Primera Lectura: del libro del Éxodo 20: 1-17
Salmo Responsorial, del salmo 18: Tú tienes, Señor, palabras de
vida eterna.
Segunda Lectura; de la primera carta del apóstol
Pablo a los corintios 1: 22-25
Aclamación: Tanto amó Dios
al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en El tenga
vida eterna.
Evangelio: Juan 2: 13-25.
Hemos vivido, los
domingos anteriores las dos naturalezas de la Persona de Cristo, en las
tentaciones, su verdadera Humanidad; en la Transfiguración,
su verdadera Divinidad. Hoy la liturgia nos invita a recorrer el camino de la
radicalidad total que termina y se comprende, solamente, a la luz del Misterio
Pascual: la Resurrección. Y
una vez más, ¡qué insistencia del Señor!: la presencia de la Pasión y la Muerte, como condiciones
necesarias para entender la novedad del Espíritu, la verdad de la purificación
y la actuación de la Santidad
de Dios en nosotros.
La Alianza se expresa en la
comunicación del Decálogo. Advertimos la claridad con la que inicia: “Yo Soy el Señor, tu Dios”, no tengas
dudas, no te dejes desviar, no pongas los ojos en los ídolos que nada pueden,
no permitas que aniden en tu corazón intenciones extrañas, las que intentan
desplazar mi Ser del tuyo y te destruyen aunque no lo percibas de inmediato; en
verdad “Soy un Dios celoso que castiga la
maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación”, -
entendamos que no es Él quien castiga sino que, al respetar el don de la
libertad, advierte de las consecuencias de lo que los padres enseñan y ejemplifican
-, pero es “misericordioso hasta la
milésima generación de aquellos que aman
y cumplen mis preceptos”; la explicitación enaltece lo noble de la alianza
que, al vivirla con respeto y cariño, comprobamos que la misericordia del Señor
triunfa siempre.
Sin duda habremos
escuchado que los mandamientos son dos trazos, uno vertical –el que mira hacia
Dios-otro horizontal –que contempla a los hermanos-, ambos se cruzan en el
centro del hombre, en su conciencia, para que al abrirla hacia todos los ángulos,
advierta que lo que el Señor nos pide no es pesado, sino que consolida la
interioridad de la doble relación y nos hace crecer superando los topes
del camino. Pidamos que, convencidos, cantemos sin cesar: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”;
ahí están el origen de la sencillez, la rectitud, la alegría, la estabilidad y
la justicia, ¿qué más anhelamos? Lo sabemos, oremos para poder cumplir,
ciertamente lo haremos “reconfortados con
su amor”.
Con Pablo
traspasamos, en la fe, los deseos de signos y el imperio de la lógica; en verdad si no nos fiamos de Dios,
la impotencia de la comprensión nos empujaría a la locura, a la decepción,
¿quién entenderá o intentará aceptar, si no es desde la mirada de la fe, lo que
va contra nuestra naturaleza: la
Cruz? ¿Qué sabiduría elegimos? Vivimos en el constante cruce
de caminos y cada decisión nos acerca o nos aleja más de la Verdad, por dura que nos
parezca.
Jesús procede
con una acción violenta a purificar “la Casa del Padre”, no
permite que el sitio de Encuentro se haya convertido en un mercado. Nuestro
corazón es ese “sitio de Encuentro con el Padre, con Jesús, con el Espíritu”…,
sin duda habrá que purificarlo de muchas presencias inútiles que impiden la
visión y la experiencia que nos prepare a la intelección de las Escrituras, que
nos “hagan recordar y creer” en la Resurrección; la de
Jesús y en la nuestra para seguir “Al que
es Primicia de los resucitados”. (1ª Cor. 15: 20)