jueves, 10 de enero de 2013

El Bautismo del Señor, enero 2013.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 42: 1-4, 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 28: Te alabamos, Señor.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34-38
Aclamación: Se abrió el cielo y resonó la voz del Padre, que decía: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
Evangelio: Lucas 3:15-16, 21-22.
Con esta Fiesta finaliza el tiempo de Navidad; los cielos se juntaron con la tierra, la Palabra del Padre, habitó entre nosotros, los ángeles cantaron su gloria, el Amor universal de Dios para con todos, se manifestó  en la Epifanía. Hoy, crece la admiración: el Padre unge con el Espíritu a Jesús para confirmar la realidad del Hijo, del Amado, “de Aquel en quien tiene sus complacencias”, quien será, toda su vida, testimonio de justicia, de liberación y de paz.
 
Dios siempre nos sorprende, toda novedad viene de Él; gracia y misericordia que sacan a la humanidad del profundo pozo del pecado, de la desesperanza, de la angustia, de la impotencia del que no puede salir por sí  misma; Él tiende “su mano”, en Jesús “Su elegido, su Providencia respetuosa, camino de alianza y de luz para todas las naciones, que rompe las cadenas y abre las mazmorras”.  

¿Cuál es, tiene que ser, la reacción que brote de cada ser humano, de cada uno de nosotros? No otra sino la del Salmo: “Te alabamos, Señor”. Actitud que abarca admiración y agradecimiento: “¿Qué es el hombre para que te ocupes de él?”, la respuesta es la misma que escuchó Jesús al salir del agua: “Mi hijo amado en quien me complazco”. 

Esto sucedió  en nuestro bautismo, aunque no lo percibimos entonces, tratemos de experimentarlo ahora: Con la unción Trinitaria, recibimos el mismo Espíritu que descendió  sobre Jesús, con ese mismo fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra y espera que sea incendiada, con el Espíritu del Padre, que es Espíritu de amor y, solamente con su fuerza seremos capaces de vivir lo que pedimos en la oración: “ser fieles en el cumplimiento de su voluntad”. ¡El verdadero amor no tolera esperas! 

Los frutos tienen que ser palpables, “es Dios quien nos sostiene”, ya somos sus elegidos, espera de nosotros que actuemos como Jesús: “no gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles, no romperá la caña resquebrajada…, embajador de justicia y de paz”.

Ser rostros resplandecientes de Dios en el mundo tan necesitado de luz, de comprensión, de amistad, de fe. Él no solamente lo ha hecho realidad, sino que es La Realidad misma de lo que nos enseña.  La misión es para todos: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace acepción de personas, a todos nos ha envuelto con su Palabra.” ¡Cristianos, cristos vivos, para, como Él, “pasar haciendo el bien!” 

Nos urge, y cada quien sabe su propia historia, purificar y enderezar nuestras intenciones, para sanar con nuestra oración, nuestras acciones, nuestra compañía a cuantos se sienten solos, abandonados, discriminados, rotos en su interior.

El Bautismo nos ha marcado para siempre como hijos de Dios, como hermanos de todos los hombres; que esa fuerza nos acompañe, actuante, hasta que nos llame a su presencia.