sábado, 12 de octubre de 2024

28. Ord. 13 octubre 2024.-


Primera Lectura:
del libro de la Sabiduría 7: 7-11
Salmo Responsorial, del salmo 89;
Sácianos, Señor, de tu misericordia.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 4: 12-13
Evangelio: Marcos 10: 178-30.
 
Olvidar, perdonar, salvar de manera definitiva, solamente tú, Señor. Concédenos que la tristeza y la amargura, el desánimo que nos empuja a devaluarnos por la conciencia de nuestras faltas y pecados, queden borrados por la presencia de tu misericordia, de otra forma “¿quién habría, Señor, que se salvara?”

Ojalá, convencidos, insistamos en la oración que abre el interior hacia los demás, los que tenemos a nuestro alcance y los lejanos a los que nos une la realidad humana y la misión bautismal: “que te descubramos en todos y –de verdad- te amemos y sirvamos en cada uno”. Es muy fácil pedirlo y aun aceptarlo en la mente, necesitamos que lata en el corazón y viva en las obras; ahí está la “sabiduría”, la auténtica, la que nos llega a través del Espíritu, si permitimos que la palabra “penetre hasta la médula de los huesos y divida la entraña”. Recibirla es constatar que “con ella nos llegan todos los bienes”, los que perduran, los que pesan más que todas las riquezas de la tierra, la que mide y discierne creaturas y contorno, la que ilumina, “con luz que no se apaga”, que “el ser para los otros” es el camino que acerca a Jesucristo, que evita el ansia posesiva de “mis cosas, mi yo y mi egoísmo”.
Más allá del mero cumplimiento, el reino es mucho más

La espada corta y rasga, le tememos; pero ella limpia y “deja al descubierto las intenciones de nuestro corazón”, nos quita la confianza en la falsa coraza que nos daban los bienes conseguidos, derrumba merecimientos “comerciales”, y nos impulsa a cambiar la mirada, a ir más allá del mero 
seguro que anhelamos la mirada amorosa de Jesús que nos llama, que ha trazado el camino con su propia pisada, que espera de nosotros la respuesta precisa que supera horizontes terrenos, que escucha, acoge y vive la invitación concreta: “ve, y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. ¿Qué sucedió en el joven que “se acercó corriendo y se arrodilló ante Jesús”? No bastaron palabras ni mirada envueltas en cariño, pudo más lo cercano, lo pensado como algo seguro, y se alejó con la tristeza rodeándole las manos, el corazón, la mente y el camino.
 

El comentario de Jesús nos estremece, su mirada ha variado, su palabra incita, sin violentar, a examinarnos por dentro, todos juntos, individual y colectivamente: “hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el reino de dios!”. No bastan los deseos, por muy altos que sean.
 

"Síganme”, ¿abandonado todo, especialmente a este “yo” que tanto cuido?; ¡qué difícil romper las ataduras que con tanto trabajo hemos unido!, si esta es la consigna, “¿quién puede salvarse?”.

Sintamos, oigamos la palabra, captemos la mirada, otra vez cariñosa, que nos llevan a la esperanza que toca la certeza: “es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para dios todo es posible”. ¡Que Jesús Eucaristía, nos repita la promesa y le creamos!

 

sábado, 5 de octubre de 2024

27º Ordinario, 6 octubre 2024—


Primera Lectura:
del libro del Génesis 2: 18-24
Salmo Resonsorial, del salmo127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 2: 9-11
Evangelio: Marcos 10: 2-16.

Considerar en serio lo que nos dice el libro de Esther en la antífona de entrada: “todo depende de tu voluntad, Señor, y nadie puede resistirse a ella”, desata en cadena un caudal de consecuencias que se convierte en cascada, que nos anega gozosamente, al reconocer: “tú eres el Señor del universo”.

Señor que cuida, que jamás sojuzga, que indica, que despierta la conciencia de nuestra creaturidad y le indica el camino. Señor que respeta su propia creación y de ella, primordialmente, la libertad que ha dado a los seres humanos; pero que no permanece impasible ante los desvíos de nuestras elecciones. Una y otra vez sale en nuestra búsqueda, porque nos ama, porque somos corona de cuanto ha hecho y desea que esa corona brille en todo su esplendor, que refleje su origen y meta, que se asemeje más y más a la Comunidad Trinitaria en la íntima, profunda y constante comunicación, en la entrega sin límites, en la comprensión hasta el sacrificio, en el mutuo apoyo que supera toda posibilidad de división.

“No está bien que el hombre esté solo, hagámosle alguien como él que lo acompañe”. Delicadeza y finura en la intuición, eficacia en la acción, no algo secuencial en él, sino explicación para nosotros. Dios no pasa “del no saber” al “saber”, ya hemos captado que es “el Señor del universo”. Conocemos que la narración de Génesis no está dentro de los libros históricos sino sapienciales. ¿Qué mensaje nos da a conocer? La igualdad del hombre y la mujer, la misión conjunta, el poder reconocer al propio “yo” al mirar a un “tú”, al aceptarlo en plenitud, al hacer resonar todo el paraíso, el mundo entero, con el clamor del gozo de que haya alguien que pueda pronunciar el nombre que me identifica y me erige en persona, lo que ninguna de las creaturas había logrado. “ésta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. Y la cascada prosigue: “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”. Tú eres mi tú entre todos los “túes”. La voluntad de Dios está expresada, y su palabra dura para siempre. ¿Por qué el mundo la ha olvidado y ansía senderos caprichosos y egoístas y trata de convalidar su andar, no con razones, sino con una emotividad desbordada que escoge como guía un ciego instinto que dejará su corazón vacío e inquieto? ¡Cómo necesitamos, hombres y mujeres, volver a encender la luz de la palabra!

Amor, ¡qué fácil definirlo con los ojos y la fe puestos en el Señor: “Dios es amor” y encontrar su realización en Jesucristo!, la cascada prosigue: la entrega hasta la muerte, por los que ama, para que “redunde en bien de todos”. Lo que cuenta es “el tú”, en todos los niveles: en el matrimonio, en la amistad, en la familia, en la comunidad religiosa, en el trabajo, en la acción apostólica.

Si el verdadero amor es el faro, “la dureza del corazón” se ablandará y llegará al fondo de la promesa del mismo Jesús: “el que ama, permanece en Dios y Dios en él, y su amor llegará a la plenitud”.

Jesús vuelve a ponernos frente a la sencillez, la sonrisa transparente, la limpieza total de los niños; en ellos no hay dureza, ni desconfianza, ni doblez, ni prejuicios. ¿Queremos llegar al reino? Escuchemos y vivamos lo que nos comunica la palabra que da vida.