sábado, 13 de diciembre de 2014

3° Adviento, 14 Diciembre 2014.


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías. 61: 1-2, 10-11
Salmo Responsorial, Lucas 1, 46ss: Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 5: 16-24
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Juan 1: 6-8, 19-28.

En medio de la preparación austera del Adviento, hoy escuchamos el grito de Alegría, tanta, que la liturgia sugiere utilizar ornamento color rosa; la razón, la hemos estado viviendo: ¡El Señor está cerca!

“Contempla Señor a tu pueblo que espera el nacimiento de tu Hijo…, concédenos alcanzar el gozo que nos trae la salvación y celebrarla con gran alegría”.  El Misterio seguirá siendo misterio: ¡Dios hecho hombre!, y, por más que intentemos comprenderlo, jamás lo lograremos, ¡nos sobrepasa! El gozo brota del testimonio Increado del Padre, de Jesús que, contemplando,   junto con el Padre y el Espíritu Santo, la desorientación en que se encontraba la humanidad entera, acepta comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de ser lo que siempre ha sido y será: Dios. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”, como atestigua el mismo Jesús en Jn. 3: 16. Así se vio realizada la súplica del profeta Isaías: “Cielos, destilen el rocío, nubes derramen al Justo, ábrase la tierra y germine al Salvador, y con Él, florezca la justicia (45: 8).

El mismo profeta anuncia lo que acontecerá en Jesús: “El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”.  ¿No es esto causa de una profunda y duradera alegría?, ¿quién de nosotros no tiene el corazón quebrantado?, ¿quién no necesita la liberación?  La promesa se ha cumplido, los brotes de la Alianza, han aparecido por todas las naciones. “Año de Gracia”, reiterativo, presente, sin término, “para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento del Señor”.

María nos acompaña y en su cántico encontramos la forma de presentarnos ante nuestro Padre: “Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”, porque ha reconocido la realidad de su creaturidad y desde ella brilla la fuerza arrasadora del Espíritu, la transformación sin límites, la aceptación de ser aceptada. Esa presencia la invoca Pablo: “Estén alegres, esto es lo que Dios quiere en Cristo Jesús…, no impidan la acción del Espíritu Santo…, disciernan todo, pero quédense con lo bueno”, no viene de ustedes –de nosotros- la capacidad, sino de “Aquel que es fiel y cumplirá la promesa”.

La pregunta que hacen las autoridades a Juan el Bautista, deberíamos hacérnosla a nosotros mismos: “¿Qué dices de ti, quién eres tú?”  La honestidad, la verdad que libera, brota espontánea: “Soy la voz del que clama en el desierto”. Nada de atribuciones falsas, ausencia de soberbia; todo es claridad. Soy voz, pero la Palabra viene atrás, más aún “ya está en medio de ustedes”. Una voz sin palabra es incomprensible, es grito, es alarido, es queja; en cambio, articulada, consciente, como expresión de la Palabra, se transforma en luz, en advertencia, en profundidad y en compromiso. Sólo es posible pronunciarla en total adherencia, en identificación con Ella, con la humildad del reconocimiento de su origen, y después, retirarse para que, en el silencio de los interiores, resuene salvadora y santificadora.

¿Somos voces que anuncian y preparan el constante sonar de la Palabra? El Agua del Espíritu, está lista, ¿encontrará dispuestas nuestras almas?