de la Iglesia, que hombres y mujeres, habiéndose dejado llenar por el amor del Padre y de Jesús, e impulsados por la fuerza del Espíritu, imiten –imitemos lo más de cerca posible- la entrega total al Evangelio, “recorriendo los montes como mensajeros que llevamos buenas noticias”. Historia que es presente y estamos escribiendo como cristianos y como Iglesia. ¿Cuál es el contenido de lo que pronunciamos, si es que de verdad queremos vivir el compromiso?, ¿cuál es el fundamento que sostiene las acciones que emprendemos? No puede ser otro que “La Piedra Fundamental”: Cristo Jesús y su fidelidad a la voluntad del Padre: “No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn. 5: 30). “Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo” (Jn. 20: 21), entonces comprendemos que la Iglesia y, reconozcámonos como Iglesia, aparece, desde el primer momento como la comunidad de los discípulos cuya razón de ser es la actuación, en el tiempo, de la misión del mismo Cristo: la evangelización del mundo entero.

Interiorizamos, que no solamente nos llamamos sino que queremos ser cristianos, que al estar en contacto con las personas, descubran en nosotros ese “algo especial”, se acerquen a nosotros y nos “tomen del manto” porque han percibido “que Dios está con nosotros y nosotros con Dios”. Que nuestra fe contagie, que nuestra oración invite, y constaten que nuestra esperanza, al estar firme en el Señor, “nunca defrauda”. Esta es nuestra forma de ser portadores de la Buena Nueva, del sentido de trascendencia, del camino que une en la mirada y en la fe para “hacer que su Voz resuene en todos los rincones de la tierra”, a través de nosotros. Revivimos nuestro sacerdocio bautismal en unión con Cristo Sacerdote, Cristo Profeta y Cristo Rey y abrimos espacios en el mundo para que éste conozca, encuentre o reencuentre a Cristo Mediador.

Para poder “predicar el Evangelio a toda creatura”, necesitamos aprender del mismo Jesucristo, escuchar su palabra, conocer sus acciones, tratarlo en la oración y pedirle que tengamos, no sólo el deseo, sino la actitud de poseer un corazón, una mirada, una preocupación universal que a nadie excluya, “para que todos los hombres lleguen al conocimiento de la Verdad”.

No pidamos “milagros”, mejor pidamos “ser el milagro que convierta al mundo”.