martes, 10 de agosto de 2010

20°, La Asunción de María, 15 agosto 2010.

Primera Lectura: del libro del Apocalípsis 11: 19, 12: 1-6, 10
Samo Responsorial, del salmo 44: De pie, a tu derecha, está la reina.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol San pablo a los Corintios 15: 20-27
Aclamación: María fue llevada al cielotodos los ángeles se alegran.
Evangelio: Lucas 1: 39-56.

María, creyente, fiel, Hija y Madre, signo y realidad, constancia de la presencia de Dios en nuestra historia, abogada, mediadora; ejemplo de sencillez, de abandono, de confianza total ante el misterio, de heraldo del Espíritu, de actitud agradecida. Podríamos decir, sin exagerar, mil atributos más de Ella al celebrar la cosecha triunfal de lo que fue sembrando en su vida: Asumpta a los cielos en cuerpo y alma. Crió, guió, acompaño a Jesús desde el momento en que, sin deslumbrarse por el anuncio y la proposición del ángel, pronunció un ¡Sí!, definitivo, hasta ver a su Hijo morir en la Cruz. La segunda, después del Padre, que fue testigo de la Resurrección, que se revistió del gozo y del triunfo, del consuelo y la certeza de que la entrega, sin límites, produce frutos abundantes, eternos.

Inmaculada, Virgen y Madre, verdadera Arca de la Alianza, lazo de unión en amor y en oración desde la primitiva Iglesia, identificada con su Hijo, cuya Palabra meditaba, silenciosamente en su corazón, no podía sino experimentar, la primera, el triunfo sobre la muerte siguiendo los pasos de Jesús.

Si recorremos la Sagrada Escritura, no encontraremos ninguna referencia a esta glorificación de María, pero sí en la Sagrada Tradición, en la devoción y convicción del pueblo creyente que afirmó siempre: la Dormición de María; fundado en la fuerza de la fe del pueblo, Su Santidad Pío XII, en la Constitución “Munificentissmus Deus”, hace pública y universal esta constatación, en la Fiesta de Todos los Santos del 1° de Noviembre de 1950: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, consumado el curso de su vida terrena, fue lleva en cuerpo y alma a la gloria celeste”.

¿Quién no quiere lo mejor para su Madre y más si puede dárselo? Ya lo había anunciado Jesús: “Nadie va al Padre si no es por Mí”. (Jn. 14:6) ¿Quién más cerca de Jesús que María? La conclusión es obvia: entregada al servicio, llena del mayor conocimiento íntimo de Jesús que podemos imaginar, recibe la participación en la victoria.

María, portadora y comunicadora del Espíritu, por eso Isabel la reconoce: “Bendita entre las mujeres”, a lo que María responde, desde un corazón agradecido, con ese himno de alabanza que hace resplandecer la grandiosidad de una creatura llena de Dios, no soy yo, es Él: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

Proclama al Dios que Jesús nos fue revelando, el amigo de los pobres, de los sencillos, de los marginados; al Dios misericordioso, lleno de bondad y de una justicia que nos impele a estar con Él y con ellos, “porque los potentados serán derribados y se irán vacíos”.

María es como Jesús: camino evangelizador, anuncio y esperanza de un mundo más justo y más humano. Confiemos, como Ella, que Dios “se acuerda siempre de su misericordia y viene en ayuda de todos sus siervos, sus hijos, sus fieles”.