miércoles, 22 de febrero de 2012

1° Cuaresma, 26 febrero, 2012.

Primera Lectura: del libro del Génesis: 9: 8-15
Salmo Reponsorial, del salmo 24:
Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la pirmera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Aclamación: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio: Marcos 1: 12-15. 

“Invocar al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”. El domingo pasado, en la lectura de Isaías, nos invitaba a volver al desierto y Él nos precede, ahí nos hablará de un amor más fuerte, más profundo, del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración, en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros su propia forma?  

Fuimos testigos de la curación interna y externa del paralítico, aprendimos lo que es la auténtica caridad: llevar hasta Cristo al que no tiene fuerzas para ir, y convencernos de que en ocasiones seremos la parte activa y en otras la pasiva, “dejarnos llevar”, saber escuchar, aprender a aprender de los demás y de nuestra parte, darnos a conocer como seguidores de Cristo, como personas que en verdad tienen la fe puesta en Él. 

El tiempo de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos, los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer, ya sin ninguna amenaza debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja todo miedo. 

Me atrevo a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando en el salmo clamamos: “Enséñanos, Señor tus caminos”. ¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas que he dejado!  ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!  

Volvamos al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo. La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre, en la experiencia viva de ser Hombre, de tener hambre y ser tentado, de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada en el Espíritu, sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de vida “porque el Reino ha llegado”. 

La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega, apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. 

¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada entre los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que nos diera, ir camino al Amor, simple y desnudo”.