Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoloes 4: 8-12
Salmo Responsorial, del salmo 117: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. -Aleluya
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: -2
Aclamación: Yo soy el Buen Pastor, dice el Señor; Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Evangelio: 10: 11-18.
Deben persistir el gozo y la alabanza, la maravilla de su amor llena
toda la tierra y en ella, nuestros corazones. Su “poder” no aterra,
tranquiliza, pacifica; no es el poder del “mundo”, sino el poder del amor el
que lo precede, lo guía y nos guía a la cercanía, a la unión, al Reino, a la
plenitud del Espíritu.
Reencontramos esa plenitud del Espíritu, como fuente de vida en el
caminar audaz y decidido, de la primitiva Comunidad cristiana y, hoy,
concretamente, en Pedro quien culmina su profesión de fe en Jesucristo.
Clarifica, sin apropiarse lo que es del Señor, que no es él, Pedro, quien ha
curado al paralítico, sino Aquel que es “la
piedra angular, el desechado, el crucificado”, Jesús “resucitado de entre los muertos”, en cuyo nombre, y sólo en Él,
encontramos todos, la salvación. Sabe Pedro, deduce, por las miradas que lo
cercan, cuál puede ser el desenlace; pero no se arredra. Casi de inmediato
vendrán las amenazas, los azotes, mas todo ello envuelto en el gozo de poder
participar en los padecimientos de Cristo. ¡Cómo se acordaría de las palabras
del Maestro: “La verdad los hará libres”!
La Verdad que
incomoda, revuelve, trastoca los “valores” cómodamente aceptados, pide la
apertura, y en una palabra: la conversión. No hay otro camino que el de Cristo.
De nuevo bullen en nuestro interior, sentimientos encontrados: ¿fe y
confianza, lucidez para proclamar la
Verdad?, o ¿temor al cambio, miedo a las consecuencias,
preferencia por la posición adquirida que pensamos nos asegura en el “tener”,
pero que impide nuestro correr hacia el “ser”? Tenemos mucho para reflexionar
personal, familiar, comunitaria y socialmente; discernir para decidir. El Salmo
nos anima: “Te damos gracias, Señor,
porque eres Bueno, porque tu misericordia es eterna. Más vale refugiarse en el
Señor que poner en los hombres la confianza”. Ni estamos solos ni luchamos
por una utopía; el Señor nos precede, ¿le creemos?
¿Deseamos más luz? San Juan la enciende: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos
hijos de Dios, sino que lo somos”. ¿Nos considera “el mundo” como suyos?
Entonces no reflejamos la imagen del Hijo rechazado; nuestras obras no van
conforme al Reino, no hacen ruido que despierte y que avive las conciencias, ni
siquiera las nuestras. Ese no es el camino para encontrarnos con el Señor “cara a cara, ni ser semejantes a Él”. Quedarnos
contemplando nuestra debilidad a nada nos conduce; La Gracia y el tiempo están de
nuestro lado, ¡partamos decididos!
Jesús, el Buen Pastor, jamás detuvo el paso; ni siquiera ante la misma
muerte; siguió siempre adelante, no descuida a ninguno, quiere acoger a todos,
no cesa de llamarnos. Él sabe dónde están las aguas cristalinas y el abundante
pasto, el banquete exquisito y la paz duradera, el sendero seguro y el triunfo
sobre el lobo.
Lo sabe todo porque ha escuchado al Padre; reconoce su voz y nos la
entrega. La verdad, suena “triste”: “Doy
la vida por mis ovejas” ¡y hay tantas sordas, porque hay muchas otras voces
que las aturden y les impiden percibir la que dice cariño, seguridad y paz y
vida eterna!
Su súplica-deseo: “a todas las
dispersas es necesario que las traiga para que haya un solo rebaño y un solo Pastor”, tiene que resonarnos hasta
el fondo y, desde ahí, confiados en su voz hecha Palabra, nos atrevamos a decirle:
¡Escuché tu llamada, aquí estoy, Señor, quiero seguirte!