sábado, 21 de noviembre de 2020

Cristo Rey, 22 noviembre 2020.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17
Salmo Responsorial,
del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-26, 28
Evangelio:
Mateo 25: 31-46.


El Año litúrgico termina con la festividad de Cristo Rey. El próximo domingo inicia el Adviento, continuará la invitación para acompañar a Jesús en su “acampar entre nosotros”, a permanecer atentos a la escucha de su voz que nos guía como Pastor, Rey y Soberano; imágenes que utiliza el Profeta para que percibamos la cercanía de Dios, quien, lo sabemos, “aun antes de saber que lo sabíamos”, siempre toma la iniciativa en la búsqueda y el encuentro, en el cuidado y robustecimiento, en la participación de su vida; se pone  a nuestro alcance; ofrece la paz, el bienestar, la felicidad, la seguridad, la novedad siempre nueva, el camino hacia verdes praderas y las fuentes tranquilas. No podemos ignorar ni dejar de prever el momento final del rendir cuentas: el juicio.
 


Los antiguos consideraban a los soberanos “pastores de los pueblos”, cuánto más es aplicable el título a Jesucristo, “el Cordero inmolado, digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor., a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”. Es la realización perfecta del Pastor, jamás buscó su propio bien, nunca obró por egoísmo, se enfrentó a todos los poderes buscando siempre el bien de los hombres y mujeres marginados, pobres, inútiles y despreciados, “nos rescató, no a precio de oro ni plata, sino por su sangre derramada”“dichosos los que han lavado sus vestiduras con la sangre del Cordero, estarán ante el trono de Dios, sirviéndole día y noche".


Es Jesús, la Piedra sobre la que todo está fundado, el que libera de toda esclavitud, “primicia de los resucitados”, único Puente para volver a la vida, Mediador entre el Padre y la humanidad, ejemplar del hombre nuevo, vencedor del mal y de la muerte, consumador de toda perfección para que “Dios sea todo en todas las cosas”.


Preguntémonos si es Cristo, quien reina en nuestro corazón, si de verdad sentimos en el interior la inhabitación del Espíritu Santo, si en nuestro caminar tenemos a Dios y a Cristo como un mero factor significativo que aparece en algunos momentos de la vida: bautizos, primeras comuniones, bodas, sepelios, un rato en la alegría o la tristeza, en la angustia y la impotencia; lo traemos brevemente a la memoria, nos conmovemos y después olvidamos. O bien es un factor determinante que orienta nuestras decisiones para buscar, encontrar y vivir según su voluntad, el que mantiene nuestra mirada hacia el Reino; o todavía mejor aún si ya ha llegado a ser en nosotros factor único, de modo que no elijamos sino lo que sea para su Mayor Gloria, entonces sí que habremos escuchado y seguido la Voz del Pastor, Rey y Guía.


El Evangelio de hoy lo leímos el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Ellos ya fueron examinados, confiamos en la misericordia de Dios que hayan sido aprobados, pues supieron, de antemano, como ahora nosotros, las preguntas de la evaluación final: ¿Amaste a cuantos encontraste en tu vida?, ¿serviste de enlace entre ellos y Yo?, ¿aceptaste a todos sin distinción y especialmente a los más necesitados?, entonces: “Ven bendito de mi Padre, toma posesión del Reino preparado para ti desde la creación del mundo”. ¡Señor contamos con tu gracia para que nuestras respuestas ya sean correctas desde ahora!