Salmo Responsorial, del Salmo 125: Grandes cosas haz hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Filipenses 1: 4-6, 8-11
Evagelio: Lucas 3: 1-6
“Sólo el silencio germinal contiene la plenitud de la Palabra exacta”. ¡Necesitamos la quietud interior para escucharla! Probablemente el desierto nos dé miedo. “Subo por el silencio con el peligro de encontrarme a mí mismo”. Danos, Señor, la sabiduría que discierne, que enseña a concentrarnos, que aparta distracciones y encuentra “la Fuente de la Vida”, ahí, donde todo parece sequedad estéril.
La voz de Yahvé, desde la voz humana del profeta Baruc, alegra nuestra historia, ésta que se nos muestra dura, carente de sentido para muchos, alejada de la fraternidad y del servicio, rodeada de temores, sobresaltos y angustias. Nos suena a sueño inalcanzable: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate, pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Él pone la creación a nuestro servicio, allana los caminos, ordena a los árboles que nos cubran con su sombra, y el mismo Señor es nuestro Pastor. “Nos escoltará con su misericordia”, hasta que reinen la justicia y la paz. De la esclavitud a la libertad porque hemos aprendido a “levantar los ojos, a constatar que Dios siempre se acuerda de nosotros”.
¿Cuántas veces no habremos repetido lo cantado en el Salmo: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”?, y lo maravilloso es que las sigues haciendo. ¡Ábrenos los ojos internos y externos para que nos alegremos, con el corazón y los brazos levantados porque vemos tu amor, tu misericordia y tu presencia, y ayúdanos a enseñar a los demás a mirar y a agradecer porque contigo todo cambia: el desierto ya es río, las lágrimas se han ido y vuelven las sonrisas! La espera, en el Adviento, se transforma en esperanza llena de luz, de paz y de armonía. ¡Eres Tú quien se acerca a nuestra carne, en Jesucristo tu Hijo y nuestro Hermano!
Queremos revivir el gozo con el que Pablo se siente unido a los filipenses; “Siempre pido por ustedes”, el lazo es palpable: la “alegría, porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio”. Estar plantados en Cristo Jesús, fortalece y anima, porque “Quien comenzó en nosotros su obra, la irá perfeccionando siempre”. El cómo, lo sabemos: crecer en “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, para dar “frutos que permanezcan para siempre”.
San Lucas nos ubica en el tiempo y la historia: se ha escuchado la Voz que anuncia la Palabra. Reaparecen el desierto, la meditación, el silencio, el arrepentimiento que mide el horizonte y recibe la Paz que viene desde arriba, con el gozo consciente de sabernos amados.
Abajar las colinas y rellenar los valles, vernos a los ojos, todos a la misma altura, es la única forma de preparar el Reino para que a todos llegue “la salvación de Dios”.
“Sólo el silencio germinal contiene la plenitud de la Palabra exacta”. ¡Necesitamos la quietud interior para escucharla! Probablemente el desierto nos dé miedo. “Subo por el silencio con el peligro de encontrarme a mí mismo”. Danos, Señor, la sabiduría que discierne, que enseña a concentrarnos, que aparta distracciones y encuentra “la Fuente de la Vida”, ahí, donde todo parece sequedad estéril.
La voz de Yahvé, desde la voz humana del profeta Baruc, alegra nuestra historia, ésta que se nos muestra dura, carente de sentido para muchos, alejada de la fraternidad y del servicio, rodeada de temores, sobresaltos y angustias. Nos suena a sueño inalcanzable: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate, pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Él pone la creación a nuestro servicio, allana los caminos, ordena a los árboles que nos cubran con su sombra, y el mismo Señor es nuestro Pastor. “Nos escoltará con su misericordia”, hasta que reinen la justicia y la paz. De la esclavitud a la libertad porque hemos aprendido a “levantar los ojos, a constatar que Dios siempre se acuerda de nosotros”.
¿Cuántas veces no habremos repetido lo cantado en el Salmo: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”?, y lo maravilloso es que las sigues haciendo. ¡Ábrenos los ojos internos y externos para que nos alegremos, con el corazón y los brazos levantados porque vemos tu amor, tu misericordia y tu presencia, y ayúdanos a enseñar a los demás a mirar y a agradecer porque contigo todo cambia: el desierto ya es río, las lágrimas se han ido y vuelven las sonrisas! La espera, en el Adviento, se transforma en esperanza llena de luz, de paz y de armonía. ¡Eres Tú quien se acerca a nuestra carne, en Jesucristo tu Hijo y nuestro Hermano!
Queremos revivir el gozo con el que Pablo se siente unido a los filipenses; “Siempre pido por ustedes”, el lazo es palpable: la “alegría, porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio”. Estar plantados en Cristo Jesús, fortalece y anima, porque “Quien comenzó en nosotros su obra, la irá perfeccionando siempre”. El cómo, lo sabemos: crecer en “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, para dar “frutos que permanezcan para siempre”.
San Lucas nos ubica en el tiempo y la historia: se ha escuchado la Voz que anuncia la Palabra. Reaparecen el desierto, la meditación, el silencio, el arrepentimiento que mide el horizonte y recibe la Paz que viene desde arriba, con el gozo consciente de sabernos amados.
Abajar las colinas y rellenar los valles, vernos a los ojos, todos a la misma altura, es la única forma de preparar el Reino para que a todos llegue “la salvación de Dios”.