Primera Lectura: del libro del Sirácide (Eclesiástico)
24: 24-31
Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te
alaben Señor, todos los pueblos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo
a los gálatas 4: 4-7
Evangelio: Lucas 1: 39-48.
La Antífona de Entrada nos abre el maravilloso marco del acontecimiento que ya marcó nuestra historia. "Una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza." Parecería que San Juan en el Apocalipsis preveía lo que sucedería 16 siglos después (1531) ¡Qué maravillosa dignación de Dios al hablarnos con tal claridad a través de los profetas!
Lo anunciado sucedió en nuestro suelo, en nuestra Patria. La manifestación del cariño de Dios, de su predilección no pueden quedarse como un dato histórico, frío, anecdótico. Nos incita a que respondamos como lo hizo el profeta Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha." Esta calidad de escucha no se detiene en los oídos, pasa al corazón y se manifesta en las obras, si es que de verdad queremos "escuchar al Señor" y en nuestro caso, por mediación de María, Hija predilecta que nos transmite esa predilección especial, concreta, tierna, comprometedora. No podemos quedarnos pasivos.
María, como Juan el Bautista, es heraldo de lo que viene y vino: Jesús el Salvador, la Luz, el Guía, el Maestro, el Pastor que cuida solícito de su rebaño.
Con ser una fiesta tan significativa para nosotros, María no desea sino ser el puente para que lleguemos a su Hijo, para que nos revistamos de su ejemplo "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra." Que sigamos el gran consejo que nos deja claramente manifestado en el pasaje de las bodas de Caná: "Hagan todo lo que Él les diga." ¿Puede haber mayor transparencia en su deseo? ¿Qué podrá desear una Madre para sus hijos sino lo mejor, lo que nos conduzca a la paz interior, al camino que todos ansiamos: hacia la felicidad auténtica, sin límites, inacabable?
Lo escuchado en el Libro del Sirácide, aunque aplicado a la Sabiduría, perfectamente cuadra con María: "Vengan a mí los que me aman y aliméntense de mis frutos; Yo soy la Madre del Amor hermoso, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí están todos los caminos de la verdad, de la esperanza, de la virtud." La respuesta personal y comunitaria está en nuestro corazón, en nuestras manos. El camino está señalado, pero necesitamos recorrerlo: la meta nos la muestra Ella misma, como escuchamos en el Evangelio de San Lucas: "Presurosa se encaminó a las montañas de Judea", para ayudar, asistir, acompañar, servir a su prima Santa Isabel. El gozo de sabernos llenos de Dios, impulsados verdaderamente por el Espíritu nos llevará a estar siempre disponibles a servir, a comprender, a ofrecer lo mejor de nosotros para los demás.
Probablemente sentimos que es una tarea pesada, a ratos difícil; traigamos a la memoria las palabras de María a Juan Diego, a cada uno de nosotros: "¿No estoy yo aquí que soy tu Madre, no estás en mi regazo?" Ella nos obtendrá las Gracias que necesitamos para crecer como personas, pero sobre todo como cristianos; no en balde San Bernardo la llama: "La Omnipotencia suplicante." Con Ella, vamos seguros.
El horizonte de nuestras vidas se abre hacia adelante, pidámosle a María ser fieles siguiendo sus consejos y su ejemplo.