Salmo Responsorial, del salmo64: Señor, mi alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Evangelio: Mateo 25: 1-13
¿Cuándo no han llegado hasta el Señor
nuestras plegarias? La respuesta es sencilla: cuando hemos cerrado labios y
corazón. Sin duda nos acordamos de Dios cuando la necesidad nos aprieta, cuando
la tentación ronda incansable, cuando el dolor nos muerde…, es bueno, pero no
suficiente, demuestra que hay fe en nuestro corazón, que sabemos a quién acudir
en el momento en que el camino se vuelve pesado, cuando no encontramos
respuestas en ninguna creatura y menos en nosotros mismos; más parecería un
trato convenenciero que una relación amorosa que en serio dejara “en
sus manos paternales todas nuestras preocupaciones”.
La oración es plática confiada con el Amigo,
con quien conoce nuestras necesidades y aguarda, deseoso, que las expongamos
confiadamente. No es un monólogo inútil; es la aplicación de la verdadera
Sabiduría: el saborear el amor de Dios, el buscarlo con todas nuestras fuerzas,
salir a su encuentro y hallarlo siempre a la puerta de nuestras vidas. Esa
Sabiduría Encarnada no sólo nos espera sino que vino hasta nosotros: el fruto
de ese encuentro conjunta nuestra voluntad con la suya y el resultado es lanzarnos
a la trascendencia, a la plenitud y a la paz, en la total posesión de nuestro
ser en el suyo. Esto es captar la “benevolencia del Señor”, quiere
todo el bien para nosotros; todavía más, coopera, ilumina y guía nuestras
decisiones para lograr y realizar el Proyecto de nuestros proyectos: ¡Llegar a
Él! “La sed será saciada”, “la añoranza, será realidad”, “la bendición
colmada no terminará”, “el júbilo será nuestra túnica, desde los labios nos
cubrirá por completo”.
Ciertamente no ignoramos “la suerte
de los que se duermen en el Señor”. “Jesús, primicia de los
resucitados, nos arrebatará con Él para estar siempre a su lado.” ¿Necesitaríamos
alguna consolación mayor? Las palabras están confirmadas por la vida de Aquel
que vino para que tuviéramos Vida.
En el Evangelio Jesús nos previene, no es
ninguna amenaza, nos hace pisar, con firmeza, nuestra realidad de
creaturas: “Estén preparados porque no saben ni el día ni la
hora”. Aceptamos la certeza de la muerte. Realidad que conmueve, que
agita el interior, que, quizá sin pensar, quisiéramos borrar del futuro y que,
a pesar de todos los esfuerzos, sabemos que está en camino, que nos cruzaremos
con ella, pero no nos vencerá…, pues confiamos en tener “aceite para la
lámpara” y que ésta se encontrará encendida cuando llegue el Esposo
y “entraremos al banquete de bodas”. La seguridad nace de
nuestra adhesión a Cristo, quien, como nos dice San Pablo: “como último
enemigo, aniquilará –ya aniquiló con su muerte- a la
muerte".
La oración, la fidelidad, la cercanía son la
previsión para mantenernos encendidos: “Lámpara es tu palabra para mis
pasos, luz en mi sendero".
“El
que consulta a Dios, recibirá su enseñanza; el que madruga por él, obtendrá
respuesta” (Eclesiástico
32: 14).
San
Pedro, con la experiencia viva, nos afianza: “Esta voz, llegada del
cielo…, hacen bien en prestarle atención como a lámpara que brilla en la
obscuridad, hasta que despunte el día y el lucero nazca en sus
corazones".
“Quiero estar consciente al preinstante de
verte para poner en Ti el consentimiento y repetirte el ¡sí! definitivo”.