Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 45: 1, 4-6
Salmo Responsorial,
del salmo 95: Cantemos la grandeza del
Señor.
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol pablo a los tesalonicenses 1 1-5
Aclamación: Iluminen al mundo con la luz del Evangelio
reflejada en su vida.
Evangelio: Mateo 22:
15-21.
El surco estará preparado para reconocerlo como el Único Dios, no desde un
monoteísmo estático, sino alerta para admirar y admirarnos de su presencia en
nuestro mundo, interno y externo.
Ciro el persa, no lo conocía; sin duda dotado de una naturaleza sensible a
las mociones del Espíritu, percibió, y, lo más admirable, actuó como “ungido del Señor a quien ha tomado de la
mano”, para ser instrumento de liberación para su pueblo Israel. Lo que
Dios dice de Ciro, lo dice de cada ser humano, lo dice de mí: “te llamé por tu nombre, te di título de
honor, aunque tú no me conocieras”. ¿No fue Él quien nos llamó a la
existencia y nos dio el mejor título: “hijos
de Dios”? ¿Ha habido alguien que lo conociera primero? ¿Regresamos “a Dios lo que es de Dios”? ¿Proclamamos,
de palabra y de obra, que “Él es el Señor
y no hay otro”? Misión y tarea que nos engrandece; aceptarla y vivirla es
llegar a la plenitud, “para ser en Ti, como al principio era”. Con esta actitud, ferviente y convencida,
cobra toda su fuerza el Salmo: “Cantemos
la grandeza del Señor”.
Pablo, en el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, enaltece el sentido
de Iglesia “congregados por Dios Padre y
por Jesucristo, el Señor”. Además expresa el camino imperdible para vivir
según Dios: “las obras que manifiestan la
fe, los trabajos emprendidos por el amor,
la perseverancia que da la esperanza. Todo es posible “con la fuerza del Espíritu Santo que produce abundantes frutos”.
¡Sintamos cómo el Señor “nos cuida como a
la niña de sus ojos”!
En el Evangelio Jesús enfrenta, con maestría, no podía ser de otra forma,
las acechanzas, las envidias, las trampas. Fariseos y herodianos, enemigos
entre sí, se alían para “hacerlo caer y
poder acusarlo”. Una duda, una ambigüedad de parte de Jesús, y saldrían triunfantes.
Un “sí” al tributo al César, lo alinearía entre los colaboracionistas. Un “no”,
entre los revolucionarios…, piensan que no tiene salida; pero nunca quisieron
entender con Quién trataban.
La frase de Jesús quizá sea de las más conocidas, mas su mirada, su
enseñanza van mucho más lejos. La moneda es necesaria para las transacciones
pasajeras, la imagen del César en ella, intenta la absolutización de la
creatura y la postergación de Dios, triste gran absurdo que nos envuelve.
¡Vayamos al interior!, no condena ni sacraliza las relaciones económicas,
sino que las sitúa en el terreno que les corresponde.. La claridad reluce; la
contextualización, ubica; la creaturidad, comprende: “A Dios lo que es de Dios”, y como todos somos suyos, nosotros sí
que no tenemos salida.