sábado, 22 de noviembre de 2014

Cristo Rey. 23 noviembre 2014.



Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17
Salmo Responsorial, del salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-26, 28
Aclamación: Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Mateo  25: 31-46.

Magnitud del Reinado de Jesucristo. Siete reconocimientos (número que denota la perfección total) al Cordero Inmolado: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”, que ponen de manifiesto la victoria conseguida sobre el pecado y la muerte. Realización de lo que Él mismo prometió: “Confíen, Yo he vencido al mundo”. (Jn. 16:33). Victoria que no reluce en todo su esplendor, no porque Jesús haya dejado de hacer lo que el Padre le había encomendado, sino porque nosotros tenemos que completar esa misión, y, no podremos hacerlo si no reina plenamente en cada uno, si aún permanecemos en la esclavitud, si no nos desvivimos en su servicio y alabanza.

Servicio y alabanza que se traducen en el fiel seguimiento de sus pasos. ¡Con qué claridad lo expresa San Ignacio en los Ejercicios en la contemplación del Reino!: “El que quiera venir conmigo ha de ser contento de trabajar como Yo, de velar como Yo, para que siguiéndome en la lucha, me siga después en la victoria”. Lucha, combate, esfuerzo que convenció a San Pablo: “Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.”  (1ª Col: 1: 24).

¿De verdad deseamos ese cambio de mentalidad, esa orientación totalmente nueva, ese descubrir lo que está más allá de los ojos, esa alegría diferente e incomprensible para quienes no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo o no han querido darse tiempo para acercarse a Él? La invitación persiste, y, aun cuando l la sociedad actual lo ignore, , la aguarda. Hemos sido inconscientes al dejarla en el aire, ¿lo seguiremos siendo? Rehusarnos a aceptarla, a vivirla y a compartirla, sería exponernos a ser tachados de “fementidos caballeros”, en palabras de Ignacio.

Reino que está en el mundo, que lo único que quiere es iluminar al mundo, “y que el mundo no reconoció”  (Jn. 1: 10), “pero a cuantos lo recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios”  (Jn. 1: 12) ¡Ciudadanos del Reino!, ¿activos o pasivos?, ¿aguerridos o cobardes temerosos e insensibles? No hay vuelta atrás, ya estamos en camino y “el camino llega por sí mismo hasta su término”. “Voy hacia Dios en Dios, es mi destino, y Dios hacia mi encuentro avanza, en medio de los dos, Camino hecho silencio, el Ser de la Palabra”.

Palabra que ha sido pronunciada y se ha expresado a Sí misma para ser escuchada: “Vengan, benditos de mi Padre y tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde antes de la creación del mundo…”  ¡Presentes ante Dios, antes de ser! Para llegar al ser que no termina, necesitamos entretejer la trama en los hermanos: “Yo les aseguro que cuanto hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron.”

El Reino será allá, aquí comienza. Es la batalla diaria que supera cuanto de egoísmo e indiferencia nos envuelve; que sólo será posible injertados en Cristo, “primicia de los muertos y los resucitados” para, junto con Él, entregarnos al Padre, “y así Dios será todo en todas las cosas.”

Recordando a San Juan de la Cruz, renovaremos bríos: “Al atardecer de la vida te examinarán del Amor.”