viernes, 4 de abril de 2014

5° Cuaresma, 6 abril, 2014.

Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 37: 12-14
Salmo Responsorial, del salmo 120: Perdónanos, Señor, y viviremos. 
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 8-11
Aclamación: Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí no morirá para siempre. 
Evangelio: Juan 11: 1-45.

¡Defiéndeme, Señor, de mí mismo; de mi superficialidad, de mi apatía, de mi injusticia para contigo y los demás! ¡Soy, tantas veces, mi peor enemigo que por eso quiero poner toda mi confianza en Ti, mi Dios y mi defensa!

Con la seguridad de ser escuchados, pedimos a Dios aprender y continuar ese camino de entrega que nos dejó Jesús, su Hijo y hermano nuestro. Ahí está la auténtica liberación, la salvación, la resurrección.

Permitamos que nuestros interiores reaccionen, que nuestros corazones latan con más fuerza, sabiendo que “Dios siempre cumple sus promesas”. ¿Qué escuchamos por medio del profeta Ezequiel?: “Yo mismo abriré sus sepulcros, los conduciré a la tierra prometida” – la que ellos esperaban -, a la Patria eterna, la que nosotros esperamos.

¿Queremos mejor prueba que la Palabra del mismo Dios?: “Sabrán que Yo, el Señor, lo dije y lo cumplo.”

Cómo nos parecemos al Pueblo de Israel, “Pueblo de cabeza dura”, lo reconocemos en el Salmo y le confesamos al Señor nuestra impotencia, pero juntamente nuestro arrepentimiento “desde el abismo de nuestros pecados”; nos apoyamos en lo único que podemos: su amor, su misericordia, su consciente olvido de nuestras faltas, para alcanzar su perdón.”

Tenemos ya un anclaje seguro en el mensaje de San Pablo, si de verdad nos esforzamos por vivirlo: “Ustedes llevan una vida conforme al Espíritu que ya está en ustedes. Ese Espíritu, que es Dios mismo, que resucitó a Jesucristo, los resucitará a ustedes y les dará, aun a sus cuerpos mortales, una nueva vida.”   Esta visión tiene que iluminarnos ante la certeza de que un día nos encontraremos con Él y que queremos esperar contra toda esperanza meramente humana: encontrarnos con Aquel que “es la Resurrección y la Vida”  y nos hará partícipes de la felicidad que no termina.

El Evangelio nos anima, abre el horizonte, rompe las cadenas del espacio y el tiempo, confirma la victoria que Jesús ya logró frente a la muerte. Nos enseña a superar los “peros”, las lágrimas, (verdaderas, porque el cariño sufre), las lamentaciones inútiles, lo incomprensible: “ya hace cuatro días…, huele mal…, si hubieras estado aquí…, las críticas: ¿no podía éste que abrió los ojos al ciego, hacer que Lázaro no muriera…?”

Jesús ora, implora al Padre y con voz segura, manda: “¡Lázaro, sal de ahí!”  El milagro está patente, la Palabra de Jesús, él mismo, es Vida y la comparte: “Desátenlo para que pueda andar.”  El asombro sacude a todos; Martha y María llevarán grabado para siempre: “¿No les he dicho que si creen, verán la Gloria de Dios’?”


Quizá muchas veces hemos dicho: “todo tiene remedio menos la muerte”, ¡qué equivocados estábamos! La resurrección nos aguarda, vivamos de tal manera el presente que preparemos el futuro para ser envueltos en la Gloria de Dios.