Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 14. 36-41
Salmo Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi Pastor, nada me falta.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 2, 20-25
Evangelio: Juan 10: 1-10
Toda la liturgia de hoy está enfocada para que encontremos y escuchemos la voz del Buen Pastor. “El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”. No nos quedemos en la comparación que probablemente ahora no nos diga mucho: el rebaño y el pastor, vayamos más adentro: Cristo Puerta, Cristo Guía, Cristo Vida.
La oración que elevamos a nuestro Padre ya nos pone en la ruta: “guíanos a la felicidad eterna del Reino de tu Hijo, para que el pequeño rebaño llegue seguro a donde ya está su Pastor resucitado.” Seguir a Cristo es encaminarnos al Reino, ¿puede importarnos algo más?
Pedro, inspirado por el Espíritu, sigue adelante en su arenga y echa en cara a Israel su desvío y trata de convencer a todos, que Jesús es “el Señor”. El Espíritu de verdad actúa: “sus palabras les llegaron al corazón”. ¿Llegan al nuestro de manera que repitamos la pregunta que le hicieron?: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta está vigente: “Conviértanse en el nombre del Señor Jesucristo, se les perdonarán los pecados y recibirán el Espíritu Santo”. La promesa de Dios es promesa que se cumple y abarca a todos los hombres. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad,” esa verdad que nos “pondrá a salvo de este mundo corrompido”. Es el mensaje del mismo Jesús, es el Espíritu que inspira, que conmueve, que convierte. ¿Nos consideramos parte integrante de la Comunidad de la Iglesia?, ¿actuamos como aquellos que recibieron así esta realidad e hicieron crecer a la primitiva comunidad?
Si acaso la inseguridad del camino nos asalta, tenemos la respuesta en el Salmo: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”. Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo. Ciertamente habrá “cañadas obscuras, hambre y sed”, todo se resolverá, porque “su vara y su cayado nos dan seguridad”. La petición que hicimos, se convierte en deseo ardiente: “Viviré en la casa del Señor por años sin término".
Para llegar a la meta es necesario caminar, y en ese camino encontraremos, si de veras seguimos a Jesús: incomprensiones, calumnias, dificultades, desprecios…, Él, sin merecerlos, ya nos enseñó el modo de superarlos. “Con su muerte saldó la deuda que nos condenaba.” “Se ha convertido en Pastor y guardián de nuestras vidas.” Dejemos que esta realidad nos transforme, no permitamos que nuestros interiores se “habitúen” a lo grandioso del Amor que Dios nos tiene y oremos, convencidos, para que seamos atentos a su voz, que la reconozcamos en medio de tanto ruido, que encontremos y traspasemos la puerta que Jesús nos abre para la Vida, no cualquier puerta, sino la de la “Vida en abundancia”.
Nos habla por nuestro nombre, ni se equivoca ni se olvida. ¿Lo escuchamos pronunciarnos, invitarnos, guiarnos, iluminarnos, alimentarnos? Como con los discípulos de Emaús persiste en alcanzarnos, en interesarse por nuestros pensamientos, en dialogar para que despejemos nuestras dudas y desahoguemos nuestros corazones. Sinceramente no podemos dejar nuestra respuesta al aire, seríamos unos desagradecidos e inconscientes. ¡Contamos con el Espíritu para no serlo!