Primera Lectura: del libro del Génesis: 9: 8-15
Salmo Reponsorial, del salmo 24:
Descúbrenos,
Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la pirmera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Aclamación: No sólo de pan vive
el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de
Dios.
Evangelio: Marcos 1: 12-15.
“Invocar
al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”. El domingo
pasado, en la lectura de Isaías, nos invitaba a volver al desierto
y Él nos precede, ahí nos hablará de un amor más fuerte, más profundo,
del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración,
en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros
su propia forma?
Fuimos
testigos de la curación interna y externa del paralítico, aprendimos
lo que es la auténtica caridad: llevar hasta Cristo al que no tiene
fuerzas para ir, y convencernos de que en ocasiones seremos la parte
activa y en otras la pasiva, “dejarnos llevar”, saber escuchar,
aprender a aprender de los demás y de nuestra parte, darnos a conocer
como seguidores de Cristo, como personas que en verdad tienen la fe
puesta en Él.
El tiempo
de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se
trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos,
los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar
la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer,
ya sin ninguna amenaza debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto
con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja
todo miedo.
Me atrevo
a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando
en el salmo clamamos: “Enséñanos, Señor tus caminos”.
¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino,
la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas
que he dejado! ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega
de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás
toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia
ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!
Volvamos
al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo.
La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre,
en la experiencia viva de ser Hombre, de tener hambre y ser tentado,
de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada
en el Espíritu, sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo
al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de vida “porque
el Reino ha llegado”.
La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega,
apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”.
¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada
entre los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente
de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que nos diera,
ir camino al Amor, simple y desnudo”.