jueves, 20 de enero de 2011

3º Ord. 23 enero 2011.

Primera Lectura: del profeta Isaías 8: 23 - 9: 3
Salmo Resposorial, del salmo  26: El Señor es mi luz y mi salvación.
Segunda Lectura: de la  primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 1:10-13, 17
Aclamación:  Jesús predicaba la buena nueva del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo 
Evangelio: Mateo 4: 12-23.


 “El que canta ora dos veces”, nos dice San Agustín, ¡que coro más maravilloso si todos los hombres de la tierra aprendiéramos letra y tono!, sería algo nuevo pero que no se acabaría: “Canten al Señor, hay brillo y esplendor en su presencia, y en su templo belleza y majestad”. Abrir los ojos y el corazón y dejar que la lengua reconozca todas las cosas bellas con que el Señor nos ha favorecido; aprender a vivir como verdaderos seres humanos, como auténticos hijos de Dios, unidos a Jesús “el Hijo amado, para producir frutos abundantes”.

La primera lectura nos transporta a la Noche de Navidad: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz…, engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría”. Dios es el Señor de la alegría, el Señor de la Paz, el Señor que rompe las tinieblas e ilumina el camino de salvación; nos transporta también a la fiesta de Epifanía, fiesta de la universalidad del amor de Dios “que no tiene acepción de personas”, que, de verdad se interesa por cada hombre, como un Padre vela por cada uno de sus hijos; esta realidad, por sí misma nos tiene que llenar de gozo y esperanza, de gratitud y compromiso: ¡Dios me ama, a mí, en concreto, con este ser que soy, pero que me quiere cada día mejor!; por eso le pedimos que nos guíe por el camino de sus mandamientos, cumplirlos es caminar según su voluntad y dar a conocer que nuestra respuesta y nuestro amor no son quimera sino verdad anclada en Él. Si auténticamente esa es la luz que seguimos, habremos hecho caso al mismo Dios que nos exhorta por boca de San Pablo: realizaremos la concordia en Jesús y las divisiones se evaporarán. Cualquier división o partidismo desgaja el Cuerpo Místico, escucharlo nos regresa al Único Eje.

¿Percibimos el valor de nuestras vidas y la de cada hombre, desde el Sacrificio del Señor, desde nuestro Bautismo? ¿Nos ofrecemos para extender, vivencialmente, la Buena Nueva, la Conversión, la Alegría del Evangelio, la convicción de trascendencia? ¿Queremos hacer eficaz la Cruz de Cristo? Signo y significado se conjuntan a la perfección. Ante tal demostración los “llamados”, sin violentar su interioridad, no pudieron sino “dejarlo todo y seguirlo.” Es, una vez más, la voz y la mirada que siguen tocando nuestros interiores; ¿al menos tenemos la intención, el deseo de detenernos a escucharlo? “Dejarlo todo”, ¿qué es “todo”, en comparación con poseer y ser poseído por Cristo?  

Démonos un tiempo para analizar si es verdad lo que repetimos en el Salmo: “El Señor es mi Luz y mi Salvación, a quién voy a tenerle miedo… Lo único que anhelo es vivir en la Casa del Señor por años sin término para disfrutar de las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia.”
 
Si la aseveración  procede de la convicción, la consecuencia será inmediata: “Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía.”   Nunca nos sentiremos decepcionados; ya hemos sido elegidos por Aquel que es el Camino de la Luz, de la Alegría y de la Salvación. ¡Señor, que no desdigamos, con nuestra actitud apática, del don que nos das!