Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10:25-26, 34-35, 44-48
Salmo Responsorial,
del salmo 97: El Señor nos ha mostrado
su Amor y su lealtad.-Aleluya.
Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Juan 4: 7-10
Aclamación: El que me ama,
cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él
Evangelio: Juan 15:
9-17.
“Voces de júbilo” llenan
nuestras vidas. El júbilo nos llega por la victoria de Jesús, nuestro Hermano,
nuestro ejemplo, nuestro Camino; esa alegría debe perdurar siempre, es el fruto
de la paz que nos vino a traer para que se haga efectiva en la transformación
de nuestras vidas, a tal grado que nadie tenga que preguntarnos si somos
discípulos de Cristo, porque lo captarán mirando nuestras obras: “hechas a la luz para gloria del Padre”.
Alegría que viene del Espíritu, ese
“soplo universal” que inspira a todo ser humano: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
de la Verdad”. Indecible la sorpresa de Pedro al ser testigo de que el
Espíritu Santo descendía sobre los paganos. Comprendió, en toda su grandeza que
“La Palabra de Dios no está encadenada”.
Recordó que “El Espíritu va donde quiere,
no lo ves, como al viento, pero sientes sus efectos.” Ahí estaba, actuando frente a él y escuchando
cómo aquellos hombres “proclamaban las
grandezas de Dios”. ¿Quién puede oponerse al Espíritu? ¡Lástima que nos
resistamos a su ímpetu, a sus mociones y no nos presentemos como instrumentos
listos para transformar el mundo! Bajo la luz de Dios todo cambia de aspecto,
todo brilla, todo es bello, todo es posible…, ¡aun nuestra conversión!
El Salmo continúa animándonos a la
alegría. ¿Quién no estará alegre al ver cómo el Señor nos ha mostrado, nos
muestra y nos seguirá mostrando su amor y su lealtad? La Revelación sigue en
presente, faltan oídos que la escuchen y corazones que le den albergue. Abramos
el interior y dejemos que nos inunde, con toda su potencia, la realidad que
tanto ansiamos: El Amor, motor incansable, fuerza transformadora que alimenta
lo que, a la mirada puramente racional e inmediata le parece imposible: “Amarnos los unos a los otros”,
simplemente para ser como Dios, porque “Dios
ES AMOR”. Con Él y desde Él se limpiarán los ojos, se olvidaran heridas y
rencores, se ensanchará el horizonte y, de verdad, constataremos que todo es
bello. Trataremos de reproducir en cada ser humano, más aún en cada creatura,
lo que ese Amor ha hecho de nosotros: existir y crecer.
Probablemente, Jesús, no nos pida
la vida de una manera cruenta, como Él la ofreció al Padre por nosotros, pero
sí la actitud bondadosa, amable, servicial, pronta y atenta, la del amigo de
ojos transparentes, la que no esconde engaños, la que confía y comunica cuanto
el Señor le ha hecho percibir de su presencia, como el mismo Jesús en relación
al Padre.
Esto es vivir en el amor y en la
apertura, es el seguir el rastro de sus huellas, es cumplir su mandato y estar
constantemente agradecidos porque puso su morada entre nosotros.
“No
son ustedes los que me han elegido, soy Yo quien los ha elegido y los he
destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”. Desde la
eternidad fue hecha la elección, se ha concretado en un momento exacto: este,
en el que somos y seguimos siendo. Es tiempo de revisar los frutos y preguntarnos,
simplemente, ante Él, si están maduros.