Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17
Salmo Responsorial, del salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios
15: 20-26, 28
Aclamación: Bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Mateo 25: 31-46.
Magnitud del Reinado de
Jesucristo. Siete reconocimientos (número que denota la perfección total) al
Cordero Inmolado: “poder, riqueza,
sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”, que ponen de manifiesto la
victoria conseguida sobre el pecado y la muerte. Realización de lo que Él mismo
prometió: “Confíen, Yo he vencido al
mundo”. (Jn. 16:33). Victoria que no reluce en todo su esplendor, no porque
Jesús haya dejado de hacer lo que el Padre le había encomendado, sino porque
nosotros tenemos que completar esa misión, y, no podremos hacerlo si no reina
plenamente en cada uno, si aún
permanecemos en la esclavitud, si no nos desvivimos en su servicio y alabanza.
Servicio y alabanza que se
traducen en el fiel seguimiento de sus pasos. ¡Con qué claridad lo expresa San
Ignacio en los Ejercicios en la contemplación del Reino!: “El que quiera venir
conmigo ha de ser contento de trabajar como Yo, de velar como Yo, para que
siguiéndome en la lucha, me siga después en la victoria”. Lucha, combate,
esfuerzo que convenció a San Pablo: “Ahora
me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a
los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.” (1ª Col: 1: 24).
¿De verdad deseamos ese cambio de
mentalidad, esa orientación totalmente nueva, ese descubrir lo que está más
allá de los ojos, esa alegría diferente e incomprensible para quienes no han
tenido la oportunidad de conocer a Cristo o no han querido darse tiempo para
acercarse a Él? La invitación persiste, y, aun cuando l la sociedad actual lo
ignore, , la aguarda. Hemos sido inconscientes al dejarla en el aire, ¿lo
seguiremos siendo? Rehusarnos a aceptarla, a vivirla y a compartirla, sería
exponernos a ser tachados de “fementidos
caballeros”, en palabras de Ignacio.
Reino que está en el mundo, que lo
único que quiere es iluminar al mundo, “y
que el mundo no reconoció” (Jn. 1:
10), “pero a cuantos lo recibieron, los
hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn. 1: 12) ¡Ciudadanos del Reino!, ¿activos o
pasivos?, ¿aguerridos o cobardes temerosos e insensibles? No hay vuelta atrás,
ya estamos en camino y “el camino llega por sí mismo hasta su término”. “Voy
hacia Dios en Dios, es mi destino, y Dios hacia mi encuentro avanza, en medio
de los dos, Camino hecho silencio, el Ser de la Palabra”.
Palabra que ha sido pronunciada y
se ha expresado a Sí misma para ser escuchada: “Vengan, benditos de mi Padre y tomen posesión del Reino preparado para
ustedes desde antes de la creación del mundo…” ¡Presentes ante Dios, antes de ser! Para
llegar al ser que no termina, necesitamos entretejer la trama en los hermanos: “Yo les aseguro que cuanto hicieron con el
más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron.”
El Reino será allá, aquí comienza.
Es la batalla diaria que supera cuanto de egoísmo e indiferencia nos envuelve;
que sólo será posible injertados en Cristo, “primicia
de los muertos y los resucitados” para, junto con Él, entregarnos al Padre,
“y así Dios será todo en todas las
cosas.”
Recordando a San Juan de la Cruz,
renovaremos bríos: “Al atardecer de la
vida te examinarán del Amor.”